Tutankamón inmortal
Por Coordinadores de AE
14 julio, 2002
Modificación: 16 junio, 2018
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Tutankamón inmortal

Cuando la National Gallery of Art de esta ciudad inauguró Los tesoros de Tutankamon , hace poco más de 25 años, sentó un modelo de exposición imperdible. Traía un arte sensacional, una historia excitante (un faraón adolescente, un arqueólogo audaz, una maldición de ultratumba) y una enorme dosis de propaganda. La asistencia de público fue asombrosa. Había nacido la «megamuestra».

El mismo museo acaba de abrir la muestra itinerante La búsqueda de la inmortalidad: tesoros del Antiguo Egipto (cerrará el 14 de octubre y, en cinco años, recorrerá Estados Unidos y Canadá). Es obvio que pretende igualar a su predecesora y sus esperanzas no son del todo vanas. Con más de un centenar de objetos excelentes, cedidos en préstamo por Egipto, deslumbra al visitante. Sin duda, tendrá éxito, aunque su concepto de visión panorámicanos decepcione y haya desaprovechado una oportunidad de abrir nuevos caminos.

Claro está que, cuando de popularidad se trata, el arte egipcio siempre sale bien parado. Como atracción museística, es un ganador de primera, junto con el Impresionismo. Las razones son de todo tipo. Una es, quizá, que este arte, o al menos la versión de él que suelen ofrecernos, se percibe a la vez como occidental y no occidental, exótico y familiar, africano pero vinculado al Mediterráneo. En su presentación institucional, se lo reconoce al instante por su refinamiento, su trabajo exquisito y su costo, cualidades que los occidentales asociamos con las culturas «superiores». Es cierto que algunas imágenes tal vez parezcan fantásticas, y aun ridículas, como esos dioses con cuerpo humano y cabeza de animal. Pero la mayoría se parece bastante a «nosotros» o a una elegante versión extraterrestre.

Tutankamón inmortal

En verdad, es fácil imaginar que los creadores de este arte compartían algunos de nuestros valores y nuestra longitud de onda espiritual. Como nosotros, parecen haber ensalzado el materialismo hasta convertirlo en una forma de religión. Y si bien su visión de la eternidad como tiempo cualitativo nos resulta optimista, también indica el mismo horror a la descomposición física y la extinción de la persona de que está saturada la cultura judeocristiana. En un nivel popular, esto se traduce en el aura de mistificación espectral que rodea todo lo egipcio y lo hace tan atractivo para los niños y para Hollywood.

No cabe duda de que en el Antiguo Egipto la muerte era un gran negocio. A juzgar por lo que ha llegado hasta nosotros, casi todo el arte giraba en torno de ella. Para los miembros privilegiados de la sociedad, la transición de la vida terrenal al más allá era una especie de crucero de lujo hacia la eternidad, supervisado por una tripulación de espíritus protectores. Una sección ha sido reservada a un solo individuo: el arquitecto e ingeniero Sennedjem, sepultado con sus herramientas de trabajo, junto a su numerosa prole, cerca del actual Deir el-Medina. El gran sarcófago rectangular de su hijo Khonsu domina la sala.

En él, pintaron viñetas de la vida de ultratumba, tal como se describen en el Libro de los Muertos. En algunas, aparece Khonsu: en manos de los embalsamadores; arrodillado ante dos leones que representan el ayer y el mañana; encarnando el movimiento cíclico que define el tiempo en el otro mundo. Lo mejor es imaginarlo como un perpetuo devenir, descrito en los textos funerarios, pero también encarnado en ciertas imágenes, entre ellas una curiosa estatuilla en piedra de Osiris, dios de los infiernos y juez de los muertos.

Tutankamón inmortal

Asesinado, desmembrado y devuelto a la vida, la escultura muestra su paso de la muerte a la resurrección. Su cuerpo, en forma de momia, posee las curvas orgánicas de una larva a punto de romper su envoltura. Ya ha emergido su rostro, iluminado por una sonrisa confiada. Yace en una posición extraña, boca abajo, como si hubiese dado un salto mortal y estuviese listo para dar el salto. Para los antiguos egipcios, el ciclo de muerte y vida encarnado por Osiris se repite en la rotación noche-día, el paso de las estaciones, el ascenso y la caída de los monarcas y, por supuesto, la vida humana. Asimismo, era el ritmo de la vida después de la muerte, tal como la describen los manuales y guías funerarios cuyo exponente máximo es el Amduat o Libro de lo que hay en el Mundo Subterráneo. Originariamente para uso exclusivo de los reyes, narra, hora por hora, el viaje nocturno del faraón de las tinieblas a la luz.

En la barca de Ra, el dios solar, desciende a los infiernos, supera una serie de encuentros peligrosos y, en cada amanecer, emerge vencedor. Solía copiarse en papiro, pero también aparece, ampliado, en los murales de las tumbas. El ejemplo más temprano que se conserva, ilustrado con pinturas caricaturescas de rápido trazo, está en la cámara sepulcral del faraón Tutmosis III. Los organizadores de la muestra, la National Gallery y el United Exhibits Group de Copenhague, encargó a Factum Arte, una compañía de diseño europea, una réplica digital de los murales de Tutmosis en tamaño natural. Su trabajo cierra la muestra de manera teatral, con algo de parque temático. Lástima que no hayan aprovechado más unas ideas y un material tan poco comunes, desprendiéndose de las visiones aceptadas de un arte antiguo embalsamado, desde hace largo tiempo, en el clisé moderno.

Sin duda, hay otro Egipto aún por revelar, lleno de sorpresas y de bellezas ignotas. Aquí recibimos el Egipto que siempre conocimos, el que nos provoca sentimientos ambivalentes, el Egipto definido por una ideología opresiva, autocrática, y un arte esplendoroso.

Fuente: La Nación
http://www.lanacion.com.ar/suples/arte/0229/ia_413338.asp

Reseña: Ines Arostegui

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