El faraon Seti I y la diosa Hathor en el Louvre
Por Susana Alegre García
1 abril, 2008
El faraón Seti I y la diosa Hathor
Modificación: 13 diciembre, 2020
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Época: Dinastía XIX, reinado de Seti 1291-1278 a. C.
Dimensiones: Alto: 226’5 cm.
Materiales: Piedra caliza pintada.
Lugar de conservación: Museo del Louvre, París.
Lugar de procedencia: Tumba de Seti I en el Valle de los Reyes (KV 17).

Foto 1. Fragmento mural del pilar de la tumba de Seti I en el Museo del Louvre. Foto del catálogo de la exposición Les artistes du Pharaon. Dier el-Médineh et la Vallée des Rois, París, 2002, Fig. 29, p. 61

Foto 1. Fragmento mural del pilar de la tumba de Seti I en el Museo del Louvre. Foto del catálogo de la exposición Les artistes du Pharaon. Dier el-Médineh et la Vallée des Rois, París, 2002, Fig. 29, p. 61

Aunque los bajorrelieves pintados se realizaron en Egipto desde tiempos más remotos, y constituyen una buena parte de su expresión plástica, lo cierto es que algunas de las manifestaciones más refinadas de este arte se generaron durante el reinado de Seti I. En el Museo del Louvre se conserva un célebre fragmento de bajorrelieve procedente del hipogeo de este faraón en el Valle de los Reyes (Fig.1). Dicho fragmento llegó a las vitrinas del museo parisino como producto de la expedición que Champollion realizó por tierras egipcias entre 1828-1829. Se trata del montante derecho de un vano situado en el cuarto corredor[1], en una sección dedicada al ritual de Apertura de la Boca. Aunque los pigmentos del fragmento han perdido buena parte de su luminosidad y contraste original, lo cierto es que continúa siendo una creación extraordinaria y constituye una magnífica muestra de la gran maestría que alcanzaron los creadores egipcios con la técnica del bajorrelieve policromo.

Foto. 2. Menat. Dinatía XVIII. Metropolitan Museum of Art, Nueva York. Foto: Susana Alegre García 

La escena se plasmó sobre un fondo de color amarillento y queda enmarcada por los laterales con una cenefa de distintos colores. Sobre puntos de dicho remate se superponen levemente algunas partes de las figuras representadas en la zona central, lo que constituye un recurso sencillo pero bastante efectista que consigue avanzar visualmente las figuras hacia un plano de mayor proximidad (es como si se distanciaran del fondo). El límite inferior de la escena se cierra con una línea amplia y oscura sobre la que contrastan las sandalias blancas del monarca. En la parte superior, de color azul oscuro y cerrando el marco de la escena en lo alto, se encuentra el alargado signo petpet, aludiendo al cielo. Las líneas de jeroglíficos contienen los cartuchos de Seti I, diversos epítetos y ensalzamientos tradicionales dirigidos al monarca, así como la identificación de la divinidad femenina: Hathor, «a la cabeza de Tebas» y «Señora de Occidente».

Hathor, cuyo nombre significa «la mansión de Horus», fue una de las diosas más importantes del panteón egipcio. Durante milenios los egipcios vincularon a esta deidad con el amor, la sensualidad, la maternidad, el amamantamiento y la feminidad. Además, tenía importantes connotaciones cósmicas y celestes, y fue adorada como diosa solar y del cielo. En lo que respecta al ámbito funerario, también Hathor gozó de importante protagonismo. Desde tiempos remotos fue considerada protectora de los muertos, a los que acogía  y ofrecía su amparo, de ahí que recibiera el apelativo de «Señora de Occidente». De modo que la breve inscripción plasmada en el fragmento de relieve de la tumba de Seti I conservado en el Louvre, alude a la trascendencia que Hathor alcanzó en el terreno funerario y más concretamente en el ámbito la ciudad de Tebas, donde desde la Dinastía XVIII fue considerada patrona de la necrópolis, lugar donde protegía cálidamente tanto a reyes como a plebeyos difuntos, y donde ofrecía acogida al moribundo sol del ocaso.

Foto. 3. Contrapeso de fayenza. Tercer Período Intermedio. Myers Museum, Eton College Foto en KMT vol. 11, nº3, Fall 2000, p. 27.

Foto. 3. Contrapeso de fayenza. Tercer Período Intermedio. Myers Museum, Eton College Foto en KMT vol. 11, nº3, Fall 2000, p. 27.

