Zóser, El Magnífico
Por Christian Jacq 
16 febrero, 1999
Estatua de Zóser en el Serdab. Saqqara. Foto: Archivo documental AE.
Modificación: 16 mayo, 2020
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Cuando ocupa el trono el faraón Zóser (o Djeser) se inicia el Antiguo Imperio egipcio. Estamos en el siglo XXVII a. C. en el principio de la III dinastía. Zóser reina del 2640 al 2575 o del 2625 al 2605. El Egipto de la Antigüedad va a conocer uno de los periodos más brillantes de su historia y se habla, con mucha razón del «siglo de Zóser».

Algo más que un Rey

Según A. H. Gardiner, se pude considerar a Zóser como el verdadero fundador de esta III dinastía que, como veremos, dará un giro decisivo en la evolución religiosa, artística y probablemente social del antiguo Egipto. Un pequeño detalle nos mostrará hasta que punto la época inaugurada por Zóser introduce novedades: en la lista real de Turín, que presenta una sucesión de faraones, el nombre de Zóser se distingue inmediatamente. El escriba ha empleado tinta roja para él, un hecho totalmente excepcional.

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Estatua de Zoser en el Museo de El Cairo.

Imhotep «El Divino»Poca cosa, en realidad, para señalar el extraordinario reinado de uno de los más grandes faraones egipcios, por no decir el más grande. Zóser reinó en un Egipto unificado. Podemos estar seguros de ello por que para edificar el complejo de Saqqara hace falta un poderoso poder central. El Alto y Bajo Egipto, aún conservando su originalidad y sus instituciones particulares, se reúnen en la «doble corona». Las luchas triviales y partidistas, han terminado. Todo Egipto se reconoce en la persona de su caudillo, la paz interior es ya una realidad profundamente enraizada. Zóser era un hombre de voluntad férrea y autoridad, basta con recordar su impresionante cara en la estatua de Saqqara, pero este rey autoritario, también fue un hombre justo. A lo largo de toda la historia de Egipto se le rindió homenaje y las generaciones posteriores conservan de él el recuerdo de un hombre sabio, inteligente y competente.

La obra de Zóser fue de orden arquitectónico; para conseguir crear el conjunto arquitectónico de Saqqara, recurrió a un arquitecto genial, Imhotep. El sacerdote Manetón dice acerca de Imhotep que, a causa de su ciencia médica es considerado por los egipcios como Escapulario; a el se debe el procedimiento de la piedra tallada para la construcción de monumentos y también se dedicó a las letras. Imhotep, primer ministro y amigo personal de Zóser el magnifico, es uno de los genios más grandes de la historia. Es el artífice de una revolución artística de un alcance considerable, puesto que fue el primer arquitecto en construir en piedra un conjunto monumental tan importante como el de Saqqara. Imhotep, según una inscripción encontrada en Uadi Hammamat, era hijo de Kanefer, que tenía el titulo de «jefe de las obras del país del sur y del norte»; dicho de otro modo, era el maestro de obras del reino nombrado directamente por el faraón. Así, tenia de donde aprender, y probablemente aprendió el oficio de su padre y en los talleres de Menfis, la capital de Egipto.

Según la tradición, Imhotep no poseía solamente las cualidades de un arquitecto; también era médico, mago, astrólogo, escritor y filósofo. Se trata de aptitudes que también se atribuyen a muchos grandes maestros de obras, sobre todo en la edad media, de Oriente y Occidente.

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Imhotep, El Divino

http://es.wikipedia.org/wiki/Imagen:Imhotep-Louvre.JPG

Imhotep, empezó tallando vasijas de piedra dura en los sótanos de Saqqara. Después fue escultor, arquitecto, y ocupó las funciones administrativas y religiosas más altas. Administrativas al ser portador del sello real, es decir, un alto dignatario capaz de tomar decisiones comprometedoras para el destino del estado egipcio; religiosas al ser sumo sacerdote de Heliópolis, la ciudad santa por excelencia, la ciudad del dios sol. Imhotep, disponía de la casi totalidad de los poderes civiles y religiosos y trabajaba bajo la responsabilidad directa del faraón. Como Imhotep, era también jefe de la justicia, superintendente de los archivos reales, «vigilante» de lo que aportan el cielo y la tierra del Nilo, «vigilante» de todo el país, jefe de los magos, y portador de las formulas que hacen eficaces los ritos, se constata que gozaba de las prerrogativas del visir. En la historia de Egipto, el visir será el segundo personaje del estado, el confidente del faraón, el hombre del ejecutivo. Sin llevar el título, Imhotep creó su función y definió su campo de responsabilidades.

