El Éxodo: aproximación interdisciplinar
Por Carlos Blanco
26 febrero, 2005
Modificación: 22 mayo, 2020
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La Teología del Éxodo

La Historia es el escenario de la acción del hombre, donde se manifiestan su libertad y su racionalidad. La Revelación, en cuanto destinada al hombre en lo más profundo de su condición, se sitúa en la Historia, en el devenir temporal. La Historia influye en cada hombre como individuo, quien a su vez, con su actuar, la determina de modo irreversible, único y propio. Pero la Historia está también referida siempre a la intersubjetividad humana, y por tanto comprende algo supraindividual[80]. Descubrir la dimensión reveladora de la Historia es uno de los grandes méritos de las ciencias del espíritu. En la Historia se revela el hombre mismo, sus anhelos, sus aspiraciones, sus capacidades, su búsqueda, su conciencia. En el Antiguo Testamento, y en el Pentateuco en particular, se percibe una particular relación entre las experiencias de Israel, sus vivencias fundamentales, y la auto-manifestación de Dios a su Pueblo. Los sucesivos eventos, como el paso del Mar Rojo, no son sino una prueba del amor de Yahvé por Israel. Todos estos acontecimientos proclaman, además, la gloria del Señor: “Yo canto al Señor un cántico, porque es alto y excelso. Caballos y carros arrojó al mar. Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, Él ha sido mi salvador (…). En tu grandeza soberana abates a los enemigos contra el suelo” (Ex 15,1-21)[81]. No es de extrañar, por tanto, que el Antiguo Testamento ofrezca una imagen belicosa de la Divinidad, que no es ajena al contexto cultural de las demás civilizaciones de la Antigüedad[82]. El hombre antiguo tenía una peculiar comprensión de la relación entre Dios y la historia de los hombres. Los éxitos habían de ser atribuidos a la bondad protectora y benefactora procedente de lo Alto, mientras que los fracasos y derrotas se interpretaban como castigos divinos[83]. Así, por ejemplo, en la Estela Poética de Tutmés III (Dinastía XVIII), leemos que el dios Amón-Ra, Señor de los Tronos de las Dos Tierras (el Alto y el Bajo Egipto) le dice al monarca: “Hago que tus enemigos caigan bajo tus sandalias, para que pisotees a los rebeldes y a los adversarios, ya que te he otorgado la tierra en toda su extensión, estando sometidos a tu autoridad los occidentales y los orientales. Tú hollas todos los países, con tu corazón lleno de gozo. No hay quien pueda volverse agresivamente en la proximidad de tu majestad, sino que, siendo yo tu guía, eres tú quien les da alcance”[84]. Moisés logró guiar victoriosamente al Pueblo de Israel a través del Mar Rojo y del Desierto hasta la Tierra Prometida porque contaba con la ayuda de Dios. Las guerras de Israel son las guerras de Yahvé. Como dice N. Lohfink: “Para la conciencia de entonces la guerra podía convertirse en una auténtica experiencia. Es algo que nosotros ya no podemos vivir. Mas no deberíamos avergonzarnos de respetar nuestro texto, cuando registra con asombro la experiencia de que Yahvé es un guerrero, que Yahvé es su nombre”[85]. Se da en la Historia una experiencia del sentido, del significado del devenir temporal y de la acción libre de los hombres. El hombre da sentido y es a su vez partícipe del sentido ya dado. La Revelación manifiesta que el sentido de la Historia no puede explicarse únicamente desde el hombre. La reflexión meramente humana no conduce al sentido auténtico del devenir histórico. En cada experiencia, cada acontecer individual, cada acción libre, cada suceso, se percibe la dimensión del misterio. Este misterio no es algo que se resuelva considerándolo más allá del mundo, ajeno a la dinámica misma de la Historia, sino que es en la raíz, en la profundidad del acontecer humano donde se aprecia esa incapacidad de comprender cuanto sucede. La Revelación, en este sentido, constituye un encuentro entre el sentido y el individuo, entre la respuesta y quien busca. Para los antiguos hebreos, en los relatos de gloriosas batallas y de grandes fatigas, en el intento de adquirir una conciencia propia al margen de las comunidades del entorno, podía contemplarse la dimensión reveladora de la Divinidad, el mensaje que desde lo Alto llegaba a los hombres y que ellos podían identificar con situaciones concretas vividas y experimentadas. Por tanto, en la narración de las epopeyas del Éxodo no se pretendía ofrecer una visión diacrónica, exacta y verídica de la Historia, sino que se deseaba propiciar un marco, un ámbito donde el Pueblo de Israel pudiera reconocerse, encontrarse, hallar la conciencia de sí mismo, viendo en todo ello la acción creadora, providencial y comprometedora de la Divinidad. Mas la Revelación