La Religión Egipcia
Por Rosa Mª Bustos Ramos
23 febrero, 1999
Estela en el Museo del Louvre. Archivo documental AE
Modificación: 16 mayo, 2020
Visitas: 42.793

Lo que llamamos religión, que es un sistema complejo de creencias y ritos, constituye en todo pueblo una faceta primordial de su pensamiento y su importancia se ve más claramente en las culturas antiguas del Oriente Próximo. Egipto fue uno de los pueblos más religiosos de la historia, y la religión conforma toda su ideología. Los dioses egipcios duraron más que el estado y en un momento dado invadieron todo el mundo greco-romano, cuando el país hacía muchos años que había perdido su independencia política.

Época Prehistórica y Predinástica

Cuando se empieza a tener noticias inteligibles de la cultura egipcia, que fue a comienzos del tercer milenio a.C., ya encontramos a la mayoría de los dioses con sus cultos. Si queremos retroceder hacia tiempos más antiguos, como la prehistoria, las costumbres funerarias de la época demuestran que los habitantes del Nilo creían en la inmortalidad del alma, y tomaban las medidas necesarias para conservar el cadáver, proporcionándole comida, muebles, y vestidos.

Objetos que acompañaban a los difuntos en los enterramientos predinásticos. Foto: María Pilar Ceresuela

Las necrópolis neolíticas de Merimde y una de las necrópolis de El-Omari estaban situadas entre las cabañas de los poblados y no muy lejos del límite del desierto. Se depositaba el cadáver en posición fetal, las piernas plegadas con las rodillas junto a la barbilla, descansando sobre el costado derecho en Merimde y sobre el izquierdo en El-Omari y en el Alto Egipto. La cara del difunto mira siempre hacia el poblado como si no quisiera separarse definitivamente de su familia y de su hogar. El brazo derecho plegado de tal modo que la mano toca la cabeza y un dedo penetra frecuentemente en la boca, en la posición que reproduce el signo jeroglífico que representa las ideas de hablar. o de comer y beber. Para que no lo faltara sustento, se solían depositar granos de trigo en la mano del cadáver o alrededor de su cabeza. El ajuar funerario era muy modesto: generalmente una esterilla que le servía de lecho y un tosco vaso de tierra cocida.

Enterramiento predinástico con ajuar funerario. Foto: Joan Roca Fusalba. 

Las costumbres funerarias de la época neolítica, o predinástica, eran esencialmente las mismas, pero el ajuar demuestra cada vez más claramente la creencia en la inmortalidad. El cadáver sigue mirando hacia el poblado y junto a los alimentos se colocaban objetos para los afeites y útiles de trabajo. También se acostumbraba a depositar en las tumbas figurillas de mujeres, servidores y animales salvajes y domésticos que proporcionaban comida al difunto, o embarcaciones con sus tripulaciones que le servían en sus viajes.

Las sepulturas ayudan a conocer las actitudes psicológicas con las que el hombre se enfrentaba a la muerte, pero no enseñan nada acerca de la práctica religiosa cotidiana de los vivos, ni del número de la naturaleza o de los nombres de los dioses que adoraban. Para abordar estas materias se necesita recurrir a otras fuentes muy posteriores y a deducciones basadas en el conocimiento de la religión de otros pueblos primitivos. Esto lleva a la obligación de lanzar hipótesis, con la problemática que esto conlleva.

A fines del siglo pasado y principios de éste, los egiptólogos se atrevieron a esbozar varios cuadros de la religión prehistórica egipcia basados en las teorías totemista y fetichista, aplicados al estudio de los pueblos africanos. La visión fetichista de Gustave Jéquier es muy acertada.

La esencia de la religión es la renovación perpetua de la vida, la resurrección que sigue a la muerte. Los hombres encuentran una garantía de esta vida en los fenómenos que le rodean: en el cielo, la tierra o en los animales y las plantas. Una potencia sobrenatural rige todos estos fenómenos y, ofreciéndole un culto, se puede obtener su protección, beneficiarse de su poder e incluso identificarse con ella. Esta es la noción general común a todos los egipcios, el tronco del que parten todas las religiones locales. Pueblos tan primitivos no eran capaces de alcanzar una representación global de un misterio tan complejo; cada cual a su modo se contentaba con examinar una faceta de la potencia suprema. Para algunos se trataba del sol o de la bóveda celeste, para otros de la tierra o del Nilo fertilizador, para otros de la montaña occidental donde se depositaba a los muertos.

Conscientes de no ser los depositarios de la verdad religiosa integral, los diversos grupos a lo largo del Valle del Nilo o instalados en el Delta admitían que sus vecinos, que practicaban cultos diferentes, podían poseer igualmente la verdad y que combinando diversas visiones de la divinidad, se puede alcanzar un conocimiento más perfecto de lo divino. De ahí esas asociaciones de ideas que desde los tiempos más antiguos originaron familias de dioses, diferentes en cada localidad, y más tarde, en los centros urbanos, mitos complejos y diferentes sistemas cosmogónicos.

