Saqueo de tumbas en el Antiguo Egipto: termómetro social
Por Rafael Gómez Portela
1 octubre, 2000
Modificación: 17 abril, 2020
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Primera parte: problemas técnicos

Intentemos por un momento situarnos en el lugar de estos profesionales y tratemos de entender desde su punto de vista los problemas iniciales a la hora de afrontar su tarea.

En primer lugar necesitamos proveernos de los medios materiales. Dada la evidencia de las riquezas sin fin atesoradas en estos recintos mortuorios no resulta plausible encomendar el desalojo de la tumba a un solo individuo. Los papiros conservados en los que se relatan descripciones de robos o declaraciones de inculpados nos hablan siempre de varios individuos:

«un grupo de ladrones de Tebas guardaba escrupulosamente en una casa la pesa de piedra que habían utilizado para hacer el reparto del botín de una tumba» (papiro 10052 del Museo Británico de Londres).

Puesto de manifiesto, por tanto, el concepto corporativista de la profesión es de suponer que contaran con las herramientas adecuadas para su actividad: martillos, cinceles, punzones, sacos… Todo un elenco de objetos y materiales encaminados a facilitar la tarea, incluido, como hemos visto, lo necesario para proceder al reparto equitativo de las ganancias. Curiosamente, y este es un hecho característico verificado en los documentos conocidos, siempre se especifica un reparto en partes iguales para todos y cada uno de los componentes de la banda, aunque no sea difícil de suponer que hubiera un individuo dominante, bien por el poder de la fuerza, bien por el poder de la inteligencia, bien por una combinación de ambos.

A medida que durante el Imperio Nuevo se extiende la utilización de la orilla occidental de Tebas y el Valle de los Reyes se va poblando de tumbas, comienza a ser habitual que entre los componentes de la banda haya un barquero, con libertad para cruzar entre ambas orillas sin despertar sospechas, y así transportar tanto a sus compinches como herramientas y botín.

Como buenos aprendices de ladrones podemos dar por superada la primera etapa. Ahora hemos de enfrentarnos a la segunda: ¿cómo deshacernos de los obstáculos que nos opondrán los recintos objeto de nuestra actividad? No olvidemos que las pirámides, a pesar de no ser construcciones macizas, están compuestas por bloques de piedra de grandes dimensiones y peso más que considerable. Horadar los mismos no se antoja fácil. Además hay que encontrar los pasillos interiores, a menudo con alto grado de inclinación, estrechos y bajos, que impiden que una persona camine erguida. Se requiere un esfuerzo penoso, máxime cuando en el camino de vuelta se viene cargado de piezas heterogéneas.

Desgraciadamente no nos han quedado vestigios de cómo se solventaban estos problemas. Todo lo que podamos elucubrar al respecto no pasará de ser suposiciones más o menos bien intencionadas.

En el caso de las tumbas subterráneas, y a simple vista, nos encontraremos con un camino más expedito. Sin embargo, otras serán las circunstancias a sopesar. El Valle de los Reyes cuenta con un servicio de vigilancia organizado. ¿Hasta qué punto es eficaz y cumple con su cometido? Como veremos más adelante, los sobornos y la implicación de las autoridades en los robos son materia común. Por otro lado, este servicio de policía está compuesto inicialmente por sudaneses, ante el recelo de las autoridades a emplear nativos para esta función, por lo que cabe preguntarse si sus miembros estaban realmente comprometidos con esta responsabilidad o si por el contrario la veían como un trabajo en tierra extranjera para defender intereses igualmente extranjeros.

Demos por terminada la segunda fase, no sin algún que otro inconveniente, e iniciemos una nueva etapa. Ya estamos organizados, ya contamos con las herramientas propicias, hemos organizado la logística, tenemos el ánimo suficiente y un plan previo, ¿qué haremos una vez la recompensa se halle en nuestras manos?

Como se ha comentado con anterioridad, lo usual era efectuar un reparto equitativo. Esto da a entender que concluida la misión con éxito, cada uno de los componentes hacía uso del fruto de su trabajo según sus preferencias. Varios papiros cuentan que numerosos ladrones fueron detenidos por hacer ostentación de una riqueza repentina que no eran capaces de justificar convincentemente, habiendo utilizado el botín para la adquisición de tierras, ganado, ropas, etc.

Esclarecedor en este sentido es el papiro 10053 del Museo Británico:

«Fuimos otra vez a las jambas de la puerta… y quitamos 5 kite de oro. Con él compramos grano en Tebas y nos lo repartimos… Al cabo de unos días, Peminu, nuestro superior, discutió con nosotros y nos dijo: No me habéis dado nada. Así que volvimos a ir a las jambas de la puerta. Y arrancamos 5 kite de oro, lo cambiamos por un buey y se lo entregamos a Peminu».

Una tercera aplicación del producto del hurto nos la muestra el papiro 10052 del citado museo cuando nos dice que Ajenmenu, el supervisor de los campos del templo de Amón entrega «1 deben de plata y 5 kite de oro a cambio de tierras».

Sin embargo parece una explicación demasiado simplista. Podemos llegar a suponer que las piezas sustraídas eran sometidas a un proceso de transformación, fundiendo los metales, desengarzando las piedras preciosas y, en definitiva, cambiando su apariencia para borrar la pista que permitiera su seguimiento.

En cualquier caso, la industria del robo alcanzó un elevado grado de refinamiento y organización. La aparición de la figura del intermediario es un síntoma inequívoco de ello y una vez más los papiros conservados en el Museo Británico, verdadero depósito de material documental, ofrecen la respuesta cuando el número 10068 nos informa acerca de una lista de oro y plata «recuperados de los obreros ladrones de la Necrópolis, de quienes se descubrió que los habían entregado a los tratantes de cada establecimiento». Guardando para sí una comisión previamente pactada, de la que no podemos dudar que sería cuantiosa, el tratante, mediante una operación de trueque, transforma los frutos del saqueo en artículos de consumo.

Barry J. Kemp, en su libro «El Antiguo Egipto. Anatomía de una civilización» nos ofrece un dato muy interesante: frecuentes cambios en el valor de los metales a finales del Imperio Nuevo, probablemente a causa del aumento de circulación de la plata motivado por los frecuentes robos cometidos en las tumbas reales. Este hecho habría actuado como regulador de la economía, haciendo descender el nivel de inflación y, por tanto, favoreciendo la bajada de los precios de los artículos de primera necesidad, tales como los cereales.

Sea como fuere, habría más caminos para dar salida a las piezas robadas y probablemente un porcentaje de las mismas acabaron más allá de las fronteras egipcias, incluso aceptando un precio muy inferior al que les correspondería, dándolo por bueno con tal de obtener beneficios rápidos, sin preguntas indiscretas y mandando tan lejos como las rutas conocidas lo permitiesen un material que de permanecer en suelo egipcio sería altamente comprometedor.

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