no se encuadraba sólo en un contexto victorioso, bélico y épico, sino que todo el Pentateuco confiere a lo cotidiano, a la vivencia individual, una indudable importancia. El Éxodo relata cómo Dios se reveló a Moisés en una zarza ardiente mientras éste pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró (Ex 3,1). Dios es el que acompaña permanentemente a su Pueblo, su Pasado y su Futuro, su más viva esperanza[86]. Así, el nombre de Yahvé es un signo de esperanza y de gozo para Israel: Yahvé es el que ésta con ellos por siempre, quien salva y redime a Israel. La existencia de Israel, liberada de la esclavitud de Egipto, simboliza así la dependencia absoluta de la bondad, del poder del Dios vivo, del amor de Yahvé, que ha elegido y protegido a su pueblo. La invocación a Yahvé es una apertura, una abrirse de Israel a la dimensión divina, al poder salvador y redentor de Dios, y es una muestra de confianza en la cercanía de un Dios vivo a quien el hombre puede dirigirse. La fe es esencial en el Antiguo Testamento, y es precisamente lo que otorga unidad a la dispersión de textos, de relatos y de pasajes que hemos tenido oportunidad de analizar. La fe es muestra viva de una intensa experiencia espiritual, mística y profeta que propicia el encuentro del Pueblo de Israel con la Divinidad en lo más profundo de su existir. No es extraño, por tanto, que Martín Buber defina la historia de Israelcomo una historia de fe[87] (heemin), historia de la confianza en la dirigencia poderosa de Yahvé como fundamento de la propia existencia e historia. Moisés simboliza, ante todo, la asunción del cometido y su cumplimiento. Moisés escucha la llamada de Dios en el Sinaí y se dispone a cumplir su misión. Yahvé, el Dios vivo, el Dios que habla al hombre y le trata como interlocutor, el Dios que se revela a Israel en su historia, es el artífice verdadero de las proezas de Moisés y del Pueblo de Israel. Se contempla la fe como un camino, un camino que libera a Israel de las ataduras de la Historia. La historia de Israel es una historia de fe, de confianza, de esperanza, de compromiso con la Divinidad. Los relatos del Libro del Éxodo no son sino una muestra de esta afirmación fundamental, y sólo a la luz de la profunda fe de Israel en su Dios puede comprenderse el conjunto de los textos y su intención. Las motivaciones de carácter político, de legitimación del Pueblo de Israel y de las reformas de Josías, de adquisición de una conciencia propia frente al entorno cananeo, no pueden desligarse de la fe de Israel en Yahvé y de su convicción de que a través de los acontecimientos históricos manifestaba su poder y a su amor por su Pueblo. La reconstrucción literaria, por tanto, de hechos remotos que probablemente nunca ocurrieron no puede entenderse si se disocia de la perspectiva de la fe de Israel en Yahvé, que en todo evento vislumbra la palabra de Dios, su mensaje, su revelación, su diálogo con cada hombre. Esta imagen viva de Dios, que sin duda distingue a Israel de las demás civilizaciones, permite comprender la Historia como una vía y no como un simple escenario carente de sentido y de significado. El significado de la Historia lo da la fe en Dios, la fe en sus promesas, la fe en que más allá de los éxitos y de los reveses de Israel se manifiesta el amor de Yahvé por su Pueblo. Se dice así en Isaías: “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9). El ser de Israel es su creer: creencia y existencia no son separables, sino que ambos representan dos dimensiones de una misma realidad: la de cada hombre como dependiente de la bondad y del don de Dios. En Yahvé, el hombre se siente seguro y protegido. En las grandes gestas Dios ha demostrado su fidelidad y su poder. Las exigencias de Yahvé, su Ley, es apoyo y luz para esta subsistencia en la fe. Dios habla a través de la Historia: los hechos históricos son el lenguaje a través del cual se puede contemplar, vivir, experimentar el mensaje salvador de Yahvé. Aquí radica también la importancia del símbolo y de los aspectos simbólicos de cada suceso histórico. Más allá de la inautenticidad histórica de los relatos del Éxodo, persiste su validez en el plano de la fe, su ejemplo, su simbolismo, su significado y sentido para cada hombre. Además, la Historia es también un signo para todos los pueblos, un signo del poder de Yahvé y de la condición de Israel de pueblo suyo, por Él elegido y por Él preservado en la fe. Para los griegos, en cambio, la fe no desempeñaba un rol tan importante. La contemplación es siempre extática; la religión no hace sino fundarse en la convicción de que la mismidad, el ser del mundo, es divino, eterno, inmutable y perfecto, como se puede apreciar en las filosofías de la Grecia clásica[88].

