Acerca de la identificación de las momias reales del Antiguo Egipto
Por Jorge Roberto Ogdon
16 abril, 2006
Modificación: 25 abril, 2020
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El segundo descubrimiento: el escondrijo de la tumba VR 35

Algunos años más tarde, en 1898, el francés Víctor Loret halló un segundo escondrijo de momias reales, esta vez en la tumba VR 35 de Amenofis II de la Dinastía XVIII, en Biban el-Moluk, o, como se le conoce universalmente en la actualidad, el Valle de los Reyes.

La tumba era de antaño conocida, pero nunca se había descubierto el recinto tapiado que contenía los nueve cuerpos momificados de reyes, reinas y príncipes de las dinastías XVIII y XIX. Entre ellos se contaban los cadáveres de Tutmosis IV y Amenofis III. La momia de Amenofis II reposaba en su propio sarcófago de piedra, y tuvo que dejarla allí por exigencias del gobierno egipcio, que se negó rotundamente a removerla del lugar, reclamando que se respetara el descanso del monarca y por lo que también se hizo una rápida instalación de una verja de hierro a la entrada de la siringa, como medida de seguridad, que, en realidad, de poco sirvió. Pocos años más tarde, el británico Howard Carter, vivió un episodio criminal que involucraba incluso a los propios guardias del Estado en el robo de sus despojos mortales: pero fue afortunado; pudo recuperar el cuerpo, que hoy descansa en el mismo sitio, aunque más protegido. Nuevamente, la conocida familia Abd el-Rasul estaba involucrada en el pillaje; los nietos, veinte años después del hallazgo del escondrijo de Deir el-Bahri, continuaban en el lucrativo negocio del mercado negro de antigüedades. Carter logró que los pilluelos fueran puestos en la cárcel y la momia del rey restituida a su sarcófago.

La cuestión fundamental: ¿quién es quién?

La cuestión era que ahora se contaba con un buen número de momias que, sin duda alguna, eran las de varios y destacados faraones, reinas y funcionarios. El problema que se planteaba entonces era el de resolver con la mayor certidumbre posible la verdadera identidad de esos cuerpos embalsamados ya que, desde un comienzo, se había notado que que varios de ellos no se correspondían con los sarcófagos que los contenían.

Por aquel entonces las técnicas de investigación estaban en estado incipiente; los rayos-x habían sido descubiertos por el físico alemán Wilheim C. Röntgen en 1895, y Sir Flinders Petrie fue el primero que se dio cuenta de enorme valor de este recurso, aplicándolo al estudio de momias en 1896. Usualmente, las momias eran simplemente desvendadas y su análisis hecho a ojo. Luego se recurrrió a las autopsias que, al comienzo, se hacían para conocer mejor el método de embalsamamiento más que para conocer las causas del deceso o la presencia de enfermedades.

Los cuerpos soberanos aguardaron hasta 1912 para que se les efectuara el primer estudio más o menos considerado definitivo, faena que realizó Sir Grafton Elliot Smith, y el empleo de rayos-x apenas fue realizado por él, de donde sus conclusiones no eran más que un informe preliminar cargado de dudas y contradicciones, además de inseguro. No era que Elliot Smith no fuera conciente del valor de los rayos-x, sino que existían dificultades insalvables para su correcta aplicación: en esos tiempos, el equipamiento era sumamente aparatoso para pensar en trasladarlo al Museo Egipcio, y ni qué hablar de la delicadeza del material embalsamado para llevarlo y traerlo: por ejemplo, la momia de Tutmosis IV fue llevada en taxi al único hospital que contaba con tal tecnología en todo El Cairo, y se quebró en pedazos. Desde entonces, todo intento de mover los cuerpos fue abortado.

Los resultados y comentarios de Elliot Smith, sin embargo, fueron aceptados y dados por buenos y competentes por largo tiempo, a falta de otro estudio sobre las momias reales. Mas el interés de investigarlas con mayores recursos fue creciendo a medida que se mejoraban las técnicas médicas. Con el tiempo, se introdujo el uso estándar de los rayos-x para la exploración de las momias egipcias. En 1913 se observó la primera patología sacro-lumbar en una de ellas; en 1931, Roy L. Moodie fue capaz de radiografiar diecisiete cuerpos; y, en 1967, P. H. K. Gray efectuó el estudio de ciento treinta y tres cadáveres embalsamados en varios museos de Europa. Pronto les llegó el turno a las momias reales: en 1973, James Harris y Kent Weeks publicaron su primer trabajo integral sobre ellas, en el que habían recurrido extensivamente a los rayos-x, labor que fue complementada con la publicación, en 1980, de mayores indagaciones al respecto. Entre otros datos que aportó el trabajo, se encuentra, por ejemplo, la confirmación de que el rey Seqenenra Tao II murió en combate, a causa de un violento golpe en el cráneo.

Pero lo más preocupante y lo que trajo otra vez el fantasma de la correcta identificación de estos cadáveres fue el hecho de que los resultados, en ciertos casos, se contradecían con la identidad que se les había atribuido en un primer momento. Harris y Weels encontraron que la supuesta momia de Tutmosis I (1504-1492 a.C.) tenía restos de cartílago en la extremedidad de los huesos, lo que señalaba que el cuerpo estaba aún en desarrollo al momento de su deceso, apuntando que no podía tener más de dieciocho años al fallecer, lo que, obviamente, no concordaba con la duración del reinado del soberano de marras.

