Rahotep y Nofret
Por Susana Alegre García
1 octubre, 2010
Rahotep y Nofret. Museo de El Cairo. Foto: Susana Alegre García
Modificación: 23 abril, 2020
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Época: Dinastía IV reinado de Esnofru (2613-2589 a.C.)
Dimensiones: Altura máxima de Nofret 122 cm; de Rahotep 121 cm
Material: Piedra caliza policromada; las incrustaciones de los ojos de cuarzo y cristal de roca
Lugar de conservación: Museo de El Cairo
Procedencia: Excavaciones bajo la dirección de Auguste Mariette en 1871 en la mastaba de Rahotep y de Nofret en Meidum

En Meidum, al Norte de la pirámide, se extiende una necrópolis de mastabas que Auguste Mariette exploraba en 1871. Pero fue su ayudante, Albert Daninos quien localizó en el interior de la mastaba de Rahotep y Nofret dos magníficas esculturas que, desde el primer instante, fueron causa de admiración y asombro. De hecho, Albert Daninos explicó que su verismo y sensacional estado de conservación aterrorizó al obrero que se encargó del desescombro. Así lo explica: “El trabajador se encontró en presencia de las cabezas de dos seres humanos vivos cuyos ojos (de cristal) le devolvían la mirada”[1].

Ahora, situadas en un lugar preeminente en una de las salas más concurridas del Museo de El Cairo, las esculturas de Rahotep y Nofret están muy lejos de atemorizar a los visitantes que, por el contrario, se sienten atraídos y fascinados por su imponente aspecto y por la fuerza vital que ciertamente la pareja parece irradiar.

Aunque no constituyen un grupo escultórico, se trata de dos esculturas independientes, resulta obvio que ambas fueron creadas manteniendo un criterio unitario, lo que se evidencia en la presentación general y en las dimensiones casi idénticas. También la plasticidad y tratamiento técnico es coincidente, ya que las dos obras fueron talladas en piedra caliza, que luego fue estucada para dotar la superficie de color y, en ambas, los ojos fueron incrustados con cuarzo blanco y cristal de roca. La posición de los dos personajes también es muy similar: aparecen sentados en una especie de tronos de respaldo alto, de color blanco, que se extiende tras la espalda  de los personajes y sirve de pilastra dorsal. Este elemento genera un fondo que permite contrastar las figuras y, a la vez, proporciona solidez y estabilidad a la representación. Así, además, se genera una superficie adecuada sobre la que inscribir de un modo muy visible los nombres y títulos de los personajes. En la parte baja se sitúa una especie de podio de color negro sobre el que descansan los pies de Rahotep y Nofret, y en el que no se realizaron inscripciones. El color oscuro de esta base, en contraste con el blanco de los tronos, ayuda a conseguir un efecto de profundidad y de ritmo visual.

Rahotep debió ser un personaje relevante en la corte faraónica de su tiempo. Fue posiblemente hijo del faraón Esnofru y parece que compatibilizó cargos religiosos con tareas civiles y posiblemente militares. Entre sus títulos destaca el de sacerdote de Ra, con el añadido: “el más grande de los profetas”, común en Heliópolis. No obstante, es especialmente sugestivo el cargo de “Director de Expediciones”, lo que nos hace imaginar a un hombre aventurero, enérgico y curioso; y, sobre todo,  resulta llamativo el título de “Jefe de Construcciones”, lo que puede relacionar a Rahotep con el diseño y construcción de algunas de las grandes obras de principios del Imperio Antiguo y es tentador pensar que sobre sus hombros pudiera haber recaído la responsabilidad de atender la construcción de las diversas pirámides de Esnofru.

A pesar de su elevado rango, en la escultura conservada en el Museo de El Cairo a Rahotep se le muestra con un atuendo de lo más sencillo y austero. Aparece con el torso desnudo y luciendo únicamente un faldellín blanco, con una cinta anudada a la cintura. Destaca su piel intensamente morena, uno de los requisitos fundamentales en los cánones de la belleza masculina en Egipto. A diferencia de otros muchos casos, Rahotep no porta peluca y muestra su pelo, muy corto, a lo que hay que añadir el magnífico detalle del coqueto bigote.

En el rostro de Rahotep es remarcable la voluntad de verismo, plasmando unos rasgos individualizados y armoniosos. Son especialmente llamativos los ojos, realizados con incrustaciones de cuarzo blanco y cristal de roca de un tono marrón muy claro, casi miel. El brillo de estas incrustaciones dota de un vigor muy especial a la mirada e intensifica de modo muy efectista la sensación de realismo. Unos ojos que además se realzan con una suave línea de maquillaje que se extiende por el lagrimal hacia la nariz y que solo subraya levemente el rabillo.

Además del bigote y del sutil toque de maquillaje, Rahotep luce como elemento ornamental un discreto colgante formado por una pieza lobulada que se sujeta con un cordón corto entorno al cuello, colgando a modo de gargantilla. Creo factible que este amuleto represente una tortuga, un tipo de talismán especialmente propio del Imperio Antiguo y que, entre otras connotaciones, era considerado un símbolo de renacimiento y regeneración[2].