Los templos de época histórica alojan imágenes divinas dotadas de tres aspectos diferentes: seres de apariencia humana, animales y objetos; tres aspectos de la divinidad que no mantienen ninguna relación lógica los unos con los otros; son tres manifestaciones religiosas de orden diferente. Es un fenómeno esencialmente egipcio, que se da en todo el país, y no se encuentra en las religiones extranjeras. La explicación se puede buscar en el espíritu conservador de los egipcios, que conduce a una manifestación única en su género de la mentalidad religiosa. En Egipto cuando surge una nueva divinidad, en ven de eliminar a la antigua forma divina, se la respeta, se la intenta asociar a la innovación, sean cuales sean las diferencias entre las dos concepciones. Por eso, al lado de los dioses y diosas que corresponden a las ideas más evolucionadas, se encuentran vestigios de cultos arcaicos que siguen gozando de la devoción popular y del interés de los teólogos. El estudio de estas supervivencias permite, según Jéquier, la reconstrucción de las tres etapas de la religión egipcia: el fetichismo, la zoolatría y el antropomorfismo, que son todas anteriores a la época histórica, puesto que la más reciente aparece plenamente constituida en época tinita.

Fetichismo: los nómadas que recorrían el Africa Nororiental concibieron divinidades invisibles e intangibles, encarnadas en los accidentes del terreno, objetos transportables, armas o insignias diversas. La elección de estos fetiches era fortuita. A los astros también se les adoraba como la manifestación sensible de la divinidad. Cuando los nómadas se convirtieron en sedentarios, y descubrieron los rudimentos de la agricultura y de la domesticación de los animales, sintieron la necesidad de rendir un culto a los seres animados. Las bestias feroces las relacionaban con los dioses poderosos y violentos, los animales domésticos a los que mostraban interés por el hombre, los pájaros a las fuerzas celestes y astrales. La divinidad encarnada en un objeto era asexuada y eterna.

Zoolatria: la divinidad se encarna en seres vivientes y perecederos, y por lo tanto se diferencia sexualmente. Los dioses y las diosas necesitan unirse para asegurar el mantenimiento de su especie. Así se establecieron familias divinas, cosmogonías y mitologías complicadas; es el inicio del politeísmo. El culto de los animales podía adoptar tres aspectos. A veces la divinidad se encarnaba en un individuo y, cuando éste moría, se le sustituía por otro animal de la misma especie. Otras veces se admitía que el espíritu divino moraba en todos los individuos de una especie; estaba prohibido matarlos o comerlos, y cuando morían recibían sepultura honorable. El culto de los animales fue popularísimo en Egipto, como lo demuestran los gatos venerados en Bubastis y en todo el país, o la existencia de numerosos cementerios de perros, cocodrilos, halcones, ibis, e incluso peces del Nilo. También adoraban la imagen de estos animales tallada en piedra o madera. El culto de las plantas está apenas documentado en época prehistórica. En tiempos históricos se adoraban numerosas plantas: el sicomoro y el papiro de Hathor, el brezo de Osiris, la lechuga de Min, el loto de Nefertum y el famoso persea plantado en Heliópolis. Este culto fue muy popular en época ptolemaica, cuando cada nomo poseía su árbol sagrado.

Antropomorfismo: en esta época se difundieron las concepciones religiosas de las clases superiores del clero, que dieron representaciones más nobles a los dioses, sustituyendo el aspecto animal por el humano. Esta transformación tuvo lugar a lo largo del cuarto milenio a.C., durante el reinado de los reyes de Buto y de Hierakónpolis. Más tarde, en época tinita, el nuevo sistema se generalizó y las escenas grabadas en los cilindros de piedra representan frecuentemente a los dioses con sus figuras humanas. Los teólogos no intentaron eliminar las antiguas creencias, porque los dioses dotados de un cuerpo humano vivían en un mundo extra-terrestre y necesitaban un representante en el nuestro. El antiguo animal sagrado estaba designado para asumir este papel: en adelante, numerosas divinidades poseían un cuerpo humano y la cabeza del animal que les fue consagrado.

Diosa Bastet, expresada zoomórficamente como una gata. Figurilla conservada en el British Museum 

A medida que se fueron constituyendo pequeños estados (los futuros nomos) y más tarde reinos, cada uno de ellos intentó aumentar el poderío del propio dios asociándolo con los dioses vecinos. Así se formaron familias de dioses, diferentes en cada localidad, que adoptaron generalmente la forma de triadas. Los grandes centros religiosos elaboraron sistemas más complejos e incluso cosmogonías, cuyos personajes centrales eran los dioses de la región. Al inicio de los tiempos históricos la religión egipcia había adquirido ya sus principales características y no sufriría en el futuro transformaciones radicales, a excepción de la reforma monoteísta de Akhenatón.

Esta teoría tan bien documentada y sugestiva tiene la ventaja de presentar una clasificación cronológica de todos los fenómenos religiosos prehistóricos, pero se debe dudar de la exactitud de ciertos detalles e incluso de la exactitud del orden cronológico propuesto.

