Epílogo
Llegados a este punto nos resta decir que el presente trabajo no es, ni muchísimo menos exhaustivo. No pretende otra cosa que, como el resto de los salidos del autor, divulgar a nivel universitario un mundo histórico, el egipcio, del que a fuerza de vulgarizaciones excesivas, a nivel universitario sólo se conoce -excepto contados ejemplos- la parte romántico-literaria, pero no científica, del Egipto faraónico. Prueba de ello son la multitud de «Historias de Egipto» que se publican en todos los idiomas al cabo del año para el pasto devorador de los lectores poco preocupados por la ciencia histórica y que acaban teniendo una estereotipada imagen, lejana de la realidad, del Egipto faraónico. Sólo interesan las anécdotas sobre los descubrimientos de tumbas, las peripecias de sus descubridores y la estereotipada visión pseudohistórica del «Egipto milenario». Lo «otro», lo científico es demasiado arduo para adentrarse en él, sobre todo si, como en el caso de Egipto, tropezamos en demasiadas ocasiones con una carencia amplia de documentación y cuando ésta existe, gran parte aún no está debidamente estudiada y traducida.
Sin embargo, ciertamente, gracias a esa vulgarización el común de las gentes de mediana cultura «conoce algo» sobre el Egipto faraónico. Es menester, pues, divulgar a nivel universitario, con un mínimo de rigor histórico, algunos aspectos -los más llamativos, y menos áridos, si se quiere- de esa cultura que, a pesar de los esfuerzos de algunos historiadores por negarlo, ha influido bastamente sobre la posterior cultura griega y después romana, hasta erigirse en norte cultural de nuestras ideas religiosas, arquitectónicas, jurídicas y sociales, impregnadas de mitos, símbolos y creaciones egipcias. La iconografía religiosa católica, por ejemplo, no puede evadirse de modelos egipcios: Isis con Horus niño en brazos o amamantándolo es María con el niño Jesús. Cristo, muy probablemente, bebió en fuentes captas y en la magia greca-egipcia, aunque hacía años que era una provincia romana.