Mil Millas Nilo Arriba
No sé cuantos de ustedes habrán leído el libro, o al menos lo conocerán por el título, ya que esta obra no ha sido publicada en castellano hasta ahora. Aunque he de decirles que la edición en castellano saldrá a finales de este año, según me han dicho en la editorial, con lo que todo el mundo podrá tener acceso a esta obra, imprescindible para todos cuantos amamos a Egipto. Y no debe importarnos encontrar enormes inexactitudes egiptológicas, sino que más bien eso es parte del encanto del libro, ya que nos da cuenta de lo que la egiptología ha avanzado desde entonces. Ella, en su libro, no hace sino reflejar fielmente lo que entonces se sabía.
Pero comencemos por el principio, para ir viendo lo que yo he dado en denominar el despertar de su pasión
Este es un libro a la antigua usanza, es decir tiene la placidez de descripción del siglo XIX, con lo que nada es apresurado. Se toman su tiempo y disfrutan de todo, sin estar agobiadas por horarios. Vemos como llegan a El Cairo y Amelia empieza a describir, incluso prolijamente, todo el colorido de una ciudad árabe. Es decir, se fija en las vestiduras, asiste a un espectáculo de derviches, presencia la salida de una caravana, va al bazar, a las mezquitas, y, en fin, hace lo que haría cualquier turista ordinario de la época.
Hasta que llegan a Giza, y L. y ella se ponen ante las pirámides. Amelia siente como un respeto sobrecogedor por lo que tiene ante sus ojos. Y, para sorpresa de los guías que las acompañaban, deciden no entrar a ver las pirámides por dentro. Ella dice que esto tiene que verlo con calma, y que todo su tiempo en esta ocasión es simplemente para tomar la medida de los monumentos. Se nota el impacto que causa en ella la visión de las pirámides, e incluso al decir que se sientan a su sombra a descansar, pone la palabra sombra con mayúscula. En mi opinión, este sería el momento del flechazo.
Después viene todo el trajín de alquilar la dahabiya. Alquilan una muy grande, llamada la Philae, que requiere una tripulación numerosa, que constaba de:
1 capitán
1 timonel
12 marineros
1 intérprete
1 cocinero mayor
1 pinche
2 camareros
1 muchacho para guisar a la tripulación
Como ven ustedes, entonces los viajes por Egipto no tenían nada que ver con los que realizamos hoy en día.
L. y la Autora emprenden el viaje solas, pero tienen planeado recoger a cuatro viajeros más:
Andrew McCallum, a quien ella llama el Pintor
Mr. & Mrs. Ayr y su doncella, pareja de recién casados, a quien Amelia denomina La Pareja Feliz si se refiere a ambos, pero cuando habla de cada uno les llama la Pequeña Dama y el Hombre Ocioso.
Inician el viaje Nilo arriba más o menos al tiempo que otra dahabiya alquilada por damas inglesas. El nombre de la embarcación era Bagstones y sus pasajeras eran denominadas las M.B. Una de ellas, Miss Brocklehurst escribía también una especie de diario de viaje, que sería digno de comparar con el de Amelia. Esta señora hace observaciones como ésta:
De Kom Ombo dice que inició su construcción un tal Ptolomeo, y la acabó un tal César
De Edfu escribe tiene un pilono inmenso, pero a nosotras no nos gustan los pilonos.
Absolutamente británicas, como se puede ver.
También hay que tener en cuenta que visitar monumentos egipcios entonces requería escolta, antorchas, magnesio o velas, arrastrarse para entrar en las tumbas, ahuyentar los murciélagos.
La vida en la Philae no era siempre idílica y a veces debían remolcarla los marineros desde las orillas, tirando de cuerdas. Pero para Amelia era una maravilla poder pasar mucho tiempo visitando monumentos, aunque sus compañeros de viaje mostraron signos de cansancio y aburrimiento al final del viaje. Incluso algunos de ellos dejaron de visitar algunos templos porque les parecían todos iguales, especialmente en Nubia. En cambio ella, sacrificaba gustosa las comidas o el descanso, con tal de no perderse nada. Realmente Egipto supuso para ella un cambio de vida y de inquietudes que ya no la abandonarían jamás.