A partir de la XXVI dinastía, que admiró tanto al Imperio Antiguo, se crearon estatuillas de bronce que representaban a Imhotep. Aparece sentado, en una postura severa, con un rollo de papiro sobre sus rodillas. Lleva la cabeza rapada y va vestido con un traje largo. Todo en él es calma y serenidad. Su fama no cesa de aumentar. Se le adjudica un cuerpo especial de sacerdotes, por que Imhotep se convierte en dios, incluso forma parte de una «triada», Imhotep es hijo del dios Ptah, patrón de los artesanos, y de la diosa Sekmet. Se trata pues de un «dios hijo» venerado hasta la época de los Ptolomeos. Bajo la ocupación de Dario el Persa, los egipcios honran la memoria de Imhotep maestro de obras y le atribuyen la creación del plano del inmenso templo de Edfu, en el alto Egipto. Se construyeron templos en honor al divinizado Imhotep en Karnak, en Dayr el-Bahary, en Dayr el-Medineh, en la isla de File y probablemente en otros muchos lugares. Pero su santuario mas famoso fue una capilla en Saqqara.

El arqueólogo británico W.B. Emery estaba convencido de que la tumba del gran sabio se había cavado en el sector norte de Saqqara. Buscándola, descubrió un pozo funerario de la III dinastía, la de Zóser e Imhotep. Lleno de esperanza, llego hasta un verdadero laberinto a más de diez metros bajo el suelo. Es ese lugar había amontonadas miles de momias de ibis. El pájaro sagrado de Toth no está relacionado con Imhotep, que veneraba al dios de la cabeza de ibis, patrón de los escribas y de los magos. Ese laberinto subterráneo era un homenaje indirecto a la memoria del maestro de obras. Si bien la momia y la tumba de Imhotep no han sido encontrados, su obra esencial permanece viva y bien visible.

El complejo funerario de Saqqara

Al igual que Luxor, Karnak, Abydos o Edfu, Saqqara es un paraje mágico donde se respira el espíritu egipcio en toda su pureza. Sobre esa llanura desértica, donde casi se puede palpar el genio de la vieja civilización faraónica, nos vemos bruscamente transportados muy lejos de El Cairo, muy lejos de nuestra época. Se tiene la impresión de comunicar con esos hombres que, a pesar de los siglos, siguen cerca de nosotros. La pirámide escalonada de Zóser y de Imhotep, recinto sagrado del complejo funerario, los monumentos que se levantan hacia el cielo, no nos resultan extraños, son parte integrante de nuestro paisaje interior, son creaciones de tal fuerza que nuestra mirada nunca las podrá olvidar.

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Entrada al complejo funerario de Saqqara

El emplazamiento de Saqqara fue redescubierto por un general prusiano, Van Minutoli en 1821, El ingeniero J.S. Perring empezó las excavaciones en 1837; una primera exploración sistemática se realizó en 1842-1843 por el arqueólogo alemán Richard Lepsius. En 1851, Auguste Mariette descubrió el Sarapeum, y hace recaer la atención del mundo en Saqqara. En cuanto al conjunto de Zóser, hay que esperar la campaña de excavaciones dirigida por Cecil M. Firth, de 1924 a 1927. En el mes de Enero de 1924 empezó a explorar el complejo funerario y, para su gran sorpresa, descubrió los cimientos de una fachada de piedra tallada con columnas acanaladas. Al principio, no puede pensar que se trate de una obra egipcia y piensa que se trata de una muestra de arquitectura griega. Firth tuvo que rendirse enseguida ante la evidencia: se trata de una construcción de la época faraónica.

El arqueólogo francés Jean-Philippe Lauer se vinculó a la exploración arqueológica de la obra de Zóser. Empezó a trabajar en Saqqara en diciembre de 1926, y actualmente aún continúa ocupándose de los monumentos.

Saqqara se encuentra en el desierto, en el límite de la llanura libia, frente a tierras cultivadas y a los palmerales donde se han encontrado escasos restos de la gloriosa Menfis. El paraje elegido por Imhotep dominaba la capital de Zóser; no estaba muy lejos de la necrópolis de los faraones de la I y II dinastía, con lo que se garantizaba una especie de continuidad espacial.

Empiezan las obras

Imhotep hizo quitar la arena y allanar la superficie calcárea. Después se cavaron pozos en la piedra hasta veinticinco metros de profundidad, y en el fondo se puso granito. Ahora bien, no hay canteras de granito cerca de Menfis; la piedra de mejor calidad se encuentra en la zona de la primera catarata, a ochocientos kilómetros de Saqqara. Sin embargo, los bloques de granito se llevaron en barco hasta la región de Menfis. El faraón no se vuelve atrás ante una dificultad técnica.

