¿Quién mató al rey?
Por Coordinadores de AE
Creación: 21 septiembre, 2002
Modificación: 21 septiembre, 2002
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La tumba del joven rey Tutankhamón causó sensación desde el mismo momento de su descubrimiento en 1922. Era una de las pocas cámaras de enterramiento reales que había sobrevivido el paso de los siglos relativamente intacta, y la más suntuosa de todas: estaba llena de oro, marfil y tesoros de madera, entre los que se encuentra la máscara funeraria más famosa del mundo. Además, por la forma en que el Rey Tutankhamón había sido enterrado, se percibía algo extraño, había indicios y omisiones que hablaban de misterio e intriga.

Tutanknamón tenía apenas 18 años al morir, una edad muy temprana para los faraones, que disfrutaban de la mejor nutrición y cuidados médicos en el reino más civilizado de la antigüedad. Además se cree que era el hijo de un líder polémico -odiado por algunos- que había introducido reformas religiosas radicales. Eso convertía también a Tutankhamón en objeto de controversia. Pero más que nada era la tumba en sí, con su tamaño modesto y su estado inacabado, lo que sugería un fallecimiento inesperado. Todo ello hizo sospechar que no se debió a causas naturales, y tal vez tuviera una muerte violenta. Pero, hasta ahora, nunca se habían descubierto pruebas convincentes de un crimen.

Más de 3 mil 300 años después de lo que pudo haber sido un homicidio que terminó con la vida de Tutankhamón, Greg Cooper, un ex investigador del FBI y jefe de policía de Provo, Utah, y Mike King, actual director de la unidad de análisis criminal del departamento de policía de Ogden, en el mismo estado, se han hecho cargo del caso a petición del productor cinematográfico británico, Anthony Geffen. Empleados por la compañía de Geffen Atlantic Productions, basada en Londres, los dos investigadores han usado una gran cantidad de recursos, como libros, publicaciones académicas, rayos X de la momia y fotografías de la tumba, así como entrevistas con expertos, para aplicar la ciencia forense moderna a un crimen muy antiguo. Y estas técnicas han funcionado tan bien que no sólo tienen una prueba del asesinato, sino una idea muy sólida de quién lo hizo.

Sin embargo, numerosos egiptólogos consideran la investigación una tontería. Aducen que el trabajo de Cooper y King consiste en poco más que unas teorías recalentadas con un aderezo de ciencia forense para darles credibilidad. Este campo de investigación ya ha sido examinado antes, dicen, y nunca había producido nada concluyente. «A la gente le encanta especular», dice Marianne Eaton-Krauss, experta en Tutankhamón de la Academia Brandeburgo de Ciencias y Humanidades en Berlín. «Pero no hay ninguna prueba».

Tenga quien tenga razón, es obvio que cuando el arqueólogo británico Howard Carter descubrió la tumba y escribió sobre ella hace 80 años, hablaba de un enterramiento real como ningún otro. En comparación con otras tumbas faraónicas, la de Tutankhamon era una calamidad improvisada. Su tamaño daba a entender que se había construido para una persona que no pertenecía a la realeza, además la habían decorado con prisas y los murales estaban ensuciados con manchas de pintura que nadie se había tomado la molestia de limpiar. Algunos de los exquisitos artefactos que cautivaron al mundo parecían provenir de un almacén funerario, ya que al examinarlos meticulosamente se observó que habían borrado el nombre de otra persona antes de inscribir el de Tutankhamón. Incluso el proceso de embalsamamiento, que normalmente tardaba 70 días, parecía haber sido hecho con prisas y a desgana, como si hubieran echado cubos de ungüento sobre la momia al final. Parecía que habían intentado ocultar algo.

Para intentar aclarar el misterio, Carter ordenó un estudio anatómico del cadáver en 1925 que resultó ser una carnicería en lugar de una autopsia. Los ungüentos que saturaban los vendajes de la momia los mantenían pegados, por lo cual tuvieron que desmembrarla para poder quitárselos. Al estudiar la momia, literalmente miembro por miembro, el primer anatomista no encontró nada sospechoso. Más de 40 años después, en 1968, un investigador de la Universidad de Liverpool obtuvo permiso para tomar una radiografía del cuerpo y descubrió varias pistas curiosas: en la cavidad craneal había una esquirla de hueso y en la base del cráneo se observaba un área densa que podría haber sido un coágulo, lo que indicaría la existencia de un golpe potente, tal vez deliberadamente letal, en la nuca.

Para aportar claridad al problema, Cooper y King consiguieron las radiografías y las llevaron a un examinador médico, un radiólogo y un neurólogo. Los expertos inmediatamente localizaron más pistas. Se observaban varias microfracturas alrededor de las cavidades oculares, algo que suele ocurrir cuando la cabeza golpea contra el suelo cuando una persona cae de espaldas, debido a que el cráneo y el cerebro rebotan hacia adelante. Además las vértebras del cuello estaban fusionadas, lo cual es síntoma de una malformación músculo-esqueletal llamada síndrome de Klippel-Feil. La gente que padece esta enfermedad no puede voltear la cabeza sin girar el torso completo, un defecto que es imposible ocultar y que deja a la víctima muy vulnerable a una caída, o un empujón. «Es como tener una bola de jugar bolos sobre un palo de billar», dice King.

