Los artistas de las pirámides
Por Coordinadores de AE
Creación: 8 febrero, 2002
Modificación: 8 febrero, 2002
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Los «hombres de la tumba», artistas dedicados a los fabulosos hipogeos de los faraones de Tebas-la actual Luxor (Alto Egipto)-, van a revelar por fin sus secretos, que serán expuestos en el museo del Louvre de París en abril próximo.

Por vez primera, se dará la palabra a esa comunidad, que bajo el Nuevo Imperio (1552-1070 AC) vivió en la aldea de Deir El Medineh, en la orilla occidental del Nilo, dedicado exclusivamente a realizar los monumentos a la gloria póstuma de los faraones.

Hablar de la vida cotidiana en tiempos de la dinastía de los Ramsés, y no de éstos, es ya una primicia. El desafío fue lanzado por la egiptóloga Guillemette Andreu, comisaria de la exposición, a la que contribuyeron unos 20 museos de todo el mundo.

En ella, podrá descubrirse la extraordinaria organización de esta «casta», en la que la condición de obrero, artista o artesano se transmitía de padre a hijo y que agrupaba unas 80 familias en una sola aldea, en la que se realizan excavaciones arqueológicas desde 1811.

Por comodidad, se los había instalado no en la orilla oriental del Nilo (el mundo de los vivos), sino en la orilla del sol poniente, en la que los faraones y reinas hacían cavar sus lujosas tumbas. Una tarea que duraba unos diez años.

Simples canteros, escultores, dibujantes, pintores o escribas, se los llamaba «hombres del interior», por oposición a los «hombres del exterior», que los descargaban de las tareas cotidianas, encargándose de su alimento, su ropa y su vivienda y dejando que se dedicaran exclusivamente a edificar las mansiones de la eternidad en medio del secreto.

Obligados a guardar el secreto en vida, los artistas de los faraones dejaron empero numerosas huellas de su existencia, en particular papiros y planchas de caliza en las que ellos o sus escribas escribían o pintaban.

Y esos «documentos» son una verdadera mina de informaciones, que van desde el número de mechas de aceite necesarias para iluminar la obra los días laborables (ocho consecutivos, durante los cuales permanecían en campamentos cercanos a la obra, seguidos de dos de asueto en la aldea).

Consignados por el escriba, se detallan los motivos de las ausencias: «En el primer mes de la inundación, día 4, Penduau bebe en compañía de Jonsu», otro «hace cerveza» y a un tercero «le picó un escorpión».

Los artistas y artesanos aprovechaban los días libres para cavar, amueblar y decorar sus propias tumbas, de las que preparaban bocetos. De las 53 tumbas descubiertas, una de las más bellas, la del artesano Sennedjem, está adornada con pinturas que evocan sus creencias funerarias, sincretismo entre el culto de los faraones-sacerdotes y el de la aldea.

Y es que en Deir El Medineh, las supersticiones eran muchas. Se consultaban los oráculos de Amenofis I, rey divinizado, se utilizaban amuletos contra las pesadillas, el resfrío o las mordeduras de serpiente. Pero también se escribían canciones de amor, y las poetisas eran numerosas.

Para la exposición en el Louvre, serán trasladadas a París 350 piezas (estatuillas, joyas, muebles, sarcófagos, etc.), otros tantos testimonios que permitirán «atravesar la cortina histórica» y «acceder al hecho humano en tiempos de los Ramsés», en palabras de Guillemette Andreu.

Fuente: YupiMSN
http://www.yupimsn.com/cultura/leer_articulo.cfm?article_id=39279

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