El reinado de Amenhotep II
Por Jorge Roberto Ogdon
17 junio, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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Luego de dichos actos, el faraón marchó desde Ugarit por el camino del Orentes, sometiendo a “las ciudades de Mindyatu” al saqueo, y llegando hasta Hetera, cuyo líder le acogió amablemente y le rindió tributo. Este ejemplo fue secundado, prontamente, por los gobernantes de Yenek y Qadesh, reconociéndole como sus vasallos.  Los hijos de esos jefes, al igual que sus progenitores, no dudaron en jurar fidelidad al soberano egipcio. La alianza debe haberle parecido lo suficientemente sólida y confiable a Amenhotep II como para entregarse al solaz de la cacería en la zona, la cual era su deporte favorito: bajo sus flechas y lanzas cayeron gacelas, zorros, liebres, asnos salvajes, etc. Y como si todo esto no hubiera sido suficiente para calmar su hiperactividad, de retorno a Egipto se tomó el tiempo para destruir la ciudad de Jashebu, a la vez que tomó prisionero a un mensajero mitannio que llevaba un recado secreto y sellado por el monarca de ese país. El contenido de la misiva es un misterio que se desconoce, pero algunos investigadores especulan que tendría que ver con el azuzamiento de rebeliones contra los egipcios, pues el reino de Mitanni ambicionaba tomar posesión de regiones bajo el dominio de aquellos.

Sea como fuere, Amenhotep II regresó a Menfis con un botín de quinientos cincuenta nobles sirios y doscientos cuarenta de sus esposas; seiscientos cuarenta canaaneos, doscientos treinta y dos príncipes y trescientos veintidós princesas, y doscientos setenta de sus esposas y concubinas. No era un mal resultado para una campaña en la cual su ejército no había perdido ni una sola batalla.

Sarcófago de Amenhotep II en su tumba (VR 35) del Valle de los Reyes, Tebas Oeste

Sarcófago de Amenhotep II en su tumba (VR 35) del Valle de los Reyes, Tebas Oeste

No sabemos si el mensaje mitannio surtió algún efecto en el ánimo de Amenhotep II. Durante los siguientes dos años todo se mantuvo tranquilo en el “frente oriental”, hasta que, en el Año IX, se produjo otra revuelta en el Medio Oriente. Pero parece que el faraón se encontraba preparado para enfrentar cualquier contingencia, ya que marchó de inmediato con su ejército hacia el país de Retenu, en donde asedió a la ciudad de Ipek, que cayó casi sin resistencia alguna. Desde allí su avance se volvió imparable, cayendo, por el camino, las urbes de Ihem, Mapasin y Jatitana, junto con dos poblados al occidente de Sauk (Sokho). Determinado a terminar con la actitud levantisca que invadía el área, el rey tuvo un sueño, según la Estela de Menfis, en el cual Amón-Ra le da fuerza, vigor y protección para seguir adelante con la campaña, luego del cual se dedicó a supervisar en persona las condiciones de seguridad de los prisioneros obtenidos en aquellas luchas. Luego, sitió y tomó la villa de Anajeret, el mismo día que conmemoró su ascensión al trono, como para que no cupiera duda alguna de su poderío y gloria: un efecto de propaganda que hasta su propio padre, Tutmosis III, hubiera admirado. Después de esta exitosa celebración, considerada como un “don de Amón-Ra”, regresó a Egipto coronado de victoria y siendo exaltado como el digno sucesor de su progenitor. Pero antes, se tomó el trabajo de derrotar al príncipe de Kebasumin, poniendo a otro funcionario leal en su lugar. Fue la cereza del postre, cerrando su misión del Año IX.

Hathor da vida a Amenhotep II.Escena en un muro de su tumba VR 35, Valle de los Reyes

Hathor da vida a Amenhotep II. Escena en un muro de su tumba VR 35, Valle de los Reyes

Dice la Estela de Karnak que el soberano llevó consigo a siete príncipes sirios y que los ejecutó en el Gran Templo de Amón-Ra, en Karnak: seis quedaron pendiendo cabeza abajo y el séptimo fue colgado en el templo de Nápata, en el Sudán, como muestra de lo que le aguardaba a cualquier otro que pensara en levantarse en su contra. Realmente, ignoramos si es el mismo hecho ya relatado durante su campaña del Año III, o un nuevo acto de castigo, habitual en él; para nosotros, esto último es muy posible y nada impensable, en un gobernante tan severo como lo delatan sus acciones. La Estela de Menfis menciona que el botín humano, en esta ocasión, alcanzó a los setenta y un mil hombres; entre ellos destacan tres mil seiscientos apiru, pueblo identificado con los hebreos, que, si así fuera, tal sería la mención más antigua al mismo en Egipto. Es más, algunos creen que Amenhotep II ha sido uno y el mismo faraón del Éxodo bíblico, aunque tal postura es muy debatible, empezando que, en esa época, la ciudad de Pi-Ramsés mencionada en La Biblia ni siquiera era un proyecto y el monarca así llamado ni había nacido.

Datos corroborativos de los hechos relatados en las estelas mencionadas se encuentran en dos cartas de los archivos del príncipe de Taanaj, que concuerdan en sus aseveraciones. Esto nos confirma que los eventos narrados allí son verídicos y no una mera imagen fabulosa y propagandística del soberano, como será el caso, siglos después, con las distorsionadas proezas de Ramsés II según El Poema de Pentaur o el registro de la batalla de Qadesh en Abu Simbel. Es indudable que la política de mano dura de Amenhotep II dio resultados, ya que, a partir de su último acto de guerra del Año IX, las sublevaciones no volvieron a darse, y Egipto y Mitanni guardaron, por los siguientes setenta y cinco años, una especie de “entendimiento cordial”, que, sin llegar a haber quedado consignado por escrito, mantuvo a las dos “potencias” en un estado de paz forzada.

