Vida y obra de Jacques de Morgan, el descubridor de la Prehistoria de Egipto
Por Jorge Roberto Ogdon
7 junio, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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Del Nilo a Persia, de nuevo

Tal fue la repercusión de sus hallazgos y la reputación de su desempeño al frente del Service, que, en ese mismo año de 1897, De Morgan se encontraría abandonando su puesto de Director y trasladándose a Irán, como Miembro de la Delegación Francesa, lo que suponía el reconocimiento político y cultural más ambicionado en Francia. El mismo Jacques fue el primero en sorprenderse de ello, y, sin duda, debe haber sentido dejar un cargo y un país tan promisorios; pero sabía lo que esta nuevo destino significaba desde todos los puntos de vista, por lo que no titubeó en trasladarse a los paisajes de la antigua Persia,  en donde le esperaban nuevos triunfos. No dudó un momento al elegir a sus acompañantes entre sus colegas de entonces: Jéquier, Lampre, Scheil, Gautier, y hasta su propio hermano, Henri, gracias a lo cual todos ellos siguieron sus fructíferas carreras profesionales.

No todo fue un lecho de rosas después de llegar a Irán. La República Francesa se encontraba interesada en retener a ese país bajo su égida, como una compensación por la pérdida de Egipto, luego de la aventura napoleónica, a manos de los ingleses. En verdad, la delegación tenía un propósito definido y claro, aunque secreto: su fin era “estudiar desde todos los puntos de vista científicos el suelo del Irán, su flora, su fauna, sus habitantes y su historia (…) (*)

(*) En Mémories de la Délégation en Perse, I (París, 1900), p. iv.

En una palabra, compilar la información necesaria para estudiar en detalle los recursos naturales, humanos y culturales del país, al cual consideraban una futura tentación para el apetito imperialista británico. El gobierno francés consiguió firmar un tratado con los gobernantes iraníes, y el 21 de julio de 1897 se promulgó una ley que creaba la Délégation en Perse, bajo la dirección del Ministerio de Instrucción Pública y de Bellas Artes: el camuflaje perfecto, tanto, que ni siquiera los propios científicos que componían la delegación sabían acerca de los verdaderos fines de la expedición.

Sin un dejo de melancolía por abandonar Egipto, De Morgan se dedicó con ahínco a seguir las tareas de arqueología en la ciudad de Susa, iniciadas por Dieulafoy, el descubridor de las ruinas del palacio de Darío I.  Sus lecturas previas ya le habían convencido de que el mejor lugar para comenzar sus labores de campo se ubicaba en la zona del Elam antiguo, la Susiana, aledaña al río Tigris, y cuya capital era la ciudad de Ahushan o Susa, una región de gran fertilidad. Susa está sita casi en la frontera con Turquía, lo que le daba una enorme importancia geopolítica, por lo que, en esa época, no era muy fácil acceder o permanecer en ella; tal como lo dice el mismo Jacques:

[Hay bandoleros] grandemente peligrosos y bien armados, que durante todo el primer invierno nos obligaron a mantenernos en una defensiva fuertemente incómoda para nuestras tareas. La situación siguió siendo mala hasta el día en que, habiendo construido un recinto fortificado, pude poner a resguardo de un asalto nuestro material, el producto de nuestras excavaciones y nuestras propias personas. (*)

(*) Id., op.cit., I, p. v.

Luego, protegido por una escolta del ejército iraní, Jacques pudo ocuparse de registrar zonas hasta entonces inexploradas, como los yacimientos de obsidiana al pie del monte Alagheuz, que fueron explotados durante las épocas del cobre y del bronce. Pero la importancia de Susa ensombrecía cualquier otra tarea que tuviera in mente.

