La vuelta a la vida de Tutankhamón
Por Rosa Pujol
3 noviembre, 2014
Detalle de la Pared Norte de la cámara funeraria de Tutankhamón.
Modificación: 10 junio, 2020
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Relato del más fascinante descubriendo de la historia de la egiptología

-¿Puede usted ver algo?
-Si, ¡cosas maravillosas!

Estas fueron las frases que se intercambiaron Lord Carnarvon y Howard Carter al abrir la cámara funeraria del faraón Tutankhamón, que había permanecido en tranquilo reposo durante 3.000 años. Y efectivamente, cosas maravillosas aguardaban en el oscuro interior de la tumba a que un egiptólogo inglés, hasta entonces anónimo para el gran público, las sacara a la luz para asombro del mundo.

Los antecedentes

El descubrimiento de la tumba no fue en modo alguno casual, sino producto de la gran dedicación de un voluntarioso excavador, que pasó muchos años trabajando en Egipto antes de tener su gran recompensa. Pero vamos a hacer una breve semblanza de Howard Carter y los inicios de su carrera.

Aunque Howard Carter nació en Londres, en 1874, pasó su infancia en un pueblo llamado Swaffham, al cuidado de las hermanas de su padre, ambas solteras y responsables de la educación que recibió el niño Howard.

Sam Carter, el padre de Howard era un pintor que gozaba de cierta fama y su hijo heredó su facilidad para dibujar y copiar. Por medio de su padre, Carter fue recomendado a Percy Newberry, que en 1891 trabajaba para el Egypt Exploration Fund, con el fin de que le ayudara a copiar las escenas de las tumbas de Beni Hassan. Por lo tanto, con sólo 17 años Howard Carter viajó a Egipto por vez primera.

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Carter había recibido instrucción artística de su padre, y Percy Newberry pronto descubrió que su joven colaborador tenía un talento artístico muy superior al que había imaginado, e igualmente superaba a los otros copistas que trabajaban por entonces en las tumbas. Por otra parte Newberry estaba apenas empezando su carrera, y era un egiptólogo especializado en jeroglíficos, pero con una capacidad artística bastante limitada.

Aquel primer contacto con Egipto marcó a Carter para el resto de su vida. Quedó impresionado por la belleza de la flora y la fauna del país, y a fuerza de copiar pinturas y relieves parietales comenzó a entender el arte egipcio. También el estar realizando trabajo de campo le proporcionó su primera oportunidad de entrar en contacto con el mundo de la excavación arqueológica.

En este momento de su vida, una casualidad hizo que el Egypt Exploration Fund aceptara la colaboración de Carter para trabajar con Sir W.M. Flinders Petrie en su excavación de Amarna, la Ciudad del Horizonte de Atón, que fue establecida por Ajenatón y abandonada tras su muerte. Petrie iba patrocinado por una familia, los Amherst, quienes confiaban en que al financiar la excavación, obtendrían antigüedades para su colección privada. Por lo tanto Carter también contó con el mecenazgo de los Amherst, al unirse a Petrie en Enero de 1892, aunque ambos parecían no estar seguros del éxito de esta colaboración.

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Petrie se mostraba encantado de poder estar acompañado, pero no veía como podía hacer un excavador de alguien tan joven como Carter, que, además, sólo hablaba de dibujos y de pájaros. Carter, por su parte, opinaba que Petrie perdía demasiado tiempo en trivialidades y en minucias que podían realizar los obreros egipcios. Esta desconfianza mutua hizo que la primera misión encomendada a Carter fuera algo tan poco científico como la de construirse un alojamiento. También debía cocinar y realizar las labores domésticas.

Las cosas fueron cambiando en cuanto ambos se conocieron un poco más a fondo. Petrie descubrió que podía sacar gran provecho de las cualidades innatas de Carter. Era un buen observador, buen catalogador y aprendía rápidamente cómo dirigir una exploración o dibujar un plano. Por su parte, Carter no disimulaba su satisfacción por poder trabajar con alguien tan reputado y experto en trabajo de campo, y aprovechaba todas su enseñanzas.

Carter pronto contó con su propia zona de excavación de la que sacó algunas figurillas para la colección de sus patrocinadores, los Amherst. Pero lo más importante para él, y lo que marcaría su futuro, fue el poder observar a Petrie en acción y poder debatir métodos de trabajo con él. Al cabo de los años, Carter se referiría a esta época junto a Petrie como la más provechosa de su carrera y la que despertó su pasión por la excavación y su fascinación por la cultura egipcia, aunque apenas duró un año.

Carter aún era demasiado joven y no contaba con recursos para iniciar una carrera independiente, por lo que siguió trabajando para el Egypt Exploration Fund durante los ocho años siguientes. En 1892, Carter recibió el encargo de copiar los relieves del templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari. Los trabajos de desescombro del templo corrían a cargo de Edouard Naville, un suizo que buscaba fundamentalmente inscripciones. Petrie no tenía muy buen concepto de Naville y criticaba abiertamente que el EEF le encargara trabajo de excavación.

Los métodos de trabajo de Carter, que despreciaba el sistema de calcado que utilizaba Newberry y prefería copiar, hicieron que pronto adquiriera fama y prestigio como dibujante y como excavador. Y en 1899, por recomendación de Naville, Carter fue elegido para desempeñar el puesto de Inspectopr Jefe del Alto Egipto. Su responsabilidad abarcaba desde Kush en el Egipto Medio hasta el Wadi-Halfa al sur de la frontera con Sudán, y se mantuvo en el cargo hasta 1904.

Este vertiginoso ascenso de Carter, que no había recibido instrucción egiptológica, le hizo sufrir casi a lo largo de toda su vida de un cierto complejo de inferioridad. Él nunca se había enterrado en libros ni sabía leer jeroglíficos, a pesar de conocerlos de sobra por sus copias. Como consecuencia de esto, jamás fue demasiado bien considerado por sus contemporáneos.

Su primera excavación desde su nuevo puesto no resultó ser precisamente un éxito. La historia se remontaba a su época de dibujante de Deir el-Bahari. Tras una noche de fuerte tormenta y lluvia torrencial, Carter decidió cabalgar hasta el templo para comprobar si éste había sufrido daños. Al acercarse al templo, su caballo «Sultán» lo tiró al suelo frente al entonces sin excavar templo de Mentuhotep I, de la Din. XI. Al parecer el casco del caballo se había metido en un hoyo que a Carter le pareció que podía formar parte de los alrededores de una tumba. Pero el terreno estaba fuera de los límites de la concesión del EEF, y nada se pudo hacer. Ahora bien, una vez en el puesto de Inspector de Antigüedades, con casa y cuartel general en Tebas, Carter convenció a Maspero –que entonces era el Director de Antigüedades- para empezar una excavación allí, en lo que parecía ser una tumba. Tras varios meses de trabajo, encontró un corredor que llevaba a una sala con una gran estatua envuelta en lino, un sarcófago sin nombre y algunas vasijas. También halló un pozo bloqueado. Esto le hizo concebir esperanzas de que tras el pozo podía hallar una auténtica cámara funeraria.

Presa de gran excitación, Carter promulgó a los cuatro vientos su descubrimiento e invitó a un número de notables para la gran apertura. Y esta resultó ser un fiasco. La cámara solo contenía algunos modelos de barco y vasijas. Esta extraña tumba, quizás falsa, se conocería más tarde, erróneamente por «La Tumba del Caballo», en árabe Bab el-Hosan, que realmente significaría «puerta del caballo». Y esta experiencia hizo que Carter aprendiera que la cautela era la virtud que más adorna al excavador.

Howard Carter estaba encargado de la supervisión de todas las excavaciones que por entonces tenían lugar en el Valle de los Reyes. Victor Loret, antecesor de Maspero como Director de Antigüedades, había emprendido muchas de estas excavaciones, y entre los descubrimientos que hizo, los más importantes fueron las tumbas de Tutmosis III y Amenhotep II, esta última conteniendo un buen número de momias reales colocadas allí en la antigüedad para preservarlas de los ladrones. Carter tuvo que encargarse del traslado de todas estas momias desde la tumba de Amenhotep II al Museo de El Cairo.

Sin embargo, Carter cometió un error que sus adversarios utilizaron en su contra. El cuerpo de Amenhotep II fue dejado dentro de su sarcófago en un acto de piedad que no dio buen resultado, puesto que en 1902 el cuerpo fue robado mientras Carter se encontraba ausente de Tebas. Esta profanación avivó las críticas de sus enemigos que no consideraban a Carter digno del puesto que ocupaba.