Ya en el período predinástico se pueden utilizar algunas fuentes históricas que aluden al remoto pasado, anterior a la invención de la escritura y a la unificación del país, pero en estos documentos la historia religiosa se confunde con la historia en general. Por lo menos se puede empezar a dar nombres a los dioses y a conocer los territorios en los que eran adorados.

La religión egipcia se construyó sobreponiendo los cultos rendidos a los dioses predinásticos en sus dominios primitivos, en los pequeños reinos independientes que se habían ido formando a orillas del Nilo y que más tarde serían los nomos del reino unificado. Es una religión eminentemente local, cada dios era en su nomo el dios supremo, anexionaba, cuando era posible, a las divinidades vecinas y se convertía en el centro de un sistema teológico. Los dioses formaron familias según el sistema de las tríadas: el dios de un nomo encuentra mujer en la diosa de una localidad vecina y un hijo en otro dios adorado en las cercanías. Otras tríadas de formación más reciente agrupaban a unidades territoriales más amplias.

Figurilla del dios Osiris, en el centro. Isis a la izquierda, amamantando a su hijo Horus. A la derecha Harpócrates, el Horus niño. 

La tríada típica Osiris-Isis-Horus reúne al dios de la vegetación y de la inundación con una diosa del cielo y con un dios halcón igualmente celeste. Osiris, Isis y Horus parecen ser tres dioses originarios del Delta: la introducción de dos dioses del Valle, Seth y Neftis, en la leyenda, hace pensar que esta asociación de mitos refleja el antagonismo de unidades políticas más vastas que los nomos. La rivalidad entre Osiris y Seth sería la traducción mítica de las guerras que enfrentaron a las confederaciones de nomos del Delta y del Valle durante el cuarto milenio a.C., antes de que Menes reunificara el país. El caso de los dioses cósmicos es bastante diferente. Adorados desde los tiempos más lejanos, estos dioses fueron elevados durante los intentos de unificación política al rango de divinidades nacionales y constituyeron las diversas Enéadas veneradas en las grandes ciudades de Egipto. Esto ocurrió durante el cuarto milenio a.C.

En aquellos tiempos la religión había adquirido ya sus estructuras definitivas, no solo en lo que se refiere a los dioses, sino también a los lugares en que eran adorados y a los cultos que recibían. La documentación referida a esta época es poco explícita, ya que la escritura apareció al final de este período predinástico, en torno al 3.000 a.C. Es necesario recurrir a textos posteriores que contienen vagos recuerdos de los últimos tiempos prehistóricos.

Textos de las Pirámides. Cámara funeraria en la pirámide de Unas. Foto: Nieves García Centeno

Kurt Sethe y Hermann Kees son los autores de dos reconstrucciones de la historia religiosa predinástica. Sethe basó su sistema en los datos que se pueden entresacar de los TEXTOS DE LAS PIRÁMIDES, compuestos según este autor en época heliopolitana. Antes de la unificación, Egipto estaba dividido en una multitud de tribus independientes, después en nomos, más tarde en federaciones de nomos, y finalmente, en dos reinos, uno situado en el Norte (Delta) y el otro en el Sur (Valle).

El Delta adoraba al dios halcón Horus y el Valle adoraba al dios Seth. Las capitales de estos dos estados eran respectivamente Behedet y Ombos. Una guerra que se menciona en textos posteriores tuvo lugar entre ambos reinos, y el reino del Norte salió vencedor. Alrededor del 3.300 ó 3.200 a.C. se creó un gran reino cuya capital fue límite entre el Alto y el Bajo Egipto. Durante el predominio heliopolitano se constituyeron los sistemas teológicos y se consolidó la preeminencia de los dioses cósmicos. El clero de Heliópolis puso en la cúspide de su sistema al dios del sol, llamándolo unas veces Atum y otras Re. Por entonces aparece la divinidad Re-Horakhti, que integra al dios del sol y al halcón Horus y que se convierte en el dios tutelar de la facción vencedora. En tipos históricos se recordaba a los reyes de Heliópolis como «las almas de Helióplis».

Este reino predinástico duró poco, el Sur se reveló contra el Norte y logró recuperar la independencia, pero no todo desapareció con la división del país. Ambos reinos pertenecieron en adelante a la misma civilización y a la misma religión; el Delta y el Valle aceptaban la tutela de Horus y en tiempos históricos se hablaría del período predinástico como el de «los servidores de Horus». Los reyes del Norte se cubrían la cabeza con la corona roja, el tocado de la diosa Neith, la patrona de Sais, y de la diosa serpiente Uadjet, la patrona de Buto. Los reyes del Sur ostentaban la corona blanca, el aderezo de la diosa buitre Nekhbet, adorada en Nekheb, la ciudad gemela de Hierakónpolis, un poco al norte de Edfu. La capital del Norte estaba en Pe (Buto) y la del Sur en Nekhen (Kierakónpolis); por ello posteriormente se designaba a los reyes de este período como «las almas de Pe y de Nekhen». Hacia el año 3.000 a.C. el reino del Sur reunificó definitivamente Egipto y se instalaron en el trono los soberanos de la I Dinastía.