Según van remontando el río se va notando a Amelia más y más inmersa en el arte y la historia de Egipto, y, aunque sigue describiendo lo que ve en el momento, se aprecia claramente que la civilización egipcia ha hecho mella en su espíritu. Bien es verdad que ella iba muy preparada y llevaba todo tipo de documentación disponible en la época. Pero aún así, no deja de sorprender el conocimiento que fue adquiriendo durante el viaje. Y que, a base de observación y de leer a Champollion, a su regreso fuera capaz de traducir jeroglíficos razonablemente.
Sus descripciones son muy brillantes, y nos dan una idea exacta de la vida en las aldeas ribereñas, donde la vida, dicho sea de paso, no ha variado mucho desde entonces. También se muestra muy sensible y preocupada por las condiciones de vida de las gentes de las aldeas egipcias, y sus necesidades, pero al mismo tiempo adopta la actitud del artista y trata de pintarlo y describirlo todo tal y como lo ve, sin entrar en más consideraciones. Tengo que decirles también que si el libro se hubiera escrito en nuestros días hubiera recibido críticas por no ser políticamente correcto. Posiblemente se hubiera tachado a la autora de xenófoba y clasista. Para ilustrar esta opinión me remito a un capítulo en el que ven un santón
Un poco más lejos, cuando toda esta feracidad ha quedado atrás y las orillas vuelven a ser planas y áridas, vemos con enorme sorpresa lo que parece ser un simio gris muy grande, sentado sobre un montón de tierra en la margen izquierda. La criatura está evidentemente bastante domada, y se sienta sobre sus cuartos traseros en esa postura distante y melancólica que los chimpancés acostumbran a adoptar en sus jaulas de los zoológicos.
¿Ven al Sheykh Selim? grita Talhamy que viene de abajo sin resuello. ¡Está allí! ¡Mírenlo! ¡Es el Sheykh Selim!
Así descubrimos que no se trataba de un simio, sino de un hombre, y no un hombre cualquiera, sino un santo. El más santo de los santos, el más sucio de los sucios; el renombrado Sehykh Selim tiene la coronilla blanca, la barba blanca y está ajado, encorvado y sarmentoso. Este hombre, desnudo y sin lavar, ha permanecido en el mismo lugar cada uno de los días del caluroso verano y del frío invierno de los últimos cincuenta años; sin alimentarse ni beber; sin siquiera levantar su mano para llevarse el sustento a la boca; viviendo de la caridad no sólo para alimentarse, ¡sino para que le dieran de comer como a un niño! No resulta agradable a la vista, ni siquiera a esta débil luz y en la distancia; no obstante, los marineros dicen que es hermoso, y le llaman en voz alta pidiéndole bendiciones cuando nos vamos.
Como comprenderán una descripción de este tipo levantaría ampollas hoy en día. Pero, como ya les dije antes, la sociedad inglesa no empleaba eufemismos para nombrar las cosas. La autora también establece diferencias entre las razas, y no duda en calificar de salvajes a los habitantes de algunas aldeas nubias. No obstante, no era una persona insensible, y esta actitud se supone producto de la época y el ambiente en que se crió. El Imperio Británico era ciertamente excluyente y colonizador. Y sus habitantes también lo eran.
Se aprecia en ella las magníficas dotes de observación que debe tener todo escritor, o pintor. Se fija en los detalles más pequeños, como pueda ser un escarabajo pelotero, al que dedica unas espléndidas reflexiones, tanto desde el punto de vista curioso, como por las significaciones egiptológicas que este animal tiene.
