Un robot explora la pirámide de Keops
Por Coordinadores de AE
Creación: 18 agosto, 2002
Modificación: 26 febrero, 2018
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Una puerta cuadrada, tallada en una piedra caliza de tan sólo 20 centímetros de lado y provista de dos pequeñas anillas de cobre es la que, a 4500 años de haber sido colocada, aún hoy franquea el paso a todo aquel que intente develar el último y más grande enigma que ha planteado a los estudiosos la monumental pirámide de Keops.

Los secretos que esconde perduraron por siglos gracias a que llegar hasta ella es una tarea imposible para cualquier ser humano. La piedra se encuentra calzada al final de un conducto de 65 metros de largo y 20 centímetros de lado que nace en el centro mismo de la pirámide, más precisamente en la pared sur de la llamada cámara de la reina.

Pero todo hace suponer que en un mes el enigma será resuelto. Quien habrá de realizar la hazaña responde al apodo de Pyramid Rover (errante de la pirámide), mide 30 centímetros de largo por 12 de ancho y su altura oscila entre los 11 y los 28 centímetros. Este robot, equipado con tecnología diseñada exclusivamente para esta misión, recorrerá los 65 metros del conducto sur hasta toparse con la piedra.

Una vez allí, desplegará modernos sensores y radares de penetración para revelar qué hay detrás de la puerta y determinar si es posible abrirla. Para ese entonces, sabremos si la piedra protege una cámara secreta (quizás abarrotada de los tesoros de Keops), un conducto falso construido para confundir a los saqueadores de pirámides, un libro sagrado o, en el peor de los casos, una oscura y tibia nada.

«Ni siquiera los mejores egiptólogos se ponen de acuerdo sobre qué es lo que puede haber detrás de esa piedra», comentó a LA NACION el doctor Zahi Hawass, explorador residente de la National Geographic Society y director del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto.

Actualmente, este arqueólogo de 55 años supervisa el trabajo del equipo que controla los movimientos que realiza el Pyramid Rover en su exploración preliminar del conducto sur. Apretados en la sofocante cámara de la reina, seis investigadores y técnicos monitorean las idas y venidas del pequeño robot, que el 16 de septiembre próximo habrá de encontrarse «cara a cara» con la misteriosa piedra.

Teorías son lo que sobra

Los conductos sur y norte de la cámara de la reina fueron descubiertos por casualidad en 1872, y desde entonces su finalidad sigue siendo un misterio. A diferencia de los conductos de la cámara del rey, que llegan hasta el exterior de la pirámide (como posibles vías de ventilación), los de la reina se detienen en su interior y sus entradas estaban selladas, por lo que permanecieron de incógnito durante siglos.

Recién en 1992, investigadores del Instituto Arqueológico Alemán en El Cairo emprendieron la primera exploración del conducto sur. Se valieron para eso de un robot que, tras recorrer 65 metros, se topó con un bloque de piedra con dos anillas de cobre. Para mayor sorpresa, una estaba rota como si alguien hubiera tirado de ella.

Desde ese día, si hay algo que sobra son teorías sobre el conducto sur y su misteriosa piedra. Para algunos, éste es simplemente un conducto de ventilación, una hipótesis que no concuerda con el hecho de que estaba cerrado en ambos extremos.

Para otros, se trata de un conducto de luz, o «estelar», que tenía por objeto apuntar a una de las estrellas de la constelación de Orión. Quienes apoyan esta teoría se basan en la creencia de que la disposición de las tres pirámides en la meseta de Giza reproduce con precisión la posición en la bóveda celeste de las tres estrellas principales de dicha constelación.

Pero también esta hipótesis hace agua: la exploración de 1992 reveló que el conducto no es recto, sino que posee varios recodos que impiden que la luz de una estrella acceda a la cámara.

«Es posible que el conducto haya tenido el propósito de servir de pasaje simbólico al espíritu del rey, para que pudiese llegar a la barca solar que lo transportaría al mundo de los muertos», opina Hawass, que cree que «la llamada cámara de la reina estaba siendo construida para el rey, y el arquitecto cambió de planes y la dejó sin terminar».

De ser así, la piedra que se encuentra en su interior «podría haber sido usada para pulir la piedra y fue olvidada allí cuando se decidió abandonar la construcción de la cámara».

Sin embargo, Hawass no descarta ninguna hipótesis: «También podemos pensar que Keops escondió sus tesoros dentro de la pirámide, en alguna habitación secreta. Incluso sabemos que este faraón escribió un libro sagrado para los egipcios, pero nunca se pudo saber dónde está». «Pienso que son todas estas cosas las que hacen de esto una historia realmente interesante», concluye.

Tecnología de punta

Revelar qué se esconde detrás de la piedra -o una puerta, para muchos arqueólogos- que obstruye el conducto sur de la cámara de la reina es la tarea para la que ha sido especialmente diseñado el Pyramid Rover, un robot desarrollado por investigadores del laboratorio de inteligencia artificial del Massachusetts Institute of Technology (MIT).

Esta versión a escala reducida del iRobot PackBot, que fue utilizado para tareas de rescate tras el atentado del 11 de septiembre en el World Trade Center, cuenta con un instrumental de última tecnología, único: un indicador de fuerza le permitirá detectar si la piedra puede ser movida, y en qué dirección. Con un sensor de conductividad determinará si las anillas de cobre están conectadas al otro lado de la piedra. Un transductor ultrasónico será usado para medir el espesor de las paredes del conducto.

El radar de penetración de terreno (GPR) más pequeño del mundo le permitirá obtener imágenes de una profundidad de más de un metro de las paredes del conducto, y de lo que se oculta detrás de la piedra. Y mientras otros instrumentos pesquisan la piedra en busca de grietas o aberturas mínimas, cámaras de video transmitirán por fibra óptica las imágenes, que serán emitidas en vivo el 16 de septiembre por el National Geographic Channel (en la Argentina, el 21 de septiembre, a las 22).

Fuente: La Nación
http://www.lanacion.com.ar/02/08/18/sl_423427.asp

Reseña: Roberto Castro

 

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