Disturbios y fin del mundo según los antiguos egipcios
Por Jorge Roberto Ogdon
22 octubre, 2007
Papiro Leyden 344. Foto: Susana Alegre García
Modificación: 17 abril, 2020
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Al igual que muchas culturas contemporáneas a la suya, la civilización egipcia tuvo una clara noción del fin del mundo. Alguna vez, en el tiempo, el mundo terminaría por desaparecer, tal como Atum-Re lo había creado una vez, ya fuera por su decisión de hacerlo así, ya fuera por otras razones y voluntades ajenas al Ser Supremo. Pero que el mundo se acabaría, lo daban por seguro desde las épocas más remotas de su cultura; al menos, desde los días de los Textos de las Pirámides en adelante.

Es cierto que su visión de tal final difería grandemente de la apocalíptica, que solemos hallar en La Biblia u otras composiciones, que comenzaron a manifestarse, en realidad, hacia los tiempos más tardíos de su historia, como veremos luego; pero también es verdad que los antiguos egipcios de las eras más antiguas eran conscientes de ese final del mundo, tal cual lo concebían y conocían. Debido a esa diferencia entre ambas concepciones de la terminación del mundo tal como se conoce en la ideología faraónica y la actual, es que resulta difícil discernir en los documentos antiguos tal cosmovisión, pero las distinciones, a su vez, ayudan a superar el problema de su análisis.

Comencemos diciendo, como ya lo postulara Jean Doresse[1], que los egipcios nunca poseyeron un “verdadero apocalipticismo”, sino que “la imaginación egipcia llegó muy cerca del verdadero apocalipticismo…”[2].

Recorriendo la amplia literatura egipcia, nos encontramos con numerosos géneros que nos hablan del caótico estado en que puede caer el mundo conocido, tal como las “admoniciones”, entre las que destaca, como una de las más antiguas e importantes la conocida como La admonición de Ipuwer[3], siendo, a su vez, la más extensa de todas. La única copia existente se conservada en el
Rijksmuseum van Oudheden, Pap. Leyden 344, está fechada en la Diecinueve Dinastía, pero se cree que se refiere a hechos acontecidos durante el Primer Período Intermedio, aunque otros autores lo han puesto en duda, y, en realidad, esta discusión es irrelevante a la cuestión que nos toca, ya que lo que allí se relata no es sino la subverción total del Orden (mȝʿt)[4]. Como lo definiera S. M. El-Sesabie[5], se trata de “una reproducción pesimista del género de ‘desastre nacional’”. Allí leemos, por ejemplo, que Egipto vive un tiempo de miserias y hambre:

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“¡Mira! El grano falta en todas partes, uno es despojado de sus vestimentas, y no está untado con aceites. Todos dicen: ‘No hay nada’, el almacén está vacío” (6, 3-5).

También, es un momento en donde impera el desorden social:

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“¡Mira! Los pobres se han vuelto ricos, el que no tenía sandalias ahora posee riquezas” (2, 4-5).

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“¡Mira! Los que tenían ropas están en harapos, aquél que (ni siquiera) se cosía para sí mismo ahora tiene lino fino” (7, 11-2).

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“¡Mira! Los cocineros se han convertido en maestros de carnicería, el que era un mensajero ahora envía a otro”

Agreguemos que todas las personas sufren tan calamitoso destino:

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“¡Mira! Grande o pequeño, (dicen): ‘¡Desearía estar muerto!’, los niños dicen: ‘¡No me hubiera dado nacimiento!’” (4, 2-3).

E, incluso, los mismos animales:

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“¡Mira! Todas las bestias, sus corazones lloran, el ganado lloriquea por la condición de la tierra” (5, 5).

Los ejemplos en este manuscrito pueden multiplicarse, pero creemos que lo antedicho basta para tener una idea del cuadro descripto por el antiguo escritor de estas líneas, en las que nos muestra un genuino “mundo al revés”, imagen tan querida al imaginario egipcio antiguo. Se podría argumentar que, si el papiro ciertamente describe las caóticas condiciones del país durante el Primer Período Intermedio, es lógico que el autor hubiera descripto tal estado catastrófico. Pero, como iremos viendo, no es este el caso, ya que se ha demostrado palmariamente el carácter de ficción que tienen la mayoría de estos tipos de escritos[6].

