Inauguración de la Biblioteca de Alejandria
Por Coordinadores de AE
16 octubre, 2002
Modificación: 22 marzo, 2018
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De Ptolomeo al fondo del mar entre guerras, incendios y religiones. La antigua biblioteca tuvo un paso brillante pero fugaz y accidentado por la historia.

Parecía que no iba a ser posible recuperar el símbolo de Alejandría, asolado una y otra vez por las barbaries del ser humano, desde las disputas romanas hasta los atentados del 11 de septiembre, que obligaron el año pasado a aplazar de nuevo la esperada reapertura de la Biblioteca de Alejandría. No ha sido fácil aunar voluntades e intereses que permitieran encontrar la financiación necesaria para hacer realidad la idea que en 1974 tuvo el entonces rector de la Universidad de Alejandría, Mamdough Lofti Diowar, de resucitar la legendaria biblioteca de su ciudad. No fue hasta 15 años después de la brillante idea cuando se convocó el concurso por el que en 1989 se concedió la construcción de la obra al grupo noruego Snohetta, que ha realizado la obra en colaboración con el arquitecto austríaco Christoph Kapeller.

Anunciada en un principio para el año 2000, la inauguración fue postergada a 2001 por retrasos en el proyecto, pero los atentados del 11-S y la posterior guerra en Afghanistán obligaron a un segundo aplazamiento.

Iniciada su construcción bajo Ptolomeo I, hacia el 290 antes de Cristo y finalizada en el mandato de su sucesor, Ptolomeo II, la antigua Biblioteca de la ciudad fundada por Alejandro Magno tuvo un paso brillante pero fugaz y no menos accidentado por la historia.

Pasto de las llamas durante la guerra que enfrentó a Julio César y Marco Antonio en el reinado de la también mítica Cleopatra VIII, la biblioteca fue reconstruida para ser de nuevo incendiada en el 390 después de Cristo, en este caso por creyentes cristianos que la consideraban un baluarte de paganismo.

El general árabe Amr ibn Al As vino a continuación a echar abajo lo que quedaba en pie en el 642, y pese a que desde entonces los restos del edificio permanecen sumergidos, posiblemente bajo el mar, en algún sitio aún no localizado frente a la moderna Alejandría, su recuerdo nunca ha abandonado la memoria.

Inauguración

La Biblioteca de Alejandría reabre sus puertas 1.360 años después.

La ciudad del norte de Egipto recupera un símbolo y puja por volver a ser el centro del saber y de la cultura universal.

Más de un milenio después de que la antigua se convirtiera en un mito, la nueva Biblioteca de Alejandría abre hoy sus puertas con la vocación de recuperar esta ciudad del norte de Egipto como capital mundial del saber. A imagen y semejanza de la primera, la segunda nace para ser foro de diálogo entre civilizaciones, aunque también con la esperanza de no acabar como la anterior, cuya destrucción comenzó con la llegada del Cristianismo y concluyó con la del Islam.

Con un diseño de enorme disco solar que surge del paseo marítimo de Alejandría, la nueva biblioteca ofrece en sus muros cientos de pictogramas, símbolos y jeroglíficos, signos, letras y trazos de todas las escrituras y alfabetos conocidos.

Igual que la primera, la segunda Biblioteca Alejandrina tiene secciones dedicadas a la astronomía, la medicina, el arte, la historia, la filosofía, la botánica, la geografía y las matemáticas, con volúmenes en muchos casos manuscritos. En esta, no obstante y por razones obvias, tampoco faltan decenas de miles de títulos sobre física cuántica, alta tecnología, electrónica, informática, ciencias económicas y el mundo de los negocios, en
soportes que van desde la fibra óptica al microfilm.

El llamado progreso no ha supuesto el abandono del esplendor ahora clásico pero moderno en el que se fundamentó el antiguo centro del saber alejandrino. Estatuas clásicas romanas y griegas dan paso en el interior a una luminosa estancia hipóstila, inspirada en los templos faraónicos, con capacidad para 2.000 personas y que será la mayor sala de lectura del mundo.