Saqqara es ante todo la pirámide escalonada, se encuentra en el centro de la superficie de quince hectáreas ocupada por el terreno funerario, es también, el punto central del admirable ideal de Zóser: subir al utilizando esa gigantesca escalera de piedra, acceder al paraíso celeste por las gradas de la pirámide para vivir en compañía de sus hermanos, los dioses.

Entre los numeroso y complicados edificios concebidos por Imhotep, la pirámide escalonada se impone inmediatamente a la mirada. Bajo esta pirámide se depositó el cuerpo mortal del faraón; en su cima, confundido con el sol, se encuentra el cuerpo inmortal, brillando para siempre como una estrella para iluminar a las generaciones futuras.

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Patio de la Fiesta Sed con la Pirámide escalonada al fondo

Una inmensa tapia rodeaba el conjunto funerario: medía más de mil quinientos metros de largo y unos once metros de alto. Cada cuatro metros, mas o menos, se marcaba el ritmo de la muralla por una especia de baluarte, adornado con una puerta falsa con dos batientes. Ese dispositivo de protección estaba marcado por una alternancia de partes salientes y entrantes que le daban el aspecto de una «fachada de palacio» fortificada. Probablemente, Zóser quiso reproducir la famosa «muralla blanca» que rodeaba Menfis y cuya construcción decidió Menes. De ese modo rendía homenaje a su más ilustre predecesor y magnificaba la unidad del Doble País.

El hecho más sobresaliente es el nacimiento de la forma piramidal. Por primera vez en la historia egipcia, un arquitecto crea una formula monumental, tan poderosa y particular, los niveles o gradas de la pirámide son, al mismo tiempo, mastabas superpuestas y escalones de una escalera que une el cielo y la tierra. Todo sucede como si el arquitecto arrancara la materia del suelo, como si el peso de la piedra no fuera obstáculo para él, sino, una posibilidad de elevación. Con el nacimiento de la pirámide, Egipto sale del marco estrecho de una civilización primitiva para entrar en la historia universal.

La obra de Zóser no ha sido construida para los mortales

Para acceder a ella hay que encontrar primero la entrada de la parte reservada a Zóser. Imaginemos la tapia en su estado primitivo. Nos encontramos por todas partes, con baluartes, puertas falsas que parecen estar abiertas pero que , en realidad, son efectos engañosos en la piedra; se encuentran en todas partes menos cerca del ángulo sur del lado este del recinto. En este lugar se encuentra el único acceso, abierto en una puerta monumental de seis metros de alto por un metro de ancho, no tiene ninguna cerradura; es una curiosa paradoja ya que si bien las fortificaciones se edificaban con todo lujo de precauciones, la única entrada posible tiene como única defensa su estreches.

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Pasillo de entrada al complejo funerario de Saqqara

Lo que sucede es que , la gran obra de Zóser, no ha sido construida para los mortales, solamente el alma puede penetrar por esta abertura. Al franquear esa puerta, notamos que atravesamos la frontera de otro mundo, para Zóser, era el umbral del Más Allá, trasladado y manifestado en la tierra de los vivos. Una vez dentro, descubrimos por una admirable columnata de cincuenta y cuatro metros de largo, una alameda primitivamente cubierta y bordeada de cuarenta columnas, es además, el primer espacio abierto de columnas que se conoce. En el ángulo suroseste hay una pared rematada con un friso de cobras enfurecidas, pero, acerquémonos a la pirámide y a sus seis gradas desiguales que se elevan a más de sesenta metros de altura. Su núcleo central fue una mastaba de forma totalmente excepcional con una base cuadrada. Por consiguiente, Imhotep, se liberó del pasado y manifestó su genio innovador. Los cuatro lados de la pirámide, cada uno de una longitud de unos sesenta y dos metros, están orientados a los cuatro puntos cardinales, hay que ver en ello una motivación religiosa.

Lo que sorprende en el aspecto de esta primera pirámide de la historia egipcia es la fuerza de un nacimiento. Todo es coherencia, todo es unidad en la pirámide escalonada de Zóser.

El mundo subterráneo; las cámaras funerarias de Zóser

Cuando Lauer, a veintiocho metros de profundidad, perturbó por primera vez el silencio de esos lugares, descubrió una verdadera ciudad-laberinto formada por la tumba del rey, sus dependencias, la tumba de las reinas, galerías, pasillos y habitaciones de diversos tamaños; se trataba de una ciudad de piedra eterna. La exploración arqueología no ha resuelto ni mucho menos todos los enigmas. Todavía no podemos explicar la totalidad de ese complicado dispositivo. Sin embargo, algunos puntos de referencia permiten percibir las intenciones de Zóser.