Veamos un caso similar en Las quejas de Jajeperre-Seneb, cuya única versión conservada está en la tabla BM 5645, y data de mediados de la Decimoctava Dinastía, aunque su original se atribuye al reinado de Sesostris II[7]. En esta composición, igualmente, se narra la indeseable condición subvertida de Egipto, sólo que, dado que los días de Sesostris II fueron de paz y prosperidad, se considera como un ejemplar del género literario de “desastre nacional”, y se le considera de carácter ficticio, siendo que, al mismo tiempo, el escritor aclara que sólo repite lo que fue dicho por sus ancestros:

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“¡Si tuviera frases desconocidas, dichos que fueran extraños, novedosos, palabras sin tratar, libres de repetición, (y) no dichos transmitidos, hablados por los ancestros!” (recto, 2-4).

Tal como ocurre en el caso de Las admoniciones de Ipuwer, se describe el disturbio social del país:

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“La tierra se quiebra, es destruída y deviene (una tierra abandonada). El Orden (mȝʿt) es arrojado fuera, el Caos (isfet) está en la sala del consejo; los planes de los dioses son violados, y sus provisiones negligidas. La tierra está en revolución, hay lamentos en todas partes. Villas y distritos están en lamentación, todos están igualmente cargados de errores” (recto, 11-2).

Un documento muy en línea con los anteriores es la famosa Discusión de un hombre con su manifestación (o ), cuyo original está conservado en el Pap. Berlín 3024, y está fechado en la Doceava Dinastía[8]. En el segundo poema de la respuesta del hombre a su manifestación – la sección en donde todas las estancias comienzan con la famosa frase “¿A quién le hablaré hoy?” -, el personaje relata el por qué se encuentra solo, y que la resultante falta de comunicación se debe a la violencia y la maldad que asolan el mundo:

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“Los hermanos son tacaños, los amigos de hoy no aman. Los corazones son avaros, todos roban los bienes de sus compañeros. La bondad ha muerto, la insolencia asalta a todos, uno se contenta con el mal, el bien es echado al suelo en todos lados. Uno debería ponerse iracundo con los hombres por sus crímenes, (pero) hace reír a todos (por) sus maldades. El hombre saquea (…), el criminal intima con uno, el hermano con quien uno se involucra es un enemigo. El pasado no es recordado, ahora uno no ayuda a quien le ayudó (…) Uno se extraña de los afectos, los rostros están en blanco, todos vuelven la cara a su hermano (…) Nadie está alegre, aquel con quien uno caminaba ya no está. Estoy cargado por la falta de alguien para intimar. El mal recorre la tierra y no termina” (líneas 103-30).

Si bien no encontramos en estos textos más que lo que parece ser una descripción de revoluciones meramente sociales – ya que no se habla en ellos de un desastre cósmico, como en un genuino “apocalipsis” -, debemos tener en cuenta que tales señales marcan un verdadero “fin del mundo”, tal como lo afirma el autor de Las admoniciones de Ipuwer:

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“¡Si éste fuera solamente el fin de los hombres, sin concepciones ni nacimientos! ¡Entonces, la tierra no gritaría y el tumulto no sería más!” (6, 1).

Entre aquellos escritos que podrían enumerarse entre estas descripciones de los desastres del mundo, se cuenta La Profecía de Neferti[9], preservada en el Pap. Leningrado 1116 B, así como en numerosos ostraca ramésidas y en dos tablas también de la Decimoctava Dinastía, si bien se considera que los hechos relatan las condiciones prevalecientes antes del ascenso de Amenemmes (o Amenemhat) I al trono. Aquí el “mundo al revés” es narrado detalladamente, como en los casos antedichos:

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“Te muestro la tierra en tumulto, el débil es fuerte de brazo, uno saluda a quien debiera saludar. Te enseño al superior como inferior, lo que dio vuelta la espalda se vuelve al estómago. Los hombres vivirán en la tumba, el mendigo ganará riquezas, el grande (robará) para vivir, los pobres comerán pan y los siervos serán exaltados” (xii: 54-7).

