La concepción egipcia de la «Noche»
Por Cayetana Gomis Fletcher
18 abril, 2006
Modificación: 16 mayo, 2020
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El tiempo egipcio, el tiempo cíclico

Uno de los primeros conceptos que aprendemos (o deberíamos aprender) sobre la cultura del Antiguo Egipto es que su modus vivendi se enmarca ante todo en el ámbito religioso. Para el antiguo egipcio todo se integra en la misma red de interrelaciones formando parte de una única realidad cósmica. Todo participa de la misma esencia emanada de la creación. Todo, animales, objetos, edificios, hombres…, todo puede considerarse sacro o, más bien, manifestación de lo divino. Por ello, la cultura egipcia únicamente es comprensible si se tiene en cuenta la mentalidad egipcia, propia de una sociedad de “discurso mitopoético”, de las llamadas “sociedades frías” de Levi-Strauss[1]. Este discurso se articula, básicamente, en el tiempo cíclico, la “eterna” repetición de arquetipos fijados in illo tempore, en los tiempos de la creación, en el sp tpy egipcio: “el mito del eterno retorno” de Mircea Elíade (ELIADE, 1972). Ese tiempo cíclico es parte del tiempo sacro y representa la eternidad móvil. Los antiguos egipcios, con la dualidad propia de su mentalidad, creían en la eternidad desde dos perspectivas: una móvil y cíclica (neheh) relacionada con los movimientos cósmicos y la continua renovación y, por ello, con el orden cósmico (Maat), con el sol (Re) y con el destino solar de ultratumba, y otra estática y permanente (dyet) relacionada con la tierra, con el caos primordial (Isfet), con el destino ctónico (Osiris) y estelar (estrellas imperecederas, inmóviles) tras la muerte (ENGLUND, 1987; ASSMANN, 1995, pp. 6-10). En esta dualidad también se representaba la oposición entre el día (movilidad, orden, luz solar) y la noche (quietud, caos, oscuridad). En principio, sólo nos fijaremos en el aspecto dinámico y cíclico del tiempo sacro egipcio y al final del estudio retomaremos la parte pasiva del mismo.

El discurso mítico egipcio es una forma de expresar los fenómenos abstractos del cosmos, de la naturaleza, concretizándolos. Porque, aunque parezca lo contrario, el antiguo egipcio tiende a lo concreto en su discurso. Y por ello, hace uso de diversas formas de interpretación, definición y descripción de tales fenómenos, de las divinidades y de cualquier realidad. Desde nuestra perspectiva lógica, estas múltiples posibilidades de referirse a cada concepto parecen incoherentes e incluso incompatibles. Sin embargo, el antiguo egipcio necesita expresar lo más concretamente posible todos los aspectos del cosmos y para ello los describe desde diferentes enfoques que no se excluyen entre sí, sino que son totalmente compatibles. La lógica egipcia no es “ilógica”, sino únicamente diferente a la nuestra, con una coherencia particular sin contradicciones. Es una “lógica de complementariedad”; lo que H. Frankfort, entre otros, ha llamado “multiplicidad de aproximaciones” (FRANKFORT, 1998), con la cual cualquier fenómeno cósmico es susceptible de ser definido con su contrario. Y no con la negación de su contrario, recurso propio de las sociedades de discurso lógico basadas en el “principio aristotélico de no contradicción” (“A” no es “no A” y “A” es “no B”); sociedades como la nuestra.

