Amelia Edwards: el despertar de una pasión
Por Rosa Pujol
20 julio, 2004
Modificación: 23 mayo, 2020
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Antes de entrar en datos y fechas sobre la figura de Amelia Edwards, me gustaría apuntar algunos aspectos de esta extraordinaria mujer, a quien todos consideran la primera mujer egiptólogo. Ella, después de intentar abrirse camino profesional en muchos y diferentes campos, se encontró casi de modo casual con la egiptología. Y desde ese momento, la egiptología llenó por completo su vida, y a la egiptología dedicó todo su tiempo, y su entusiasmo, que no debía ser poco, si damos crédito a las opiniones de sus coétáneos.

No debemos perder de vista que esta mujer nació, creció y se educó en la rígida Inglaterra Victoriana, con todos los inconvenientes que esta época presentaba para cualquier desarrollo intelectual femenino.

Pero, para entender bien como fue este “despertar de su pasión” debemos remontarnos a sus primeros años de vida, y tratar de profundizar en las causas que llevaron a esta mujer a dedicarse de pleno a algo tan inusual como era la egiptología.

Datos biográficos

Amelia Edwards: el despertar de una pasión

Amelia Ann Blanford Edwards nació el 7 de Junio de 1831. Sus padres eran Thomas y Alicia. Su padre fue militar, pero debido a su mala salud, dejó el ejército para convertirse en un empleado de banca. Más o menos lo que se consideraba un gentleman . Es decir, llevaba una vida totalmente convencional, desayunaba, leía el Times, iba al banco y trataba de imprimir una especie de disciplina militar en su impuesta vida civil. Cuando estalló la revuelta de Crimea, ofreció sus servicios al Ejército aduciendo que “aún podía y deseaba servir a la patria”, aunque ya contaba más de sesenta años. Esta oferta un tanto idealista nos da una idea de cuales eran sus valores.

Su madre, Alicia, estaba emparentada con los Fitzgerald, una familia irlandesa de cierto renombre. Es decir que Amelia nació en una familia bastante acomodada, aunque sin formar parte de lo que se podría llamar la burguesía alta. Alicia era una mujer muy viva e inteligente, y sus intereses iban mucho más allá de los de una simple ama de casa.

Sus padres se casaron muy mayores para lo que era habitual entonces. Él tenía 43 años y ella 30. Amy, como la llamaban familiarmente, no nacería hasta 15 años después. Es decir que Alicia tendría 45 años cuando nació su hija. Fue hija única.

Su casa natal estuvo en el número 1 de Westmoreland Place, Islington. Esta plaza no existe en la actualidad, ya que esa fue una de las zonas más castigadas por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Unos años después, al mejorar la situación económica familiar, se mudaron a Wharton St., también en Islington, pero en una zona más elegante. Siento no haber hecho una foto de esta calle, pero cuando estuve rastreando la vida de Amelia lo hice por gusto, y aún no sabía que escogería su figura como tema de mi conferencia de este curso. Lo único que les puedo decir es que es una calle típica inglesa, aunque con una particularidad, está en una empinada cuesta. Y, a pesar de que en Londres hay multitud de placas que indican que en esa casa vivió tal o cual personaje, en esta calle no existe la menor mención de Amelia Edwards. Tampoco los vecinos parecían haber oído hablar de ella jamás, ni siquiera los más viejos. Aunque me fueron de ayuda dirigiéndome a los lugares que debía consultar para seguir con la investigación.

Pude averiguar que Amelia fue bautizada en la Iglesia de St. John’s, aunque ésta debía ser una iglesia pequeña, dependiente de la de St. Leonard, en Shoreditch.

Aquí no me resisto a contarles a ustedes una anécdota que me sucedió cuando andaba investigando en el Archivo Metropolitano de Londres buscando el registro de Bautismo de Amelia que tienen ustedes en pantalla. Para encontrarlo miré miles de páginas de bautismos en microfilm, puesto que no sabía a ciencia cierta a qué parroquia perteneció Amelia. En todas estas páginas microfilmadas constaban los nombres de los bautizados, los nombres de los padres, la dirección y la profesión del padre. Bien, pues observé que aproximadamente un 15% de la población de Londres de 1831 tenía como profesión “pobre” Esto no deja de resultar chocante en nuestros días. Pero en aquella época se conoce que llamaban a las cosas por su nombre, y los padres de muchos bebés londinenses no es que no tuvieran trabajo conocido, o que estuvieran desempleados, es que eran pobres de profesión.

Amelia Edwards: el despertar de una pasión

Bien, esto no es más que una anécdota, pero de alguna manera ya va poniendo de manifiesto lo rígida y clasista que era la sociedad británica en aquella época.

Alicia se dedicó totalmente a dar a su hija una educación muy por encima de lo que se esperaba para una señorita-bien. También supo inculcarle seguridad en sí misma, y una cierta dosis de orgullo. Incluso en uno de sus libros, Amelia cuenta como la miraron mal al ver que sabía preparar una tortilla, cosa que no cabía en la cabeza de las rígidas señoritas victorianas de clase alta.

