Vida y obra de Jacques de Morgan, el descubridor de la Prehistoria de Egipto
Por Jorge Roberto Ogdon
7 junio, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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La tumba regia más antigua de Egipto

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La tumba real de Nagada, según Jacques de Morgan, 1897

El yacimiento de Nagada había permanecido intocado hasta entonces, y aunque en 1895 Sir Flinders Petrie ya había obtenido permiso del Service – esto es, de Jacques de Morgan mismo – para excavar allí, no lo hizo en ese sitio sino en los cementerios de Tukh y Ballas. Trabajando con J. Quibell, el inglés publicó un libro al que, malhadadamente, tituló “Naqada and Ballas”, cuando, en realidad, ni había removido una piedra del sitio de marras; un título del que De Morgan hizo críticas feroces por “no haber sido felizmente elegido”.Y, para colmo de males, el arqueólogo británico extravió sus cuadernos de notas de sus faenas, lo que ha vuelto muy desgraciado a ese libro. En consecuencia, Nagada permanecía sin hollar y guardando todos sus secretos bajo las arenas del desierto. Jacques invitó al alemán Wiedemann y a su esposa para que fueran sus asistentes y se abocó a la excavación en el sitio genuino.

Llegado al lugar, De Morgan consideró oportuno atacar el montículo del que los modernos habitantes extraían sebaj – desechos que son un excelente fertilizante para los cultivos -, el que sólo había sido parcialmente removido en el pasado. Allí logró despejar una estructura de características inéditas, que asombró tanto al descubridor como a sus colegas, pero que pronto contaría con monumentos similares para compararlo, gracias a las tareas de É. Amelineau y el propio Sir Flinders Petrie en Umm el Gaab (Abidos). La tumba regia de Nagada fue la primera conocida de un tipo arquitectónico ahora sólo reconocido para las dos primeras dinastías egipcias (Período Arcaico o Tinita): su superestructura rectangular presenta una serie de batientes entrantes y salientes, que se conoce como “fachada de palacio”, aunque aún no se esté seguro sobre si realmente representaba a la vivienda oficial del faraón, o a sus verdaderas tumbas soberanas y cuyos más magnificentes exponentes descubriría en los ’50 el arqueólogo británico Walter B. Emery, en Saqqara, el cementerio áulico de Menfis.

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Etiquetas inscriptas halladas por De Morgan en Nagada

Ya en su tiempo, De Morgan intuyó la gran antigüedad y la naturaleza regia del monumento, y llamó la atención al estado de conservación de la mampostería, que revelaba haber sido sometida a incendios de alta intensidad. Paralelamente, en Abidos, Amélineau había ya encontrado similares huellas, luego corroboradas por Sir Flinders Petrie, y tamboén fueron halladas por Emery, en Saqqara, años más tarde. Obviamente, la primera explicación que se esgrimió fue que las tumbas arcaicas habían sido quemadas en tiempos de los coptos, como parte de su destrucción iconoclasta, lo que estaba en contra de las posturas sostenidas por el propio Jacques y el matrimonio Wiedemann, quienes afirmaron que los hechos no pudieron ser posteriores al Reino Nuevo. El tema ha sido discutido hasta tiempos recientes, aduciéndose que los incendios fueron provocados durante las luchas intestinas del Primer Período Intermedio, o que fueron realizados en alguna otra época tumultuosa. Sin embargo, el subsiguiente hallazgo de más de treinta mil vasijas pétreas y cerámicas en las galerías subterráneas de la Pirámide Escalonada de Dyoser, en Saqqara Norte, han confirmado un hito cronológico que debe ubicarse en la Segunda Dinastía, cuando Egipto padeció las consecuencias de su primera gran revolución religiosa bajo los gobiernos de los seguidores de Set.

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Tablilla de madera de Hor-Aha hallada en Nagada

Tal como lo hizo en otras ocasiones, Sir Flinders Petrie terminó plegándose a las opiniones de De Morgan, primero acerca de que los enterramientos de Abidos y Nagada debían considerarse los más antiguos del Período Tinita de Manetón, y, segundo, de que fueron saqueados no más tarde que el Reino Nuevo. Inmediatamente editada la secuela de sus “Recherches sur les origines de l’Égypte. Ethnographie préhostorique et le Tombeau Royale de Nagadah”, en 1897, surgió un nuevo y ardoroso debate a raíz de las opiniones de Jacques, que fueron apoyadas vehementemente por Wiedemann. Según este investigador alemán, los restos humanos exhumados en Nagada pertenecían a una “raza mixta”, formada de elementos africanos – propiamente, libios – y, otros, de origen asiático – afines a los babilonios -, quienes debían proceder de Arabia y que habrían penetrado en Egipto por el Alto Egipto. De cierta manera, esta idea sustentaba la teoría de Sir Flinders Petrie sobre la “Nueva Raza” (New Race), quien la había emitido casi simultáneamente. En un apéndice del nuevo libro, el francés Gustave Jéquier opinaba favorablemente sobre la nueva teoría, aduciendo semejanzas culturales y materiales entre las civilizaciones mesopotámica y egipcia, como ser la vajilla de piedra dura, y los cilindro-sellos con nombres reales o representaciones zoomorfas, entre otras. Actualmente, la hipótesis del origen asiático, y, más propiamente, mesopotámica de la civilización faraónica está descartada, y es contraria a la evidencia disponible, pero eso es otra cuestión. Agreguemos a la aportación de haber develado toda una época ignota de la historia egipcia, el hecho de que los trabajos sobre los cuerpos que efectuó el Dr. Fouquet permitieron descubrir que los antiguos egipcios ya habían sufrido las enfermedades de la tuberculosis y la sífilis.

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