No era sorprendente que se produjera un caso como ese: cuando los cuerpos fueron llevados, en la Dinastía XXI, es muy seguro que se produjeran errores de identificación, ya por inadvertencia, ya por mero olvido de quién era quién por los encargados de su deposición en el escondrijo DeB 320. Los investigadores americanos se preguntaron si tal cosa podría haber ocurrido en otros casos. Posteriores investigaciones arrojaron un resultado positivo a sus dudas: una de las momias encontradas por Víctor Loret en la tumba VR 35 siempre se catalogó como una “mujer mayor” o “anciana” (CGCairo 61070).  En 1980, J. Bentley afirmó que se trataba de la reina Tiyi, esposa de Amenofis III y madre de Ajentón, fundamentándose en que era un cuerpo “de unos cuarenta años”, según el equipo de especialistas de Harris-Week. Pero en el Atlas editado por esos estudiosos figura que su edad rondaría los treinta y, con mayor laxitud, entre los veinticinco y los treinta y cinco: es obvio que es incompatible con la reina Tiyi. Hace unos años se emitió la hipótesis de que sería, en realidad, la reina Hatshepsut, pero muchos no la han creído y el enigma subsiste hasta la fecha.

Como podemos ver, las dudas sobre la identificación de las momias reales subsisten hasta hoy en día. En 1981, Gay Robins hizo hincapié en las divergencias presentadas entre la edad atribuida a varias de ellas y los años de gobierno que les son otorgados en los documentos arqueológicos e históricos conocidos. Así, las edades de Tutmosis III y Amenofis III en sus cadáveres han sido calculadas en treinta y cinco/cuarenta y treinta y cinco, respectivamente, pero los testimonios históricos escritos dicen que el primero reinó por lo menos cincuenta y cinco años, y el segundo treinta y ocho. De igual modo, se sabe que Ramsés III murió en el año XXXII de reinado, por lo que debiera tener más de treinta o treinta y cinco años de edad en ese momento, lo que no encaja con la edad que denota su supuesto cuerpo. Debido a que Ramsés II estuvo en el trono por setenta y siete años, Ramsés III tuvo que andar por los setenta años al fallecer.

Robins pensaba que las técnicas investigativas podrían no ser todo lo exactas que se pretendía, además de sugerir la posibilidad de que los cuerpos embalsamados hayan sido erróneamente rotulados luego de su restauración a fines del siglo XIX y comienzos del XX, recordando que ya en sus tiempos fueron confundidos por sus depositarios. Del mismo modo, recordó que la identificación atribuida hasta entonces a varios personajes descansaba únicamente en inferencias hechas por los estudiosos modernos. De esta manera, Gastón Maspero atribuyó a Tutmosis I la momia que se sigue diciendo es la de Tutmosis I, a causa de su “parecido facial” con las representaciones artísticas de este último soberano, y el hecho de que fuera puesto en un ataúd originariamente confeccionado para Tutmosis I y usurpado por Pinodyem I. El egiptólogo francés calculó la edad de la momia en alrededor de cincuenta años, ya que el número se ajustaba a las evidencias históricas, pero el exámen de rayos-x demostró que, por el contrario, es un hombre joven de entre dieciocho y veintidós años. Otros documentos permiten asegurar que Tutmosis I era mucho mayor cuando murió, y, por ende, la momia sería de algún miembro de la familia tutmosida, pero ciertamente ninguno de los dos reyes mencionados. Maspero había aducido que el ataúd de Tutmosis I fue reacondicionado para Pinodyem I, pero que luego fue restituido a su antiguo propietario. De hecho, hay dos ataúdes, de los cuales sólo el externo fue elaborado para Tutmosis I; el interno perteneció, en efecto, a Pinodyem I, quien lo descartó por un nuevo juego de sarcófagos. Y, finalmente, su momia apareció ocupando el cajón funerario atribuido a la reina Ahhotep II, aparentemente por accidente.

La asociación de una momia y su ataúd no es, por cierto, un índice confiable de su identidad: el cuerpo CGCairo 61056, hallado dentro del cofre mortuorio de Ramsés I, a la que Elliot Smith llamó “mujer no identificada”, resultó ser el cadáver de Tetishery; la momia CGCairo 61055, encontrada dentro del ataúd de la reina Ahmose-Nofretari fue identificada con la de la reina misma, aunque Elliot Smith había dicho que era la de la reina Nofretari de la Dinastía XIX. Pero este cuerpo fue hallado ocupando la misma caja que el de Ramsés III. Por otro lado, estos estudios han llevado a postular identificaciones imposibles de efectuar anteriormente. Había un consenso general en señalar el enorme parecido de la momia CGCairo 61065 con la de Tutmosis II, lo que ha sugerido que podría ser uno de sus hermanos, Amenmose o Uadyemose, descartándose que fuera Tutmosis I como se pensaba antes.

El corolario de esta revisión de las edades de las momias regias atribuidas por Elliot Smith, Maspero, e incluso por Harris y Wente, en este momento no puede ser tomada como un dato incontrovertible para deducciones de carácter cronológico; no al menos hasta que se identifique incontrovertiblemente a cada una de ellas. Un caso final puede ser un buen ejemplo de este hecho: una de las nueve momias descubiertas por Loret en la tumba de Amenofis II resulta ser sumamente interesante, especialmente si se la pudiera recobrar de los almacenes subterráneos del Museo Egipcio de El Cairo a donde fue a para después de su hallazgo: se trata de aquella que se encontró junto con el cuerpo que se dice es la reina Tiyi o Hatshepsut y otro de un joven adolescente de la Dinastía XVIII. Ya hace varios años, la señora Yvonne Knudsen de Behrensen, debido a sus rasgos faciales y al tratamiento post mortem al que fue sometido, podría ser el cuerpo del rey Ajenatón, que se encuentra sin descubrir hasta el momento. De confirmarse esta identidad hipotética, estaríamos en posición de saber las causas efectivas de su deceso, que hasta hoy es un enigma insondable.

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Autor Jorge Roberto Ogdon

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