Sin embargo, en este texto se hacen referencias a disturbios naturales o cósmicos, que lo hacen más cercano a nuestras propias concepciones:

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“Lo que fue hecho ha sido deshecho, ¡Rê empezará a recrear!”(iv: 23).

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“El disco solar, cubierto, no brilla para que nadie lo vea, uno no puede vivir cuando las nubes (lo) esconden, todos están entumecidos por su falta” (v: 25).

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“Seco está el río de Egipto, uno cruza el agua a pie, uno busca agua para navegar en una barca, su curso se ha vuelto una orilla, la orilla se ha convertido en un curso (de agua), el curso de agua en una orilla. El viento sur combate contra el viento norte, el cielo carece de un único viento” (vi: 27).

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“Re se retirará de la Humanidad, aunque se levantará a su hora, nadie sabrá cuando el atardecer ha llegado, nadie discernirá su sombra, ningún rostro estará (deslumbrado) al verle, ni ningún ojo será mojado por el agua. Estará en el cielo, como la luna, su curso nocturno sin cambiar, sus rayos sobre la cara, como antes” (xi: 51-3).

En otra parte del mismo documento se dice que el río se secará, además de la referencia a un sol velado por las nubes, que algunos han interpretado como aludiendo a las tormentas de arena que cubren al astro en el desierto[10], aunque a nosotros nos suena como haciendo alusión a una catástrofe de naturaleza más cósmica. Esta apreciación se hace más clara cuando se habla de que el dios se “retira de la Humanidad”, al estilo de como lo hace en el mito de la Destrucción de la Humanidad, así como el pasaje que menciona que Re “recreará” el mundo, obviamente después de haberlo destruido por la iniquidad de los hombres[11]. Es bien cierto que esta redacción termina con la profecía de que un salvador vendría al rescate del mundo conocido por los egipcios: “Ameny” (= Amenemmes I), tal como sucede en la Naos 2248 de Ismailia, en donde se dice que el dios Shu se fue al cielo, y que la tierra se vio asolada, durante nueve días, por una tormenta tan grande que ni hombres ni dioses podían verse las caras. Con la ascensión del dios Gueb, el Orden se restablece nuevamente[12].

Sin embargo, existen muchos documentos de literatura mágica y religiosa que mencionan el concepto del fin del mundo que tenían los antiguos egipcios, que retrotraen a épocas muy anteriores a las señaladas por todos los escritos mencionados. Nos referimos, por un lado, a las amenazas empleadas por un mago para constreñir la voluntad de los dioses a que hagan lo que él les pide; o, por el otro, a descripciones que se encuentran en los grandes corpora de literatura funeraria, es decir, los Textos de las Pirámides y de los Sarcófagos, el Libro de los Muertos, y los Grandes Libros Tebanos, en especial.

Textos de las Pirámides. Cámara funeraria del faraón Unas. Saqqara. Foto: Nieves García Centeno

Lógicamente, la amenaza más antigua ocurre en los Textos de las Pirámides, el libro sacro más antiguo del mundo y de los egipcios[13], que reza:

“Oh, Señor del Horizonte, haz rápido un lugar para mí, porque si fallas en hacer rápido un lugar para mí, pondré una maldición sobre Gueb, ‘la Tierra no hablará más, Gueb será incapaz de protegerse’, y a quien encuentre en mi camino me lo devoraré en pedazos (?). El Pelícano profetizará, el Pelícano ascenderá, el Grande se levantará, las Enedas hablarán, la Tierra estará completamente hecha un dique, las orillas se juntarán, las orillas se unirán, los caminos serán impasables para los viajeros, las faldas serán destruidas para los que suben” (TdP §§ 277-9 = Alocución 254)[14].

Bien sabemos que la unión de las dos orillas tienen que ver con la finalización del mundo terrenal[15], siendo una figura para el paso desde este mundo al otro, y, por lo tanto, de lo más natural para describir el fin de la existencia terrenal, i.e., un estado “apocalíptico”, en el sentido figurado egipcio.