La escena representada tiene como únicos actores a Seti I y a Hathor (Fig. 1). El monarca aparece en primer plano con una aspecto elegante y espectacular, lo que se consigue fundamentalmente mediante la riqueza del ropaje y gracias a un tratamiento plástico muy minucioso y detallista. El rey porta una peluca corta, cuyos trenzados se realzan en bajorrelieve de forma pormenorizada y cuya única ornamentación la conforma una zigzagueante cobra que se yergue sobre la frente del soberano. De la parte trasera de la peluca surgen lo que parecen ser los extremos de una tela amplia de color rojizo; posiblemente se trate de algún tipo de protección o ropa con la que se recogía el cabello bajo la peluca. En cualquier caso, los extremos de dicha tela resultan muy llamativos, pues caen libremente por la espalda del soberano, superponiéndose al límite marcado por la cenefa que remata la escena.

Siguiendo los dictados de la moda de la época, el faraón luce un faldellín largo y plisado, con un sofisticado remate en la parte delantera, conformando lo que parece ser algún tipo de joya que cae hacia sus rodillas. También el rey lleva un amplio collar que le cubre parte del pecho y los hombros, en el que destacan unas formas circulares. A ello sumar la presencia de una especie de capa amplia, anudada a la altura del pecho y larga hasta los tobillos. Este elemento permitió realizar unos juegos estéticos muy interesantes, siendo realmente extraordinarios los efectos de transparencia conseguidos y que permiten observar el conjunto de la figura a través de las telas. Es también excepcional la matización de tonos, la forma de destacar los plisados y la sutileza especial de las formas, cuya volumetría y textura se subrayan mediante el bajorrelieve.

Foto. 4. Imagen de la tumba de Nefer-tari en la que Isis porta un collar menat superpuesto sobre un collar usej. El contrapeso característico cae a la espalda de la diosa. Foto: Susana Alegre García

Hathor, también ricamente ataviada, porta su habitual corona formada por cuernos de vaca y un disco solar. Como en la imagen del monarca, también una cobra remata su frente, aunque el cuerpo del reptil aquí se muestra cayendo sinuosamente por el lado opuesto de la corona. Destaca en el atuendo de Hathor una compleja peluca, que parece tener varias secciones de largos distintos y que queda suavemente recogida hacia atrás, despejando el rostro, con una cinta rojiza. Así se hace más visible un espectacular pendiente, con forma de cobra, que surge de la oreja y que se alza ornamentalmente sobre la mejilla de la diosa[2]. Además de esta joya, Hathor luce un amplio collar usej, así como brazaletes, pulseras y tobilleras. Y como era muy característico en la iconografía egipcia de las deidades, porta los pies descalzos.

La coquetería de Hathor queda realzada con un vestido de tirantes muy tradicional en la representación de divinidades femeninas. No obstante, en esta ocasión se presenta estampado con una especie de estructura geométrica en la que se integran diversos símbolos, epítetos reales, elementos del protocolo faraónico, así como los jeroglíficos del nombre del soberano y de la propia diosa… etc. De modo que el vestido de Hathor, con todos estos elementos representados y ajustados sobre su cuerpo, se transforma en una superficie altamente simbólica.

La afectuosidad existente entre el rey y la diosa, los estrechos vínculos que los unen, es el tema central de la escena. La estrecha relación entre ambos queda patente en la composición y se ensalza con los gestos que se profesan. Rey y diosa aparecen representados con las manos unidas y, además, la diosa parece extender un collar hacia el monarca. Se trata de un gesto singular, ya que Hathor alarga la mano con la palma en alto, como en alabanza; gesto que, a su vez, es idéntico al realizado por el faraón en su recepción de la dádiva. Se trata de una cálida alabanza mutua, pero a la vez capta una actitud de ofrecimiento y de grato recibimiento. Aunque el encuentro de las manos no se consuma, lo cierto es que el gesto de acercamiento capta la atención y mantiene una especie de dinámica contenida, como si el espectador esperara que las figuras fueran a tocar sus manos en un breve instante.

La cariñosa complicidad entre monarca y Hathor no es, en absoluto, una temática novedosa. En Egipto la autoridad del monarca buscó legitimarse mediante su identificación con el dios Horus, quien, según la mitología, mantenían estrecho parentesco con Hathor, pudiendo identificarse, según el contexto, como su madre o esposa. De hecho, la identificación de la reina con Hathor, que en la mitológica era la consorte del poderoso dios halcón, fue un hecho común y especialmente intenso durante el Imperio Nuevo[3].