El ataúd de Amenhotep II, según lo descubrió Víctor Loret en 1902

El ataúd de Amenhotep II, según lo descubrió Víctor Loret en 1902

Egipto necesitaba que la región siguiera supliéndole de las materias primas necesarias para sustentar su cultura técnica, ahora basada en el bronce; de Siria se procuraba el estaño, de Chipre, el cobre, y de Cilicia, la plata. Ver peligrar sus fuentes de tales riquezas no debe haberle resultado una idea muy halagüeña al rey egipcio, quien había crecido rodeado del lujo fastuoso de la corte de Tutmosis III. Amenhotep II no dejaría que tal cosa pasara, y, muy probablemente, por tal motivo se impuso la cruel política de las ejecuciones sumarias de los rebeldes. Sin duda, fue un hombre de temple y convicciones firmes en lo que hace al tratamiento de sus enemigos. Las razones del rey de Mitanni parecen haber sido muy diferentes; su propio reino se veía amenazado por el surgente poderío militar de los hititas, quienes, por entonces, estaban gobernados por Tudhaliya III. Los temores de los mitannios se encontraban bien fundados: el soberano hitita, posteriormente a aquellos eventos, conquistó Mittani y la ciudad de Aleppo fue capturada.

Con tales vecinos belicosos no es de extrañar que los mitannios y los egipcios acordaran una paz tácita, y, por qué no, una verdadera alianza; después de todo, a Amenhotep II le convenía estratégicamente, pues los hititas primero se lanzarían sobre Mitanni antes que sus propias posesiones coloniales. Así, ganaría tiempo para poder contrarrestar cualquier amenaza al tener a Mitanni como un “estado tapón”. El estado de las cuestiones en el exterior, entretanto, le permitió abocarse a los asuntos internos. Si bien no es mucho lo que ha quedado de sus construcciones, más que nada a causa de la actividad constructora de sus sucesores, y, en especial, de grandes usurpadores como Ramsés II. Las obras edilicias a su nombre que se conocen se concentran principalmente en la zona de Tebas, empezando con su Templo Funerario, sito en la llanura prealuvional de la orilla oeste del Nilo, del cual sólo conocemos la localización, ya que de él han quedado apenas unas ruinas.

Reconstrucción del Templo Funerario de Amenhotep II, Tebas Oeste

Reconstrucción del Templo Funerario de Amenhotep II, Tebas Oeste

 

Estado actual del Templo Funerario de Amenhotep II

Estado actual del Templo Funerario de Amenhotep II

El Gran Templo de Amón-Ra en Karnak guarda los restos de una capilla en alabastro, conocida desde hace mucho tiempo, pero sólo estudiada y reconstruida en la última década del sigo XX por Christian Leblanc y Charles Van Sieclen III, bajo los auspicios del Centro Franco-Egipcio. La misma se encontraba localizada en el lado oriental del patio abierto que existe entre los Pílonos IX y X. Aparentemente fue erigida en ocasión del Segundo Jubileo Real (o festival Sed) delante del Pílono VIII, de donde habría sido desmontada y reutilizada en tiempos posteriores al Período Amarniano.

Un fragmento arquitectónico en el Kimbell Art Museum de Fort Worth, en Tejas (EE.UU.), hallado por Benson y Gourlay en e siglo XIX en el Templo de Mut en Karnak, preserva parte del protocolo soberano del faraón, señalando que, igualmente, debió levantar monumentos para esta diosa en ese sitio. Con seguridad, el monarca contribuyó al Templo de Luxor con una capilla, de la que únicamente se conocen algunos fragmentos de la jamba de una tal estructura, exhumada durante las excavaciones del Campamento Romano, publicada por Mohammed el-Saggir hacia mediados de 1980. Se conocen restos de construcciones a nombre de Amenhotep II en otras áreas de la región tebana, como ser en Armant, el-Tod y Medamud, pero sus actividades piadosas no se circunscribían a ella. Hay buenas evidencias de que erigió un templo dedicado a la diosa Hathor en Dendera, gracias a un par de toscas jarras empleadas en “depósitos de fundación”, que portan el siguiente texto:

Plano de planta del Templo Funerario de Amenhotep II

Plano de planta del Templo Funerario de Amenhotep II

“El Buen Dios, Aajeperura, amado de Hathor, Señora de Iunet (Dendera)”. Una de las jarras se encuentra, hoy en día, en el Museo Petrie del University College London, en tanto la otra fue vista en un comercio de antigüedades de Luxor por Charles Van Sieclen III en 1980, que publicó en 1985. Dos objetos votivos en fayenza, papiriformes e inscriptos a nombre del rey fueron exhumados por Sir Flinders Petrie en 1898, en las galerías del cementerio de animales de Dendera, al sudoeste del Templo de Hathor. Se sabe que, bajo los reinados de Tutmosis III y su hijo, los objetos votivos en fayenza que se depositaban en los templos, ya en ritos de fundación, ya en ceremonias de culto cotidiano, elevaron su cantidad y variedad. En la tumba del monarca se encontraron numerosos objetos de fayenza en forma de flores o frutos del granado, así como en otras.

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