Sistema cosmogónico Hermopolitano
Los teólogos de Hermópolis, la capital del nomo XV del Alto Egipto, elaboraron un sistema cosmogónico que se conoce mal, y sólo a través de textos que pertenecen a otros sistemas y que son generalmente tardíos. El dios principal de este nomo era Thot, el dios de la luna, pero Thot no toma parte en la creación del mundo, ni siquiera en la doctrina que observaban sus adoradores. Se decía en Hermópolis que en el principio existió un grupo divino formado por cuatro parejas de genios, los Hehu, que constituían una Ogdóada, un grupo de ocho dioses. Si se tienen en cuenta una serie de textos de origen heliopolitano delante de estos dioses habría que colocar a Atum-Re, e incluso a Shu, puesto que los documentos más antiguos le atribuyen la paternidad de la Ogdóada. Está claro que este sistema cosmogónico está muy relacionado con el helipolitano. Existen igualmente relaciones con otros sistemas, de modo que sólo se puede conocer algo de la doctrina hermopolitana leyéndola entre las líneas de una imponente masa de documentos inspirados en las teologías de Heliópolis, Menfis, Tebas o Crocodilópolis.
La Ogdóada fue indiscutiblemente, desde los orígenes, el elemento característico del panteón de Hermópolis. Su culto es tan antiguo que dio su nombre a la ciudad, llamada en su honor Khemenu, «la ciudad de los ocho». Estos ocho dioses constituían una entidad indisoluble que funcionaba como una divinidad autónoma, porque sus ocho componentes obraban siempre al unísono, jamás individualmente, como ocurre generalmente con la Enéada helipolitana.
La Ogdóada se componía de cuatro parejas divinas formadas por un macho y una hembra. Los machos fueron generalmente representados con cuerpo de hombre y cabeza de rana; las hembras con cuerpo de mujer y cabeza de serpiente. Sin embargo, la iconografía puede presentar diferencias notables cuando la Ogdóada se adapta a otros sistemas o se introduce en un mito que no reconoce su papel de demiurgo (la Ogdóada se compone otras veces de cuatro parejas de monos cinéfalos).
También pueden cambiar los nombres de sus miembros, pero cada pareja recibe siempre un nombre masculino y su correspondiente forma femenina, nombres que traducen los diferentes aspectos del abismo inicial. Nun y su compañera Naunet son el Caos, el agua primordial. Heh y Hehet encarnan una noción imprecisa que pudiera ser el Extravío de las aguas que buscan una meta cuando recubren la tierra. También podría tratarse del Infinito espacial o temporal. Kek y Keket son las tinieblas. Amón y Amaunet son los Escondidos, lo Desconocido. Otros textos ignoran a Amón y a Amaunet, y nombran en su lugar a Niau y a Niaunet, las personificaciones del Vacío. Todas estas nociones son negativas e indican bien la naturaleza incoherente del Caos. Los egiptólogos han señalado el paralelismo estrecho que existe entre los términos egipcios y aquellos utilizados en el Génesis para describir la creación.
Los Textos de los Sarcófagos influenciados por la tradición heliopolitana, consideraban a los miembros de la Ogdóada como a una emanación del demiurgo solar, mientras que la estricta doctrina hermopolitana no admitía a Re por demiurgo, sino que afirmaba, al contrario, que sus ocho dioses locales eran los creadores de la luz, los padres y las madres de Re. Una isla había surgido en Hermópolis entre las aguas del abismo primordial, y en esta isla, llamada de los Dos Cuchillos, los dioses ranas y las diosas serpientes habían depositado un huevo que al romperse dio nacimiento al sol, el creador y organizador de nuestro mundo.
Los hermopolitanos no tenían una idea muy clara del origen de este huevo y sus explicaciones revelan la influencia de otros sistemas teológicos, particularmente el tebano. Los textos religiosos más antiguos no están ni siquiera de acuerdo en atribuir la postura del huevo cósmico a un ave determinada. A veces el ave parece ser un ganso, y otras un halcón; y el Libro de los Muertos parece a veces referirse al huevo de un pájaro macho. Al final no se sabe quién es el demiurgo no nombrado que se oculta en la cáscara del huevo cósmico. Quizás se trate de Shu, el dios del aire «que separa la tierra del cielo», y la cáscara del huevo primordial habría sido el receptáculo del soplo de la vida universal. Esta sería al menos una explicación evidente para los egipcios, ya que «cáscara» (suhet) y «soplo de aire» (suh) eran, en su lengua, palabras prácticamente homónimas y que derivaban de la misma raíz.
Según el sistema helipolitano Shu era la primera criatura del demiurgo, y a su vez, el creador de los dioses que componen la Enéada. Del mismo modo, la fórmula 76 de los Textos de los Sarcófagos proclama a Shu padre de los dioses y, concretamente, de la Ogdóada hermopolitana. Pero los mismos Textos afirman una doctrina diferente cuando identifican a Shu con el huevo cósmico (fórmula 223), el huevo que los ocho miembros de la Ogdóada habían depositado en la colina de Hermópolis. Lo que quiere decir que los miembros de la Ogdóada eran los padres, y no los hijos de Shu.
Los sacerdotes no supieron evitar tales contradicciones cuando intentaron integrar el mito de Hermópolis en el conjunto de los mitos cosmogónicos. Y la confusión sería cada vez más grande con el correr del tiempo; un texto ptolemaico dirá que Ptah, un dios de la tierra, creó el huevo del que salió el Caos (el Nun), y de este huevo vinieron a la existencia los dioses de la Ogdóada. Otro texto ptolemaico afirma que Re y la humanidad entera salieron del huevo hermopolitano.
Un himno de inspiración tebana dice que en el interior del huevo se encontraba el demiurgo y lo identifica con el dios solar Re y con el dios nacional Amón. Shu, el dios del aire, ha perdido, por consiguiente, su papel de demiurgo. El mito del polluelo que rompe la cáscara del huevo cósmico y alza inmediatamente su vuelo, describe las experiencias de los hombres primitivos que habitaban los pantanos del Nilo y nada es más evocador que el grito estridente del animal divino difundiéndose en el abismo y llamando las cosas a la existencia.