Época tinita

Es un hecho probado que ya durante la I Dinastía se habían construido las líneas generales del sistema religioso egipcio tal como lo encontramos durante toda su historia y que sólo sufrirá las variaciones propias de una cultura en desarrollo. Cuando se unifica el país, el dios supremo es Horus, dios del firmamento del cual el faraón es la hipóstasis en la tierra. Seth, dios de Ombos parece ser la deidad de los indígenas neolíticos, mientras que Horus sería el de los conquistadores, aunque todo ello no pase de hipótesis indemostrable.

7-HeliopolisExcavaciones arqueológicas en Heliópolis. Foto: Ministry of Antiquities

La lucha de las divinidades será tema de mitos posteriores. A su lado había otros dioses mayores como Re, de Heliópolis, dios del sol, que en la II Dinastía se funde en un culto común con Re-Haraktes. Ptah de Menfis es probable que se remonte a la I Dinastía. Osiris, aunque menos extendido, está atestiguado ya en Epoca Tinita, lo mismo que Isis y puestos en relación con Horus. De menos extensión, pero importante ya al comienzo de la historia son: Apis de Menfis, Herishef de Heracleópolis, Hathor, Khenty-Imentyu de Abydos, Mehit de Hieracompolis, Mefdet, Min de Coptos, Nekhbet, Neith de Sais, Thot, etc. Es decir los más importantes dioses y diosas del panteón egipcio. Poco se sabe del culto, pero con los datos que se tienen se puede pensar que había templos de madera y en ellos se celebraban numerosos festivales, registrados en la Piedra de Palermo.

Imperio Antiguo

Pirámide de Quefrén, Dinastía IV del Imperio Antiguo. Foto: Archivo documental AE

A finales de la IV Dinastía empieza a destacar el culto de Re como dios tutelar de la realiza. El faraón se llama «Hijo de Re» sin duda por influencia del sacerdocio de Heliópolis, templo al que se vinculan las cosmogonías de base solar. la religión solar triunfa definitivamente durante la V Dinastía, y según las normas integradoras del espíritu egipcio, la religión de Re, llegó a un compromiso con la religión de Horus. Al mismo tiempo que se extendía este culto apareció otro dios de gran importancia, Osiris. Procedente de Busiris, capital del nomo IX del Bajo Egipto, era el dios de la naturaleza en su eterno renacer y de la vegetación.

Pronto esta religión osiriana se vinculó al rey de tal manera que el soberano muerto se identificaba con Osiris; precisamente a través de la religión de Osiris es como podemos seguir la democratización de los cultos. A medida que se iba disolviendo la estructura despótica del Imperio Antiguo, empiezan a ser osirianos los príncipes, más tarde los nobles, y durante el Imperio Medio ya lo es todo el mundo. Cualquier egipcio después de muero pasa a ser el «Osiris fulano». La religión osiriana llega al alto Egipto y se asienta en Abydos.

Imperio Medio

El Imperio Medio trata grandes novedades. Por una parte el oscuro dios Montu procedente de Armant, localidad meridional vecina de Tebas asciende a dios de la Dinastía XI. Es un dios de marcado carácter militar como corresponde a los hechos guerreros de los grandes faraones de esta dinastía. Durante la XII surge con mayor fortuna el dios Amón, al principio un dios local pero que pronto pasa a ser el dios de Tebas y de la monarquía para seguir siéndolo durante todo el Imperio Nuevo. Al mismo tiempo, la sociedad egipcia tendrá unas creencias distintas. Triunfa la religión osiriana, y los textos mágicos, antes privativos de la realiza, pasan a ser patrimonio de las clases medias, en los llamados TEXTOS DE LOS SARCOFAGOS. El sacerdocio se especializa y el elemento laico se ve excluido de los cargos sacerdotales.

Textos de los Sarcófagos. Foto: Josep María Valés

Imperio Nuevo

Según la tradición egipcia, los hicsos persiguieron encarnizadamente a la religión tradicional del país. Sin embargo en la mayoría de los casos no se puede documentar este hecho, antes al contrario se sabe que adoptaron, por lo menos en los nombres reales, los mismos teóforos egipcios comunes. No obstante, la semitización que sufre Egipto durante el Segundo Período Intermedio, tuvo su reflejo en la religión Anath, El y otras divinidades como Reshef, aparecen incorporadas al panteón egipcio.

Maqueta del templo de Karnak. Principal centro de culto del dios Amón-Ra

Cuando los hicsos fueron expulsados y se restableció la unidad del país bajo la hegemonía tebana, la religión de Amón, el dios que expulsó a los asiáticos, adquirió un esplendor nunca conocido. Para evitar roces inoportunos se llega a la síntesis Amón-Re. Ya en la época tutmósida aparecen cultos que anuncian un viraje necesario en el tradicionalismo egipcio. La clase sacerdotal adquiere una importancia desmesurada. Se construyen templos grandiosos, dotados de riquezas nunca vistas, proceso que culminó más tarde en el reinado de Ramsés III.

