El reinado de Amenhotep II
Por Jorge Roberto Ogdon
17 junio, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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No es de extrañar, entonces, el descomunal cetro-uas que llega a los dos metros de altura, hallado en 1895, durante las excavaciones de J. Quibell y Sir Flinders Petrie, en la localidad de Ombos (antigua Nubet), centro de culto del dios Set, que lleva el nombre de Amenhotep II, el cual se encuentra en la actualidad en el Victoria and Albert Museum de Oxford (inventario n° 437-1895).

Entrada a la tumba (VR 35) de Amenhotep II. Valle de los Reyes, Tebas Oeste

Entrada a la tumba (VR 35) de Amenhotep II. Valle de los Reyes, Tebas Oeste

Ya hemos visto que la zona meridional no estaba fuera de sus intereses, cuando hizo colgar a uno de los príncipes rebeldes de los muros de Nápata. Conocemos, también, su actividad en Elefantina a través de un bloque decorado en ambos lados, hoy en el Museo Egipcio de Berlín (inventario n° 20736), que registra el protocolo del rey y parte de su Doble Corona sobre una cara, y de una invocación y ofrendas alimenticias, sobre la otra. El texto es una invocación a Gueb como “heredero de [la Pequeña Enéada] y de la Gran Enéada en [Elefantina]”. Y, en este mismo lugar, se encuentra la losa con su recuento histórico de sus campañas asiáticas, teniendo su duplicado en Amada, en donde continuó construyendo un templo iniciado por su padre. Otro templete en territorio nubio lo erigió en Kalabsha.

Plano de planta de la tumba VR 35

Plano de planta de la tumba VR 35

En el norte, Amenhotep II se aseguró de figurar extensamente; aparte de la Estela de Menfis, ya mencionada, que colocó en el Gran Templo de Ptah, debemos agregar la esfinge de alabastro que se yergue solitaria en la zona, y que se ha vuelto famosa con el apelativo de “Esfinge de Menfis”: tiene ocho metros de largo, cuatro y un cuarto metros de ancho y pesa unas ochenta toneladas. Aunque no tiene textos que aseguren su identidad, se piensa con bastante certidumbre que le pertenece. Por otro lado, tenemos el templete dedicado a la Esfinge, en Guiza, que le erigió en sus cercanías y que fue continuado, a su muerte, por su hijo Tutmosis IV. Fue exhumado por Selim Hassan a mediados de 1950, y produjo una buena cantidad de documentos a nombre del rey y varios príncipes de su corte, además de incontables losas votivas dedicadas por devotos y peregrinos. En época romana, la capilla todavía servía a su propósito original de honrar al dios Horajty (Harmachis), con quien la Esfinge de Guiza fue asociada en los tiempos del Reino Nuevo. La zona de Guiza, que dependía administrativamente de Heliópolis, fue una de las favoritas de Amenhotep II y su hijo Tutmosis IV. El último hizo levantar, entre las patas delanteras de la Esfinge, la “Estela del Sueño”, que relata el sueño por el que se le auguraba obtendría el trono faraónico si libraba al monumento de su prisión de arena que le cubría. Tenemos que pensar que esta área y sus adyacencias hacia el sur, hacia el-Fayum, fueron, desde el Reino Antiguo en adelante, los cotos de caza favoritos de los monarcas egipcios. La fama de atleta de Amenhotep II – de quien se decía lo mismo que cantaría Homero sobre Ulises en La Odisea: que no había hombre alguno que fuera capaz de tensar su arco -, debe haberle venido de crianza: sabemos que su flecha podía atravesar cinco escudos de bronce juntos. ¡Una verdadera hazaña olímpica! Los documentos hablan de que este soberano era un conocedor de “las tareas de Montu (dios guerrero)”, con lo que se quería significar que era un experto en las artes de la guerra y, entre otras destrezas físicas, se le atribuye haber sido uno de los corredores más rápidos y un infatigable remero al que no se le podía alcanzar. La momia, descubierta por Víctor Loret en 1898, en su tumba (VR 35) del Valle de los Reyes, no asemeja la de un titánico hombre, pero ¿quién podría decirlo después del tratamiento de embalsamamiento, que reduce a cualquiera a piel y huesos? No podemos dudar, sin embargo, de que su fortaleza física debe haber sido considerable: las narraciones de sus campañas en Asia y sus actividades de cacería son evidencias suficientes al respecto. Notemos, también, que es a partir de su gobierno que empieza a aparecer el programa decorativo de propaganda regia del motivo del “faraón deportivo”, que sería muy utilizado por sus sucesores y más allá.

Muro de la tumba, conteniendo el Libro de lo que Hay en el Inframundo

Muro de la tumba, conteniendo el Libro de lo que Hay en el Inframundo

La tumba de Amenhotep II se encuentra decorada de modo parcial con unas pocas escenas de deidades vivificándolo o recibiéndolo en el Más Allá, pero contiene una versión íntegra del Libro de lo que Hay en el Inframundo, una de las más tempranas redacciones funerarias de la monarquía del Reino Nuevo. El texto y las imágenes han sido pintadas sobre un fondo color papiro imitando, precisamente, a dicho material. El estilo de la escritura y las imágenes es muy similar al de la tumba (VR 34) de su padre, siendo él mismo quien terminaría la última al fallecer aquel, sin duda recurriendo a la misma mano de obra. Ambas sepulturas tienen un plano de planta muy parecido: tienen un corredor y una sala con pilares cuadrangulares que, cambiando de dirección, en ángulo recto, conduce a la cámara sepulcral. La última, sin embargo, difiere en cada una: la de Tutmosis III adopta la planta ovalada, en tanto la de Amenhotep II es rectangular. En esta última, el diseño ovalado es adoptado por el sarcófago pétreo.

Cámara de los Pilares de la tumba

Cámara de los Pilares de la tumba

Su momia fue la primera en hallarse intacta y yaciendo tal cual fuera depositada en el sarcófago, pese a que su tumba fue violada varias veces, y ha haber sido utilizada como escondrijo para otras nueve momias regias, que fueron trasladadas a El Cairo por Loret; algunas de ellas todavía siguen sin ser identificadas con certidumbre. Increíble como pueda parecer, junto a sus restos mortales, que aún conservaban un collar de flores resecas alrededor de su cuello, Loret halló el mítico arco del soberano, aquel que nadie podía tensar sino él. Quizá los ladrones de tumbas eran conscientes de la fama del rey. Y, por eso mismo, dejaron su arma predilecta junto a él, más no por su fama de arquero, sino por la de su legendaria crueldad para con sus enemigos. Y, probablemente, ese arco debió ser una de sus posesiones favoritas, como para arriesgarse a acarrear su venganza implacable.

El sarcófago de Amenhotep II

El sarcófago de Amenhotep II

Cuando murió, en 1412 a. de J.C., Amenhotep II había cumplido con un reinado que supo mantener la supremacía egipcia en el Medio Oriente y el mundo mediterráneo oriental, y que dio impulso a las artes, las ciencias y la sociedad egipcias de su época. Aunque sea poco lo que conocemos sobre él, su fama como rey atleta queda reafirmada, y sus dotes como hombre piadoso e intelectual, también.

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