Una casualidad. Algo tan intrascendente como una lluvia inoportuna, fue el motivo de que hoy tengamos ante nosotros uno de los más fascinantes libros de viajes por el Nilo que se hayan escrito. Fue una casualidad que Amelia B. Edwards (1831-1892) estuviera recorriendo el sur de Francia con una amiga en busca de paisajes para pintar, como casualidad fue que una época de meteorología adversa las hiciera replantearse la situación y pensar en un lugar más cálido donde la lluvia no representara una amenaza. Su elección recayó casualmente en Egipto, destino que estaba muy de moda entre los ingleses del siglo XIX. Por lo tanto, y en palabras de la propia Autora, se puede decir que fue a Egipto para resguardarse de la lluvia. Todo este cúmulo de casualidades acabaría cambiando la vida de Amelia B. Edwards para siempre.
Amelia Edwards ya tenía 42 años cuando en Noviembre de 1873 emprendió su único viaje a Egipto, acompañada de su amiga Lucy Renshawe, a quien ella llamaba L. Una vez en El Cairo alquilaron una dahabiya -así llaman en Egipto a las típicas embarcaciones fluviales de fondo plano- que llevaba por nombre Philae. En esta nave, que por su gran tamaño requería una tripulación de quince personas, partieron rumbo sur con el objetivo de remontar el Nilo hasta Nubia, iniciando así una aventura que habría de dar sentido a su vida futura.
A lo largo del libro, podemos percibir como Amelia Edwards, la intrépida señorita victoriana que fue a Egipto de modo casual, se iba sintiendo irremediablemente atraída por la milenaria cultura de los faraones. Y, a pesar de haber llegado allí como simple viajera, la travesía por el Nilo despertó su pasión por la egiptología, pasión que ya no la abandonaría jamás. Se observa cómo al principio del libro describe brillantemente los bazares, los derviches, las mezquitas o la salida de una caravana, haciendo un retrato fiel de un exótico país árabe. Pero al visitar las Pirámides se produce una especie de flechazo. Queda tan sobrecogida por lo que tiene ante sus ojos, que confiesa necesitar tiempo para asumirlo. Le produce tanto respeto la visión de estos monumentos que al referirse a la sombra que la Gran Pirámide proyectaba sobre la arena, escribe la palabra sombra con mayúscula. Poco a poco iremos viendo cómo la descripción de los monumentos faraónicos va tomando protagonismo en el relato, al tiempo que su Autora se va enfrascando en mediciones, copias de textos y bocetos de las ruinas. La fascinación inicial había dado paso a algo mucho más profundo.
Como persona inteligente y culta, Amelia iba muy bien documentada para la aventura en la que se había embarcado. Y una vez allí, aprovechó todas sus oportunidades, de manera que a su regreso ya era capaz de descifrar jeroglíficos de modo bastante razonable. Disfrutaba lo indecible con cada nuevo monumento que visitaba, y era capaz de soportar calor e incomodidades para no perderse nada. Incluso asumió la responsabilidad de limpiar uno de los colosos de Abu Simbel, afeados por unos restos de escayola que quedaron adheridos al sacar unos moldes. Hizo gala de una gran creatividad al recurrir a una solución casera que, no sólo acabó devolviendo su color a la piedra, sino que mantuvo ocupada a la tripulación durante su prolongada estancia en Abu Simbel. Tenían pensado pasar allí algún tiempo para pintar y disfrutar del lugar, pero, una vez más, la casualidad quiso que hicieran un importante y romántico descubrimiento que ella relata con maestría, aportando gran cantidad de datos de indudable valor arqueológico. Así, mientras surcaba tranquilamente las aguas del Nilo, Amelia Edwards se fue convirtiendo en la primera mujer que se dedicaría profesionalmente a la egiptología en el Reino Unido, la Gran Dama de la egiptología, como se la conoce hoy en día.
Durante su viaje vio con gran preocupación el grado de deterioro y abandono que presentaban algunos monumentos. Esta toma de conciencia la hizo pasar a la acción, y, al regresar a Londres, fundó el Egypt Exploration Fund , fundación dedicada a la salvación de monumentos y al patrocinio de excavaciones en Egipto por medio de donaciones privadas e institucionales. El Egypt Exploration Fund contó entre sus filas con egiptólogos de la talla de William Mathew Flinders Petrie o Howard Carter. Esta institución sigue existiendo en la actualidad, con el nombre de Egypt Exploration Society . Sus publicaciones son de obligada referencia para egiptólogos de todo el mundo y está a la altura de las más prestigiosas organizaciones dedicadas al estudio del antiguo Egipto.
