El presente como jeroglífico
Por Coordinadores de AE
Creación: 24 octubre, 2002
Modificación: 24 octubre, 2002
Visitas: 2.575

¿Novela breve? ¿Antología de relatos? ¿Literatura de adultos o literatura juvenil? ¿Cómo caracterizar a este nuevo libro de la escritora cordobesa Lilia Lardone? Son las preguntas habituales con las que nos encontramos frente a un libro como Las mil noches y una noche, de estructura oriental.

La dificultad existe y, como veremos, forma parte del sentido de un texto.

La arquitectura de Papiros es relativamente simple: un Faraón pasea por las dunas que rodean a una de las esfinges sagradas y cree leer, en las huellas de los escorpiones, el mensaje cifrado de los dioses que presagian una crisis que pondrá en peligro su reinado y al Imperio egipcio.

El faraón reúne a sus ocho hijos y les encomienda que busquen, en «papiros», tablillas, oráculos y mensajes de escribas, la posible respuesta de los ancestros de Egipto. Quien logre hallar la respuesta será el «elegido» y tendrá el poder de salvara al Imperio y a su pueblo.

Tras cuatro lunas, el tiempo perentorio fijado por el Faraón, los hijos regresan al palacio y comienzan a narrar sus historias-cuentos. El Faraón es el encargado de ir cediendo la palabra, desde Konsu «el mayor» hasta Khepri «el-que-llega-del-sur», atribuyéndose el poder de discernir sobre cada uno de los relatos. El final de la historia, como es de suponer, está también en sus manos…

Decíamos que este libro es difícil de encuadrar en un género, tanto estructural como discursivo. ¿Es necesario el género? De algún modo lo es, porque eso nos permite atenernos a un contrato de lectura. ¿Por qué un contrato de lectura? Porque las sociedades modernas en occidente se han construido sobre la base de acuerdos contractuales. Sin estos contratos no podemos hablar de las instituciones sociales. Y la literatura es una más de esas instituciones, con lo cual, no escapa a las reglas del «funcionamiento social».

El género, entonces, garantiza cierta unidad de criterio, de igualdad, de construcción del sentido.

Este bello libro de Lilia Lardone se vuelve, de algún modo, resbaladizo, incómodo a la hora de caracterizar, ya que su «género» no se encuadra en la novela, ni en una antología de relatos… Es eso: un libro de género lábil.

¿Y por qué insistir en clasificarlo? Porque es importante ubicar correctamente este libro en una tradición, en las reglas que ese género ha fijado para ser leído. ¿Con cuál libro comparar este texto? ¿Con su novela Puertas adentro? Rápidamente afirmaríamos que su estructura y su lenguaje son diferentes. La complejidad estructural de esa novela, su nivel de lenguaje, la construcción de los caracteres de los personajes son disímiles. El género garantiza que nuestra arbitrariedad no se exceda, que ubiquemos a cada libro en una «tradición» pertinente.

Papiros fue publicado en una colección titulada, significativamente, «Zona Libre», pensada por la editorial como un espacio para libros que pueden leerse como de fronteras, como esos que algunos llaman «literatura juvenil». Con todo, sin estar al tanto de qué significa la literatura juvenil hoy (hay gente especializa para decirlo), sí podemos decir que es un libro que remite a esas instancias que todo lector transita: el de su conformación como lector. Lardone no moraliza, no «baja línea», pero tampoco renuncia a interpelar el presente con eticidad, con el virtuosismo de la palabra. Y eso, lo sabemos, es una condición de toda buena literatura.

Fuente: La Voz del interior
http://www.intervoz.com.ar/2002/1024/suplementos/cultura/
nota126498_1.htm

Reseña: Víctor Rivas

Whatsapp
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *