Saqueo de tumbas en el Antiguo Egipto: termómetro social
Por Rafael Gómez Portela
1 octubre, 2000
Modificación: 17 abril, 2020
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Séptima parte: el final de la devastación

En la noche del 12 al 13 de mayo de 1.805 Mehmet Alí es elegido bajá de Egipto por los ulama (autoridades religiosas). Este hombre, cuya carrera política será meteórica, regirá los destinos del país hasta 1.848, convirtiéndose en un auténtico faraón en pleno siglo XIX.

Acumulará todos los poderes del estado, será el mayor empresario de Egipto, impulsará la industria y la agricultura y dotará a su tierra de un ejército moderno capaz de combatir con éxito contra el Imperio Otomano.

Durante los primeros años de su gobierno encuentra un país arruinado en todos los aspectos, falto de infraestructuras y carente de cobertura en toda necesidad primaria. Contra él o con él tendrán que bregar los primeros hombres que sienten en sus propias carnes la devastación del patrimonio cultural.

Su lema se circunscribe a una idea contundente: hay que construir deprisa y sin cesar. Su gran sueño es conseguir la instauración de una dinastía hereditaria en Egipto y la independencia de la Sublime Puerta (Estambul). Empeñará todos sus esfuerzos y la fortuna de su país por conseguirlo. Los monumentos de sus ancestros le proporcionan la materia que necesita para la construcción y que no tiene tiempo de buscar: fábricas, dispensarios, puertos, canales, colegios, presas… recibirán en sus cimientos y fachadas el testimonio de un pasado glorioso.

En los primeros años de gobierno desaparecerán centros arqueológicos como Antinoe, Achmuneim o Antoepolis y gracias a la decidida intervención de Jean François Champollion se impedirá que el Templo de Karnak sea vendido para la construcción en su lugar y con sus piedras de una salitrera.

Los múltiples frentes políticos y militares que ha de cubrir, su condición de analfabeto, que no de estúpido, y la norma común de la época le llevan a no preocuparse por las inmensas riquezas históricas de su país. No se trata de desprecio sino que aplicando un profundo sentido práctico, tiene preocupaciones mucho más urgentes que atender.

El 18 de agosto de 1.828 desembarca en Alejandría una misión científica franco-italiana apadrinada por Carlos X, rey de Francia, y por Leopoldo II, Gran Duque de Toscana.

La parte francesa está dirigida por Champollion, a quien acompañan Charles Lenormant, Antoine Biben (arquitecto), el sr. Duchesne (miembro del Gabinete de Grabados) y los dibujantes Nestor L’Hôte, Bertin y Lehoux.

Los representantes italianos, capitaneados por el seguidor de Champollion, Ippolito Rosellini, son Gaetano Rosellini (arquitecto), Salvatore Cherubini, Giuseppe Radi (naturalista), sus ayudantes Gallastri y Bolano, Alessandro Ricci (médico y arqueólogo) y Angelelli (pintor).

Durante casi dos años y medio, tras obtener los firmarnes del bajá y una escolta armada, esta misión recorrerá el curso del Nilo inspeccionando el estado de los monumentos y tratando de concienciar a Mehmet Alí de la necesidad de tomar medidas urgentes para la conservación de los mismos.

El 29 de noviembre de 1.829 Champollion escribe al bajá una «Note pour la conservation des monuments de L’Egypte» (Nota para la conservación de los monumentos de Egipto) en la que puede leerse:

«Es urgente y de la mayor importancia que, como sus agentes conocen el punto de vista conservacionista de Su Alteza, éstos lo sigan (…); Europa entera agradecerá las medidas activas que Su Alteza tenga a bien tomar para asegurar la conservación de los templos, los palacios, las tumbas y todo tipo de monumentos (…) Ya es hora de poner fin a esas bárbaras devastaciones que privan a la ciencia, a cada instante, de monumentos de gran interés».

Un suceso casual predispondrá a Mehmet Alí a favor de Champollion y su objetivo. En una cena privada en la que se encuentran ambos junto con Ibrahim, primogénito del bajá, y el doctor Pariset, eminente epidemiólogo de paso por Egipto, Ibrahim sufre un ataque de apoplejía. La rápida intervención de Pariset y de Champollion evitará un desenlace trágico. A partir de ese instante Mehmet Alí intentará que los deseos de Champollion se vean cumplidos, si bien hasta 1.835 no se publicará el primer decreto que prohíbe la exportación de antigüedades procedentes de los edificios antiguos y que designa en El Cairo un emplazamiento para depositar los objetos hallados o que se hallen en un futuro (embrión del Museo Egipcio).

Sin embargo, no será Mehmet Alí el principal peligro para los monumentos. Al menos no será el único. La alocada carrera emprendida por los Cónsules Generales del Reino Unido, Henry Salt, y de Francia, Drovetti, que compiten de forma frenética por acumular antigüedades tanto para sí como para sus gobiernos pondrá en peligro en demasiadas ocasiones la integridad de los monumentos.

Inscripción realizada por el agente-saqueador Rifaud, para Drovetti, sobre una escultura de Ramsés II en 1818. La escultura se conserva en el Museo Egipcio de Turín. Foto: Susana Alegre 

Entre Belzoni y Salt derribarán una parte del Templo de Karnak y Drovetti es el impulsor de que uno de los obeliscos de Luxor repose en la Plaza de la Concordia en París, si bien será su sucesor Mimaut quien culmine la donación.

La colección particular de Salt será la base que servirá para nutrir de piezas egipcias a los dos museos que llegarán a poseer las dos principales muestras de este arte fuera de Egipto: el Louvre y el Museo Británico. La colección de Drovetti será vendida a la corte turinesa y de aquí pasará al museo de la ciudad.

Habrá que esperar a 1.850, fecha de llegada de Auguste Mariette a Egipto, para que la egiptología tome cuerpo de ciencia y ya de un modo riguroso se proceda al control y conservación del patrimonio de los faraones. Será bajo su mandato como Director del Servicio de Antigüedades cuando el 6 de julio de 1.881 se descubra el escondrijo de Deir-el-Bahari. Desde mediados de la década de los 70 el mercado de antigüedades europeo se ha visto invadido de piezas originales de incalculable valor cuya procedencia es desconocica.

Una profunda investigación por él dirigida dará en la cárcel con los huesos de dos de los miembros de la familia Abd el Rassul: Ahmed y Hussein Ahmed. Familia conocida en la región por sus pillajes, de forma accidental descubrió el escondite de varias momias reales trasladadas desde sus ubicaciones primitivas a la tumba de Pinedyem II durante el reinado de Shoshenq I, faraón de la XXII dinastía. La medida, un nuevo intento de proteger a los antiguos reyes del saqueo, se había topado con la rapiña de unos modernos profanadores.

En el traslado de las momias a El Cairo, los egipcios de finales del siglo XIX ofrecieron un último homenaje a sus ancestros reales: los hombres disparaban sus mosquetones al paso de la barcaza que transportaba los restos momificados de sus dioses en la tierra, las mujeres ululaban al viento y se mesaban los cabellos como aquellas primitivas plañideras que acompañaban a la comitiva fúnebre hasta la última morada.

El círculo se había cerrado 5.000 años después.

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