En otra sección del mismo corpus, vemos las amenazas que realiza el monarca difunto si no se le muestra el debido respeto:

“Cortaré los brazos de Shu, que sostienen el cielo, y golpearé mi hombro contra la rampa en la que se apoyan”[16].

Pero quizá sea en los Textos de los Sarcófagos en los que encontraremos una amenaza directa del fin del mundo:

“Si tú vienes contra mí bajo la forma de cualquier serpiente, Re morirá y Apofis será hostil” (TdS 1100 = CT VII, 418-9)[17].

La temible serpiente Apofis representada en la tumba del faraón Tutmosis III. Archivo documental Amigos de la Egiptología 

Y, en otro pasaje de este corpus, leemos:

“Si mi frente cae a tierra, entonces la frente de Nut (= el cielo) caerá a tierra” (TdS 366 = CT V, 27)[18].

En este sentido, el Libro de los Muertos es más parco, pero no es una excepción dentro del uso de amenazas de volver el mundo “cabeza abajo” si los deseos del difunto no se cumplen:

“Si no me dejas ir en contra de mi enemigo, para que pueda ser reinvindicado contra él en el tribunal (divino), entonces el Nilo no ascenderá al cielo para vivir en la verdad, Rê no descenderá a las aguas para alimentarse de los peces. Entonces, Rê ascenderá a los cielos para vivir de la verdad, y el Nilo descenderá a las aguas para alimentarse de los peces, y el gran día sobre la Tierra terminará en su condición” (LdM 65)[19].

Por otra parte, tenemos numerosos papiros que hablan de esta clase de amenazas que buscan revolucionar el mundo, para obtener un fin determinado por parte del declarante; por ejemplo:

Pap. Harris, recto VII, 2-4: “Soy yo quien es Shu: si el habitante del agua i sacude sus brazos, haré que la Tierra caiga en el Abismo, el sur se convertirá en el norte, y la Tierra será dada vuelta”[20].

Pap. Leyden I 348, verso 11, 5-8: “¡Si ella pasa el tiempo sin dar a luz, vosotros seréis sordos, oh Enéada! Porque no habrá cielo, no habrá Tierra, no habrá días epagómenos, no habrá ofrendas para ningún dios de Heliópolis; entonces, una debilidad ocurrirá en el cielo sur, y un disturbio tendrá lugar en el cielo norte; la luz solar desaparecerá y la inundación no correrá cuando debiera hacerlo a tiempo” [21].

Pap. Leyden I 343 + I 345: “Esta <tu> (sangre) pertenece a Rê, esta tu herida pertenece a Atum, (en) el día cuando fueron cortadas vuestras cabezas en el Campo de las Cañas. El cielo está roto, la Tierra, en problemas; el cielo está confuso, la Tierra, sofocada. Si no escucha lo que digo, no devolveré a Horus su Ojo, no devolveré a Set sus testículos”[22].

Pap. Chester Beatty V, verso, 5, 4-6, 4: Si no escuchas mis palabras, haré que el cielo se de vuelta, y pondré fuego a los Señores de Heliópolis, cortaré la cabeza de una vaca de la sala-wbȝ de Hathor, cortaré la cabeza de un hipopótamo de la sala-wbȝ de Set, haré que Sobek se siente envuelto en la piel de un cocodrilo, haré que Anubis se siente envuelto en la piel de un cánido, haré que el cielo se parta al medio, provocaré que las Siete Hathores huyan al cielo en una columna de humo, cortaré (…) volveré ciego al Ojo de Set…” [23].

Como podemos notar a través de esta selección de textos, las amenazas mágicas siempre giran alrededor de catástrofes cósmicas, que bien podrían ser catalogadas como “apocalípticas”. Para J. Assmann[24], en general las amenazas entrañan un dejo mágico, pero es indudable que, para los egipcios antiguos, aquellas conllevan siempre un desastre de naturaleza cósmica e implican la finalización del mundo tal como normalmente es concebido.