El Éxodo: aproximación interdisciplinar

Historia no es para Israel el puro acontecer de los sucesos. Historia no es el devenir diacrónico, sino que la Historia es la manifestación del poder y del amor de Dios; la Historia es el cumplimiento, la creencia firme en Dios, la fe viva. Los relatos del Éxodo se aprecian así desde una perspectiva sincrónica, de conjunto, que no excluye, sin embargo, la importancia singular de cada acontecimiento como símbolo y mensaje de la bondad infinita de Dios (la funcionalidad de lo diacrónico), pero que no concibe la Historia como el acaecer frío, sino como el dinamismo de la revelación de Yahvé a su Pueblo. La Revelación adquiere así un sentido más amplio: no se trata de una dicción literal de los textos sagrados, sino de una experiencia de fe a través de la Historia.

Yahvé es el Dios que salva. En las culturas antiguas, el nombre constituye una singularidad, una designación tan propia que integra varias cualidades en sí mismo. El nombre es un espejo del ser mismo, de la realidad del nombrado. No le falta, pues, razón a Bock cuando afirma que toda la historia del Éxodo se puede leer como definición narrativa de este nombre, anticipado en la revelación de la zarza a Moisés[89].Israel (yd’ en hebreo) reconoce a Yahvé y le rinde culto como soberano. Ante el escepticismo del monarca egipcio, que afirmaba no conocer a un dios llamado “Yahvé” (Ex 5,2), la grandeza de Yahvé se manifestará en los prodigios que obrará.

El estudio exegético de los textos ofrece amplias e interesantes perspectivas que ni el crítico literario ni el historiador pueden desestimar en su trabajo. Es difícil ofrecer una conclusión a modo de epílogo del estudio precedente, pero esperamos que haya servido para mostrar la inigualable riqueza del Libro del Éxodo y la intensidad y profundidad de su mensaje salvífico. En efecto, “para hablar a hombres y mujeres, desde el tiempo del Antiguo Testamento, Dios utilizó todas las posibilidades del lenguaje humano; pero al mismo tiempo, debió someter su palabra a todos los condicionamientos de ese lenguaje”[90]. Recogemos finalmente las palabras de Su Santidad el Papa Juan Pablo II: “deben utilizarse todos los medios posibles –y hoy se dispone de muchos- a fin de que el alcance universal del mensaje bíblico se reconozca ampliamente y su eficacia salvífica se manifieste por doquier”[91].


[80] Cf. H. Fries, Teología Fundamental, 1987, 255. La Historia es por tanto el espacio de la novedad, de lo imprevisible, donde se manifiesta el misterio de la libertad humana y de su condición espiritual. La ciencia histórica estudia el devenir del hombre en el espacio y en el tiempo. Además, para Toynbee, los acontecimientos históricos apuntan a una realidad trascendente, de modo que se puede hablar de God’s activity in History.
[81] Leemos también en los salmos: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia” (Sal 19, 2-3). En ocasiones, poner el acento sobre los aspectos filológicos, literarios e históricos de la Escritura puede impedirnos admirar la maravillosa belleza de los textos bíblicos, donde se integran de forma armoniosa y sorprendente lo teológico, lo sapiencial, lo poético y lo moral.
[82] Véanse, por ejemplo, las invocaciones de los monarcas egipcios a los dioses antes y después de las batallas, o las leyendas que forjaron al respecto (es el caso de Ramsés II y la Batalla de Qadesh).
[83] Es interesante observar que la figura de Job, al preguntarse por la injusticia del triunfo y del éxito de los impíos, que contrasta con las penurias del justo, cuestionó la raíz misma de estos planteamientos, propiciando el surgimiento de una comprensión más amplia del bien y del mal como resultado de las acciones humanas.
[84] Cf. J.M. Serrano Delgado, Textos para la historia antigua de Egipto1993, 155.
[85] N. Lohfink, Das Siegeslied am Schilfmeer, Frankfürt, 1964, 114. En el Nuevo Testamento la Gloria de Dios no se manifestará sólo en las victorias, sino en la impotencia y en la debilidad: theologia crucis.
[86] El totalmente nuevo, “quien es nuestro futuro y crea de nuevo un futuro humano”, E. Schillebeeckx, Gott –die Zukunft des Menschen, Maguncia, 1969, 153.
[87] Cf. M. Buber, Der Glabue der Propheten, Zurich, 1950.
[88] Cf. L. Goppelt, Theologie des Neuen Testaments, Gotinga, 1975, 198ss; H. Fries, Teología Fundamental, 1987, 86.
[89] Cf. S. Bock, Breve Storia del popolo d’Israele, Bolonia, 1992, 48. La Biblia de los LXX traduce el célebre “yo soy el que soy” como egw eimi o wn. Sin embargo, una fórmula tan estática y metafísica no parece adecuarse al contexto propio del pueblo hebreo, por lo que la mayoría de los estudiosos prefieren “Yo soy el que seré”, que indica que Dios se irá revelando progresivamente. Cf. F. García López, El Pentateuco, 2003, 144. Véase también el Libro de Oseas 12,10; 13,4.
[90] Cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 2001, 127.
[91] Discurso de Su Santidad el Papa Juan Pablo II sobre la interpretación de la Biblia en la Iglesia, pronunciado el 23 de abril de 1993 durante una audiencia conmemorativa de los cien años de la Encíclica Providentissimus Deus de León XIII y de los cincuenta años de la Divino Afflante Spiritu de Pío XII.

 

Autor Carlos Blanco

 

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