Amon-Ra. Figurilla de plata y pan de oro conservada en el British Museum 

La crisis de El-Amarna

La reforma religiosa de Amenofis IV es sin duda el episodio religioso-político más controvertido de la historia de Egipto, pero cada vez se ve con mayor claridad que se trata de una evolución más que de un rompimiento brusco con la tradición amónica. Ya a lo largo del reinado de Tutmés IV y después durante el de Amenofis III, aparecen datos sobre un creciente culto de Atón y de Re-Haraktes, es decir, el disco solar. Con Amenofis IV se acelera el proceso. En un momento de su reinado proclama el culto de Atón como dios tutelar de la monarquía, junto a Amón que lo había sido hasta el momento. Este proceso hay que integrarlo en una corriente que se produce en todo el próximo Oriente, que se ha definido como la «era del internacionalismo», durante la cual entran en la religiosidad egipcia los cultos semíticos antes citados.

Templo de Atón en Amarna

Era pues lógico que se produjera la creencia en la soberanía universal de un dios que englobaba de alguna manera a otros con funciones similares. Albright ha reunido una serie de testimonios coetáneos en los que ve una tendencia clara hacia el monoteísmo: textos cananeos, asirios, babilonios, demuestran que por todo el Oriente se elucubraba en una misma dirección. De todos modos, los pasos decisivos fueron dados en Egipto. hacia 1400 a.C. se compone el himno a Amón-Re, cuya originalidad consiste en liberar al dios de sus aditamentos mitológicos, y adorar al disco solar como único dios, pero incluye matices muy significativos tales como el amor por la naturaleza, la universalidad de los dones concedidos a pobres y ricos, a los individuos de distintas razas, todos igualmente hijos del dios. En la misma línea sincretística está el doble himno del Museo Británico grabado en la estela de los hermanos Suti y Hor, que vivieron bajo Amenofis III. En el segundo de ellos, el dios sol, aparece como Atón, Khepri y Horus. Este proceso culmina en la figura de Amenofis IV, que una vez en el trono introduce un sistema religioso cuyos postulados teológicos aparecen en el famoso Himno a Atón.

Disco solar de Atón. Foto: Susana Alegre 

¿Quién provocó la reforma religiosa? Algunos han creído que no fue el propio Amenofis. De todos modos los egiptólogos no discuten la autoría de Amenofis, mientras que los semitistas como Albrigh llegan a decir que «sería absurdo pensar que fuese un joven como Amenofis el fundador del Culto a Atón» o incluso decir que fue este faraón, como afirmaba Breasted «el primer individuo de la historia». El himno está compuesto partiendo de los lugares comunes de los himnos anteriores, y proclama la providencia del disco solar, creador de todas las cosas, dios de todos los pueblos del orbe conocido, amoroso protector de las criaturas. Rasgo esencial de esta doctrina es que el rey se considera su único profeta y pasa a llamarse Akhenatón.

Familia real amarniana (Akhenatón, Nefertiti y algunas de sus hijas), bajo los rayos del dios Atón. Foto: Susana Alegre 

En la misma línea de exclusivismo, abandona la capital de Tebas, que lo era también religiosa con el gran santuario de Amón de Karnak y construye la nueva ciudad de Akhetatón (El-Amarna). No se sabe la medida en que la gente acepta la nueva fe, pero si que tuvo fervientes partidarios en la corte, acaso por adulación al faraón, quien demostró una fe de zelote derribando los templos de Amón y borrando su nombre las inscripciones e incluso de los papiros.

El porvenir de la reforma fue escaso en el orden puramente religioso. El clero de Amón de Tebas resistió la persecución y el pueblo llano no participó del entusiasmo de los atonistas. Siguió aferrado a sus cultos locales, como en toda la historia de Egipto. Más duraderas fueron las conquistas en otro orden de cosas: el acercamiento a la naturaleza, a la verdad/justicia (Maat), el sentido profundamente humano de su concepción del mundo y del arte, el sentido de la piedad personal, el triunfo de la lengua vernácula (neo-egipcio). Todo esto seguiría actuando en la época ramésida. Akhenatón sería llamado después «el vencido Akhenatón», igual que el vil extranjero.

La época Ramésida

Después de la reacción amoníaca en tiempos de Tutankhamon y de Horemheb en Tebas, en el Bajo Egipto, donde florecía el culto de Seth, apoyado pro la tradición hicsa, se afirma este dios con el advenimiento de la Dinastía XIX, Ramsés II construyó en su capital Pi-Ramsés un gran templo a Seth, al mismo tiempo que favorecía a otros cultos cananeos como el de Anath, Astarté, Baal y Reshef, que fueron identificados con Neftys, Isis o Hathor las dos primeras. El culto a Amón será el predominante como religión oficial, en el sentido restringido de este término. Ni que decir tiene que continúan todos los cultos tradicionales en sus formas más variadas. Como distintivo del Imperio Nuevo en su conjunto ha de señalarse una lenta etización de la religión y la aparición de la piedad personal, es decir, una vivencia íntima de la religión entre el hombre y dios.