Foto 5. Representación de ofrendas de menats. Tem-plo de Ramsés II en Abidos. Foto Susana Alegre García.

Foto 5. Representación de ofrendas de menats. Tem-plo de Ramsés II en Abidos.

Para intentar aproximarse a la comprensión de la narrativa de esta escena resulta fundamental tener en cuenta el valor simbólico del objeto que Hathor extiende hacia Seti I: se trata de un collar menat[4](Fig. 2). Estos collares estaban formados por diversas tiras de cuentas, aunque el elemento más llamativo e identificador es el gran contrapeso de forma alargada y extremo circular con el que se complementaba[5]. Dicho contrapeso caía por la espalda de quien portara el collar y en ocasiones podían ser extraordinariamente ornamentados, mostrando una rica iconografía[6](Fig. 3). Por sus características, además, el collar menat podía ser utilizado superponiéndolo sobre otros collares (Fig. 4).

Pero el collar menat era mucho más que un mero ornamento, se trataba de un símbolo intensamente mágico y profundamente asociado a Hathor, siendo uno de sus emblemas identificadores y parece que podría ser considerado una especie de transmisor de su poder. De modo que el collar menat alude a la fecundidad, la gestación, el nacimiento y la maternidad, implicando posiblemente hasta connotaciones eróticas. El poder mágico del collar menat se asoció también con el resurgimiento, siendo un medio propiciador de la transformación y de la revitalización. De ahí que la menat llegara a tener implicaciones en ceremonias de renovación como el Heb-Sed, que alcanzara relevancia en el ámbito funerario y que hasta fuera un objeto ofrendado a los dioses (Fig. 5)

Foto 6. Menats y sistros agitados como instrumentos. Dinastía XVIII. TT39. En H. HICKMANN, La menat, Kemi 13, 1954, Fig. 4, p. 101.

Foto 6. Menats y sistros agitados como instrumentos. Dinastía XVIII. TT39. En H. HICKMANN, La menat, Kemi 13, 1954, Fig. 4, p. 101.

También el collar menat jugaba un papel trascendental en el contexto de determinadas liturgias, donde la joya curiosamente podía ser utilizada como instrumento musical. Son frecuentes las imágenes de mujeres, ya sean músicas o sacerdotisas, que agitan este objeto cogiéndolo por la parte del contrapeso a modo de mango (Fig. 6)[7]. De hecho, parece que el tintineo del collar menat, en conjunción con el sonido de los sistros, era fundamental en determinadas ceremonias y rituales[8], ya que se les atribuían capacidades purificadoras y ahuyentadoras de la negatividad. Incluso cuando ciertas divinidades trasformaban su personalidad afable y se convertían en entidades temibles, como le ocurría a la propia Hathor, podían ser aplacadas con su sonido.

Foto 7. Dama con  menat  y sistro en la mano. Tumba de Nakht (TT52). Tebas oeste. Dinastía XVIII. Foto: Susana Alegre García 

En la escena conservada en el Louvre, en una traslación de la familiaridad mitológica de Horus y Hathor, se muestra el afecto y la proximidad entre Seti I y Hathor. Pero resulta interesante observar la menat que extiende Hathor al monarca, en realidad, no es un objeto portado por ella como collar: el que luce alrededor de su cuello es un amplio usej. Lo cierto es que el collar menat de Hathor reposa sobre su hombro izquierdo, aunque dejando caer a la espalda el contrapeso característico. Debido a esa colocación, se indica que la menat no forma aquí parte estrictamente del atavío de la diosa; como insinuando que su función en este contexto es otra. La menat de este escena no es una joya portada por Hathor y extendida al monarca; sino que se trata de un elemento que premeditadamente porta Hathor para ser ofrecido al rey en un contexto altamente ritualizado. Es decir, el collar no es aquí estrictamente una joya, es sobre todo un símbolo, algo con unas implicaciones muy especiales y que Hathor desea compartir con el monarca.

Foto 8. Detalle del faraón Seti I con  la elaborada peluca y cobra sobre la frente. Foto: Susana Alegre

El rico abanico metafórico implícito al collar menat y la complejidad de la diosa Hathor, así como la presencia de ciertas sutilezas iconográficas, hacen que la escena representada en este bajorrelieve de la tumba de Seti I condense una gran carga narrativa y simbólica. Hathor, al aproximar la menat al faraón, ofrece un elemento cuajado de energías positivas y protectoras, propiciador de vida y de renovación, mágicamente sensual y poderoso. Es como si al entregar la menat, Hathor se entregara a ella misma. De hecho, Hathor extiende al monarca la menat y su propia mano; además de tener la otra mano ya estrechamente entrelazada con la del monarca.