Entonces, con el fin de definir cualquier fenómeno cósmico, el antiguo egipcio escogió el lenguaje del mito. Las cosmogonías o mitos de la creación y las cosmologías o mitos que explican las relaciones entre dioses, hombres y cosmos forman el discurso religioso egipcio. Y estos mitos se fundamentan en la observación de los procesos de la naturaleza. Estos procesos son, sin lugar a dudas, cíclicos. De ahí la concepción egipcia del tiempo como repetición de los arquetipos de la creación. Anualmente acaece la inundación a causa de la crecida del Nilo. Ésta se compara con la vuelta al estado de las cosas antes de la creación, al Caos (Isfet), a las aguas primordiales del Nun. Con la retirada de las aguas, la tierra sale a la luz fertilizada, como la Colina Primigenia salió de las aguas del Nun en el comienzo del proceso de la creación, surgiendo a continuación el dios demiurgo y creador, equiparado al sol “dador de vida” e instaurador del orden cósmico, la Maat. Así, los antiguos egipcios creían necesario tal proceso cíclico de la naturaleza y lo conectaban directamente con el proceso de la creación. Es imprescindible que cualquier cosa se regenere para seguir perteneciendo al cosmos y tal regeneración sólo puede acontecer si se vuelve momentáneamente al caos anterior a la creación. Con ello, el equilibrio orden-caos se rompe puntualmente con el fin de renovar y fortalecer el orden. La tierra queda fertilizada por el limo depositado en ella tras la inundación y retirada de las aguas y por la acción benéfica del sol.

Lo mismo sucedía con el concepto egipcio de la muerte. Para el antiguo egipcio la muerte es un estado transitorio donde las fuerzas del caos vencen momentáneamente y que llevará al difunto a una regeneración de su vida en el Más Allá. Nos ocuparemos intensamente de ello más adelante.

Con el mismo sentido cíclico se suceden el día y la noche. Cada día el sol sale por oriente como el dios solar Re es parido en su forma del escarabajo Jepri (“el acontecer”) por la diosa del cielo Nut y navega por el cielo superior en su barca diurna. Re sale de la vagina de Nut, que es la parte oriental del cielo. Y cada anochecer el sol se pone por occidente como Re es engullido por la boca de Nut, que está al oeste, y navega en su forma de Atum (“el no diferenciado”) por el cielo inferior, es decir, el Mundo Inferior, en su barca nocturna. Y este proceso se repite “eternamente”. Como también Nut devora y da a luz diariamente al resto de astros, identificados con dioses y difuntos.

Pero esta imagen del dios solar en su viaje nocturno también es representada como su recorrido por el interior del cuerpo de la diosa del cielo Nut, que en la iconografía aparece como una mujer arqueada llena de estrellas (cielo nocturno) o una vaca celeste, Hathor o Mehet-Uaret. La imagen de la vaca como madre de los astros se relaciona con el concepto de procreación ligado al ganado (FRANKFORT, 1981)[2]: el sol es el “toro del cielo”[3] que engendra diariamente a Nut-Hathor, la “vaca celeste”, el cielo, que pare al sol cada mañana. Es un proceso cíclico, eterno. Como veremos más adelante, Nut, como la inundación anual, se identifica en esta imagen con el Nun del que sale el sol diariamente como la primera vez. Aquí tenemos un ejemplo de la multiplicidad de aproximaciones antes comentada: el viaje nocturno de Re se explica, entre otras imágenes, como un recorrido en barca por los caminos de agua del inframundo y a la vez como su transitar por el cuerpo de la diosa celeste. Ambas imágenes se complementan y hacen más completa tal explicación.


[1] Este estructuralista pensó en una división de las sociedades en “calientes”, que interiorizan e instituyen su historia como motor de su evolución, y “frías”, que excluyen la historia, ordenan su mundo a imagen del “mundo cósmico” y viven en un estado de permanencia constante, ya que su tiempo es cíclico y eternamente repetitivo, sin evolución.
[2] Es interesante la explicación de H. Frankfort a cerca de las diferentes esferas de manifestación divina, ya que hace más inteligible el concepto egipcio de divinidad: el sol como aspecto de la creación, el ganado como el de procreación y la tierra como el de resurrección.
[3] El sol en tanto que toro celeste se relaciona también con el rey, que toma sus cualidades de jefatura y fertilidad viril. Además, el rey también se identifica con Horus, hijo de Isis (“el trono”) en su aspecto “político” (porque su padre Osiris es el soberano difunto) e hijo de Hathor (“la casa de Horus”) en su aspecto celeste y divino.

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