Por otra parte, Carter estaba fascinado con el Valle de los Reyes y sostenía que aún podían encontrarse tumbas, incluso intactas. Desgraciadamente el Servicio de Antigüedades no contaba con los recursos económicos suficientes como para financiar excavaciones y el único modo era buscarse un mecenas.

A causa de su cargo, Howard Carter pudo entrar en contacto con Theodore M. Davis, mecenas y coleccionista estadounidense, que había financiado algunas excavaciones, y que parecía dispuesto a seguir aportando fondos. Carter trabajó con él y en su primera campaña no encontró nada, aunque el mecenas quiso financiar una campaña más. En los inicios de la segunda campaña, los obreros encontraron la entrada a una tumba, inmediatamente identificada como la de Tutmosis IV (ca. 1401-1391 a.C.) gracias a un depósito de fundación hallado a la entrada de la tumba. Carter estaba convencido de que había descubierto su primera tumba real en el Valle de los Reyes.

En el momento del descubrimiento, Davis estaba de viaje y Carter, recordando la experiencia de la Tumba del Caballo, decidió hacer una primera entrada en la tumba sin invitados y a espaldas de su patrocinador. Esta inspección confirmó que la tumba efectivamente se había construido para Tutmosis IV y que conservaba magníficas pinturas, que aún estaban en muy buenas condiciones. También había un sarcófago vacío y fragmentos de objetos del ajuar que demostraban que el mobiliario de la tumba debió ser espléndido, aunque desgraciadamente los ladrones habían llegado antes que él. A la vista de estos descubrimientos, Carter avisó a Davis y preparó todo para la apertura oficial. Mandó instalar pasarelas salvando el pozo y facilitó el acceso a la cámara funeraria, y, lo más importante de todo, llevó luz eléctrica para iluminar la tumba (Carter fue el primero que notó la importancia que tenía la luz eléctrica y muchas de las tumbas del Valle se iluminaron gracias a la gestión de Carter).

Howard Carter siguió muy de cerca las distintas excavaciones en el Valle, y conoció a los excavadores más prestigiosos de la época. Sobre todo, su interés estaba en que se excavara debajo de los montones de escombros que habían dejado anteriores prospecciones. Él sostenía que esas zonas no habían sido debidamente examinadas y que podía haber «algo» bajo las montañas de cascotes. Y aventuraba que tenía «esperanzas fundadas de encontrar una tumba real, en particular la de Tutankhamón.»

Pero su etapa de Inspector de Antigüedades del Alto Egipto llegaba a su fin. Ya había sido acordado con Maspero que Carter pasaría a ocupar el puesto del Bajo Egipto, y que sería Quibell quien le sustituyera en Luxor. Carter acató este cambio de destino haciendo de tripas corazón, ya que él prefería seguir en Luxor. No obstante, se trasladó al Norte. Y estando allí se produjo un hecho desgraciado, que acabó por hacer que Carter dimitiera de su puesto.

Los hechos fueron más o menos así. Un día un grupo de visitantes franceses (unos 15) fueron de turismo a Saqqara. Primero se presentaron en la excavación de Petrie y se comportaron de modo ofensivo. Luego fueron a la cafetería, llamada Mariette Pasha’s Rest House, donde estuvieron mucho rato hablando a gritos y bebiendo mucho. Después manifestaron su deseo de visitar el Serapeum, para lo cual había que comprar entradas. Tras mucho rato consiguieron juntar el dinero necesario y trataron de entrar. Pero no todos habían comprado billete y el guardián de la puerta les impidió el paso. Entonces ellos violentaron el candado e irrumpieron dentro del recinto. Al encontrarse en la más completa oscuridad, salieron a pedirle velas al guardián. El responderles éste que no tenía velas y que el Servicio de Antigüedades no preveía la entrega de velas a los turistas, intentaron agredirle pidiéndole que les devolviera el dinero de las entradas. De ahí volvieron al Rest House, donde su excitación y agresividad fue a más. Finalmente se llamó a Carter que estaba en otro lugar. Carter se presentó allí y trató de conseguir una explicación de los hechos. Los franceses envalentonados, empezaron a agredir a los vigilantes y Carter dio permiso a sus hombres para defenderse. Se organizó una pelea en toda regla, en la que incluso hubo heridos. Los franceses se marcharon amenazando con iniciar acciones legales contra ellos.

Carter envió un telegrama a Lord Cromer explicando resumidamente lo ocurrido, y anunciando un informe completo para el siguiente día. Ni el extenso informe, ni las razones sobradas de Carter pudieron evitar un incidente diplomático. Carter comenzó a sentirse acosado, y le llovieron críticas, aunque sus colaboradores habituales, Maspero, Davis, etc. le mandaron notas de apoyo. Él sabía que tenía un genio vivo, pero esgrimía sus razones para su actuación. Pero la incomprensión y los tortuosos caminos diplomáticos acabaron por deprimirle de tal modo que finalmente, el 21 de Octubre de 1905, presentó su dimisión.

Carter, desempleado y deprimido, pasó los dos años siguientes pintando acuarelas para los turistas, y asesorando a algunos coleccionistas en sus compras. Pero lo que ganaba no era suficiente para mantenerlo. Las cosas aún podían haber ido a peor de no ser por el hecho de que por aquel entonces Theodore Davis había encontrado la tumba de Yuya y Tuya, los padres de Tiyi, la Gran Esposa Real de Amenhotep III. Mandó dibujar la tumba, pero al parecer el trabajo fue chapucero. Entonces Carter recibió el encargo de dibujar las piezas más espectaculares de la rica tumba a un precio de 15 libras por acuarela. Este cambio de suerte, y el entrar de nuevo en contacto con el mundo de la excavación en Luxor, volvió a alimentar las expectativas de Carter.

Estas expectativas se basaban en el descubrimiento hecho por Davis en 1906 de una vasija de fayenza azul con el nombre de Tutankhamón. Esta vasija apareció a 4 m. de profundidad en una zona no lejos de la tumba de Ramsés VI. En 1909 se excavó un pequeño pozo funerario entre las tumbas de Horemheb y Ramsés VI, en el que aparecieron, entre otras cosas, una figurilla de alabastro y fragmentos de lámina de oro con escenas reales y los nombres de Tutankhamón y su esposa Anjesenamón, así como de su sucesor Ay. Davis dio por seguro que había descubierto la tumba de Tutankhamon, aunque esto no fue aceptado por los egiptólogos. Pero lo cierto es que esto era lo único que se había encontrado del joven rey, y estas ligeras evidencias sugerían que el enterramiento estaba, o había estado, en las proximidades del de Horemheb.

Más tarde, en 1908 salieron a la luz nuevas evidencias en un pozo, en la ladera que hay tras la tumba de Seti I. Se trataba de un grupo de objetos entre los que había vasos de cerámica, paquetes de natrón, telas de lino, collares de flores y sellos de arcilla con los nombres de Tutankhamón. Davis dio tan poca importancia a estos objetos que permitió a Herbert Winlock llevárselos al Metropolitan Museum de Nueva York. Si bien más adelante, al estudiarlos con detenimiento, Davis llegó a la conclusión de que estos objetos formaban parte del banquete funerario del entierro del joven faraón. Y, con todo fundamento, se pensó que la tumba debía estar por aquella zona.

La idea de hallar a Tutankhamón fue tomando cuerpo en la mente de Carter al paso de los años. Carter sabía que se habían hallado los enterramientos de casi todos los reyes, y él buscaba uno de los que faltaban. También sabía que la tumba más rica que se había descubierto hasta entonces en el Valle era la de Yuya y Tuya, que eran personajes no reales. Por tanto también albergaba la esperanza de encontrar alguna otra tumba intacta de personajes no reales.

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Durante la I Guerra Mundial Carter permaneció en El Cairo desarrollando trabajos de inteligencia. Cuando acabó el conflicto se consideró que era mejor que regresara a Luxor, donde ya tenía su propia casa, y que emprendiera los trabajos de la concesión de Lord Carnarvon para excavar en el Valle de los Reyes. Cabría esperar que se hubiera dedicado en primer lugar a examinar los lugares donde años antes aparecieron los objetos de Tutankhamón, pero no fue esta su estrategia, sino que se dedicó a excavar sin un aparente plan preestablecido. Debemos recordar que no andaba buscando solamente una tumba real, sino que estaba dispuesto a explorar todos los rincones del valle que estuvieran cubiertos por las enormes pilas de escombros producto de otras excavaciones y que las lluvias y los corrimientos de tierras había convertido en un enorme mar de confusión.