Para aprovecharse de la aparente fragilidad de Tutankhamón, un criminal antiguo, al igual que uno contemporáneo, necesitaría de los medios, la oportunidad y el motivo. Según estos criterios, «inicialmente examinamos todo el imperio Egipcio», dice Cooper. «Pero enseguida nos concentramos en el círculo más íntimo de Tutankhamón». Al final, terminaron por quedarse solo con cuatro sospechosos: Maya, el tesorero principal de Tut; Ankesenamón, su esposa; Horemheb, su jefe militar; y Ay, el Primer Ministro.

Maya fue descartado. Aunque su trabajo probablemente le facilitaba un trato frecuente con Tutankhamón, lo cual le proporcionaba los medios y la oportunidad, le faltaba el motivo. Un regalo en la tumba de Tutankhamón lleva el nombre de Maya, síntoma de que sintió realmente la pérdida del joven. Además, cuando la tumba de Tutankhamón fue saqueada al poco de su muerte, Maya se encargó de que fuese restaurada y sellada, tarea que se dice que realizó con cariño. Por último, Maya era el que menos tenía que ganar con un asesinato, ya que no había ninguna seguridad de que hubiera ascendido con el siguiente gobierno.

«Es más», dice King, «se arriesgaba a perder su posición».

Horemheb fue más difícil de interpretar. Cooper y King especulan que el jefe militar pasó mucho tiempo con Tutankhamón enseñándole a cazar y a manejar el carro, actividades que ofrecían muchas oportunidades para fingir un accidente. Si Tutankhamón murió cuando los dos estaban fuera, el cuerpo habría empezado a descomponerse antes de que Horemheb pudiera llevarlo a casa, lo que podría explicar el exceso de ungüento en la momia. El motivo más probable de Horemheb para cometer un regicidio sería el de asumir el trono él mismo, cosa que hubiera sido fácil con el ejército de su lado. Pero cuando Tutankhamón murió, Horemheb se quedó donde estaba. «Si Horemheb hubiera querido ocupar el trono del faraón, podría haberlo hecho», dice Cooper.

Ankesenamón también terminó por ser descartada. La esposa del faraón podía ascender al trono tras la muerte de su esposo, y Ankesenamón podría haberse movido por el ansia de poder. Un escenario más factible sería que pensara menos en ella misma y más en sus herederos. En la tumba de Tutankhamón se encontraron dos fetos momificados. Se cree que ambos eran hijos de la pareja, que habían nacido muertos o prematuros. Si Tutankhamón era incapaz de tener hijos sanos, Ankesenamón podría haber querido deshacerse de él para poderse casar con otra persona.

Pero Cooper y King están convencidos de que Ankesenamón y Tut eran una pareja compenetrada. Eran medios hermanos y se conocían desde la infancia.

Las pinturas en la tumba de Tutankhamón los representan como una pareja cariñosa y el hecho de que sus hijos hubieran sido momificados era muy inusual. King opina: «Creo que son síntomas de una familia unida».

El único que queda es Ay. El Primer Ministro, que sirvió en el mismo puesto con el padre de Tutankhamón había sido rey de hecho como consejero del joven Tutakhamón, y se había ganado la confianza del chico. (Tutankhamón se convirtió en faraón a los nueve años). Es muy posible que Ay ambicionara el trono para sí mismo, posición que asumió tras la muerte de Tutankhamón. En la tumba de Tutankhamón las pinturas muestran a Ay realizando la ceremonia de la apertura de la boca en el funeral de Tutankhamón, función que tradicionalmente se reservaba al sucesor.

La viuda de Tutankhamón también presenta pruebas contra Ay. Un artefacto conocido como «la carta hitita» fue enviado por una reina egipcia viuda al imperio hitita, en el territorio que ahora es Turquía, suplicando que enviaran a uno de sus príncipes para casarse con ella. La autora teme que en caso contrario se vería obligada a casarse con uno de sus «siervos». Ankesenamón, que había sido reina, seguramente consideraría a Ay como siervo suyo. Algunas personas, entre ellas Cooper y King, creen que un anillo antiguo que lleva el nombre de ella junto al de Ay indica que los dos se llegaron a casar, una jugada que hubiera dado legitimidad al régimen de Ay.

Otros investigadores no se muestran tan convencidos. Según ellos, es una ingenuidad fiarse de las pinturas en las tumbas como evidencia de la naturaleza de las relaciones humanas. «Las pinturas en las tumbas siempre eran felices», dice Rita Freed, del Museo de Bellas Artes de Boston. «Eran retratos idealizados».

Además, como la carta hitita no estaba firmada, nunca se ha demostrado que la escribiera Ankesenamón. Un experto francés, basándose en el estilo lingüístico, cree que no fue escrita por la viuda de Tutankhamón sino por la de su padre. Del mismo modo, el anillo que lleva los nombres de Ay y Ankesenamón podría indicar bien poco, ya que en el antiguo Egipto no existían los anillos de matrimonio. «El anillo simplemente muestra una relación», dice Eaton-Krauss.

Por muy firme o débil que sea el caso contra Ay, es difícil que ponga fin a las especulaciones. Existen otras herramientas del Siglo 21, capaces de identificar enfermedades y defectos genéticos o proporcionar imágenes más nítidas que los rayos X, que podrían ser más efectivas, y a King y Cooper les gustaría usarlas también. «El comportamiento criminal es el comportamiento criminal», dice Cooper. «Da igual que sea hoy que hace 3 mil 500 años». Hay crímenes que no prescriben nunca.

Fuente: Reforma

Reseña: Isabel Wagner

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