Sus descripciones pueden ser incluso poéticas, pero cuando relata hechos concretos, llega a provocar la sonrisa del lector por sus comentarios a veces ácidos, y por la fina ironía que derrocha en el relato.
Para ilustrarles a qué me refiero, les voy a leer la descripción que ella hace de una excursión a lomos de un camello, animal que ella confiesa detestar:
El camello tiene sus virtudes -al menos debe admitirse esto; pero no están a la vista. Mi camellero, por ejemplo, me dice que el animal transporta una cisterna de agua fresca en su estómago; lo cual es meritorio. Pero la cisterna no mejora ni su porte ni su carácter -ambos abominables. Irreprochable como bestia de carga, está en cambio abierto a muchas objeciones como montura. En primer lugar, resulta desagradable montar en un animal que no sólo rechaza ser montado, sino que demuestra una fuerte antipatía personal hacia su jinete. Sin embargo, ésta es su peculiaridad amistosa. Sabes que te odia desde el momento en que empiezas a caminar alrededor de él, preguntándote cómo y por donde iniciar el ascenso de su joroba. De hecho, no duda un momento en decírtelo en los términos más rotundos. Jura sin recato mientras tomas asiento; gruñe si mueves un centímetro de la silla; y si intentas girarle la cara en cualquier dirección que no sea la que él prefiere, te mira airadamente. Si perseveras, trata de morderte los pies. Si el morderte los pies no da resultado, se sienta. El hacer que un camello se siente o se levante, son representaciones expresamente diseñadas para infligir un completo dolor corporal al jinete. Sacudido dos veces hacia adelante y dos veces hacia atrás, con el trasero golpeado y la columna dolorida, el infortunado novicio recibe cuatro empujones diferentes, cada uno más violento que el anterior. Y es que este execrable jorobado está terrible y maravillosamente hecho. Cuenta con una articulación superflua en algún lugar de sus patas, y la usa para vengarse de la humanidad.
Otro aspecto que llama la atención poderosamente en el libro es la gran cantidad de alusiones a citas clásicas, a monumentos, a obras literarias, a lugares geográficos. Esto no hace sino poner de manifiesto la vastísima cultura que Amelia Edwards tenía, contrastando fuertemente con la educación ñoña que se daba a las mujeres en su tiempo, y que solo las capacitaba para buscar marido y ser muñecas de salón.
Amelia debió tener igualmente gran facilidad para aprender lenguas extranjeras, ya que conseguía manejarse razonablemente hablando árabe con los egipcios.
Tuvieron algunos momentos delicados durante el viaje, en los que tuvieron que desplegar toda su astucia para salir airosos. Uno de ellos fue una discrepancia con un personaje llamado Jeque de la Catarata y que era un especialista en conseguir que las dahabiyas remontaran y bajaran la catarata sin quedar para el desguace al golpearse contra las rocas. Por otra parte, diremos que el Pintor se dedicaba a recopilar insultos árabes en un cuaderno. Ante la discrepancia, de tipo económico, el Pintor lanzó uno de sus insultos al Jeque, que los dejó tirados, sin cruzar la catarata. Al día siguiente regresó y se solucionó todo. Amelia lo cuenta así:
Pero el Jeque de la catarata había ido muy lejos. La fatuidad de esa sonrisa hubiera exasperado al más templado de los hombres; y ciertamente, el Pintor no era el más templado. Por lo tanto, sacó su cuaderno, deslizó el dedo por las líneas, y pronunció la expresión que consideró adecuada. Su acento puede que no fuera impecable; pero no había duda en cuanto a la energía de su estilo o el vigor de su lenguaje. El efecto de ambos fue instantáneo. El Jeque saltó como si le hubieran disparado -palideció de rabia bajo su piel negra -juró que la Philae podía quedarse ahí hasta el día del Juicio Final, porque ni él ni sus hombres iban a hacer nada para acercarnos ni un solo pie; luego se metió en su raquítico bote y se alejó remando, abandonándonos a nuestra suerte.