El relato que Amelia hizo de su viaje en Mil Millas Nilo Arriba es un auténtico placer, tanto para el estudioso de la milenaria cultura del Valle del Nilo, como para el profano. La brillantez de su prosa, sus magníficas descripciones, su rico y florido vocabulario, sus citas clásicas, e incluso su sutil sentido del humor, hace que la presente obra sea considerada como un clásico de la literatura de viajes del siglo XIX.
Las innegables dotes de observación que, como buena escritora, poseía Amelia Edwards se hacen patentes a lo largo del libro. Ella va combinando de manera exquisita la exhaustiva información egiptológica con el vívido retrato de la vida y las costumbres a orillas del Nilo. En algunos pasajes memorables, llega a provocar la sonrisa del lector con su fina ironía y su humor no exento de cierto toque ácido. Mantiene en vilo la atención al describir algunos episodios delicados a los que hubieron de enfrentarse. Y, por encima de todo, se nos muestra como una mujer infatigable, culta y voluntariosa que está descubriendo su verdadera vocación.
Quizás convendría advertir que si Mil Millas Nilo Arriba se hubiera escrito en la actualidad, probablemente se habría considerado políticamente incorrecto, y a su Autora se la habría tachado de clasista y excluyente. Aunque pueda dar la sensación de que menospreciaba a las razas nativas de Egipto, esto dista mucho de ser así. Debemos tener en cuenta que la Inglaterra del siglo XIX se regía por parámetros muy diferentes a los actuales y que Amelia fue educada en esa sociedad colonizadora y poco dada a eufemismos, que llamaba a las cosas por su nombre sin el menor reparo. Esta primera impresión, acaso desfavorable, se va desvaneciendo a través de las páginas del libro, que nos presenta su lado más humano y sensible. Así, la vemos preocuparse por el bienestar de la tripulación, por las condiciones de vida de los habitantes de los pueblos ribereños, y sobre todo por los niños. A menudo, ella y L curaban como podían las heridas o aliviaban las dolencias de los pobres campesinos que se acercaban a la Philae y que las consideraban poco menos que diosas.
La edición en castellano de esta obra viene a cubrir un importante hueco en la bibliografía referida al antiguo Egipto, y pone al alcance de los lectores de habla hispana uno de los títulos más celebrados e imprescindibles tanto para los amantes de la egiptología, como para los apasionados por la literatura de viajes en general. Aunque, el lector lo comprobará por sí mismo, este libro es algo más que el simple relato de un viaje.
Al emprender la tarea de su traducción, ya supuse que encontraría muchas discrepancias con respecto a lo que en la actualidad se sabe en el campo de la egiptología. Por supuesto, estas discrepancias se deben estrictamente a la época en que se escribió el libro, sin que por ello haya que albergar dudas acerca de los grandes conocimientos de egiptología que llegó a tener la Autora en su tiempo.
Creo, sinceramente, que gran parte del encanto de este libro está precisamente en esas deliciosas inexactitudes y en el desconocimiento de datos que ahora son familiares para todo aquel que se interesa por el antiguo Egipto. Por ejemplo, cuando Amelia Edwards aventura la edad de las pirámides, debemos ser conscientes de que en 1874 aún se estaba estableciendo la cronología de Egipto. Al igual que hoy en día incluso los profanos en la materia saben que la pirámide escalonada de Saqqara se construyó bajo el reinado de Djoser, y no de Ouenephes como ella afirma. Pero esto no son más que anécdotas que, lejos de restar valor a la obra, aportan un sabor especial a su lectura y aumentan su indudable interés histórico
Por todo ello, me he permitido apuntar algunas notas aclaratorias a pie de página, que espero ayuden a lograr una mejor comprensión. Naturalmente, en la traducción del texto, he respetado escrupulosamente la versión de la Autora, sin cambiar una sola coma. Tampoco he convertido las millas, pies y pulgadas a kilómetros, metros y centímetros, ni he corregido las curiosas grafías que la Autora utiliza para nombrar a dioses y lugares, en la confianza de que este respeto contribuya a una mayor autenticidad del relato original.
Mi recomendación final para el lector de Mil Millas Nilo Arriba es que pase por alto las irrelevantes inexactitudes egiptológicas y que se embarque con la Autora en esta fascinante aventura, que se familiarice con sus cuatro acompañantes, que imagine cómo era la vida a bordo de la Philae, que escuche el parloteo de la tripulación, que sienta el palpitar de las aldeas ribereñas, que se emocione con las competiciones entre dahabiyas , que contenga la respiración al cruzar la catarata, que sonría con la opinión que ella tenía de los camellos, que los atardeceres de oro le hagan entornar los ojos, que perciba la nostalgia de Amelia al abandonar Egipto… Y, en una palabra, que se disponga a disfrutar de la serena placidez que emana del relato de este viaje antiguo, un viaje mágico y evocador que hoy en día nadie podría repetir.