La ciudad había sido la sede de los elamitas, antiguos rivales de los sumerios, quienes predominaron en Mesopotamia hasta bien entrado el tercer milenio a. de J.C. El vigor de las excavaciones de la delegación a su cargo culminaron con revolucionarios e inesperados resultados, como ya habia ocurrido en Egipto. El primero fue que Susa no era una “ciudad llana”, sino una superposición de urbanizaciones, al estilo de la Troya de Schliemann, y eso significaba la yuxtaposición en el tiempo de varias culturas, que se fueron sucediendo hasta el mismísimo fin de la ciudad. Dotado de la experiencia requerida, De Morgan hechó mano a la estratigrafía, mandando cavar la que todavía hoy en día se conoce con el nombre de la “Trinchera Morgan”, de 80 mts de largo y 35 mts de profundidad, que aún puede verse en el terreno. De allí obtuvo la cronología del asentamiento, imponiendo una técnica que recién entonces empezaba a cobrar adeptos.

Para fines de 1908, la delegación francesa había explorado unos mil metros cuadrados de la “primera ciudad”, y setecientos cincuenta de la necrópolis, descubriendo la existencia de diez fases o niveles cronológicos, que abarcaban desde la diminuta villa prehistórica originaria, pasando por las eras de Naram-Sin, Hammurabi, los períodos anzanita, aqueménida, seléucida, parto y sasánida, hasta la época árabe. Para esa fecha, también, habían despejado no menos de dos mil tumbas en el primer nivel urbano, y obtenido un rico ajuar funerario procedente de muchas de ellas. Estos hallazgos, en general, llevaron a De Morgan a conducir sus indagaciones a las fronteras persas con Rusia, internándose en el entonces llamado Lenkorán o Talyke ruso, pero tuvo que esperar hasta 1912 para arribar al valle de Araxe. Sin embargo, las tropas del gobierno que reprimían la revuelta contra el Zar, y el estado convulsionado que ello implicaba, le impidieron la realización de sus propósitos.

La vida de Jacques se estaba tornando intolerable. El ajetreo vaivén de ser arqueólogo y diplomático al mismo tiempo, le estaba derrumbando como ser humano. Todas estas responsabilidades y exigencias le pedían a gritos que abandonase las faenas de campo. Y, en especial, habían comenzado los tan temidos problemas con la burocracia francesa. Algunos personajes, ya por excesivo celo en sus funciones, ya por mera envidia, empezaron a protestar por el modo en que De Morgan llevaba adelante los gastos anuales de la delegación, que ya había ascendido, entonces, a la considerable suma de 130.000 francos, que estaban a la discreción de Jacques desde el día en que asumiera la dirección de la delegación, y, para colmo de males, no existía ninguna reglamentación sobre ellos. El ministro Rambaud, quien le había elegido para el cargo, había renunciado y había sido continuado por una administración poco inclinada a graciosas libertades, apoyándose en una contaduría siempre bien dispuesta a recortar los gastos considerados “onerosos” y, hasta cierto punto, “injustificados”. En 1904. el Consejo de Estado requirió a De Morgan que presentara, en un plazo perentorio, los documentos que avalaban sus estipendios, a lo que él no pudo responder a satisfacción de sus superiores, por el simple hecho de que tales comprobantes nunca habían existido.

Como suele ocurrir en la vida, los males vienen todos juntos, y Jacques se encontró enfrentando a los funcionarios del ministerio a causa de discrepancias con otros miembros de la delegación, lo que fue oportunamente aprovechado por los contadores para ejercer mayores presiones. Justo entonces, Jean-Jaurés, director del diario socialista “L’Humanité” vino a enterarse de todo el asunto, y, viendo en él una noticia de prensa amarilla, se ocupó de publicar una serie de notas capciosas, que en nada ayudaron a De Morgan, sino que, por el contrario, contribuyeron a hundirlo aún más.

A causa de esas falaces noticias, el 13 de diciembre de 1908, el diputado Alexandre Blanc interpeló al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Gastón Doumergue. Si bien en su discurso dejó a salvo el honor de De Morgan, afirmó bien claramente que los procedimientos eran “intolerables”. El propio Georges Clemenceau, derrocador de ministros, salió a defender a Jacques, pero ya se tenía lo que se necesitaba para deshacerse de él. El ministro Doumergue, que, sin embargo, albergaba respetuosos sentimientos por De Morgan, consiguió, a pesar de la estricta supervisión del Tesoro, costearle un par de misiones en Sicilia y Túnez, y una tercera a Talycge, pero Jacques renunció en 1912.

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