Nos quedamos pasmados. Todo había terminado. Ahora nunca veríamos Abu Simbel -nunca escribiríamos nuestros nombres en la Roca de Abusir, ni saciaríamos nuestra sed con las aguas de la Segunda Catarata. ¿Qué íbamos a hacer? ¿Debíamos desafiar al Jeque, o tratar de congraciarnos con él? ¿Debíamos acudir al gobernador, o inmolar al Pintor ? La mayoría de nosotros quería inmolar al Pintor.
Aquella noche nos fuimos a la cama sin esperanzas; pero ¡vaya! a la mañana siguiente al salir el sol apareció el Jeque de la Catarata, todo sonrisas, todo actividad, con infinidad de cuerdas y un equipo de doscientos hombres. Ahora éramos sus más queridos amigos. El Pintor era su hermano. Había puesto en marcha una auténtica leva para poner a toda la Catarata a nuestro servicio. En resumen, no había nada que no estuviera dispuesto a hacer para complacernos.
Después de esto, jamás tomamos a la ligera el repertorio de insultos del Pintor. Si ese cuaderno suyo hubiera sido el libro sumergido de Próspero, o el papiro mágico de Thoth pescado del fondo del Nilo no lo hubiéramos mirado con más respeto, casi rayano en la devoción.
Como verán, las alusiones al libro de Próspero, o al papiro de Toth nos dan idea de la cultura de Amelia. A lo largo del libro veremos muchas de estas referencias, propias de personas muy cultivadas.
Arqueológicamente, quizás lo más interesante del libro sea la estancia en Abu Simbel, donde pasaron 18 días. Amelia y el Pintor querían pintarlo desde todos los ángulos. Pero el resto del pasaje y la tripulación se mostraban impacientes. Entonces Amelia, ya totalmente enamorada de Egipto, tuvo una idea. Los colosos tenían restos de escayola de unos moldes que se habían sacado en años anteriores. Y decidió que lo mejor era limpiarlos. Como arrancar la escayola hubiera dañado la piedra, y ella no hubiera permitido eso, se puso a pensar como podrían hacerlo. Al final la solución no pudo ser más efectiva y creativa: los tiñeron con café. La escayola teñida con café tomaba el mismo color que la arenisca de los colosos. El cocinero comentó que no había conocido a nadie tan ávido de café como Ramsés II. Para ello montaron un andamiaje y se pusieron al trabajo. La tripulación estuvo entretenida, y ellos pudieron disfrutar su visita.
La descripción de los Templos de Abu Simbel no puede ser más exhaustiva. En su libro ella trataba de hacer ver a la gente las cosas que ella vio, y para ello recurre a una descripción minuciosa, y a abundantes citas bibliográficas.
En el libro nos cuenta como un día estando sola dentro del Templo Grande fue consciente de tener toda la montaña sobre su cabeza, y le entró un ataque de pánico que le impedía moverse. Lo relata así
En ese momento (no podría decir por qué, ya que mis pensamientos estaban muy lejos) me vino como un relámpago el pensamiento de que toda la montaña podría, quizás, desplomarse sobre mi cabeza. Presa de un pánico repentino igual que el que se tiene en los sueños, traté de correr; pero no podía levantar los pies, y el suelo parecía hundirse a mi paso. Sentí que no podía pedir ayuda, aunque hubiera sido para salvar mi vida. Resulta innecesario, quizás, añadir que la montaña no se desplomó, y que mi terror no tenía motivo. En cualquier caso, habría sido una muerte grandiosa, y una manera de ser enterrado aún más grandiosa.
Aún harían otra cosa importante en Abu Simbel. Casi por casualidad descubrieron una sala anexa al templo que había quedado sepultada por un terremoto en la antigüedad. Lo descubrió el Pintor. Y al darse cuenta de que podía ser una cámara decorada, pusieron a la tripulación a trabajar para despejar el recinto de arena.
