Vida y obra de Jacques de Morgan, el descubridor de la Prehistoria de Egipto
Por Jorge Roberto Ogdon
7 junio, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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Nuevos aires en el Servicio de Antigüedades de Egipto

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Esfinge de Amenemhat II hallada por De Morgan

La designación de Jacques De Morgan como Director General del (entonces denominado) Service des Antiquités de l’Égypte, fundado por Auguste Mariette en 1860, fue una de las más acertadas decisiones del ministerio francés. Hasta entonces el Service había estado a cargo de un compatriota suyo, M. Grebaut, cuyo desempeño no fue nada descollante. Dirigir la institución era una doble tarea, a la vez cultural y política, pues la misma implicaba dotes de orden científica y diplomática al mismo tiempo, cosa que Grebaut no tenía en ninguno de los dos casos. Debemos notar, en este sentido, que los descubrimientos durante su mandato fueron más gracias a la labor de la policía egipcia, que a su propia gestión. Y, en lo que hace a la política, ésta fue tan irrelevante que no hay hechos significativos que puedan ser considerados por el beneficio de Francia. La situación daría un vuelco completo con la llegada de De Morgan: su vasta experiencia en el campo arqueológico y sus antecedentes en la investigación rigurosa, agregadas a sus capacidades empresariales y mundanas, adquiridas durante sus viajes a tierras extrañas, le permitieron adaptarse a las exigencias de su nuevo puesto sin problema alguno. Y este era un cargo muy ambicionado por los orientalistas franceses, como bien sabía.

De Morgan tomó las riendas en un momento en que la burocracia hacía hincapié en las actividades relativas a los descubrimientos arqueológicos, más que en la protección y restauración de los monumentos excavados: la avidez por los hallazgos espectaculares para el avance de la Egiptología no había decaído en nada desde los tiempos de Napoleón Bonaparte. Por el contrario, y gracias a su don de gentes, Jacques halló el tiempo y los recursos para que tales tipos de labores fueran puestas al mismo nivel de importancia, y fue con él que comenzaron las primeras tareas de restauración y conservación de los objetos acumulados durante años de atesoramiento irresponsable en edificios adecuados. En calidad de lo que ahora se llamaría un “museólogo”, organizó completamente el Museo de Guiza, heredero del Museo de Bulaq, fundado por Auguste Mariette, y antecesor del actual Museo Egipcio de El Cairo; y creó también el Museo de Alejandría, como una de sus primeras medidas. Y para que a nadie le cupiera ninguna duda de su tenacidad y espíritu emprendedor, entre 1891 y 1892 se abocó, con total éxito, a desenterrar y consolidar el templo ptolemaico de Kom Ombos, consagrado a Horus y Sobek, y ubicado a 40 kms de Asuán, sobre un recodo del Nilo, que las arenas del desierto cubrían casi por completo. Debemos recordar que, por esos tiempos, llegar a Kom Ombos y efectuar esa tarea de despeje era una hazaña de titanes. La localidad se ubica a 840 kms al sur de El Cairo, donde se ubicaba el cuartel general del Service. Los detalles de la empresa fueron registrados en una serie de volúmenes, lamentablemente discontínuos, entitulados “Catalogue des Monuments et Inscriptions de l’Égypte antique”, que fueron publicados entre 1894 y 1902. Esta obra contó con colaboraciones de insignes egiptólogos franceses como B. Bouriant, G. Jéquier y G. Legrain, quienes le asistieron en la catolagación de los monumentos existentes entre Kom Ombos y la frontera meridional de Egipto.

En 1895, sus inquietudes de investigador le condujeron al sitio de Dahshur, en donde, si bien no pudo ubicar la pirámide del rey Snofru, que algunos sepulcros contemporáneos a él indicaban como cercana a ellos, logró uno de los descubrimientos más importantes de su época: la tumba del rey Autibra Hor I, que contenía su espectacular estatua del ka y su ataúd recubierto con láminas de oro puro, al igual que cinco entierros de princesas, cuyos tesoros, en palabras del descubridor, constituían un grupo de atractivos collares, brazaletes, anillos, espejos, pectorales, perlas, pendientes, alhajas de todas clases (…) casi todas hechas de oro, a menudo incrustadas de piedras preciosas; otros son de amatistas, cornalinas, lapislázuli, turquesa, tallado en forma de escarabajos, de perlas, de pendientes, y a menudo realizadas en oro (…), el trabajo de esas alhajas es exquisito por su forma, su precisión y, sobre todo, por la composición de los motivos. Las inscripciones y cincelados son particularmente bellos. Todo su conjunto denota una civilización extremadamente avanzada, aún más desarrollada de lo que es posible suponer por lo que conocemos de la XII dinastía. (*)

(*) En Fouilles a Dahchour (París, 1895).

