Tutankamón: ciencia y leyenda
Por Alejando Cremata y Vivian Sánchez
24 mayo, 2010
Modificación: 10 junio, 2020
Visitas: 114.885

Desentrañando la maldición

Los últimos años han sido un remedio para levantar el velo de un mito que ha recorrido al mundo: los secretos alrededor de la tumba del joven rey. Más de 3000 años nos separan de su muerte y su supuesto maleficio ya está por cumplir casi 9 décadas.

Sin embargo, todavía se publican datos para mantener vivo la supuesta maldición. En el año 2006 al trasladar su momia hasta Luxor para ser tomografiada, una intensa tormenta de arena y lluvia despertó nuevamente la leyenda. Entre los presentes se susurró “Esa es la maldición de Tutankamón”.

Al ocurrir el fallecimiento del mecenas Carvarnon, en el año 1923 la prensa mostró el titular “La maldición del faraón cae sobre el profanador de su tumba”.

Foto 32 - Lord Carnarvon, mecenas de Carter

Foto 32 – Lord Carnarvon, mecenas de Carter

La escritora Marie Corelli se sumó y publicó un trabajo en el rotativo The Times, en el cual aseguraba la existencia de un mensaje inscrito en la tumba que anunciaba la maldición, del cual no existen evidencias. Sin embargo, otros reportes indicaron que el benefactor de Carter murió a consecuencia de la picadura de un insecto.

El tiempo ha sido el mejor testigo de las apócrifas leyendas pero afortunadamente también ha sido espectador de teorías más reales y sensatas.

Los defensores de la ciencia han ido a la búsqueda de causas objetivas: venenos o microorganismos presentes en el interior del mausoleo, porque podría preguntarse ¿Cómo es posible que el jefe de la expedición, el arqueólogo Carter falleciera 17 años después de su descubrimiento, así como otros colaboradores del hallazgo dentro de los cuales se pueden mencionar a Allan H. Gardiner y la hija de Carvanon, que ambos murieron ancianos?

Ante la hipótesis de los venenos han existido algunas investigaciones dirigidas a encontrar sustancias letales empleadas por los sacerdotes del antiguo Egipto como la nombrada cebolla tóxica procedente del Haemanthus toxicarius, reconocida como paralizante de las vías respiratorias y con efectos neurotóxicos. O también la de otros compuestos procedentes de escorpiones y serpientes que producen daños del sistema nervioso central y conservan sus efectos durante años. Sin embargo hasta hoy no se han encontrado ninguno de ellos en la tumba de Tutankamón.

Los ácaros microscópicos también han sido valorados como verdugos de los arqueólogos o personas vinculadas con la maldición. Ellos se desarrollan en momias desecadas y se consideran “la octava escuadra de la muerte” pues desfilan tras los dípteros, coleópteros, lepidópteros y demás insectos de las otras siete escuadras.

Foto 33 - Sarcoptes scabiee, agente reconocido como “La octava escuadra de la muerte”

Foto 33 – Sarcoptes scabiee, agente reconocido como “La octava escuadra de la muerte”

La histoplasmosis también figuró en la lista de culpables de los decesos de expedicionarios de Carter y de otras personas relacionadas con la tumba del joven faraón, pero tampoco se han hallado evidencias que permitan comprobar su presencia en las famosas catacumbas.

Una de las tesis más aceptadas, divulgada desde 1962, y que quizás pudiera demostrarse en el futuro, es la existencia en el cerrado mausoleo de hongos como el Aspergillus niger u otras especies microbianas incluso de este mismo género.

Foto 34 - Aspergillus niger: uno de los posibles culpables

Foto 34 – Aspergillus niger: uno de los posibles culpables

Estudios recientes de antiguas tumbas egipcias mostraron la existencia de bacterias patógenas de los géneros Staphylococcus y Pseudomonas, así como cepas de los hongos Aspergillus niger y A. flavus.
También en trabajos realizados con la momia de Ramsés II que intentaban frenar su enorme deterioro se encontró Aspergillus, al analizar su sarcófago, las vendas de su momia y el cuerpo. Especialistas en enfermedades pulmonares revelaron que los padecimientos respiratorios de naturaleza alérgica tenían mucha similitud con el patrón de síntomas que aquejaron a muchos de los que participaron en la excavación de 1922. Además recordaron que en los apuntes de Carter se describía la existencia de moho en paredes y materiales orgánicos encontrados en la tumba de Tut.