Al ir limpiando la sala, vieron que se trataba de una cámara de paredes decoradas en el estilo típico ramésida. En las decoraciones aparecía el dios Toth, por lo que llegaron a suponer que se trataba de la biblioteca del templo. También llegaron a la conclusión de que esta cámara quedó oculta a la vista desde tiempos faraónicos, puesto que no hay el menor rastro del paso de los Ptolomeos por el lugar, así como tampoco apreciaron ningún tipo de inscripción de viajeros antiguos (graffiti en griego o latín) como sucede con los templos que estaban visibles.
Este templo está en el extremo sur fuera de la terraza, pero dentro del recinto. Se trata de una pequeña gruta consagrada a imágenes inesperadas de la barca y está practicada en la base de la roca. Se trata por lo tanto de otro speos . La fachada, muy sobria es la propia cara de la roca que presenta una entrada encuadrada en unos paneles de bajo-relieve . Al Sur Ramses II, tocado con el jeperesh está en actitud de proteger la puerta. Al norte, con la corona roja, realiza un rito de purificación.
En el interior identificar las imágenes resulta un poco confuso, ya que las figuras de proa y popa de la barca no se corresponden a la identidad divina que figura en el naos. Ramsés parece haber mezclado demasiadas divinidades para demostrar su universalidad.
En la pared sur de la capilla, vemos a Ramsés II en majestad sosteniendo el incensario con una mano, y haciendo una libación con la otra, frente a una imponente mesa de ofrendas situada ante la barca sagrada. El grupo está presidido por la diosa buitre Nejbet. Detrás del rey, su hijo Ka lleva su emblema con su nombre de Horus. La representación de la barca es muy elegante. El naos está semi-velada y dos grandes flabelos la escoltan.
Por las inscripciones se puede determinar que la barca pertenece al dios Thoth, y cabria esperar que la figura que surgiera de el naos fuera Thot, pero no es así: según el relieve se trata del propio Ramsés II con cabeza de halcón y doble corona revelado en la Casa del Nacimiento (Per-Mes) Así Ramsés II revela su regeneración anual junto con la inundación, confundiendo su imagen con la de Thot.
Igualmente en la pared norte hay otra representación de la barca en la que las figuras de proa y de popa tienen cabeza de halcón, al estilo tradicional. Bajo el naos de la barca está escrito : Horajty reside en su barca. Para mayor claridad, debemos remitirnos a la imagen situada detrás de la barca, es decir la forma divina que reside en el naos. Allí vemos una encantadora efigie juvenil que presenta un cetro was ; sobre su cabeza, la pluma de avestruz de Maât, que se perfila sobre el disco solar: aquí tenemos otra vez el nombre de coronación del rey User-Maat-Re, de la misma manera que lo encontramos en la fachada del templo grande. Aunque en esta ocasión el nombre del rey está asimilado a Horajty, a Horus, a Thot, a Amón.
La confirmación de este tipo de lenguaje nos viene dada por el fondo del santuario, que tiene un relieve parecido. A la izquierda, al sur, el rey con el jeperesh y dominado por la diosa buitre ofrece a Amón su propio nombre. Este Amón está representado como Señor de Karnak, que reside en la montaña sagrada (en el país de Kush Napata). A la derecha Ramsés con la doble corona y talla algo menor ofrece vasos de vino a Re-Horajty tocado con un gran disco solar. Detrás vemos un emblema real con la efigie de Horus. Debajo, la inscripción precisa que el faraón ha sido consagrado en la Casa del Nacimiento Es decir que el speos es un mammisi y no una biblioteca como pensaron Amelia y sus compañeros de viaje.
En este pequeño speos se aprecia como Ramsés II se representaba encarnado en todas las formas divinas. En el suelo, aún se aprecia el lugar destinado a colocar la barca sagrada, aunque más que un reposadero, esto debia ser un lugar de presentación de la nave que ocupaba el Templo Grande.