Aunque Carter ya había trabajado con anterioridad en diversos proyectos con Lord Carnarvon, podríamos considerar la campaña de 1917 en el Valle de los Reyes como el inicio de la colaboración que tanta fama les reportaría a ambos. Carter estuvo excavando en diversos lugares hasta 1921 encontrando objetos sueltos y limpiando zonas del Valle, como por ejemplo, delante de la tumba de Merenptah. En este lugar hizo uno de sus más sustanciosos descubrimientos: un escondite con 13 jarras de calcita que ostentaban los nombres de Ramsés II y Merenptah, y que en algunos casos contenían aceites empleados para las ceremonias funerarias de Merenptah.

En su campaña más larga (1920-1921) trabajó en todo el área cercana a la tumba de Ramsés II y en la cachette conocida como la tumba de Tiy. También se dedicó a explorar la zona de alrededor de la tumba de Ramsés VI hasta el límite del intrincado lugar de la tumba de Tutmosis III. A finales de diciembre investigó la zona en que se hallaban los restos de las chozas de los obreros que habían construido la tumba de Ramsés VI. Pero este era un lugar muy difícil de excavar puesto que estaba en medio de los caminos «turísticos» que había que respetar, y en los que sólo se podía trabajar fuera de la temporada de visitantes. Los resultados de esta campaña fueron muy escasos, por lo que Carnarvon comenzó a cuestionarse muy seriamente el abandonar la concesión.

Por entonces Carter hubo de ser operado de la vesícula biliar, y esto lo mantuvo alejado de Egipto hasta 1922. donde regresó para dirigir una pequeña campaña en los alrededores de la tumba de Siptah, que una vez más no obtuvo resultados satisfactorios.

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Mientras tanto, Lord Carnarvon, en su castillo de Highclere meditó sosegadamente su decisión de abandonar las excavaciones en el Valle. En verano, llamó a Carter a Inglaterra para debatir el asunto. Pero Carter llegó preparado para defender sus expectativas y explicó a su patrón como iba a enfocar la siguiente campaña, empezando exactamente en el lugar de las chozas de los constructores de la tumba de Ramsés VI. Se dice que Carter incluso le ofreció a Carnarvon pagar la campaña de su bolsillo con tal de no perder la concesión. El mecenas inglés se dejó convencer y estuvo de acuerdo en financiar una campaña más. Pero le advirtió que sería la última.
Carter abandonó Inglaterra en Octubre de 1922 y el 1 de Noviembre comenzó a trabajar en la zona de las chozas. Sólo tres días después, el 4 de Noviembre, Howard Carter uniría su nombre para siempre al de Tutankhamón.

Los 16 escalones

El día 4 de Noviembre de 1922, el arqueólogo inglés Howard Carter se dirigía, como cada día, a la zona que estaba excavando en el Valle de los Reyes, debajo de las chozas que sirvieron de vivienda a los antiguos obreros de la tumba de Ramsés VI, de la Dinastía XX.

Según se fue acercando al lugar donde tenían lugar los trabajos notó un extraño silencio. El silencio que se produce cuando los obreros dejan de trabajar y de entonar sus monótonos cánticos. Inmediatamente supo que algo excepcional había sucedido. Sus capataces lo recibieron con la noticia de que había aparecido un escalón tallado en la roca debajo de la primera de las chozas que habían derruido. Con las lógicas precauciones, mandó que agrandaran la abertura y, efectivamente, todo parecía apuntar a que estaban ante la entrada de una tumba. Continuaron trabajando sin descanso todo ese día y el siguiente hasta lograr desescombrar el corte de la roca y demarcar los bordes superiores de lo que prometía ser una escalera.

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Entonces quedó claro que se trataba de una tumba, pero Carter sabía que no debía hacerse demasiadas ilusiones, vistos los fracasos anteriores. Podría tratarse de una tumba inacabada y que la escalera no llevara a ninguna parte, o podría ser una verdadera tumba que ya hubiera sido saqueada y destrozada en tiempos remotos. A pesar de estos temores, Carter estaba presa de una excitación mal controlada ante lo que podía ser su gran descubrimiento, y mandó seguir excavando.

El trabajo avanzaba rápidamente, un escalón seguía a otro. Al nivel del duodécimo escalón apareció la parte superior de una puerta tapiada, enyesada y sellada. Así, finalmente la perseverancia y olfato de Carter habían dado sus frutos. Impetuosa y febrilmente, Carter buscó con desesperación los sellos de la puerta tratando de encontrar pruebas de la identidad del ocupante de la tumba, aunque no halló nombre alguno. Tan sólo encontró el conocido sello de la necrópolis real, formado por un chacal y nueve cautivos con las manos atadas a la espalda. Sin embargo esto era todo un signo, que venía a indicar que la tumba pertenecía a un altísimo personaje. La otra buena noticia era que la entrada y la puerta sellada habían aparecido bajo las chozas de la Dinastía XX, lo cual hacía evidente que, al menos desde aquella época, la tumba no había sido tocada. Esto nos pondría ante un descubrimiento en el que nadie habría puesto los ojos desde 1139 a.C.

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Cuando Carter hizo un agujero bajo el dintel de madera y metió una linterna vio que el hueco al otro lado estaba totalmente relleno de piedras y cascotes, lo cual era una información adicional sobre el cuidado con que la tumba se había protegido. Este fue un momento particularmente duro para el excavador. Carter estaba allí solo, con la única compañía de sus obreros nativos, y quizás se hallaba ante su gran descubrimiento. Es de suponer que necesitaría de toda su gran fuerza de voluntad para no tirar todo abajo y averiguar qué era lo que había encontrado. Comparada con otras tumbas reales, esta era extremadamente pequeña, por lo que supuso que podría tratarse de la tumba de algún noble. O quizás fuera un simple escondrijo al que se hubiera trasladado alguna momia real. Pero, en el fondo de su corazón, seguía albergando la esperanza de haber dado finalmente con la tumba que andaba buscando desde hacía tantos años.

Quizás si Howard Carter hubiera sabido que apenas unos centímetros más abajo de los sellos de la necrópolis real había otros sellos con los cartuchos reales y el nombre inequívoco de Tutankhamón, su impaciencia hubiera sido menor. O quizás no.

El caso es que no destapó el suficiente trozo de pared sellada como para verlos, y, en contra de sus deseos, ordenó rellenar de nuevo la trinchera y dejó a hombres de su confianza para establecer turnos de vigilancia. Su siguiente tarea era informar a su patrocinador que se hallaba en la lejana Inglaterra. Se lo comunicó en un telegrama que envió el 6 de noviembre de 1922 y que decía:

«Finalmente he hecho descubrimiento maravilloso en Valle; una tumba magnífica con sellos intactos; recubierta hasta su llegada; felicidades»

Durante el tiempo que hubo de esperar a la llegada de Carnarvon, Carter se dedicó a proteger la entrada contra posibles incursiones no deseadas. Rellenó toda la escalera hasta el nivel del suelo del Valle y colocó encima los bloques de sílex que en otro tiempo fueron las cabañas de los obreros de la Dinastía XX. Si cualquiera hubiera pasado por allí, no habría notado ningún cambio ni habría sospechado que se había hecho un descubrimiento de tal magnitud. La tumba, simplemente había desaparecido. Pero el secreto fue difícil de guardar y a Carter comenzaron a lloverle felicitaciones.

Recibió dos cables de Lord Carnarvon en respuesta al suyo. El primero decía: «Posiblemente vaya pronto» y el segundo, recibido algo más tarde decía: «Propongo llegar Alejandría el 20»

Carter contó con quince días para hacer todo tipo de preparativos y para acudir a El Cairo a recibir a su mecenas y a la hija de este, Lady Evelyn Herbert, su devota compañera en toda la aventura egiptológica.

El día 24 por la tarde todo estaba dispuesto en el Valle de los Reyes para proseguir la aventura iniciada unas semanas antes. La escalera estaba totalmente despejada, en total eran 16 escalones, y la puerta sellada estaba totalmente visible. Entonces examinaron los sellos de la parte inferior, que estaban más claros, y lograron descifrar sin ninguna dificultad el nombre de Tutankhamón. Si de verdad estaban ante la tumba de aquel faraón apenas citado y que reinó en uno de los periodos más fascinantes de la historia de Egipto, tenían buenas razones para felicitarse.

