La atracción de Egipto
Por Coordinadores de AE
Creación: 8 agosto, 2002
Modificación: 8 agosto, 2002
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La egiptología está de moda. Muestras como «La búsqueda de la inmortalidad: tesoros del Antiguo Egipto», organizada por la National Gallery de Washington, y «Los artistas del faraón», exhibida en el Museo del Louvre, lo confirman. En ese marco, llamó especialmente mi atención la publicación de un libro de quinientas páginas de la famosa egiptóloga Christine Desroches-Noblecourt, quien cuenta, con un fervor y un interés contagiosos, la historia de una de las fascinantes reinas de Egipto.

La biografía se titula La reine mystérieuse Hatshepsout. La pasión y la habilidad con que se narra la vida de la soberana han hecho de la obra un best seller que los franceses han convertido en lectura favorita del verano. Hatshepsut fue la primera faraona de la historia. Tuvo un destino fabuloso. Fue guerrera, diplomática y mandó construir muchos de los magníficos edificios que hoy visitan los turistas.

Al enterarme del éxito del libro, me acordé del encuentro que tuve hace ya muchos años con su autora, cuando vino a Buenos Aires para presentar una exposición de inmensas fotografías de la tumba de la reina egipcia Nefertiti.

Hoy Christine Desroches-Noblecourt tiene 88 años. Pasó un cuarto de siglo trabajando en el Louvre, en cuya escuela se desempeñó como profesora de arqueología. A lo largo de numerosas misiones como consejera de la Unesco, fundó dos centros de egiptología a orillas del Nilo y también realizó excavaciones en Tod. Se hizo famosa cuando desarrolló una campaña muy activa para salvar los templos de Nubia, amenazados por las aguas de la represa de Assuan.

En el curso de aquella remota entrevista porteña abordamos varios temas. A Christine Desroches-Noblecourt le gustaba recordar la expedición de Napoleón Bonaparte en Egipto. Decía: «Ese gran general era un hombre que sentía un intenso amor por la ciencia y por las artes, por el mundo del conocimiento en general. En su expedición egipcia llevó no sólo militares, sino también sabios, a los que supo entusiasmar con esa maravillosa aventura. Entre esos viajeros ilustres había miembros de la Academia de Letras y Ciencias.

Napoleón dijo algo muy hermoso respecto de esa comitiva cultural: «Quiero compensar los daños de la guerra con los beneficios de la civilización. Quiero reconstruir la civilización egipcia, quiero llevar a sabios que puedan estudiar ese país extraordinario.» Y buscó cumplir con lo que había prometido. Al día siguiente de la batalla de la Pirámides, Bonaparte reunió a los sabios y les pidió que le presentaran un plan de doce puntos destinado a modernizar a Egipto. Y gracias a esos proyectos, Mohemet-Ali modernizó a la tierra de los Faraones. Gracias a Bonaparte se realizó la descripción de Egipto, publicada mucho después en doce volúmenes, en la que se pueden encontrar trabajos de físicos, médicos, botánicos, zoólogos y arqueólogos, que no eran aún egiptólogos, consagrados a registrar todo lo concerniente a la civilización egipcia, tanto la moderna como la antigua.»

Christine Desroches-Noblecourt recordó que la egiptología había nacido en Francia con Champollion, que descifró los jeroglíficos de la Piedra de Rosetta. Muchos orientalistas a fines del siglo XVIII habían tratado de entender esa lengua cuya clave se había perdido, pero no lo habían logrado. La egiptóloga se refirió luego a los grandes faraones: «Los del Antiguo Imperio fueron los constructores de las pirámides, edificadores de monumentos colosales y cuyos encargos dieron origen a ese estilo de trabajar la piedra, tan perfecto y tan refinado que ni los romanos ni los griegos pudieron igualar. En el Imperio Medio, hubo reyes legisladores, que mejoraron las condiciones de vida de su pueblo con trabajos agrícolas y establecieron la paz con Oriente. También hubo grandes farones en el Nuevo Imperio».

Me interesó saber cuál podía ser el aporte de la civilización egipcia al hombre contemporáneo. «Los egipcios pueden enseñarnos mucha humildad -repuso- porque si consideramos que el progreso material es útil y deseable, asimismo hemos terminado por comprender que abusar de él nos puede destruir. Si no se toman en consideración los adelantos técnicos y el bienestar material, podría decirse que los egipcios ya habían encontrado o inventado todo aquello que hoy hace a la vida del hombre civilizado.

Tenían una moral de una belleza muy parecida a la cristiana. Entre ellos reinaban la dulzura de vivir, la cortesía, las relaciones fraternales entre los seres humanos y la idea de respeto. Piense que en la época en que los asirios perforaban los ojos de sus enemigos, en que algunas civilizaciones próximas o lejanas exterminaban a los prisioneros de guerra, en Egipto el prisionero eraentregado al oficial que lo había detenido, formaba parte de la casa de éste y tenía el derecho de ser liberado. Su situación podía evolucionar favorablemente. Claro que cuando uno ve las pirámides y los templos monumentales, deduce que en esa cultura el individuo estaba aplastado. Pero no hay que olvidarse de que esos monumentos estaban destinados a honrar a los dioses, no a los hombres. La noción de fe era la que preponderaba. En Egipto, se vivía bajo el cielo de la eternidad.»

En un reportaje reciente, Christine Desroches-Noblecourt dice que hoy la egiptología es pluridisciplinaria pues recurre a historiadores, antropólogos, geólogos, botánicos, arqueólogos, ingenieros, especialistas en informática, restauradores. Se estudian hasta los vegetales y osamentas de animales que se encuentran en la cocina de los templos. Las técnicas de investigación permiten la utilización de radares para ciertas excavaciones, de tomógrafos que permiten restituir conjuntos monumentales con sus decorados, sus textos y reconstruir, a partir de restos, la totalidad de un templo.

Fuente: La Nación

Reseña: María Inés Aróstegui

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