Amy no tuvo jamás problemas en su casa para acceder a todo tipo de lecturas. Se puede decir que fue muy afortunada de haber nacido en el seno de una familia tan liberal.

De pequeña, sus lecturas favoritas eran los libros de viajes, en especial Vida y Costumbres de los Antiguos Egipcios de Sir. J. Gardner Wilkinson, y América Central de Spencer.

Su madre comenzó a llevarla al teatro de Saddlers Well desde muy pequeña, y Amy desarrolló un gran amor por el teatro. Le gustaba tanto asistir de espectadora, como participar como actriz. Solía actuar en representaciones familiares y de amigos. Para ello le ayudaba el tener un bonito timbre de voz y una pronunciación musical y clara. Pero el oficio de actriz no estaba muy bien visto entre las señoritas de clase media.

Empezó a escribir a los 4 años. Escribía todo en mayúsculas, porque aún carecía del dominio necesario para unir las letras. A los 7 escribió un poema titulado “Los Caballeros de la Antigüedad” Y a los 12 ya escribía con regularidad, e incluso dibujaba portadas y contraportadas. En una ocasión envió su trabajo a un famoso artista, que se lo publicó, sin saber la edad de su colaboradora. Un día fue a visitarla y quedó sorprendidísimo al ver la edad de su “colaboradora”. No obstante sus padres, aunque eran de mente más abierta que la generalidad de familias, se mostraron contrarios a que continuara la colaboración entre su pequeña Amy y el artista. Además de no satisfacerles del todo el que su hija entrara en ese mundo de los pintores, entonces se tenía la extraña idea de que el óleo era nocivo para la salud. Así, impidieron que esto fructificase, y la ocasión pasó de largo.

En su primera juventud se concentró en la música, tanto enseñando como aprendiendo. Dedicando ocho horas diarias de práctica, llegó a ser una buena concertista. Y también cantaba con muy buena voz.

No resulta extraño que su madre estuviera orgullosísima del talento de su hija. La joven Amelia era entusiasta, llena de energía y, como la define su prima Mathilda Betham Edwards la “personificación de la alegría juvenil,” aunque se saltaba las normas con facilidad. Amelia y su madre solían pasar los veranos en Suffolk con su familia, compuesta de sus tíos y muchos primos. Aquí, ella gozaba de la libertad que se le negaba en Londres. Siempre tenía a sus familiares en vilo pensando qué nueva trastada se le ocurriría: abrir un barril de cerveza y estropearla, encerrar a una de sus tías en la despensa….etc.

Ya entonces tenía el encanto personal que conservaría a lo largo de toda su vida, y cuantas más trastadas hacía, más se ganaba el corazón de todos. Esta indulgencia que todos parecían sentir hacia ella podría haberla convertido en una niña mimada. Pero no fue así, y la personalidad de Amelia emergió intacta, sin perder nada de su atractivo juvenil, ni de su osadía.

A los 18 años contrajo el tifus, del que se recobró sin problemas.

A los 19 años era organista en la iglesia de St. Michael’s. Y la gente que acudía a los servicios religiosos no se iba hasta que acababa la magia de su música.

A los veintidós años, y contando con la colaboración de un primo, se vistió de hombre y se presentó ante su familia como un joven recién llegado de Londres. Resultó del todo convincente en su papel masculino. A lo largo de su vida repetiría la experiencia. Y es que ella tenía el peligroso don de provocar la fascinación y de ejercer fuerte influencia a su alrededor. Esto era innato en ella y no debemos culparla si no podía corresponder siempre.

Sus padres, al ser mayores, mostraban bastante ansiedad acerca del futuro de su única hija, y le procuraron un compromiso matrimonial en 1851. El nombre del novio era Bacon, y Amelia estaba muy lejos de estar enamorada de él. Más bien parecía sentir aversión hacia él, y el paseo dominical de la iglesia a casa se le hacía insufrible. En parte porque este noviazgo era un impedimento para su relación con un primo de Suffolk, al que se sentía muy unida desde muy jovencita. La relación con el primo no pudo fructificar anteriormente pues ambos eran muy jóvenes. Luego estuvo el noviazgo de ella, y el tren pasó de largo. Amelia lo comenta con tristeza: “mi desgraciado compromiso me arrebató esa oportunidad.”

Poco después comenzó a mantener correspondencia con un tal Emile Stéger, un francés, al que llamó “el más querido e íntimo de mis amigos”. Se encontraron en Paris en 1855, y con él y un grupo de amigos, hablaron, fumaron, bebieron champagne, y ella confiesa haber sido “totalmente feliz”.

Además de la pintura y la música, su tercer y definitivo talento fue la literatura.

En 1857 escribió La Escalera de la Vida” que es una historia de secuestros, persecución de un amor, descubrimiento de una voz portentosa para el canto, por mencionar algunos de sus ingredientes. Amelia veía la vida a través de unas gafas de fuertes colores, y sus heroinas literarias siempre encontraban obstáculos para llevar una vida independiente. Esta novela es un ejemplo del deseo que ella misma sentía por experiencias fuertes.