Detalle rostro de Nofret. Foto: Susana Alegre 

En lo que respecta a la postura, Rahotep se muestra sentado con los pies juntos, de un modo estático que llama la atención sobre la gestualidad de las manos y brazos. El personaje luce los puños cerrados, uno descansando sobre la pierna y el otro colocado sobre el pecho, como marcando el lugar del corazón. El corazón tenía en el pensamiento egipcio una relevancia especial, más aún de cara al mundo funerario y ante el Más Allá, ya que era considerado sede de energías espirituales, de la conciencia, el lugar donde el ba podía asentarse para siempre. En la imaginería egipcia tocarse el corazón era un gesto lleno de significado, siendo una expresión de sinceridad, pureza y respeto; y, en algunos contextos, de saludo y alabanza. Rahotep, por tanto, perpetuó su imagen indicando que su actitud ante la eternidad la afrontaba “de corazón”, encarando la nueva existencia abiertamente y sin mostrar reservas.

En contraste con el tratamiento minucioso del rostro y de la musculatura tensa del torso, las piernas y los pies se presentan de un modo algo burdo y de aspecto desproporcionado. Ello, no obstante, es también una característica bastante común en las obras escultóricas del Imperio Antiguo.

Al observar la imagen de Nofret, teniendo al lado a su esposo Rahotep, llama especialmente la atención el tono amarillento de su piel. En el caso de las féminas, al contrario que en los hombres, el color lívido en la piel era muy valorado como expresión de belleza y sensualidad. Y Nofret, ciertamente, se muestra con una piel clara que en su época era muy apreciada. Una palidez que se presenta incluso en los labios, quizá incluso maquillados para apagar su rubor.

En el rostro de Nofret el verismo se ha cuidado al detalle. Como en la escultura de su compañero, los rasgos de esta mujer resultan personales e inconfundibles. También ella luce unos ojos confeccionados con incrustaciones de cuarzo y cristal de roca, aunque en este caso de color azulado. Igualmente, para darles aún más realce, su perfil fue recorrido con una línea de maquillaje que, como en el caso de Rahotep, se extiende hacia el lagrimal.

Nofret se presenta con el aspecto sofisticado de una dama de alta posición, adecuado al rango de una mujer que portaba el honorable título de “Conocida del Rey”. De modo que su aspecto nos muestra la última moda en el mundo de la corte de principios del Imperio Antiguo, siendo un elemento destacable la peluca bipartita formada por una sucesión de mechones que se superpone al pelo natural, que, no obstante, resulta parcialmente visible en la zona del flequillo.

En el atuendo de Nofret puede observarse un vestido de tirantes, largo hasta casi los tobillos y muy ajustado. Ello se complementa con una especie de capa, también muy ajustada, que cubre hombros y brazos, pero que no disimula la forma de sus pechos y que, a la vez, deja adivinar los pezones como a través de la tela. Este efecto se consigue de un modo magistral y sorprende especialmente la capacidad técnica conseguida en un momento aún muy temprano en el arte egipcio y considerado precursor de la gran estatuaria privada que tanto énfasis tomará después.

El ajustado atuendo de Nofret prácticamente solo deja visible una mano, también muy pálida, que estratégicamente se sitúa en las proximidades del corazón. Se trata, por tanto, de un gesto muy similar al realizado por Rahotep y con idéntica simbología. Nofret, como su esposo, se presenta ante el Más Allá aludiendo a la vida que encierra en su corazón, a la pureza que en él palpita y como subrayando el lugar donde espera que su espíritu encuentre una eterna morada.

Dado que en la indumentaria de Nofret destaca especialmente el color blanco y que su propia piel es extremamente pálida, lo único que aporta contraste de color a la obra son algunos de los ornamentos. La oscura peluca en este sentido resulta especialmente llamativa, pero además viene destacada con una cinta con motivos florales, formado sobretodo por una sucesión de rosetas. A esta flor en Egipto se le atribuían cualidades mágicas y protectoras, además de una rica simbología. En este caso posiblemente las rosetas sean una alusión a la fertilidad y un recurso para exaltar la feminidad. No obstante, la mayor riqueza de color en la escultura de Nofret se despliega en el amplio collar que se extiende sobre el pecho, amplio y llamativo, formado por diversas franjas de color rojo, azul aturquesado y verde.

Rahotep y Nofret, con su aspecto solemne y elegante, son un reclamo ineludible en el Museo de El Cairo. Quienes observan estas sensacionales obras de arte se sienten atraídos por su intenso colorido y su magnífico estado de conservación, y, sobre todo, por el pálpito de vida que parecen irradiar. Rahotep y Nofret, con sus miradas de brillantes y penetrantes, se perpetúan sentados el uno junto al otro, como observando a quienes desde todas partes del mundo viajan para contemplar su belleza. Rahotep y Nofret parecen responder la mirada de quien los contempla, parecen impertérritos pero próximos. De alguna manera, con su porte digno e inconmovible, esta eterna pareja parecen los anfitriones del propio Museo de El Cairo, parecen vitales y acogedores; y paradójicamente, como por la fuerza de una extraña magia, parecen convertir al visitante del museo cairota en un invitado de piedra que solo puede paralizarse y rendirse ante el atractivo de su presencia.


[1] Ver en N. Reeves, El antiguo Egipto. Los grandes descubrimientos, Barcelona, 2001, p. 58.
[2] Algunos aspectos de la representación de las tortugas en el arte egipcio y sobre los amuletos que muestran a este animal en H. G. Fischer, Ancient Egyptian Representations of Turtles, PMMA 13, 1968. En cuanto a la tipología del amuleto de Rahotep ver M. A. Murray “Some pendant amulets” AncEg I (1917) pp. 50-56, fig. 57.

Artículo publicado en BIAE 71 

BIAE Número 71 - Julio/Septiembre 2010

 

 

Autora Susana Alegre García

 

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