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De Morgan, en Dahshur, descubre la tumba del rey Autibra Hor I

El ajuar de las princesas alcanzaba a los 30 kgs de oro, sin contar la pedrería semipreciosa, y los tesoros de las llamadas Si-Hathor-Iunet, Mereret y Jnumet, fueron el conjunto más rico de joyería egipcia que se conoció hasta el descubrimiento de la tumba del rey Tutanjamon ´por Howard Carter, en 1922.

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Ataúd del rey Autibra Hor I, hallado por De Morgan

El entusiasmo de Jacques queda bien justificado, pero la continuación de las excavaciones reveló prontamente que nada más podía esperarse encontrar en la zona, que fue saqueada en tiempos remotos. Lo único interesante que halló allí fue unas caricaturas burlescas dejadas por los ladrones de tumbas para mofarse de sus tardíos seguidores.

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Corona floral de la princesa Jnumet

 

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 Collar de los Halcones de la princesa Jnumet

 

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 Tiara de las Liras de la pincesa Jnumet

Al año siguiente, Jacques presentó una ponencia en el décimo Congreso Internacional de Orientalistas realizado en Ginebra, en donde exponía con apoyatura científica sus nuevas revelaciones de Dahshur y mostraba, por vez primera, evidencias sobre la existencia del Período Paleolítico egipcio, lo que, hasta entonces, era negado por los especialistas. Este adelanto en el conocimiento del pasado más remoto del Nilo produjo una gran conmoción en la visión que prevalecía entonces entre los estudiosos, incluyendo al célebre arqueólogo inglés Sir Williams Flinders Petrie, considerado el Padre de la Arqueología egipcia. Para sustentar de modo irrefutable su demostración que antes de los faraones Egipto había conocido una verdadera Prehistoria, Jacques, acompañado por su hermano Henri, excavó localidades alejadas de los yacimientos principales, y, por eso mismo, en un estado de conservación idóneo para un arqueólogo en busca de testimonios.

Con su formación de geólogo, De Morgan se ocupó de apuntar datos importantes para el conocimiento de las condiciones de formación geomórfica, variaciones climáticas y otras cuestiones atinentes a la geografía general de Egipto, en la antigüedad y en tiempos recientes. Sus observaciones se extendieron al campo de la Etnografía, como cuando relataba que cada aldea era un mundo especial, cada valle un universo, en donde la Vida se ha desarrollado, en donde el Hombre ha sentido impresiones locales bien particulares, y, aún en los tiempos modernos, aunque todas las aldeas egipcias presenten el mismo estado y aspecto, aunque el fellah parezca ser el mismo desde Asuán a El Cairo y de El Cairo a Damietta, cada localidad posee sus características propias y únicas.

Para el que sabe ver, para el que observa a la gente y a las cosas, las diferencias son considerables. Escuchad a un fellah de Silsileh: no hablará como un paisano de Qeneh, de Farchout o de Ajmim. Hablad con un pescador del lago Menzaleh: es absolutamente extraño a los usos y a los gustos de un habitante de Tanta o de Siut. (*)

(*) En Recherches sur les origines de l’Égypte. L’age de la pierre et les métaux (París, 1896), prefacio, pp. vii-viii.

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Cámara funeraria de la princesa Jnumet en Dahshur

 

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Pectoral de la princesa Mereret

 

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Pectoral de la princesa Mereret

 

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Gargantilla y brazalete de la princesa Mereret

Para De Morgan, estas diferencias se debían a las condiciones geográficas en las que se asentado las distintas comunidades humanas, ya en tiempos lejanos, más allá del umbral de la Historia. No dudaba en que tales rasgos distintivos debieron haber sido mucho más fuertes cuanto más atrás se remontaba en esa nueva dimensión de la Prehistoria. Reconocía, a su vez, el hilo unificador que, desde Heródoto en más, todo historiador ha reconocido en el gran río Nilo, del que dijo:

Pues en Egipto el agua es la misma en todas partes: es el Nilo el que la da; la tierra no varía en calidad. El río distribuye a los hombrescon una justicia absoluta; la arena del desierto se parece tanto a sí misma por toda la extensión de las inmensidades que colma, como la tierra del Egipto al limo del Nilo. (*)

(*) En op.cit., p. viii.

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