Pero Carter descubrió un elemento inquietante en esa puerta tapiada. Había huellas evidentes de que se habían realizado dos aperturas. Y lo más importante, los sellos de la necrópolis que vieron en un principio estaban alrededor de una de las aperturas, mientras que los que llevaban el nombre del rey estaban en la parte intacta de la puerta. Es decir, la tumba fue construida para el faraón, pero, por todos los indicios, había sido violada en la antigüedad. No obstante, el hecho de que la sellaran de nuevo en la Dinastía XX daba a entender que no había sido totalmente vulnerada.

Carter, que tenía previsto derribar esa puerta al día siguiente, había puesto a los carpinteros a construir una pesada verja de madera para que sirviera de protección. Así el día 25 de Noviembre de 1922, se fotografió la puerta y todas las impresiones de los sellos y se procedió a derribarla. Detrás de ella apareció lo que Carter ya había visto por el hueco en que metió su linterna, un pasadizo descendente de la misma anchura que la escalera y con una altura de unos 2,15 m. Este corredor estaba bloqueado de escombros y cascotes.

Al despejar este corredor, fueron apareciendo objetos de la más diversa índole, fragmentos de cerámica, vasos de cerámica pintada, precintos de jarras, jarras de alabastro, rotas y enteras, etc. Al llegar la noche ya habían despejado una parte considerable del corredor, pero aún no aparecía ningún signo de una segunda puerta.

Veamos la descripción del siguiente paso en palabras del propio Carter:

«El día siguiente (26 de Noviembre) fue el mejor de todos, el más maravilloso de cuantos me ha tocado vivir, y ciertamente como no puedo esperar volver a vivir otro. El trabajo de limpieza continuó toda la mañana, forzosamente despacio a causa de los objetos delicados mezclados con el relleno. Luego, a media tarde, encontramos una segunda puerta sellada a unos diez metros de la puerta exterior, casi una réplica exacta de la primera. La marca del sello era menos clara en este caso, pero aún se podía identificar como el de Tutankhamón y la necrópolis real.»

También en esta puerta había evidencias de apertura y posterior sellado. Para entonces, todos parecían estar convencidos de que estaban ante un escondrijo real o cachette como el que encontrara Davis con material de Ajenatón y Tiy. Las esperanzas de que realmente fuera una tumba no eran muchas. Pronto lo iban a averiguar. Proseguimos con el relato de Carter:

«Despacio, desesperadamente despacio para los que lo contemplábamos se sacaron los restos de cascotes que cubrían la parte inferior de la puerta en el pasadizo y finalmente quedó completamente despejada frente a nosotros. Con manos temblorosas abrí una brecha minúscula en la esquina superior izquierda. Oscuridad y vacío en todo lo que podía alcanzar una sonda demostraba que lo que había detrás estaba despejado y no lleno como el pasadizo que acabábamos de limpiar. Utilizamos la prueba de la vela para asegurarnos de que no había aire viciado y luego, ensanchando un poco el agujero, coloqué la vela dentro y miré teniendo detrás de mí a Lord Carnarvon, a Lady Evelyn Herbert y a Callender que aguardaban el veredicto ansiosamente. Al principio no pude ver nada ya que el aire caliente que salía de la cámara hacía titilar la llama de la vela pero luego, cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles del interior de la habitación emergieron lentamente de las tinieblas: animales extraños, estatuas y oro, por todas partes el brillo del oro. Por un momento, que debió parecer eterno a los otros que estaban esperando, quedé aturdido por la sorpresa y cuando Lord Carnarvon, incapaz de soportar la incertidumbre por más tiempo, pregunto ansiosamente: ¿Puede usted ver algo? Todo lo que pude hacer fue decir: Sí, cosas maravillosas. Luego agrandando un poco más el agujero para que todos pudiéramos ver, colocamos una linterna.»

La antecámara

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El espectáculo que pudieron ver a la luz de la linterna los sobrecogió. Aparentemente la cámara estaba repleta de objetos, algunos de los cuales les eran familiares, pero también había otros que les resultaban desconocidos y que se amontonaban unos sobre otros. Los elementos que más llamaron la atención de los descubridores fueron tres camas de madera tallada en forma de animales fantasmagóricos que resplandecían a la luz de la linterna y que proyectaban sombras inquietantes en las paredes. Junto a ellas dos estatuas de madera negra de tamaño natural parecían montar guardia al fondo de la cámara. Ambas figuras llevaban los emblemas de la realeza en la frente, así como una maza y un báculo. Iban ataviadas con faldellín corto y sandalias de oro. Una de ellas lucía el tocado nemes y la otra el afnet, y estaban una frente a la otra, como dos centinelas(1).

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Estos fueron los objetos que más llamaron la atención de los miembros de la excavación, pero esta sala, que llamamos Antecámara, estaba totalmente abarrotada de objetos exquisitos: bellos cofres, tronos, uno de ellos de oro, carros, capillas, ramos de flores, y un montón de curiosas cajas o cestas blancas de forma oval.

Pero entre todo ese barullo de objetos funerarios, no descubrieron nada parecido a un sarcófago ni a una momia. La sospecha de que no se tratara de una tumba, sino de un escondrijo, de nuevo se apoderó de ellos. Pero, un nuevo y detenido examen de lo que se podía ver a través del agujero les hizo reparar en que lo que había detrás de las dos figuras de madera negra no era una simple pared, sino ¡otra puerta sellada!. Esto les devolvió la confianza de que efectivamente, habían hallado una tumba(2).

A pesar de la impaciencia que suponemos atenazaría a Carter, éste decidió no proseguir adelante hasta despejar un poco la antecámara y asegurar los elementos que allí había con el fin de que no se viniera todo abajo, dañándose irreparablemente. Y a ello dedicó todos sus esfuerzos. La inspección directa de los objetos de la Antecámara puso de manifiesto la importancia de lo que habían descubierto. Howard Carter comenzó a calibrar el trabajo que tenían por delante. Allí había tres enormes camas desmontadas, varios carros, tronos, arquetas, capillas, y sobre todo, las inquietantes estatuas negras protegiendo la tentadora puerta sellada.

En esta sala aparecieron algunos de los objetos más conocidos del tesoro de Tutankhamón, tales como son la lámpara de calcita blanca en forma de copa, el exquisito cofre de tapa curva de madera y marfil, en el que se representan escenas de caza y de guerra. El contenido de este cofre estaba en total desorden y consistía en un par de sandalias de mimbre y papiro y una túnica real cubierta de cuentas y lentejuelas de oro. Debajo había otras túnicas doradas, una de ellas con multitud de rosetas de oro cosidas, así como tres pares de sandalias de oro para uso ritual, y un reposacabezas.

El mundo de la egiptología debe estar muy agradecido al trabajo que se tomó Howard Carter para vaciar la tumba. No en vano aprendió directamente del minucioso Petrie. Para ilustrar la lentitud con que debieron vaciar la sala, tomemos como ejemplo unas sandalias de cuentas. Imaginemos que al abrir un cofre aparecen unas sandalias de cuentas en aparente perfecto estado, con la suela intacta y el diseño de cuentas en orden. Pero ¿qué sucedería si las tocamos? Pues que los hilos en los que iban enfiladas las cuentas habrían desaparecido hacía muchos siglos, y las cuentas se nos escaparían entre los dedos. Bien es verdad que se podían fotografiar, pero luego habría que tomarse mucho tiempo en volver a componer el diseño (la fotografía entonces tampoco era lo que es hoy en día). Carter empleó para este tipo de cosas el procedimiento de la cera tibia. Esto consistía en llenar un recipiente casi plano con cera que se calentaría sin llegar a derretirla, sino sólo para que se ablandase. Entonces colocaría este «molde» sobre la pieza a fijar, y las cuentas quedarían adheridas manteniendo su diseño y fijadas para que no se perdieran. El trabajo de restauración sería mucho menor, más fiable, y la pieza quedaría perfecta. Utilizó este método para muchas cosas como joyas, pectorales, dalmáticas, túnicas de cuentas, etc. Y gracias a él, ahora podemos ver en el Museo Egipcio de El Cairo el auténtico aspecto que tenían las sandalias o las túnicas del rey, en lugar de tener que conformarnos con ver unos cuencos llenos de cuentas de colores.

Por otra parte debieron idear un complejo sistema de puntales y andamiajes para que al retirar alguna pieza las otras no se precipitaran contra el suelo debido al desorden en que se hallaron. Los objetos estaban apoyados unos en otros en equilibrio inestable.

No sacaban ni un solo objeto sin antes fotografiarlo y describirlo. Para ello Carter ideó un sistema de tarjetas numeradas que colocaba ante cada objeto antes de fotografiarlo para evitar errores al anotar los datos.