De hecho ella sobrepasó los límites de lo usual en esta novela, y aún fue más allá en En los Días de mi Juventud , de 1873, en la que demuestra un conocimiento exhaustivo de la vida bohemia parisina. La pregunta que surge es ¿cómo es que ella conocía tan bien un mundo tan abrumadoramente masculino, que ciertamente estaba prohibido a las señoritas inglesas de clase media? Puede que su amigo Stéger la introdujera en los clubs londinenses y lugares menos convencionales, incluso disfrazándose de hombre. De hecho, ella y su amiga Lucy iniciaron una especie de campaña a favor del atuendo masculino para las mujeres, aduciendo que daba más libertad corporal.

Este afán por conocer cosas diferentes la llevó aún más lejos. Uno de sus personajes visita unos baños públicos masculinos. Amelia hace las siguientes observaciones al referirse al cuerpo desnudo de los hombres:

….un hombre alto, un caballero elegante, un efebo de la sociedad de pelo rizado, un reconocido asesino de mujeres…..ahora parece un mono.

-Dios mío ¿qué seria de nosotros si pasara de moda el uso de ropa?

-Que la mitad de nosotros nos suicidaríamos.

En una palabra, ve el desnudo masculino como algo más o menos horrible que mejora cuando se viste. En cualquier caso esta experiencia parece dejarla indiferente, salvo por el hecho de que pudo contar con muchos modelos para sus pinturas.

La equívoca figura de George Sand como abanderada de la causa femenina y de la total independencia. causaba furor en aquella época, y contaba con muchas seguidoras. Amelia pudo contarse entre ellas.

Amelia escribió por entonces Mano y Guante (1858)

La muerte de sus padres la afectó mucho. Su padre murió de bronquitis a los sesenta y dos años, el 22 de Agosto de 1860. Su madre moriría cuatro días después de neumonía cuando tenía sesenta años. Ella, aunque nunca estuvo muy cercana a él, era igual que su padre, y muy dependiente de su madre. El hecho de permanecer soltera hacia que de alguna manera no hubiera cortado totalmente el cordón umbilical con ella.

La familia Braysher, amigos de sus padres, casi apadrinaron a Amy para lanzarla en sociedad. Pero ella despreciaba la vida social de salones, y prefería la vida bohemia de los artistas en París. Incluso en sus escritos hace comentarios ácidos y jocosos sobre la brillante y encorsetada sociedad inglesa.

En 1870 escribió La Promesa de Debenham , en la que el protagonista vive en Islington, y es concertista de órgano (como ella).

Cuando murió el Sr. Braysher, Amelia y Emma Braysher deciden vivir juntas. Amelia pasaría el resto de su vida viviendo en Westbury-on-Trim (Bristol). Allí estableció su residencia definitiva, aunque a veces se iba largas temporadas por diversos motivos. Estando allí tuvo una racha de mala salud, y decidió marcharse de Westbury, aunque luego regresó.

Tocaremos ahora un aspecto un tanto espinoso en la vida de Amelia. Me refiero a las inclinaciones sexuales que se le atribuyen. Si bien en su primera juventud estuvo ligada a su primo de Suffolk, y luego a su amigo francés, lo que denota un carácter heterosexual, es verdad que en un determinado momento de su vida Amelia solo se relaciona con mujeres.

Pero la naturaleza de esta relación con mujeres es muy difícil. Es cierto que hemos dicho que se refiere a los cuerpos desnudos masculinos que vio en Paris como “más o menos horribles” Esto podría dar a entender que no solo su sensibilidad artística se sintió ofendida ante esta visión.

Mantuvo correspondencia de carácter casi amoroso con Marianne North, a quien quiso incluso regalar un anillo. Parece claro que Amelia tuvo en esa época una inclinación lesbiana. Aunque ella no concede la menor importancia a este hecho, centrándose solo en su búsqueda de independencia. Quizas fuera una defensa contra el matrimonio, que tanto aborrecía.

Amelia Edwards: el despertar de una pasión

Cuando acabó su historia con Marianne North empezó a relacionarse con Lucy Renshawe, la amiga que la acompañaría en sus viajes. Como pueden ver Lucy no era una mujer agraciada, y su gesto tampoco parece mostrar que fuera muy simpática. Lucy era menos corpulenta que Amelia, pero en cambio era más atrevida. Debía ser una señorita de cierta posición, pues siempre viajaba con una doncella. Algún autor ha presentado a Lucy como una figura patética empequeñecida y dominada por la agobiante Amelia. Pero esto no parece haber sido así. Lucy era muy capaz de valerse por si misma, y esto se demostró en los viajes que hicieron juntas. Se apuntó una posible relación lesbiana entre ellas, aunque esto forma parte de las conjeturas. Bien es verdad que ninguna de las dos se casó.

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