En 1962 el biólogo Ezz Eldin detectó en numerosos arqueólogos la presencia de este hongo, que tiene como lugares predilectos para vivir, los sepulcros cerrados y las momias y además provoca fiebre e inflamación de las vías respiratorias, sintomatologías sufridas por Carvarnon y otros del listado que se vincula con la maldición.

Un elemento que apuntala esta hipótesis es que los miles de obreros que laboraron en el hallazgo de la tumba no se reportan dentro de los enfermos ni fallecidos, pero tampoco entraron a los preciados recintos del faraón para evitar su acceso a los incalculables tesoros. Pudiera pensarse que la apertura del mausoleo y la entrada de aire a los recintos favorecieron la liberación de las miles de esporas típicas de este hongo y que su inhalación fuera el motivo de las patologías que aquejaran a las personas que murieron tras el descubrimiento de la tumba de Tut.

Otro dato que también apoya esta hipótesis es la muerte en 1973 de 12 de los 14 científicos que abrieron la tumba del rey polaco Casimiro III enterrado en la cripta del castillo de Wawel. Se ha valorado que el culpable pudo haber sido el Aspergillus flavus, otra especie del género encontrada en el fémur del monarca.

Sería muy útil que las técnicas actuales dirigieran su timón a comprobar esta tesis que desmoronaría de forma definitiva la leyenda.

Es importante agregar que los maleficios de las momias no nacieron con Tutankamón, son anteriores al hallazgo de su sepulcro. La literatura y el teatro se anticiparon a las leyendas vinculadas con el joven Tut, y por supuesto al descubrimiento de su tumba.

Una centuria antes del hallazgo de Carter, en 1822, se estrenó la obra teatral “La Momia”, del escritor inglés Jane Loudon Webb. En 1845 Edgar Allan Poe publicó “Conversación con una momia”. Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, publicó en 1869 “Perdido en la pirámide” o “La Maldición de la Momia”. Tanto Arthur Conan Doyle como Bram Stoker abordaron en sus novelas el tema de las momias. Unos años antes del descubrimiento de la tumba de Tut, en 1903, Stoker sacaría a la luz “La joya de las siete estrellas” tema seleccionado para realizar la primera versión de la cinta “La momia”, protagonizada por Boris Karloff y estrenada en 1932. Todas esas fantasías viajaban con anterioridad en la imaginación de escritores, artistas y realizadores, ¿Por qué imputar la primicia de los mitos de momias a Tutankamón y su civilización?

Foto 35 - La expedición de Carter en el umbral de su hallazgo: la tumba de Tut

Foto 35 – La expedición de Carter en el umbral de su hallazgo: la tumba de Tut

 

Foto 36 - Tutankamón continúa siendo historia en el siglo XXI

Foto 36 – Tutankamón continúa siendo historia en el siglo XXI

¿Por qué buscar la expectación solo en la leyenda? La cultura egipcia dejó una maravillosa obra para la posteridad, digna de elogiar y recordar. Su desarrollo tan temprano en la historia, sus avances y logros son más que suficientes para estimular el deseo de estudiarla y llegar a conocerla.

Foto 37 - La cultura egipcia: historia del ayer para el mañana

Foto 37 – La cultura egipcia: historia del ayer para el mañana

Es la ciencia contemporánea la encargada de desentrañar lo ignorado hasta hoy, así como todos los males que los aquejaron y traerlos al laboratorio del presente. En ellos pueden encontrarse argumentos y soluciones para el futuro. Le corresponde a los avances científicos sacar de la cultura egipcia sus enseñanzas, su sapiencia, su vida, y ponerlos a pesar del tiempo transcurrido, al servicio de la humanidad.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

Whatsapp
Telegram