El 16 de Febrero de 1874 el Pintor, Andrew McCallum, dirigió una carta desde Korosko, en Nubia, al director del Times dando cuenta de este descubrimiento. Lamento no poder tener ninguna imagen de el periódico, pero por más que la he solicitado al Times, no me han respondido. Ahora bien, les puedo leer el texto, ya que este aparece al final del libro. Dice así:
Señor Director:
Puede resultar de interés a sus lectores el conocer que en la parte sur del Gran Templo de Abu Simbel, encontré la entrada a una cámara excavada en la roca, y pintada, que medía 21 pies y dos pulgadas y media, por 14 pies ocho pulgadas, y por 12 pies de altura hasta el arranque de un arco con elaboradas inscripciones, pintada con el mejor estilo del mejor periodo del arte egipcio, en la que aparecen retratos de Ramsés el Grande y sus cartuchos, y que se encuentra en un perfecto estado de conservación. Esta cámara está precedida por las ruinas de un atrio abovedado, construido de adobe, que está adosado a los restos de lo que parece ser una pared maciza o pilono, en la cual hay una escalera que termina en una puerta de arco que da al atrio antes mencionado.
La puerta de la mencionada cámara, la escalera y el arco estaban totalmente enterrados en arena y cascotes. La cámara tiene el aspecto de haber quedado cubierta y desaparecida de la vista desde una época muy antigua, por lo que permanece libre de mutilaciones y de las típicas escrituras de los viajeros antiguos y modernos.
La escalera no se abrió hasta el día 18, y un caballero de nuestra expedición descubrió allí, enterrados en la arena, los huesos de una mujer y un niño, con dos pequeñas urnas cinerarias. Esto era sin duda un enterramiento posterior. Si esta cámara decorada es el santuario interior de un templo subsidiario, o es
parte de una tumba, o simplemente un speos, como las famosas cuevas de Ibrim, es algo que los futuros excavadores deberán determinar. Le saluda atentamente, etc. etc.
Andrew M’Callum
La cantidad de datos almacenados por Amelia en este viaje le sirvió para escribir el libro, aunque tardó mucho en publicarlo, ya que le llevó mucho tiempo contrastar datos, y documentarlos bibliográficamente. Y entonces las cosas no eran tan inmediatas como ahora. El buscar una simple fecha podía llevar varias semanas.
El lector de Mil Millas sabe que realmente ella jamás regresaría a Egipto, y el final del libro resulta un poco amargo, aunque no exento de poesía. Desde lo alto de la pirámide de Keops, dice así:
Se distingue claramente cada piso de la pirámide de Ouenephes, (así llama a Djoser) alternando la luz y la sombra. Igualmente vemos la cima en forma de cúpula de la gran pirámide de Dahshur. Incluso es visible la ruina de ladrillo que está a su lado, y que nosotros tomamos por una roca negra cuando iniciamos el viaje, y que aún parece una roca negra. En el punto más lejano, pálida y puntiaguda, en medio del resplandor palpitante del mediodía, se yergue, como una Torre de Babel inacabada, la Pirámide de Meydum. Era este el lado hacia el que nuestros ojos se volvían con más frecuencia hacia el inmenso desierto envuelto en su misterio de luz y silencio; hacia el Nilo que aparece brillando una y otra vez, para perderse en la distancia, tras la cual están Tebas, y Philae y Abu Simbel.
Es decir, aún no ha salido de Egipto cuando se aprecia en sus palabras una añoranza de Tebas y Abu Simbel. Ella, de alguna manera, sabía que ya no volvería jamás a pisar esas tierras. Así lo expresa en otro lugar del libro.
EEF W.M. Flinders Petrie
Amelia Edwards fue también la impulsora del EEF, ahora llamado EES. De no haber querido la casualidad que ella y su amiga L. decidieran ir a guarecerse de la lluvia a Egipto, el EEF no se habría fundado.