Templo de Ramsés III en Medinet Habu

Pero no hay que perder de vista que en Egipto durante toda su historia el culto oficial tuvo una importancia desmesurada. Al final de la época ramésida las propiedades de los grandes templos habían llegado a grados inconcebibles en cualquier estado. Desde la época de los tutmósidas, con el pequeño intermedio de El-Amarna, no habían cesado de aumentar la riqueza de los templos. Después de la restauración siguieron en la misma línea y en tiempos de Ramsés III los templos llegan a poseer más del 10% de la riqueza del país; cuando la realeza cae en una desastrosa impotencia, los grandes sacerdotes de Tebas podrán regir los destinos del país, ante la indiferencia de los últimos soberanos ramésidas. Es posible que todo esto tuviera poco que ver con la piedad pero no iba necesariamente contra ella. La única forma de ascender en la escala política era apoderarse de los grandes sacerdocios de Tebas o Heracleópolis, como así lo hicieron los libios y los etíopes.

La Baja Época

Desde la Dinastía XXII hasta el final del Egipto independiente, la religiosidad egipcia sufre cambios profundos de acuerdo con la evolución de la sociedad y sus ideales. Decae notablemente la importancia del culto de Amón de Tebas y asciende el de Neith de Sais y Bastet de Bubastis. Al mismo tiempo la superstición y la magia adquieren una importancia antes desconocida y su auge supone necesariamente una degradación de la religión propiamente dicha. Las invasiones etíopes y asirias, y más tarde las persas hacen imposible la existencia de dioses nacionales. Renace el antiguo politeísmo y los dioses locales aparecen de nuevo con vigor, pero no pueden elevarse a categoría nacional. Igualmente aparecen cultos animalísticos de época primitiva y alcanzan tal importancia que hacen retroceder a grandes dioses. Así Re desaparece ante Mnevis y Ptah ante Apis.

Diosa Neit, cuyo principal centro de culto era Sais. Museo del Louvre. Foto: Archivo documental AE

gatos9Ruinas del templo de Bubastis. Foto: Susana Alegre García

En la misma línea podíamos situar el auge de los semidioses como Amenofis e Imhotep. Este fenómeno conlleva una degradación del contenido religioso y un aferrarse a la regla exterior. No obstante esta idea necesita ser matizada en muchos aspectos. Es evidente que si se atienden a los textos hay que admitir que en esta época se hizo un gran esfuerzo por parte de los sacerdotes ilustrados para clarificar los mitos antiguos siguiendo las tendencias del sincretismo y hasta del monoteísmo. No se puede olvidar que es ahora cuando se componen los pseudoepígrafes tan llenos de contenido teológico como la TEOLOGIA MENFITA O LA ESTELA DE BENTRESH. La preponderancia de la religión personal y la preocupación por el más allá mantienen el culto de Osiris y de Isis, como dioses muy cercanos al destino individual del hombre, hasta el punto que Heródoto afirmaba que los únicos dioses de que hablaban todos los egipcios era de estos dos. La falta de confianza en el futuro produce un tipo de egipcio profundamente piadoso, atormentado y preocupado por su destino personal.

Estela de la Teología Menfita en el British Museum. Archivo documental AE

La expansión de la religión egipcia

Si se considera con perspectiva histórica el legado de Egipto a la cultura universal, ha de concluirse necesariamente que, aparte sus aportaciones a la cultura griega desde el siglo VIII a.C. su influencia más perdurable se ejerce en el campo de las creencias religiosas. Los cultos egipcios aparecen en Siria y Nubia donde se instalan desde muy antiguo. Especialmente la segunda acogió con la colonización egipcia los dioses más universales, y los templos egipcios de todas las épocas fueron surgiendo a lo largo del río desde Elefantina hasta Napata, siendo en algunos casos auténticas maravillas, que no desmerecen de los más famosos del Egipto propiamente dicho. Como los dos hipogeos de Abu Simbel. En Nubia se veneran formas locales de los dioses egipcios como el Horus de Buhen. Incluso un dios nubio Dundun se incorpora más o menos al panteón oficial. Siria fue menos receptiva, antes al contrario, introdujo sus propios cultos en Egipto.

No obstante, la gran expansión de los cultos egipcios tuvo lugar cuando el país fue conquistado por Alejandro y de alguna manera se integró en la gran Koiné helenística, y más tarde fue incorporado como todo el Oriente, al imperio romano. Los cultos egipcios ejercieron una notable influencia sobre griegos y romanos, y aunque escritores y poetas mostraron en general su adversión hacia ellos, y los políticos observaron una actitud fluctuante sobre su permisibilidad, llegaron a los más recónditos lugares del imperio, e incluso se cristianizaron en nombres del santoral cristiano, como Serapio e Isidoro. La expansión tuvo lugar por mar, llevados por los comerciantes que iban de Naucratis y Alejandría al Pireo, a Delos, a Halicarnaso, y en general a todos los puertos del Egeo.