Allí se podrá husmear el conocimiento acumulado desde que se redactaron los pergaminos que hicieron famosa a la antigua biblioteca, donde estudiaron Arquímedes, Euclides y Eratóstenes y se tradujo al griego toda la sabiduría de la Antigüedad.

Dos millones de ejemplares

Si en su época de mayor esplendor, la antigua biblioteca llegó a almacenar 700.000 libros en rollos de papel, en esta segunda se pretenden alcanzar los dos millones de ejemplares, aunque en una fase preliminar sólo estará disponible un cuarto de millón.

Miles de invitados acudían hoy a su apertura, personajes cuya diversidad de lenguas, culturas, religiones y orígenes refleja la universalidad de la nueva institución. La reina Sofía de España, la reina Silvia de Suecia, la reina Rania de Jordania, el presidente de Francia, Jacques Chirac, el de Egipto, Hosni Mubarak, y el de Costa de Marfil, Laurent Gbagbo, han anunciado su asistencia, junto a académicos, arqueólogos, estudiosos, historiadores, diplomáticos y funcionarios de diferente rango llegados desde todos los puntos del planeta.

Biblioteca de Alejandría, el fénix circular

Alejandría, capital del mundo helénico, llegó a ser la ciudad más grande, con diferencia, de toda la antigüedad, antes del surgimiento de Roma: su mayor reserva de sabiduría y alma mater intelectual. La Gran Biblioteca de Alejandría era una mezcla de depósito de libros, universidad, museo y laboratorio de ciencias naturales, que contaba incluso con un jardín botánico y una colección de animales salvajes. En ella estudiaron Arquímedes, Euclides, Eratóstenes (quien realizó la primera medición exacta de la circunferencia terrestre) y Herón (inventor de la máquina de vapor).

Aquí se tradujeron las escrituras hebreas al griego, en la versión conocida como Septuaginta, que dio origen al Antiguo Testamento, y también fue en este lugar donde el poeta Calímaco inventó la forma de clasificar el conocimiento que constituye la base de toda la biblioteconomía actual.
Construida algunas décadas después de que Alejandro fundase la ciudad, trazada por él mismo en el año 331 antes de Cristo, la biblioteca llegó a contener 700.000 libros -mejor dicho, rollos de pergamino manuscritos- en su momento de mayor esplendor.

La decadencia de tan inmensa institución se prolongó durante mucho tiempo.

Algunas partes se incendiaron accidentalmente durante la guerra civil entre César y Marco Antonio, aunque más se destruyó en el caos de la caída del imperio del siglo III. Su ruina total se produjo a finales del siglo IV, cuando Egipto entró a formar parte del Imperio Romano de Oriente. La hija del último bibliotecario murió en el año 415 después de Cristo, descuartizada por una turba de cristianos fanáticos. Cuando Amr Ben el Aas conquistó la ciudad en el siglo VII, probablemente no quedaba rastro de la biblioteca ni del gran palacio de Cleopatra.

Casi 1.200 años más tarde, cuando Napoleón llegó para intentar la conquista de Egipto, Alejandría era un destartalado puerto pesquero con 4.000 habitantes. A pesar de que los franceses fueron expulsados por las fuerzas egipcias apoyadas por el Ejército británico en 1802, la nueva ciudad del siglo XIX se construyó en su mayoría con capital francés; una ciudad moderna y abierta al Mediterráneo, todo lo contrario que El Cairo: medieval, vuelta hacia sí misma y en decadencia. Gran parte de la ciudad del XIX y de principios del XX reflejada por Forster, Kavafis y Durrell se conserva alrededor del puerto oriental, ovalado y aún custodiado por el Fuerte Qaitbey, construido en el mismo sitio que el fabuloso Faro, una de las siete maravillas de la antigüedad.

Ahora, una maravilla del mundo moderno ha emergido al otro lado del puerto, sobre la costa norteafricana. En 1974, el rector de la Universidad de Alejandría, Mamdough Lofti Diowar, propuso resucitar la Gran Biblioteca. Con una intuición y tenacidad admirables, el Gobierno egipcio asumió la idea y estableció una organización para llevarla a cabo. En 1989 se convocó un concurso de arquitectura al que se presentaron 524 proyectos de 53 países, y el desenlace asombró al mundo. Resultó vencedor Snøhetta, un joven estudio con miembros de varios países y radicado en Oslo, que apenas había construido obras importantes y era conocido casi sólo en Noruega y por algunos admiradores extranjeros. Hizo falta financiación exterior; los países árabes, desde Marruecos hasta Irak, pusieron los fondos para poder empezar las obras. El Gobierno egipcio proporcionó el resto, además de asumir gran parte de la responsabilidad en el mantenimiento de la institución.