A finales del siglo XIX estaba bastante de moda traerse recuerdos de Egipto. Y cuando decimos recuerdos no nos estamos refiriendo a pequeñas estatuillas funerarias, o fragmentos de terracotta, sino que se desmontaban relieves enteros, y se trasladaban obeliscos y grandes estatuas.
Durante su estancia en Egipto, ella se sintió muy impresionada por el lamentable estado de abandono de los monumentos, y por los expolios a que se veían sometidos, y decidió tomar parte activa en una especie de campaña de salvación de los monumentos del AE. Para ello fundó una sociedad para promover y financiar excavaciones en Egipto: El EEF, del que fue Secretaria Honoraria. Un año después esta institución enviaría a excavar al Delta del Nilo a un caballero inglés de 30 años llamado William Mathew Flinders Petrie.
Petrie ya había estado excavando en Giza en 1880, y pronto se hizo un cierto renombre por la meticulosidad de sus métodos. Fue el pionero en el tipo de trabajo de campo que daba suma importancia a los objetos más insignificantes, como podían ser los fragmentos de terracota. Él decía que cuando se estudiaban detenidamente daban tanta o más información que los objetos de mayor tamaño. Esta metodología sigue siendo válida y muchos egiptólogos, así como excavadores de otras culturas, siguen practicándola.
Amelia Edwards pronto se convenció de que Petrie era el mejor excavador del momento en temas egipcios. Y durante los siguientes nueve años lo tomó bajo su protección. Y además se hicieron grandes amigos. Juntos discutieron asuntos espinosos relacionados con el EEF, e incluso siguieron siendo amigos después de la dimisión de Petrie en 1886. Petrie era muy crítico con las personas descuidadas. El se exigía mucho a sí mismo, y esperaba que los demás hicieran lo mismo. Respetaba a Amelia, pero rechazaba los métodos de trabajo de Poole, el Secretario Adjunto. En un momento determinado se hartó y presentó la dimisión, pidiendo a Amelia que airease en prensa una campaña contra Poole. Ella le respondió que su valor como arqueólogo era incalculable, pero que al mismo tiempo Poole era un buen amigo, y ella estaba unida a él y a su familia, y le dijo que no podía hacerlo. Transcribimos aquí algunos párrafos de una carta que envió a Petrie, en la que se refiere:
al heroico sacrificio de la amistad de una familia con la cual tengo una deliciosa e intima relación cuando estoy en Londres .Me estoy acercando al atardecer de la vida (entonces tenía 55 años) y no puedo poner a gente nueva en mi corazón, sino que me aferro a los pocos muy pocos- amigos que tengo .
En otra carta dirigida a ella, se le apunta la posibilidad de que debería haber dimitido junto a Petrie. Dice así:
Si Vd. Se hubiera ido con Petrie, todos los que están en el mundillo egiptológico la hubieran seguido. En Egipto todo el mundo piensa que Petrie ha sido desaprovechado no por usted, sino por Poole. Resultaba imposible para un genio como Petrie trabajar a sus órdenes.
Como Secretaria Honoraria del EEF, Amelia conocía a todo el mundo que tenía importancia en la Egiptología. Incluso llegó a mantener correspondencia frecuente con Gaston Maspero, quien en 1888 fue nombrado Director de Antigüedades en El Cairo. A veces discrepaban y tenían opiniones encontradas. Esto sucedió particularmente cuando se pensó en enviar a Schliemann a excavar en Egipto. Amelia veia con buenos ojos esta idea, pero Maspero consideraba que si bien Schliemann había conseguido mucho éxito en sus excavaciones en Troya, la discreción no era una de sus virtudes. Y Egipto atravesaba entonces por un delicado momento político. Y cualquier paso en falso, cualquier opinión aventurada o cualquier indiscreción, podría dar al traste con las concesiones para excavar. Amelia cedió y Schliemann no excavó jamás para el EEF.