Templo Ptolemaico de Edfu dedicado a Horus

La política mediterránea de los Ptolomeos favoreció estos cultos en las posesiones griegas que detentaron durante algún tiempo. Concretamente Serapis aparece mencionado en una inscripción de Halicarnaso, a finales del siglo IV a.C. junto con Isis. Es cierto que una inscripción de Atenas del 333/32 menciona a Isis, pero es la Isis egipcia antigua (lo mismo que otra de Perintho en Tracia). En el s. III a.C. el culto de los dioses egipcios se extiende por todo el Egeo, especialmente Theos donde se erige un serapeun del 205 a.C. regido por un sacerdote egipcio. De allí pasa a Atenas. Más tarde a toda Grecia, Epiro, Delos, Tracia, Macedonia.

De Delos y otros lugares los cultos egipcios pasaron a Italia. La segunda mitad del siglo II a.C., los itálicos participan en los cultos isíacos de Delos. Otra vía de penetración fue Sicilia, no por Agatocles como se creía antes, sino a fines del siglo III a.C. Por estos y otros muchos puntos de contacto los cultos egipcios llegan a Puteoli antes del 105 a.C. Campania es el centro de difusión que alcanza a roma, y desde Roma a todo el Imperio. Apuleyo nos ha dejado un relato de los cultos de Isis en el mundo romano, que constituye una de las fuentes más explícitas de este fenómeno en su novela EL ASNO DE ORO.

El final de la religión egipcia

Templo de Isis en Philae. Foto: Archivo documental AE

Cuando el cristianismo entró en Egipto se ganó el favor de las masas, porque en el fondo ofrecía soluciones más claras a las gentes acosadas por todos los problemas de la vida de este mundo con una soteriología más acorde con los nuevos tiempos. Teodosio a fines del siglo IV mandó cerrar todos los templos paganos, y tiene un profundo significado histórico el hecho de que este emperador occidental tomara esta drástica decisión y no lo tiene menor el que el único templo pagano que permaneció abierto al culto fuera el de Isis de Philae. Y permaneció abierto hasta Justiniano quien lo mandó cerrar encarcelando a sus sacerdotes, aunque el último texto dedicado a Isis es del 473 d.C.

El panteón egipcio

 

Diversidad de divinidades, símbolos….etc. Archivo documental AE. 

Lo primero que hay que señalar al abordar el panteón egipcio es la dificultad que se encuentra para presentarlo de forma ordenada, coherente y completa, lo cual no es debido solo a la documentación de que se dispone. Los egipcios no experimentaron una particular inquietud por sistematizar el mundo de los dioses, no pretendieron nunca ofrecer un panorama global en el que cada divinidad tuviera un espacio propio y bien definido en relación con las demás. No tuvieron reparo alguno en realizar identificaciones o asimilaciones de dioses, o en aplicar de forma indiscriminada epítetos, atributos e incluso funciones derivadas de tradiciones míticas muy concretas.

Esta flexibilidad se vio favorecida por el propio carácter poco diferenciado que originariamente sustentaron la mayoría de esas deidades, a excepción de algunas de menor entidad, de las que dependían parcelas muy concretas de la vida, como Bes o Tueris, y que tuvieron quizás por ello una notable popularidad. Por otra parte, el franco conservadurismo de los egipcios les impulsó a no abandonar los cultos antiguos, sino a yuxtaponerlos a los nuevos, en un proceso acumulativo del que resulta un cuadro abigarrado no exento de incoherencias desde nuestra moderna perspectiva.

Consideraciones acerca de la evolución iconográfica del dios BesDios Bes. Foto: Archivo documental AE. 

Un buen punto de partida, para establecer unas tipologías teológicas es empezar con la apreciación del carácter originariamente local que tienen los dioses egipcios. Remontando a un pasado prefaraónico en el que el valle del río estaba articulado en grupos tribales o clanes autónomos se puede decir que cada comarca o distrito tenía su propio y específico dios. Incluso los que con el tiempo se convertirían en grandes dioses nacionales, o aquéllos que personificaban las fuerzas de la naturaleza, tuvieron un origen geográfico que es posible en muchas ocasiones precisar. Cada dios será adorado en su lugar natal como el principal, el dios único, encarnación por excelencia de lo divino, y por supuesto, primordial y demiurgo. Como se puede deducir de esto, el egipcio va a ser particularmente proclive a aceptar la condición universal de la divinidad, del dios concreto al que eleve su piedad o se dirija en sus oraciones.

Los cultos rendidos en los nomos en tiempos históricos eran herederos de la prehistoria. Todos los nomos poseían una capital y un cierto número de aldeas que adoraban a sus propios dioses. Pero cada uno reconocía a un dios principal, al cual se asociaban, más o menos íntimamente las divinidades subalternas. Los dioses principales eran las mismas divinidades que durante la prehistoria señoreaban estados independientes; ellos seguían siendo los propietarios del suelo de sus estados, mientras que el faraón reinante dirigía el culto, respetaba las tradiciones y admitía que cada dios se proclamara soberano en su nomo. El rey permitía una libertad completa a los cleros locales para que desarrollaran la teología particular a cada divinidad.