El trabajo en el «laboratorio-almacén» que instalaron en la tumba de Seti II debió ser agotador, debido a la gran cantidad de objetos que debieron catalogarse y fijarse antes de su traslado al Museo de El Cairo. Pero Carter se aseguraba de que cada pieza estaba en las condiciones óptimas para resistir la travesía por el Nilo. Para todo ello contó con un selecto grupo de colaboradores entre los que estaban:

Arthur Mace (1874-1928) – Conservador adjunto de arte egipcio del Metropolitan Museum. Ayudó a Carter con el primer volúmen de su obra «The Tomb of Tut-Ankh-Amun»

Alfred Lucas (1867-1945) – Químico especialista en conservación arqueológica, y responsable de la seguridad y análisis de las piezas.

Harry Burton (1879-1940) – Fotógrafo de todo el material de la tumba, que constituye uno de los más valiosos testimonios de esta aventura.

Arthur Callender (¿ -1937) – Arquitecto e ingeniero. Su responsabilidad fue desmontar los grandes féretros y transportarlos.

Percy Newberry (1869-1949) – Profesor de Egiptologia en la Universidad de Liverpool. Especializado en el estudio de las especies botánicas de la tumba.

Alan Gardiner (1879-1963) – Filólogo. Resulto de mucha ayuda a Carter con los textos, aunque sus relaciones personales eran algo tensas.

James H. Breasted (1865-1935) – Fundador del Oriental Institute de Chicago. Historiador.

En el relato que hace Howard Carter del descubrimiento puede apreciarse el respeto que sintió al poner el pie en aquel lugar, donde nadie había pisado en 3.000 años. Cuenta cómo la observación de algunos detalles le causó un tremendo impacto, como por ejemplo ver un cubo con argamasa de la que se utilizó en el sellado de la segunda puerta, al igual que la huella de unos dedos en el estuco de ésta. Las huellas de pies descalzos en la arena del suelo también le hicieron reflexionar. Ciertamente debió ser un momento inolvidable.

Por el aspecto caótico que presentaban los 600 ó 700 objetos que había en la Antecámara, dedujeron que el mobiliario se había recolocado al menos en dos ocasiones, que pudieron coincidir con los dos robos de que la tumba fue objeto en la antigüedad. La Antecámara era una pieza rectangular, y todos los elementos que había en ella se encontraban pegados a las paredes, dejando una especie de pasillo que llevaba a la pared custodiada por las estatuas. Pero creemos que ya ha llegado el momento de ver qué era lo que tan celosamente guardaban estos dos centinelas.

La cámara sepulcral

Una vez la antecámara estuvo lo suficientemente expedita como para que los objetos que quedaban no peligrasen, se dispusieron a ver qué había tras la tercera puerta sellada. Esto sucedió el día 17 de Febrero de 1923.

Carter se dispuso a practicar un agujero en esta pared. A los diez minutos de trabajo, el agujero era lo suficientemente grande como para introducir por él una luz eléctrica.

«Esa luz reveló una visión asombrosa, allí, a menos de un metro de la puerta, obstruyendo la entrada de la cámara hasta donde alcanzaba la vista, se alzaba lo que tenía todas las apariencias de ser una pared de oro macizo…»

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Esa fue la primera impresión, aunque, naturalmente, no se trataba de una pared de oro, sino de la primera de las tres capillas funerarias que contenían los sarcófagos del rey. Pero esto sólo se pudo apreciar cuando toda la pared de separación con la Antecámara fue derribada.

Esta enorme capilla sin duda se había ensamblado dentro de la tumba, ya que su desmesurado tamaño no había permitido su paso por la escalera. Era una capilla rectangular, de madera recubierta de chapa de oro. Sus laterales presentaban pilares dyed y nudos tit.

Al acceder a la cámara funeraria pudieron apreciar que la distancia entre la capilla y las paredes de la sala era apenas de unos 60 cm. Esto casi no dejaba hueco para poder pasar una persona. Al acceder a esta cámara vieron diversos objetos esparcidos por el suelo, entre ellos dos piezas de collares anchos que los ladrones abandonaron en su huida. Además en uno de los estrechos corredores había once remos mágicos colocados en el suelo, todos en el mismo sentido. Igualmente apareció un fetiche (Imyut) de Anubis, guardián de la Necrópolis, jarras de vino, una trompeta de plata y un conmovedor ramo de olivo y persea.

Cuando los arqueólogos se pusieron ante la puerta del enorme catafalco dorado, situada en la cara este, vieron con desilusión que los sellos habían sido rotos en la antigüedad, por lo que sólo hubieron de descorrer el cerrojo para poder abrir la capilla. Al hacerlo, ante ellos apareció un armazón de madera de la que pendía un sutil velo con margaritas de bronce cosidas. El peso de las margaritas había acabado por rasgar la tela amarilleada por los siglos.

Al retirar el velo de las margaritas, apareció una segunda capilla con picaportes de ébano que no habían sido abiertas desde el entierro. Así parecía ponerlo de manifiesto las cuerdecillas que unían dos anillos de bronce en los bordes que unían ambas puertas, y las improntas de los sellos de terracota, que presentaban su ligadura intacta. Esta segunda capilla no estaba decorada con cenefas de signos, sino con verdaderas escenas de genios funerarios y divinidades, así como con gran cantidad de textos jeroglíficos. Entre ambas capillas aparecieron de nuevo exquisitos objetos intactos, de entre los cuales destacamos dos recipientes de calcita de formas sorprendentes.

Uno de ellos era una representación de la «Reunión de las Dos Tierras» (sema-tawy) en la que dos genios con las plantas heráldicas (lotos y papiros) en la cabeza atan los tallos de estas plantas alrededor del cuello del vaso. El aspecto de este vaso es el de una filigrana hecha de tallos trabajados en calcita traslúcida.

El otro es un vaso de forma cilíndrica sobre cuya tapa reposa un león que saca su lengua roja fuera de sus fauces. El cuerpo cilíndrico muestra escenas de caza y las patas del vaso representan cabezas asiáticas y africanas.

Tras esta segunda capilla aparecería otra, con los sellos también intactos. También era de madera recubierta de una gruesa lámina de oro. Igualmente en el hueco entre ambas iban apareciendo nuevos y maravillosos objetos. En este caso el más importante era un largo abanico, cuyas plumas se habían reducido a polvo con el paso de los siglos. No obstante el soporte donde debían ir las plumas era de madera recubierta de oro y tenía unas magníficas escenas de caza del avestruz. También aparecieron arcos y flechas.

Y aún aparecería otra cuarta capilla, si bien esta era algo diferente, ya que el techo y la cornisa estaban hechos de una sola pieza mientras que las otras tenían cornisa tórica.

Llegados a este punto, quizás los excavadores debieron pensar que aquella tumba era como las famosas muñecas rusas que se encajan una dentro de otra, porque ya llevaban cuatro capillas y no había el menor indicio de sarcófago. No obstante siguieron adelante.

Al abrir la cuarta capilla apareció ante sus ojos un magnífico sarcófago rectangular de cuarcita amarilla con inscripciones en las que aparecían todos los nombres y títulos del rey. El elemento decorativo más interesante de este sarcófago eran cuatro diosas talladas en altorrelieve en las cuatro esquinas del ataúd. Estas diosas, Isis, Neftys, Neith y Serket, tenían sus brazos extendidos en actitud de protección, como abrazando el sarcófago. La tapa de este hermoso sarcófago apareció rota, y estaba hecha de un burdo granito gris, pintado de amarillo para recordar el color de la cuarcita del resto del féretro.

Pero, al parecer, cuatro capillas doradas, un velo con margaritas doradas y un sarcófago de piedra no eran suficientes para contener la momia de un rey, y aún les esperaban mayores sorpresas.

El rey resucita entre el fulgor del oro

Dentro del ataúd de cuarcita amarilla apareció por fin un sarcófago momiforme. Estaban, pues, ante la caja que seguramente contendría los restos intactos de un rey de Egipto. La culminación de la excavación parecía próxima. Este sarcófago estaba hecho de madera recubierta de lámina de oro, y mostraba la cara del rey, al parecer de modo bastante fiel.

Creemos comprender la excitación de Carter al tratar de levantar la tapa del sarcófago, mediante un complicado sistema de poleas para repartir el peso y no dañar tan exquisita obra de arte. Una vez levantada la tapa apareció un envoltorio momiforme de tela adornado con guirnaldas y coronas de flores. Detrás del lienzo se apreciaba un segundo sarcófago.