Es también interesante notar, en muchos de estos textos, las amenazas dirigidas contra las ofrendas a los dioses y contra los rituales debidos a ellos; pareciera ser que los antiguos egipcios, mediante los usos mágicos, podían causar desastres verdaderamente cósmicos, o evitarlos, y, por esa razón, es que las ofrendas y los ritos eran realmente de importancia en su tierra. Es como si honrar a los dioses fuera uno de los deberes primordiales que el ser humano tuviera para con ellos, y eso está confirmado en un pasaje de los Textos de los Sarcófagos, que reza:

“Hice  Dios que sus corazones (los de los hombres) no se olvidaran del Oeste, a fin de que hicieran ofrendas divinas a los dioses de los nomos”[25].

Esto es aparente, de nuevo, en Las admoniciones de Ipuwer, cuando dice:

“Recuerda la fumigación con incienso, y libar con una jarra al amanecer. Recuerda (traer) engordados gansos-ro, gansos-terep, gansos-set, y hacer ofrendas divinas a los dioses (…) Recuerda observar las reglas (…) sacar al impuro, ya que no es correcto (que esté así)” (10, 13-11, 1-5)[26].

Pero es, especialmente, en el Pap. Salt 825, que Ph. Derchain, muy acertadamente llamó “Un ritual para la conservación de la vida en Egipto”[27], que encontramos bien explicadas las consecuencias de no llevar adelante los rituales de culto cotidianos a favor de las deidades:

“No está iluminado durante la noche, el día no existe. Un lamento es hecho en el (cielo) y en la tierra. Los dioses y diosas ponen sus manos sobre sus cabezas, la tierra está desbastada, el sol no surge, la luna se retrasa, no existe. El abismo acuoso fluctúa, la tierra se da vuelta, el río no es navegable (…) Todo el mundo se lamenta y llora” (Derchain, op.cit., 144).

En el Libro de los Muertos, encontramos una explicación muy definida del fin del mundo, en un discurso dado por el propio Ser Supremo:

“Despacharé a los Antiguos y destruirán aquello que hice, la Tierra volverá al Abismo Acuoso, a la Inundación, como en sus orígenes, pero Yo permaneceré con Osiris, me transformaré en otra cosa, (nominalmente) en la Serpiente, a quien ningún hombre conoce y ningún dios ve” (LdM 175)[28].

El fin del mundo, para los antiguos egipcios, parece ser caer nuevamente en el estado caótico primigenio, anterior a la existencia de ese mismo mundo, ya que el Abismo Acuoso o las Aguas Primordiales (es decir, el Nun) es como se describe el estado final en el que quedará la Tierra y el Universo todo, lo cual no sólo se menciona en este texto, sino en muchos otros, entre ellos, en la Destrucción de la Humanidad, en donde Rê mismo vuelve a repetir:

“Retornaré al Abismo Acuoso del que vine a la existencia”[29].

 

Es bien sabido que los egipcios antiguos ignoraban un mito sobre el Diluvio, como ocurría en otras civilizaciones del Medio Oriente[30]. Pero, la terminación del mundo lo volverá como las Aguas Primordiales, y, curiosamente, el fin de la isla de la Serpiente en El Cuento del Náufrago es el mismo:

“Nunca volverás a ver esta isla, que se volverá como agua”[31].

Si bien los egipcios no poseían un mito similar al del Diluvio, no debemos pensar que ignoraban las consecuencias de una gran inundación y el estado calamitoso que traía consigo; por ejemplo, en una estela de Osorkon II, en el templo de Luxor, se compara a las aguas de una desproporcionada crecida del Nilo con el Nun, y se le ve como un retorno al Abismo Acuoso Primigenio:

“El Abismo Acuoso (= Nun) salió de (…) (y cubrió) esta tierra hasta su límite. Se estiró hasta (los dos) bordes (de la tierra), como era en un Primer Tiempo, esta tierra fue dada a su poder como el mar”[32].

Lo importante es saber la razón por la cual el mundo debe cesar de existir, y, al igual que en muchas otras culturas, incluida la nuestra, dicho fin viene a darse por un simple motivo: el Mal[33]. Esto se hace patente en los Textos de las Pirámides, en donde el Ser Supremo declara:

“Cuando nací en el Abismo Acuoso antes de que el cielo existiera, antes de que la tierra existiera, antes de que lo que fuera a ser hecho existiera, antes de que el tumulto existiera, antes de que el temor viniera por el Ojo de Horus”[34].