La evolución histórica será el factor dinamizador que determinará en buena medida la modificación de este panorama original. La formación de los estados predinásticos del Alto y Bajo Egipto, la consecuencia de la unidad, etc, fomentarán los contactos ente los diversos centros del culto, iniciándose los intercambios y transformaciones de las divinidades. Así algunas llegarán a adquirir un carácter nacional, como por ejemplo aquéllas vinculadas a ciudades que se convierten en capitales o que jugaron un importante papel político-administrativo, o las que se consagran como protectoras de la realeza faraónica. Se dieron indudablemente esfuerzos de ordenación teológica interesantes que contribuyeron a establecer una mínima estructuración, a veces sólo genealógica, entre determinados dioses, y de los que resultan, por ejemplo, la aparición de Enéadas (en principio, grupos de nueve dioses entre los cuales se establece una vinculación), o a un nivel más modesto, de triadas, normalmente muy vinculadas a un santuario o ciudad concreta.

¿Qué entendían los egipcios por «dios», cuál era su noción de lo divino?. El término que lo traduce ntr, ayuda bastante poco; hay discusiones en torno a su origen e incluso sobre lo que representa. Parece que se trata del estandarte que señalaba el emplazamiento sacro donde se supone que reside o está presente la divinidad. Contemplando atentamente es fácil apreciar que los dioses egipcios no aparecen esencialmente diferentes a los hombres: como éstos, han tenido un principio, estaban constituidos por un cuerpo y unos principios o entidades espirituales (el Ka, el Ba, etc), actuaban según las pasiones humanas, envejecían e incluso podían pasar por la experiencia de la muerte, yendo a residir en el más allá celestial o subterráneo. Incluso se recuerda que algunos de ellos habían cumplido su misión sobre la Tierra en calidad de reyes (época dorada a la que los egipcios se referían nostálgicamente como «el tiempo del dios»).

Parece que lo que caracteriza más claramente a los dioses son sus facultades o poderes sobrehumanos. En realidad la noción más simple que se hace de lo divino es aquello que tiene poder, lo cual aparece normalmente expresado con el término hk3W que viene a significar «magia» o «poderes mágicos» y que se manifiesta en la multiplicación o ampliación de los principios espirituales básicos: a diferencia de los simples mortales, los dioses tienen varios Ba y hasta catorce Ka. En definitiva la simple noción de poder, de eficacia, podría servir de denominador común al inmenso abanico de las divinidades egipcias.

Diosa Maat representada en la tumba de la reina Nefertari. Foto: Susana Alegre 

Además de los grandes dioses, en la religión egipcia tenían todo un mundo de divinidades inferiores o genios que tenían un enorme arraigo popular fundamentalmente por su franco carácter benefactor y profiláctico, y no tenían ningún lazo especial con ningún nomo. La más insigne fue Maat, la diosa de la verdad y de la justicia presente en el tribunal donde Osiris juzgaba a los muertos; a ella se referían constantemente, con devoción más o menos sincera, los funcionarios y los jueces del Antiguo Egipto. Los escribas se encomendaban a Seshat «la señora de la biblioteca», la diosa de la escritura.

Diosa Seshat. Foto: Susana Alegre García

Todos los egipcios llevaban en el cuello algún amuleto que representaba a los dioses humildes y familiares. Las mujeres rogaban a la diosa hipopótamo Tueris («la grande») que les diera leche abundante para criar a sus hijos y cuando estaban de parto se ponían bajo la protección de la comadrona Meskhenet. Bes era un enano de grotesca apariencia y gesticulador que armado con un haz de cuchillos defendía a las personas y a los hogares de cualquier influencia maligna; otras veces tocaba la lira y con sus muecas hacía reír a los dioses. Los campesinos rendían culto a Nepri, el dios del grano, a Ermutis (Rennutet), la diosa de las cosechas, y muy especialmente a Hapy, la Inundación que fertiliza anualmente las tierras.

Amenhotep, hijo de Hapu. Dignatario que llegó a ser divinizado. Foto: Maria Pilar Ceresuela

Finalmente, se conoce también el caso de algunos hombres (al margen de los faraones) que adquirieron tal celebridad y prestigio que se les admite en el panteón y se les acaba rindiendo honores como a los demás dioses; tal es el caso de Amenhotep, hijo de Hapu, que ocupó importantes funciones durante el reinado de Amenhotep III; y sobre todo Imhotep, ministro de Djeser (III Dinastía), inspirador del conjunto funerario de Saqqarah, lo que fomentó el respeto y la veneración de que gozó; se le relacionará con Ptah, en calidad de hijo suyo, y por ello su culto se centró en principio en la zona Menfis-Saqqarah, extendiéndose luego a todo Egipto; los griegos lo identificaron con Esculapio, y en general se le consideró protector de los escribas, de las artes y la arquitectura y en definitiva de la sabiduría.

 

Autora del texto Rosa Mª Bustos Ramos

Fotografías del Archivo documental AE

 

 

(Mejora de SEO/Readability/Presentación… 16 de mayo de 2020. No hay cambios en contenidos)

Whatsapp
Telegram