La idea básica del proyecto resulta aparentemente simple. Un inmenso disco de plata inclinado que parece emerger del mar. Se trata de la cubierta de la sala de lectura, uno de los recintos públicos más impresionantes de nuestro tiempo. Su planta circular la señala como descendiente de una ilustre estirpe de bibliotecas que se remonta a la sala de lectura de Sydney Smirke para el Museo Británico y a la Biblioteca de Estocolmo de Erik Gunnar Asplund, pero que es aún mayor que éstas, y completamente diferente en su concepto.

El diámetro de la de Alejandría es de 160 metros, y sus 14 plantas en cascada ofrecen espacio para más de 2.000 lectores, lo que la convierte en la mayor sala de lectura del mundo. El bosque de esbeltas columnas de hormigón que surgen del paisaje interior suavemente aterrazado dotan al lugar de escala humana. Los capiteles parecen abstracciones de los del antiguo Egipto, con forma de flor de loto, aunque los arquitectos niegan haber intentado establecer analogías con el pasado. La forma de los capiteles prefabricados parece derivarse directamente de la dificultad de hacer las conexiones estructurales y de instalaciones entre las vigas principales y los conductos de la estructura de cubierta. De la misma manera, los arquitectos insisten en que nunca fue su intención representar con el gran disco de la cubierta el emblema de Ra, el dios del sol del antiguo Egipto. Ésa fue la interpretación del jurado y de la crítica; según los arquitectos, la forma procede de los requerimientos funcionales.

La cubierta circular es una de las dos fachadas principales de la biblioteca; la otra es un impenetrable muro orientado hacia el sur que protege del sol el edificio. Su compleja inclinación procede de la geometría toroidal (en forma de donut) necesaria para conectar la planta circular con la cubierta también circular e inclinada. El muro, completamente tupido, es un aplacado de granito gris en el que se han tallado ejemplos de todas las formas de comunicación escrita existentes en el mundo, desde las runas a los códigos de barras, pasando por la caligrafía renacentista y el código braille.

En el interior, el bosque de columnas ordena el espacio existente sobre las terrazas escalonadas y las agrupaciones de mesas y estanterías. El gris de las paredes y de las columnas da el tono calmado, interrumpido por vistas fugaces hacia el mar y el puerto, por los destellos verdes y azules de los vidrios incrustados en la cubierta y por la calidez de la madera en los suelos y el mobiliario. El silencio y la temperatura estable acentúan la calma. De manera extraordinaria, en una época a la búsqueda ferviente de imágenes prestadas, que da una importancia exagerada al estilo, este magnífico lugar es el resultado de una exploración de la función rigurosa, humana y poética.

Pero, ¿funcionará? Ismail Serageldin, director de la Biblioteca de Alejandría, está seguro de que la biblioteca contribuirá a que la ciudad recupere su posición como cruce de caminos entre Oriente y Occidente, Norte y Sur, pasado y presente. Su deseo es que la biblioteca sea una ventana al mundo para Egipto, y una ventana a Egipto para el mundo. También está convencido de que ha de ser una biblioteca de la era digital pero, sobre todo, debería ser uno de los foros mundiales del debate cultural. Y, ¿cómo puede justificarse el enorme gasto invertido en la biblioteca cuando una gran parte de la población egipcia vive en la pobreza? Serageldin sugiere una comparación zoológica: ‘El ADN de un chimpancé y de un ser humano se diferencian únicamente en un 2%’; y para él la biblioteca como ‘centro de excelencia’ producirá una diferencia similar entre una sociedad pobre y otra rica, tanto desde un punto de vista económico como cultural. Si Serageldin y los arquitectos consiguen hacer realidad su empeño, el gran disco de plata que emerge del mar iluminará Egipto y el mundo.

Fuente: El País

 

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