Esto implica que “si A no existe, B no existe”, y que la destrucción del Universo está incluida en su propia Creación: si Maat no existe, eso significa que Isfet tampoco; sin Bien no hay Mal. El Mal, y sus indeseables efectos (tumulto, confusión, etc.), están implícitos en el Bien, i.e., en la Creación del Ser Supremo; es inevitable. Y, ¿quién es el responsable del Mal? En muchas religiones, la responsabilidad es de la Humanidad misma[35]. Los egipcios también adherían a este concepto, por eso no hay un Diablo en su religión. Set no lo fue nunca, sino hasta tiempos muy tardíos, cuando la ideología originaria estaba muerta o moribunda. Nunca hubo un Diablo, como en el crisitianismo primitivo y el actual. Pero sí un responsable del Mal y su existencia en este Mundo: la Humanidad, que, por sus actos condenables y condenados por el Ser Supremo, les impuso un castigo: el Fin del Mundo. Pero la Humanidad no debe asumir completamente la culpa de esta situación; en la mentalidad egipcia los propios dioses, quienes se comportan como humanos, sin embargo, también tienen en parte la culpa de introducir el mal y las malas acciones en el mundo; así, la diosa Neit, en el Pap. Chester Beatty I, se dirige a la Enéada, durante el juicio por el dominio de Egipto entre Horus y Set, diciendo:

“Dad el oficio de Osiris a su hijo Horus, y no hagáis estos grande actos de maldad que no están en su sitio; de otro modo, estaré enojada, y el cielo caerá sobre la Tierra” (xv, 3: 2-3).

Pareciera, entonces, que así como no hubo mito del Diluvio en el antiguo Egipto, tampoco conocieron la teodicea, es decir, la justificación de Dios por el Mal en el mundo o su atribución a una entidad que, actualmente, llamamos Diablo.