De nuevo Carter hubo de idear un sistema para sacar este féretro del anterior, y lo consiguió gracias a unas asas de metal que presentaba y que le valieron para levantar el segundo de los sarcófagos hasta quedar por encima del primero. Entonces metieron unos tablones por debajo y lo dejaron descansar sobre ellos, para poder comenzar a retirar el lienzo. El desmesurado peso que tenía esta caja sorprendió a los excavadores.

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Este segundo sarcófago era también de madera e igualmente estaba recubierto de una gruesa lámina de oro, con incrustaciones de pasta de vidrio de colores, formando el dibujo que denominamos rishi y que trata de asemejar una especie de escamas o plumas de pájaro. El rey aparecía con el tocado nemes y los cetros de la realeza. Sobre la frente, los emblemas de la realeza, la cobra Uadyet y el buitre Nejbet.

Pero no acabaría aquí la cosa. Tras levantar la tapa del segundo féretro vieron que este no tenía asas. De nuevo este segundo féretro tenía otro encajado en su interior. Apareció tras un lienzo de lino rojizo. Según Carter «no cabía ni un dedo meñique entre ambos», y el inglés tuvo que hacer gala de ingenio para separar ambas cajas. Fue un duro trabajo, puesto que no debemos olvidar la antigüedad de estos objetos que fácilmente se dañaban. No obstante, Carter demostró un cuidado exquisito y logró desprender este sarcófago del que había en su interior empleando el sistema contrario al natural, es decir en lugar de tratar de sacar el tercer féretro tirando hacia arriba, tiró hacia abajo del segundo, y finalmente lo consiguió.

Al retirar el lienzo rojizo la visión del tercero de los sarcófagos asombró a los excavadores, y al mundo entero. ¡¡Era un sarcófago de oro macizo!!. Ahora entendían el inusitado peso del sarcófago. No podían dar crédito a lo que veían, un sarcófago de 1,86 m de largo con la cara y el nemes enteramente trabajados en oro mate. Los ureos, el pectoral, los cetros y el cuerpo de nuevo estaban labrados en rishi con pasta de vidrio de colores. La cara del rey estaba muerta, inexpresiva, con los ojos huecos.

Podemos imaginar el júbilo de los descubridores ante este valiosísimo tesoro, que además del incalculable valor arqueológico, tenía también un indudable valor intrínseco, ya que se estimó que el sarcófago tenía un peso de 112 Kg. de oro puro.

Pero los excavadores seguían deseosos de llegar a la momia del rey, y de nuevo repitieron los complicados sistemas de desencaje de féretros. Bien es cierto que el tercero tenía unas asas de metal que ayudaron en las tareas.

Desmontaron también la tapa de este sarcófago de oro, y, al levantarla, apareció la conocidísima y exquisita máscara de oro que cubría, esta vez sí, los vendajes de la auténtica cara del rey. Esta máscara, también de oro macizo, tenía una expresión vívida y era de una factura espléndida. El rey aparece tocado con un nemes rayado en oro y lapislázuli. Esta máscara era completa, es decir, no sólo para cubrir la cara, sino para ponerse en la cabeza, y que esta quedara cubierta por delante y por detrás, a modo de capucha, por lo que el tamaño es más que regular. El contorno de los ojos y las cejas estaban incrustados con lapislázuli, al igual que la barba postiza, ya que, según sus creencias, éste era el material del que estaba hecho el cabello de los dioses. En la frente llevaba los símbolos de la realeza, la cobra, con incrustaciones de turquesa, y el buitre. Las orejas aparecen perforadas y en el cuello presenta los dos pliegues que caracterizan el arte de época amárnica.

Algunos autores, como Nicholas Reeves, afirma que la cara del segundo sarcófago momiforme es totalmente diferente de las efigies que aparecen en los otros. Y efectivamente es distinta. En otro tiempo se le asignaba a este hecho un significado simbólico acorde con las fases de la muerte y resurrección. Se afirmaba que en el primer sarcófago el rey estaba próximo a la muerte, en el segundo agonizante (esclerótica de los ojos amarillenta y expresión tensa); en el tercero estaba muerto, sin vida ni expresión alguna, para aparecer resucitado en la máscara de oro. Al mirar detenidamente estos sarcófagos, debemos tener el cuenta la opinión de Reeves quien dice que el segundo de ellos no estaba hecho para Tutankhamón y que fue reutilizado.

Una vez separados los sarcófagos unos de otros, ya sólo quedaba sacar la momia del rey de su maravilloso féretro antropomorfo de oro macizo. Una vez sacado el ataúd de la tumba se comprobó que bajo la peana aparecía una inscripción de varias líneas de jeroglíficos, presidida por la característica imagen de la diosa Isis con las alas extendidas y arrodillada sobre el símbolo del oro (nub).

Dos años después de la apertura de la tumba, el 11 de Noviembre de 1923, se comenzó a desvendar al rey. La momia del rey estaba totalmente vendada y su cabeza cubierta por la máscara de oro. Sobre su pecho había unas manos de oro, cosidas directamente en las telas, que sujetaban los cetros de la realeza, así como unas bandas de oro con inscripciones de fórmulas funerarias y titulatura real. A medida que se fueron retirando las vendas del cuerpo, aparecieron unos 150 objetos de joyería.

Quizás el más curioso de cuantos objetos aparecieron entre los vendajes de la momia fuera una daga de hermosa empuñadura de oro con incrustaciones en cornalina y cristal de roca, con una vaina de oro. Pero lo verdaderamente desconcertante era que al retirar la vaina, apareció una hoja de hierro, muy brillante casi como acero. Este material era prácticamente desconocido en la época. Se cree que fue un regalo de algún monarca extranjero y que podría tratarse de hierro meteórico. El rey probablemente nunca supo que este material tendría una importancia tan capital para la marcha del mundo, pero, no obstante, la apreció lo suficiente como para desear que estuviera entre sus objetos funerarios.

Cuando finalmente quedó al descubierto la momia, se comprobó que la cabeza estaba tan firmemente ajustada dentro de la máscara, que hicieron falta cuchillos calientes para despegar la resina que llenaba los huecos. Finalmente consiguieron sacar la máscara. Tanto los vendajes, como la momia estaban muy carbonizados. Al parecer algún tipo de hongo había hecho su labor de «combustión lenta» a lo largo de los siglos. Entonces se pudo comprobar que los dedos de las manos y de los pies habían sido vendados por separado y luego cubiertos. El pene también se vendó por separado y en erección, si bien el escroto había quedado aplastado sobre el perineo por la presión de los vendajes. Al retirar las vendas aparecieron las manos y los pies del rey con anillos y dediles de oro. Los pies del rey estaban calzados con unas sandalias también de oro. En el tobillo derecho llevaba una tobillera de oro de factura más bien tosca.

Si estudiásemos detenidamente los objetos que aparecieron sobre la momia llegaríamos a la conclusión de que muchos de ellos eran de carácter ritual, o mágico-religioso, aunque otras muchas serían simplemente objetos preferidos del rey. Y tratar de explicar todas ellas en un texto como este sería interminable. Por todo ello, animo al lector interesado a profundizar en estos aspectos consultando con la bibliografía facilitada, donde hallará respuesta a casi todas sus dudas.

Al retirar las cuatro capillas de madera dorada, la cámara funeraria solo estaba ocupada por el sarcófago de cuarcita amarilla. Esto dejaba más espacio para poder apreciar la decoración parietal de la tumba. Sólo aparecieron pinturas murales, bastante dañadas, en esta cámara, y aunque éstas han sido consideradas por todos los autores como de escasa calidad, vamos a verlas.

Pared Norte

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En la primera escena aparece el sucesor del rey, el Padre Divino Ay, con corona azul y piel de felino oficiando de sacerdote sem en la ceremonia de Apertura de la Boca de la momia del rey. Este aparece como Osiris, momificado y con los cetros de la realeza. Sobre las cabezas de ambos están sus nombres en jeroglífico.

En la segunda escena, vemos al joven faraón vestido como lo hubiera hecho en vida, pero ya en el reino de los dioses, donde es recibido por la diosa Nut, quien saluda al rey difunto con un signo ‘n’ (agua) en las palmas de sus manos extendidas. Esta es la forma de saludar o dar la bienvenida. La transliteración sería ny-ny.

En la tercera escena Tutankhamon, seguido de su ka, recibe un abrazo de bienvenida de Osiris, con el que ya se identifica en el Más Allá.

Pared Sur

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La escena de esta pared es complementaria a la de la pared norte. En ella vemos como el rey es recibido por la diosa Hathor, que le acerca a la nariz el símbolo de la vida (anj). El dios embalsamador Anubis, con cabeza de chacal, aparece tras el rey. Detrás de Anubis podemos ver a la diosa Isis que aguarda para recibir al rey de igual modo que Nut lo hace en la escena de la pared opuesta. Tras Isis aparecen tres divinidades funerarias.

