Amelia Edwards: el despertar de una pasión
Por Rosa Pujol
20 julio, 2004
Modificación: 23 mayo, 2020
Visitas: 13.931

Sus últimos y penosos días

Durante su gira americana, sufrió un accidente que, aunque leve en principio, acabaría con su vida. Al bajar del estrado después de pronunciar una conferencia se cayó y se fracturó el brazo izquierdo. Sufrió una fractura compuesta que la obligó a tener el brazo inmovilizado durante cierto tiempo. Después la propia falta de movilidad de brazo y mano hizo que sufriera dos percances más en el mismo brazo, con la fatalidad de que una astilla de hueso al parecer se clavó en una arteria, y esto hizo que perdiera mucha sangre. Al poco tiempo comenzó a tener molestias en su pecho izquierdo y el diagnóstico fue fulminante: tenía cáncer. Inmediatamente se le practicó una mastectomía, y el mal quedó zanjado, y no regresó jamás, pero ella estaba muy débil por la pérdida de sangre, y jamás se recobraría totalmente.

Incluso después de conocer su fatal enfermedad, y de sufrir la terrible operación, ella jamás se dio por vencida, dejando sus asuntos perfectamente organizados, e incluso escribiendo algunas cartas de las que entresaco algún fragmento, para que podamos hacernos una idea del tipo de mujer que fue Amelia.

El mismo día que supo el diagnóstico de su enfermedad escribió a Alice Kingsbury:

Gracias por tu interés. Siento decirte que el brazo y la mano progresan aunque muy despacio, y dudo que pueda recobrar el uso de ambos. Tuve la mala suerte de caerme en el camarote del Etruria a causa de un bandazo del barco, en mi regreso a casa. Y luego tener otra caida desgraciada después de atracar, y cada vez el brazo resultaba dañando. Es un asunto lento y doloroso, y me dicen que me queda un año para empezar a sentir mejoría.

Es evidente que Amelia no le contaba la verdad a su amiga. También escribió a la hermana de Alice, Edith Kingsbury explicando como sintió no estar con ellos en Inglaterra e Italia

… pero, estuve tan enferma en Italia e Inglaterra a finales de la primavera y en el verano pasado que creo que apenas hubiera aguantado unos minutos de conversación. No era yo la que desayunaba en el jardín de la Princesa Brancaccio. En Abril yo estaba demasiado enferma para unirme a ninguna reunión. Y en Mayo estuve al borde de la muerte en nuestro Hotel de Posilippo. Miss Bradbury (su secretaria) jamás pensó que podría sacarme de la Bahía de Nápoles con vida. Cómo me llevó al norte de Italia es un milagro, pero lo hizo. Y en Florencia y en Venecia comencé a sentirme mejor. Al final llegamos a Suiza y tres semanas en el Rigi Scheidek con un tiempo polar, niebla, nieve, heladas, lluvia, obraron milagros en mi salud. Los médicos me ordenaron un clima cálido, y casi muero allí –y escapando a una región gélida, me recobré. ¡Bien por los médicos!

Algunas de estas cartas, escritas por ella de puño y letra, fueron encontradas por John William Pye, uno de los biógrafos de Amelia, dentro de ejemplares de libros que llegaron a sus manos.

Jamás quiso que se supiera nada ni de su enfermedad, ni de la operación que había sufrido. En parte porque, en mi opinión, no quería suscitar la compasión de la gente, y en parte por la lacra social que entonces suponía ser una mujer mastectomizada. Hoy en día esto no tiene importancia, pero entonces, se consideraba una mutilación, en cierto modo vergonzante, que había que ocultar.

Amelia Edwards: el despertar de una pasión

Amelia Edwards murió finalmente al contraer una gripe, de la que no logró recobrarse. Su vida acabó el 15 de Abril de 1892. Su tumba está en el cementerio de Westbury-on-Trym, cerca de Bristol. Como pueden ver, y a pesar de que la fotografía es muy mala y antigua, se aprecia que Egipto fue su única y verdadera pasión. Vemos un símbolo anj como lápida y un obelisco presidiendo su sepultura. Nos quedaremos con sus palabras premonitorias de que jamás regresaría a su tierra adorada. Muchos de nosotros hemos hecho y sentido algo parecido al abandonar Egipto.

Miro; escucho; me hago la promesa de recordarlo todo en los años venideros: las solemnes colinas, estas columnatas silenciosas, estos profundos y tranquilos espacios de sombra, estas palmeras soñolientas. Me quedo allí hasta que todo está prácticamente oscuro, y les digo adiós, temiendo quizás no verlas nunca más.

 

Por Rosa Pujol 

 

(Mejora de SEO/Readability/Presentación… 23 de mayo de 2020. No hay cambios en contenidos o ilustración)

Páginas: 1 2 3 4

Whatsapp
Telegram