La pasión de Amelia Edwards por Egipto la llevó a financiar la primera cátedra de Egiptología del Reino Unido. Otros países como Francia Italia o Alemania ya impartían clases de Egiptología en sus universidades. Por lo tanto se la consideró como la Madrina de la Egiptología.
A su muerte, legó está cátedra al University College de Londres. Tres meses antes de morir, añadió un codicilo a su testamento en el que dejaba 5.000 LE, en acciones del ferrocarril al UCL. La renta de este capital (unas 140 libras al año) debían destinarse a la cátedra de Arqueología y Filología Egipcia, incluyendo el desciframiento y lectura de jeroglíficos. También en relación con esta cátedra, ella dejó en herencia todos sus libros, fotografías y otros documentos relativos al AE. Conservó para ella sus dibujos y bocetos. También legó su colección de antigüedades egipcias, citamos textualmente la relación de su legado:
Mi colección de joyería del Antiguo Egipto, escarabeos, amuletos, estatuillas de dioses en porcelana, bronce y piedra; mesas funerarias; esculturas; cerámica; escritos en tela o papiro, y otros varios monumentos.
Sin embargo, este legado constaba de cinco cláusulas muy bien definidas. La primera y más chocante de todas era que:
Nadie que tuviera despacho en el Museo Británico podría ser elegido para ostentar su cátedra.
Las clases, becas y exposiciones estarían abiertas a personas de ambos sexos.
Los libros y antigüedades se expondrían juntos en una habitación destinada a ello, en estanterías y vitrinas.
La cátedra se llamaría Cátedra Edwards de Arqueología y Filología Egipcia.
Se colocaría una placa en la puerta de dicha habitación explicando que los libros, las antigüedades y la Cátedra eran un legado de Amelia B. Edwards, con la fecha de su nacimiento y de su muerte.
(Respecto a esta última cláusula, he de decir que los visitantes actuales del University College, aún pueden ver dicha placa a la salida de la Biblioteca Edwards).
El testamento concluía diciendo que si el UCL no cumplía estas condiciones o no aceptaba por cualquier causa este legado, la herencia se ofrecería a la Universidad de Oxford, en las mismas condiciones.
Sorprendentemente, el codicilo del 22 de Enero de 1892, no sólo reitera la condición de que ningún oficial del Museo Británico podrá ocupar la cátedra, sino que añade una cláusula adicional: El primer catedrático que la ocupe tampoco deberá rebasar los cuarenta años También se decía que si el UCL no contaba con una buena sala bien iluminada para la colección de antigüedades, la legaria al Ashmolean de Oxford, bajo las mismas condiciones. Y si tampoco cumplían sus requisitos, iría a parar al Fitzwilliam de Cambridge.
Esta defensora de los derechos de la mujer, se decidió por el UCL, ya que era la única institución que admitía mujeres para realizar los exámenes de admisión. Igualmente vetó a los oficiales del BM para impedir que E.A. Wallis Budge (entonces Conservador Adjunto de antigüedades Asirias y Egipcias del Museo Británico) accediera al cargo. Wallis Budge había sido abiertamente hostil a las actividades del EEF, y no quiso colaborar con su financiación, e incluso tachó al EEF de poco profesional. El codicilo en el que se hace referencia a la edad del primer ocupante de la cátedra, también aseguraba que ninguna persona no deseada ocuparía el cargo. Esto era un veto abierto contra Wallis Budge. A la muerte de Amelia, Petrie estaba rozando los 39 años de edad. Y, lógicamente, el ostentó la cátedra patrocinada por su benefactora.
A los pocos meses Petrie pronunció la conferencia inaugural de la Biblioteca Edwards, en calidad de titular de la Cátedra Edwards de Egiptología.
Hoy en día, podemos contemplar la colección de Amelia Edwards en el Museo Petrie del UCL, así como un busto de ella en mármol blanco, obra de Percival Ball. Este busto es una reproducción del original que ella cedió a la Galería Nacional de Retratos.