Pared Este

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En esta escena se nos muestra la procesión funeraria. La enorme capilla que contiene la momia está engalanada con flores y guirnaldas. La momia aparece tumbada en su interior. Esta capilla descansa sobre un trineo arrastrado por cinco grupos de hombres (que suman doce en total). Todos ellos llevan una banda de tela blanda en la frente como señal de duelo. Dos de ellos, al parecer los visires del Alto y el Bajo Egipto, Pentu y Usermontu, llevan la cabeza rapada y van vestidos de acuerdo a su rango. Los restantes son altos funcionarios de palacio.

Pared Oeste

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En esta pared encontramos la culminación de la decoración de esta tumba, ya que la escena proviene del Libro del Amduat, o «Libro de lo que está en el mundo inferior». En el registro superior vemos a cinco divinidades que preceden a una barca solar. Los otros tres registros están ocupados por doce cuadros, cuatro en cada uno. Dentro de cada uno de estos cuadros hay un babuino. Estos doce babuinos están en cuclillas y representan las doce horas de la noche a través de las cuales el sol viaja hasta alcanzar el amanecer.

Finalmente diremos que en esta cámara aparecieron cuatro ladrillos mágicos(3). Tres de ellos estaban en la pared oeste, dos en las esquinas y uno en el centro. El cuarto ladrillo estaba en la pared este, a la derecha del dintel de acceso a la cámara del tesoro.

El tesoro

Cuando los excavadores accedieron a la cámara funeraria descrita en el anterior capítulo, pudieron ver que en la pared este había otra puerta. Mejor dicho, un dintel, puesto que jamás había sido sellado. Una simple mirada les bastó para ver que en esa pequeña estancia les aguardaban aún más descubrimientos. Y por el aspecto que presentaban, éstos prometían ser fabulosos.

Pero el trabajo de arqueólogo debe ser muy minucioso y no se debe ceder a la tentación de pasar a una cosa, cuando lo anterior está por terminar. Y ellos estaban con el duro trabajo de desencajar los féretros. Por este motivo, después de un rápido reconocimiento visual, cerraron este dintel con una gruesa plancha de madera para no distraerse de lo que tenían entre manos, y vencer la tentación de sacar alguno de los objetos antes de tiempo. Por fin, una vez terminados los trabajos en la cámara sepulcral, pudieron retirar la plancha de madera y dedicarse al Tesoro.

Prácticamente cerrando el paso a la pequeña estancia, de suelo algo más bajo que la cámara funeraria, había una gran estatua del dios-chacal Anubis, sentado sobre un pilono dorado hueco, que sirvió de cofre para guardar objetos, y que a su vez estaba colocado sobre un trineo con andas para su transporte. Esta imagen de Anubis estaba hecha de madera negra, con adornos de oro en las orejas y cubierta con un chal de lino. Debía resultar ciertamente imponente atravesar ese umbral guardado por tan impresionante efigie del guardián de la Necrópolis. Pero, al parecer, a los ladrones no debió haberles impresionado demasiado, a juzgar por las evidencias que se encontraron de su incursión.

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Esta minúscula habitación estaba tan atestada de objetos como la antecámara, aunque con algo más de orden. Lo que capturó la inmediata atención de los excavadores fue la capilla canópica situada tras el dios Anubis. Según relato del propio Carter:

«…el más bello monumento que he visto jamás, tan hermoso que hace suspender el aliento».

Efectivamente, esta capilla dorada, destinada a contener los vasos canopos con las vísceras del rey, es uno de los objetos más bellos que el arte egipcio nos ha dejado. Se trata de una capilla de madera (de 2m. de alto, por 1,50 y por 1,20) , cubierta por lámina de oro que descansa sobre un trineo. Tiene un hermoso friso de cobras sobre el dintel, y sobre la cornisa tórica otro friso de cobras de mayor tamaño. Ambos frisos tienen incrustaciones de colores.

A cada uno de los lados de esta capilla había una estatuilla de una diosa tutelar, con los brazos extendidos en actitud de proteger los vasos canopos del rey. Se trataba de las diosas Isis, Neftys, Neith y Selkit, que a su vez estaban asociadas a los dioses guardianes de las vísceras de los difuntos: Amset, Hapy, Duamutef y Qebehsenuf. Estas cuatro diosas con la cabeza girada como vigilando que no entrara nadie, y con sus brazos extendidos, como abrazando la capilla, componían una imagen realmente conmovedora.

Dentro de esta capilla apareció un cofre de alabastro semitransparente, tallado en un bloque macizo y cubierto con un paño oscuro. En el interior del cofre aparecieron cuatro tapas de canopos con cabeza humana y representando exquisitamente la efigie del rey. Se miraban de frente por parejas. Las dos del este miraban al oeste y viceversa. Al retirar estas tapas se encontraron con cuatro huecos cilíndricos tallados en la misma pieza de alabastro. Y dentro de cada uno de esos huecos aparecieron cuatro pequeños sarcófagos de oro, muy semejantes al segundo féretro momiforme del rey. Cada uno de los sarcófagos llevaba el nombre del genio protector de las vísceras que contenía: Amset para el hígado, Hapy para los pulmones, Duamutef para el estómago y Quebehsenuf para los intestinos. Estos genios protectores de las vísceras eran los cuatro hijos de Horus.

Pero esta cámara estaba atestada de objetos fascinantes, entre los que destacaban unos enigmáticos cofres cerrados, que hacían volar la imaginación de los arqueólogos. Cuando finalmente los abrieron, vieron que en su interior había unas maravillosas estatuas del rey o de dioses. Al parecer no se había ahorrado ningún esfuerzo en la fabricación ni en el almacenamiento de estas estatuas. Estaban colocadas en 22 cofres de madera negra en forma de capilla y sobre andas. Cada cofre estaba sellado con un cordel y barro del Nilo con la impresión de la necrópolis. Las estatuillas del rey estaban hechas de madera dura recubierta de yeso y lámina de oro, y transmitían una vívida expresividad. Algunas de ellas estaban cubiertas por chales con flecos. Quizás, de entre todas ellas, las más relevantes sean las dos en las que Tutankhamón aparece como Horus, arponeando al hipopótamo (símbolo de Set) sobre un flotador de papiro, así como las dos que muestran al rey de pie a lomos de un leopardo.

Además de estos objetos, aparecieron muchos más en la cámara del tesoro, tales como varias arquetas que contenían telas y diversos objetos, como sandalias, abanicos, bastones, espejos, joyas, etc. Se cree que los ladrones se llevaron de estos cofres alrededor del 60% de su contenido, y, lógicamente cabe pensar que se llevarían los objetos de oro, o de más valor. Aun así, se recuperaron muchas de las joyas que pertenecieron al rey.

También había en la cámara del tesoro muchos modelos de barcos, así como otro carro desmontado. En total unos 75 grupos de objetos que sumarían más de 500 piezas. Resultaba evidente que los ladrones también habían accedido a esta cámara, si bien actuaron de modo más selectivo, y solamente violaron los sellos de los cofres que contenían joyas con valor intrínseco, dejando atrás objetos rituales y demás pertenencias del rey.

El anexo

Se llamó Anexo a una sala a la que se accedía por medio de otra puerta sellada que se hallaba en la pared oeste de la antecámara. Esta puerta sellada no era visible antes de retirar los objetos voluminosos que había contra esta pared, tales como las camas, los tronos y las arquetas y los carros.

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El vaciado del Anexo resultó igualmente dificultoso, debido al amontonamiento de objetos que alcanzaba 1,80 m. de altura. Con el fin de que las preciadas piezas no se precipitaran unas sobre otras, ni cayeran al suelo, de nuevo hubieron de emplear puntales y sujeciones durante el vaciado. Pero el hecho de que en el suelo se amontonaran gran cantidad de jarras de ungüentos, así como innumerables cestos de fruta, les llevó a idear una solución aún más creativa. Se suspendieron por medio de un sistema de poleas que los mantenía en vilo sobre los objetos. Así pudieron ir sacando cosas, y fijando otras para que no se dañaran.

Carter opinaba que este Anexo, cuyo suelo estaba mucho más bajo que la antecámara, había sido utilizado en la antigüedad como almacén de ungüentos, así como de las ofrendas de vino y comida. Si bien, el pequeño tamaño de la tumba les llevó a depositar allí igualmente otro tipo de objetos como eran sillas, una cama de madera, ushebtis, armas, etc.