[1] J. Doresse, “Visions Méditeranées”, en La Table Ronde 110 (1957), 26-39.
[2] Id., ívidem, 29; véase tamb. S. Bickel, La cosmogonie égyptienne avant le Nouvel Emoire (Gotinga, 1994), 229 n. 1; J. Bergman, “Introductory Remarks on Apocalypticism in Egypt”, en D. Hellholm (ed.), Apocalypticism in the Mediterranean World and the Near East (Tubinga, 1993), 51-60.
[3] I, 65-6; M. Lichtheim, Ancient Egyptian Literature I (Berkeley-Kos Angeles, 1973), 149 ss.
[4] Sobre mAat; véase ahora S. Alegre García, “La pluma de Maat. Aspectos del vínculo conceptual e iconográfico”, en BIAE, año V, nº L (sep. 2007); en www.egiptologia.com; Sección Religión y Mitología; E. Castel, Gran diccionario de mitología egipcia (Madrid, 2001), 297-8; R. H. Wilkinson, The Complete Gods and Goddesses of Ancient Egypt (Londres, 2003), 129-30; F. Alonso Royano, “Perspectiva histórico-jurídica de “M3çt”; on-line en www.egiptologia.com; Sección Vida Cotidiana y Sociedad.
[5] S. M. El-Sesabie, The Destiny of the World: A Study on the End of the Universe in the Light of the ancient Egyptian Texts (Toronto, 2000); versión on-line.
[6] S. Luria, “Die Ersten Werden die Letzten sein”, en Klio 22 (1929), 405-31.
[7] G. E. Kadish, “British Museum Writing Board 5645: The Complaints of Kha-Kheper-Re-Senbu”, en JEA 59 (1973), 77-90; M. Lichtheim, op.cit. II (Berkeley-Los Angeles, 1976), 145 ss.
[8] H. Goedicke, 155-72, 215-6; M. Lichtheim, op.cit. I, 166-8; O. Renaud, Le dialogue du Désesperé avec son âme. Une interpretation littéraire; Cahiers de la Société d’Égyptologie, vol. 1 (Ginebra, 1991).
[9] Véase G. Posener, Littératureet politique dans l’Égypte du XIIe dynastie (París, 1956), 21-60; H. Goedicke, The Protocol ofNeferyt (The Profecy of Neferti) (Baltimore, 1977), esp. 4 para el carácter profético del manuscrito; IV, 380-1.
[10] B. Bell, “The Dark Ages in Ancient History, I. The First Dark Age in Egypt”, en AJA 75 (1971), 8 y 17; allí compara esta frase con otra similar que aparece en la biografía de Ânjtyfy.
[11] III, 837-8; N. Guilhou, La vieillesse des dieux (Montpellier, 1989), 110 ss, 114; cp. M. Lichtheim, op.cit. II, 145 n. 13.
[12] G. Goyon, “Les travaux de Chou et les tribulations de Geb d´après le Naos 2249 d’Ismailiya», en Kêmi 6 (1936), 14 ss.
[13] Véase, e.g., J. R. Ogdon, «El libro más antiguo del mundo: los Textos de las Pirámides”, en RdE-Isis 4 (2002), 54-62.
[14] Una versión parecida ocurre en TdS 622; cp. R. O. Faulkner, The ancient Egyptian Coffin Texts II (Warminster, 2004), 204 (VI, 236); J. R. Ogdon, “The Reception in the West: An Early Funerary Drama Rediscovered. Third Preliminary Report, 2007”; on-line en AdE 3 (2007) – en prensa – URL: www.ceae.unlugar.com.
[15] Véase J. R. Ogdon, “Another Hitherto Unrecognized Metaphor for Death in Coffin Texts, Spells 169-172”, en GM 162 (1998), 65 ss.; Id., “Los ‘Dichos para unir las Dos Orillas’ en los Textos de los Sarcófagos”; on-line en www.egiptologia.com; Sección Religión y Mitología.
[16] TdP § 299 (= Alocución 255).
[17] Véase, R. O. Faulkner, op.cit. III, 157.
[18] Id., íbidem II, 7.
[19] P. Barguet, Le Livre des Morts des anciens égyptiens (París, 1967), 106; É. Naville, Das ägyptische Totenbuch der XVIII. bis XX. dynastie (Graz, 1971), lám. 77.
[20] E. Akmar, Le papyrus magique Harris (Uppsala, 1916), 24-5, 100-1.
[21] F. Léxa, La magie dans l’Égypte antique de l’Ancien Empire jusqu’à l’époque copte II (París, 1925), 62; J. F. Borghouts, Ancient Egyptian Magical Texts (Leyden, 1978), 40 nº 63.
[22] A. Massart, The Leiden Magical Papyrus I 343 + I 345 (Leyden, 1954), 30.
[23] A. H. Gardiner, Hieratic Papyri in the British Museum (Londres, 1935), 51 y láms. 28-9.
[24] J. Assmann, Zeit und Ewigkeit im alten Ägypten (Heilderberg, 1975), 26-7.
[25] TdS 1130 = R. O. Faulkner, op.cit. III, 167; CT VII, 464.
[26] M. Lichtheim, op.cit. I, 159.
[27] Ph. Derchain, Le papyurs Salt 825 (B. M. 10051), rituel pour la conservation de la vie en Égypte (Bruselas, 1965), 19, 24 y 137 ss.
[28] É. Naville, op.cit., lám. 198; P. Barguet, op.cit., 261.
[29] E. Guilhou, op.cit., 7, 15, 28 n. 13, 103 y lám. A1.
[30] Véase, e.g. S. Fuster, “¿Ocurrió en Egipto el Diluvio? Un análisis comparado del mito cataclísmico”, en RdE-Isis 16 (2003), 16-24; Id., “Egipto y el Diluvio Universal. Un análisis comparado del mito cataclísmico”, on-line en www.temakel.com.
[31] V, 619-22.
[32] S. Sauneron-J. Yoyotte, La naissance du monde selon l’Égypte pharaonique (París, 1959), 22-3; G. Daressy, «Une inoundation à Thèbes sous le regne d’Osorkon II», en RdT 18 (1896), 181-6.
[33] M. Eliade, Patterns in Comparative Religions (Londres, 1970), 160, 194 y 210 ss.
[34] TdP § 1040 = Alocución 486.
[35] Y, de allí, el mito de la Destrucción de la Humanidad.

 

 

 

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