Foto 9. Detalle del relieve. Foto: Susana Alegre García 

Pero también hay que tener en cuenta que este fragmento de bajorrelieve proviene de un contexto funerario y que los textos que acompañan la escena subrayan la identificación de Hathor en su faceta más funeraria, como patrona de la necrópolis tebana y «Señora de Occidente». Además, no lo olvidemos, el bajorrelieve proviene de una sección de la tumba de Seti I dedicada al trascendental Ritual de la Apertura de la Boca. De modo que posiblemente nos encontremos ante una imagen alusiva al resurgimiento y al renacimiento que Hathor y la menat son capaces de propiciar, otorgando eterna andadura por el mundo de los muertos y el despertar a una nueva existencia. Una existencia renovada que el monarca va a iniciar de la mano de deidades como Hathor, que le es íntima, próxima y afectuosa, y que le recibe con alegría[9], elegancia y sensualidad. Una ensoñación del Más Allá, idílico, recogido en la imagen de un bajorrelieve que petrifica un instante amoroso y mágico.

Foto. 11. Seti I y Hathor en el contexto en el que se expone en el Museo del Louvre. Foto: Artiom Gizun 


Notas:
[1] El lado izquierdo se conserva en el Museo Arqueológico de Florencia.
[2] Aunque la vaca sea el animal con el que más comúnmente se relaciona a Hathor, también la diosa pudo manifestarse en otros animales, incluida la cobra. De modo que es posible que la reiteración del reptil en la imagen, que además alcanza especial protagonismo al ocupar parte del rostro de la diosa, se deba a la especial vinculación que Hathor mantuvo con dicho animal.
[3] Dada su posición como ser divino, el monarca egipcio podía mostrarse muy cercano a muchas otras divinidades, tanto femeninas como masculinas, de ello ofrece amplia muestra, por ejemplo, la iconografía desarrollada en la propia tumba de Seti I. También hay que tener en cuenta que los condicionantes espaciales debieron propiciar la elección de escenas como estas en determinados ámbitos: las imágenes de gran proximidad del monarca con entidades divinas resultan especialmente habituales en pilares o junto aperturas de vanos, allí donde el espacio resultaba reducido para colocar dos figuras a distancia.
[4] Ver distintos aspectos de este elemento, por ejemplo en A. WILKINSON, Ancient Egyptian Jewellery, Londres, 1971, pp. 68-69; P. BARGUET, L’origine et la signification du contrepoids de collier-menat, BIFAO 52, 1957, pp. 103-111; C. DESROCHES-NOBLECOURT, Amours et fureurs de La Lointaine, París, 1995, pp. 100-109.
[5] La forma del contrapeso de la menat, su posible origen, su significado y su simbología, ha sido un tema que ha generado cierta controversia. Algunos investigadores han considerado que la forma podría venir inspirada por determinados estuches utilizados para colocar espejos a los que se añadía una cuerda para poder llevarlos colgados del cuello; otros han comparado la forma de la menat con imágenes muy esquemáticas del cuerpo femenino; otros investigadores consideran que este elemento alude a la sexualidad femenina mostrando la forma de una vagina; algunos han visto en la menat la forma estilizada de los órganos sexuales masculinos.
[6] Generalmente se trata de iconografías alusivas a Hathor, mostrando imágenes de la diosa en distintas actitudes: amamantando, emergiendo con forma de vaca entre altos papiros… etc. También son comunes los motivos florales, alusiones a la fertilidad, a la infancia y la maternidad.
[7] También son frecuentes las representaciones de damas que no agitan el sistro, sino que sencillamente lo cogen entre sus manos, lo cuelgan de sus brazos, ect. (Fig. 7).
[8] Ver en H. HICKMANN, La menat, Kemi 13, 1954, pp. 99-102.
[9] La liturgia y las festividades eran animadas con la música de sistros y menats. Agitar estos elementos formaba parte también de ciertos acontecimientos en el ámbito de la corte y se documenta, por ejemplo, en las bienvenidas a determinados individuos. Así, en el relato de Sinuhé se narra un episodio de este tipo.

 

Artículo publicado en BIAE 57 

 

 

Autora Susana Alegre García

 

(Mejora de SEO/Readability/Presentación/Ilustración…13 de diciembre de 2020. No hay cambios en contenidos)

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