Curiosidades

Este enterramiento, al ser el único hallado casi intacto, con la momia del rey en su ataúd ha proporcionado muchísima información acerca de los ritos funerarios. Igualmente nos ha permitido ver físicamente cosas que sólo conocíamos por las representaciones parietales.

No podemos evitar imaginar la cantidad de tesoros que albergarían los enterramientos de faraones históricamente más importantes, y con reinados más largos. Presumimos que las tumbas de personajes como Tutmosis III, o Amenhotep III, la misma Hatshepsut, o el gran Ramsés II debieron exceder cualquier cálculo. Quizás estemos equivocados, pero parece lógico pensar que sus tumbas fueran equipadas con un ajuar similar, o incluso más suntuoso que el de Tutankhamón.

Por ejemplo, cuando en otras tumbas se han encontrado una o dos figurillas funerarias de las denominadas ushebtis (respondientes), en la tumba de Tutankhamón aparecieron la friolera de 413 de ellas. Se distribuían así: 365 de obreros, una para cada día del año; 36 capataces, uno por cada semana de 10 días, y una serie suplementaria de 12 capataces mensuales. Sólo algunas de estas figuras llevaban escrita la formula usual de los ushebtis, pero la mayoría sólo llevaban el nombre y títulos del rey. Y los había de casi todos los materiales, madera, piedra, fayenza, alabastro etc. 176 de ellos aparecieron en la cámara del tesoro, 236 se hallaron en el Anexo, y uno en la antecámara.

Otro de los hechos curiosos relacionados con esta tumba hace referencia a los robos que sufrió en la antigüedad, antes de la dinastía XX. En diversos lugares de la tumba aparecieron muestras del apresuramiento de los ladrones por lograr su objetivo, como pueden ser los objetos sacados de cualquier modo de los cofres, para coger sólo las piezas de oro. También se aprecian las huellas de los dedos de los ladrones que metieron las manos en jarras de ungüentos. Una trozo de tela envolviendo unos anillos apareció tirado en el suelo. Quizás se les cayera, lo olvidaran, o fueran sorprendidos y obligados a dejarlo. El caso es que la tumba guardó durante 3.000 años las evidencias de los saqueos.

En el capítulo de los enigmas no tenemos más remedio que mencionar el pequeño sarcófago momiforme en el que apareció una pequeña trenza, al parecer de la reina Tiy. Ignoramos si es un detalle tierno del rey hacia ella, o al contrario.

El hecho cierto es que del interior de esta modesta tumba de dimensiones reducidas salieron suficientes objetos como para llenar 12 salas del Museo Egipcio de El Cairo.

Para los amantes de las comparaciones cronológicas, diremos que aproximadamente en el mismo tiempo en que reinó Tutankhamón, en Europa aún se estaba en época eminentemente megalítica. No olvidemos que la época de nuestro faraón aún pertenece al Neolítico. Por este motivo los exquisitos objetos de orfebrería, mobiliario etc. hallados en su tumba, no hacen sino poner de manifiesto lo avanzado de la civilización egipcia, con respecto a otras civilizaciones contemporáneas.

Reflexión final

Tras habernos adentrado en lo que hasta la fecha ha sido el mayor descubrimiento arqueológico de la historia de la Egiptología, no debemos dejar de agradecer a Howard Carter y a los miembros de su equipo la minuciosidad, el cariño, la paciencia y la profesionalidad que mostraron durante el vaciado de la tumba. Quizás en manos de excavadores menos escrupulosos, la tumba no habría resultado tan fructífera.

De forma deliberada omito el asunto de la maldición, puesto que creo que no hay nada de cierto en ello. Sólo unas cuantas casualidades, y las ansias de misterio y romanticismo de la época del descubrimiento dieron pie a esta leyenda. La mayoría de los componentes de la expedición murieron muchos años después. El mismo Carter murió 17 años después del descubrimiento, con 65 años. Si existió una maldición, ciertamente no era de efectos rápidos. Y la muerte fulminante de Lord Carnarvon está más que explicada. En aquel entonces, cuando aún no había antibióticos, la picadura de un mosquito que se infectara podía acabar con la vida de una persona. Al igual que la gente moría de apendicitis, y no se buscaba ninguna maldición para dar explicación a este hecho.

Sí es cierto que en las tumbas existen textos avisando a los posibles saqueadores de los tremendos castigos divinos que caerán sobre ellos si violan la paz de los sepulcros, al igual que hay fórmulas para animar a las gentes futuras a hacer ofrendas por el ka del difunto. Pero de ahí a que cualquiera de ellas funcione, va un trecho muy largo. Hablando científicamente, no podemos dar credibilidad a la teoría de la maldición.

Y la paradoja final. Hemos hablado de un faraón insignificante, que ni siquiera aparecía en algunas listas reales, cuyo reinado duró apenas nueve años, que murió de manera prematura y que, según parece, fue enterrado con demasiado apresuramiento en una tumba que no reunía los requisitos para albergar a un rey.

Pues bien, la paradoja es que, si bien se le enterró con prisa, su exhumación se realizó con toda la paciencia y cuidado que el más importante de los reyes hubiera merecido. Diez años de minucioso trabajo hicieron que los tesoros contenidos en la tumba de Tutankhamon lucieran en todo su esplendor, asombrando al mundo entero. Y por ello, le cabe el honor de seguir reposando en su tumba nº 62 del Valle de los Reyes, en el mismo lugar donde lo depositaron los sacerdotes para aguardar la inmortalidad. Ahora, ya la ha conseguido.

Rosa Pujol
Coordinadora de la Sección Todo sobre Tutankhamon y del Rincón del Escriba de Amigos de la Egiptología AE.

 

La fuentes fotográficas del artículo han sido extraídas del sensacional archivo documental sobre la tumba de Tutankhamón que ofrece el Griffith Institut online:
http://www.griffith.ox.ac.uk/discoveringTut/

 

Vídeos de las conferencias Una mañana con Tutankhamón organizadas por la Asociación Española de Egiptología (AEDE):

 


Notas:

(1)-Se han encontrado otras estatuas de este tipo en otros enterramientos. Y una de ellas (British Museum EA 882) tiene una curiosa característica, y es que el faldellín estaba vaciado por dentro y tenía un hueco suficiente para contener un papiro. También en las de Tutankhamon se había practicado este vaciado del faldellín. El hueco se había tapado con una piedra recubierta de yeso dorado. Esto hizo albergar esperanzas a los excavadores sobre el posible hallazgo de un papiro o algo similar, lo cual resultó falso, puesto que nada se halló.

(2)-Antes de proseguir con el relato, debo advertir al lector que Howard Carter y su equipo emplearon 10 años en vaciar la tumba. Realizaron un minucioso trabajo que consistió en fotografiar, catalogar, fijar y sacar los objetos uno a uno, almacenándolos en un «laboratorio» que improvisaron en la cercana tumba de Seti II, antes de ir remitiéndolos al Museo del Cairo. Incluso se cribó la arena del suelo para no perder ni la más mínima cuenta de vidrio que hubiera podido caer. A lo largo de este artículo iremos explicando los métodos que utilizó Carter y las dificultades que tuvo que afrontar para conseguir que se recuperaran todos los objetos de la tumba.
(3)-A menudo encontramos cuatro ladrillos de adobe en las tumbas de reyes y nobles del Reino Nuevo. Son simples piezas rectangulares en las que se inscriben algunos versos del capítulo 151 del Libro de los Muertos. Se asocian a los cuatro ladrillos sobre los que se coloca una mujer para dar a luz, y tienen como objeto asegurar el «renacimiento» del difunto. Estos ladrillos pudieron usarse también en la ceremonia de Apertura de la Boca, así como en entierros y fundaciones de templos. Cada uno de estos ladrillos estaba asociado con una figura que hacía las funciones de amuleto: un chacal sentado sobre una capilla, una figura momiforme, una llama y un pilar dyed. Y se colocaban de la siguiente manera:

• Norte – Figura Momiforme – Rechaza al que te rechaza y aparta al que te aparta.
• Sur – Llama – Impide que la arena ciegue la cámara secreta.
• Este – Chacal Anubis – Repele la ira y la rabia del ser contrario.
• Oeste – Pilar Dyed – Mantiene alejado a aquel cuyos pasos van hacia atrás y cuya cara está oculta

En la tumba de Tutankhamón no estaban correctamente colocados, ya que solo el de la pared norte estaba en su sitio. Aunque hemos de decir que esta confusión era bastante frecuente. (JEA 88, pp.121-141)

 

Autora Rosa Pujol 

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