La decoración de algunas partes de esas cámaras funerarias es esmerada, resalta la presencia de placas de loza azul imitando las esteras de caña que adornaban las paredes del palacio menfita del rey. Además parece ser, que imhotep, quiso reproducir en la piedra elementos vegetales como cañas o palmeras y elementos de madera. Nos espera una maravillosa revelación, por que Zóser estáfísicamente presente en sus posesiones subterráneas. No está presente en su momia, de la que solo se encontró un pie, sino por las estelas en que se muestra a Zóser efectuando actos rituales. Se le ve sobre todo corriendo, mostrando una potente musculatura, con el flagellum en una mano y el mekes en la otra. El flagellum es una insignia de gobierno, el mekes es un estuche que contiene el testamento por el que los dioses legan al faraón la tierra de Egipto para que éste le dé felicidad y prosperidad.

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Pirámide escalonada de Saqqara

Existe otro enigma que bloquea nuestra comprensión de las cámaras funerarias subterráneas de Zóser. El faraón se había reservado dos tumbas: la que se encuentra bajo la pirámide y otra bajo el macizo del recinto sur, a más de doscientos metros de su momia. Esa tumba del sur imita, además, el panteón situado bajo la pirámide; se encuentra allí la representación de Zóser celebrando los mismo ritos. Solamente las creencias religiosas pueden explicar lo extraño de un dispositivo de este tipo. Una de las tumbas de Zóser estaba destinada a uno de los aspectos de su ser, probablemente lo que se podría llamar su cuerpo mortal, mientras que la otra era reservada a su cuerpo imperceptible.

Otra de las sorpresas de los arqueólogos fue descubrir una gran cantidad de vasijas de piedra dura amontonadas el algunas habitaciones. Se cuentas al menos cuarenta mil en alabastro, pizarra, diorita, dolerita, granito, etc. Varias de ellas tenían grabado el nombre de faraones de la I y la II dinastía y de personajes importantes. Hay una vasija que destaca, ofreciendo una de las claves del conjunto: servia de soporte a un texto que desea a Zóser un millón de fiestas de sed, es decir, que su reinado se renueve eternamente. La acumulación de esas vasijas es un acto mágico.

Volvemos a la superficie

Salgamos ahora de la zona subterránea y volvamos a la superficie. Nuestra atención se centra fundamentalmente en dos edificios rectangulares de techo abombado, la «casa del norte» y la «casa del sur» edificios que corresponden a las dos partes de Egipto y que desempañan un papel importante en la celebración de la fiesta sed para la que se concibió la compleja red de monumentos situados en el interior del recinto. Experimentaremos una intensa emoción al dirigirnos hacia el patio del sirdab, frente al extremo este de la cara norte de la pirámide escalonada. En el Sirdab, esa cámara ciega que contiene las efigies del muerto, nos espera Zóser. Está ahí, inmortalizado para toda la eternidad en una extraordinaria estatua de piedra. En la actualidad un molde reemplaza el original que se conserva en el museo de El Cairo, pero la representación del faraón ha conservado toda su fuerza.

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Fachada del Serdab

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Estatua del Rey Dyeser vista desde los orificios practicados en la fachada del Serdab

Zóser va vestido con un traje ritual largo, y sólo se ven sus manos y sus pies. Lleva una larga peluca cubierta con una tela plisada y la barba postiza, considerada en sí como una divinidad. Los ojos de cristal de roca, que estaban engarzados en alvéolos de cobre, han desaparecido. Sin embargo, la mirada de Zóser sigue presente. Sigue dando vida a esa cara de una gran severidad, con pómulos salientes, subraya la actitud hierática del faraón, con la mano izquierda extendida sobre el muslo y la mano derecha cerrada sobre el pecho.

Una última mirada a Saqqara

A pesar de su carácter funerario, se nota hasta que punto, todo rezuma aquí una fuerza naciente, una juventud de una civilización, una pasión del descubrimiento y de la novedad. La eficacia mágica no es una palabra vana: Zóser ha vencido la prueba del tiempo, ha dado a Egipto una fuerza que durará durante varios milenios, ha creado la forma piramidal, sin lugar a dudas la más pura y la más perfecta de todas las visiones arquitectónicas del hombre.

Hay que tener presente la voluntad de Zóser de vincular de manera indisoluble lo divino y lo humano. En Saqqara construyó su tumba pero reprodujo también su palacio real, El lugar de su existencia terrestre. Utiliza la piedra, el material aparentemente más opaco, pero lo hace trasparente para la misteriosa circulación del alma. Y no olvidemos sobre todo que Saqqara es el lugar de una fiesta.

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Una última mirada a Saqqara

En realidad Zóser no fue muerto; trasmitió la vida mediante la piedra. Tras las fachadas de su palacio del Más Allá, cuidadosamente labradas, solamente hay un montón de grava. Al franquear el recinto, pasamos al otro lado del espejo, entramos en el paisaje del alma, en la realidad de una fiesta eterna.

 

Autor Christian Jacq

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