Vistazo a la tierra amada
Por Diana Navarro López
Creación: 21 junio, 2011
Modificación: 3 junio, 2020
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No se como expresar todo el sufrimiento que llevo por dentro, todo el dolor que siento. Así que empezaré por presentarme.
Soy Neith, esposa de un escriba de mi amado Kemet. Todo me iba bastante bien hasta aquel día.
No sé muy bien cuanto tiempo había transcurrido desde mi muerte, ya que en el lugar donde me encontraba no te enteras prácticamente de nada, se está bastante bien y es muy relajante.
Pero de pronto vino uno de los grandes dioses a verme, todos estábamos confusos ya que los dioses tienen su propio lugar alejado de nosotros, para tener más intimidad.

Me dijo que había sido elegida para echar un pequeño vistazo a lo que quedaba de nuestro amado y sagrado lugar, Kemet. Yo acepté entusiasmada por volver a ver la tierra negra, las aguas sagradas del Nilo, ver si aún seguían las pirámides de aquel blanco impoluto, si mi tumba seguía intacta….uf quería ver tantas cosas, estaba realmente entusiasmada y nerviosa.
Sí que es cierto que en el Ialú se estaba muy bien, pero Kemet era Kemet, un lugar tan magnífico y especial no se le puede olvidar a uno, donde crecí y aprendí todo lo que sé, la tierra de mis dioses, de mis hijos, de mis antepasados. Un lugar lleno de luz y de magia. Así que acepte de inmediato.
El viaje fue algo vertiginoso y violento, agradecí no tener que volver a vivir las pruebas que tuve que pasar hasta llegar al Ialú.

Aterricé en un lugar extraño, llegué a pensar hasta que los dioses se habían equivocado con mi rumbo, pero era imposible, los dioses nunca se equivocan. Ese lugar debía ser Kemet, pero ya no se respiraba magia, ahora había una especie de humo desagradable que te impedía respirar, ya no olía a aquel olor que tanto me gustaba, incienso. La gente vestía de forma extraña, no se veía a nadie vistiendo con túnicas de lino blanco, las mujeres cubrían su rostro mostrando solamente sus ojos, los animales vagaban asustados y famélicos de un lado a otro, parecía que los gatos ya no eran sagrados. El suelo era negro, no me transmitía esa sensación de estar conectada a la naturaleza, nada de lo que me rodeaba parecía respetar mi anhelado maat.
Sentía nauseas, me estaba mareando, el aire estaba tan sucio. La gente caminaba muy rápido, como si se fuese a acabar el mundo, entonces quise salir de ahí. Me moví, pero lo hice tan rápido que de repente estaba frente a las pirámides de Gizeh. ¿Cuánto tiempo había pasado? estaban tan destrozadas, yo diría que hasta más pequeñas, la capa blanca que hacía que Ra se reflejase en ellas había desaparecido, ahora eran del color del desierto.
Pero nuestro objetivo se había cumplido, habían perdurado hasta la posterioridad, sin embargo me entró un profundo sentimiento de tristeza, anhelaba ver mi tierra como yo la recordaba, este no era Kemet. Ni siquiera era la sombra de los despojos de Kemet.
El Nilo había disminuido cuantiosamente, la esfinge había perdido todo el color, incluso  su rostro. Era muy triste, como morir sin ser embalsamado.
Volví a moverme. Unas cuántas personas se aglomeraban en el interior de uno de mis templos favoritos. No parecían egipcios, debían de ser de más allá del Gran Verde *(Así llamaban al Mediterráneo).
Llevaban unos artilugios que ponían frente a los murales y entonces producían una especie de luz instantánea.
Pero entonces vi que uno de ellos alargaba la mano y disimuladamente robaba un trozo de pared. Yo grité horrorizada, el templo lloró conmigo.
Acaricié sus paredes, le pedí comprensivamente que se desahogara. Entonces él me contó cuantas de aquellas gentes le robaban, le estropeaban con sus innumerables y aglomerados pasos, me dijo que muchos desalmados intentaron destruirlo para siempre. Me contó que tuvo una época tranquila, hasta que de pronto un señor llamado Napoleón dio a conocer el país, y entonces fue cuando vino la ola de gente, de saqueos…
Su voz sonaba tan triste y cansada, que no pude evitar llorar, ¿donde estaban los valores de aquella tierra que yo amé? Mejor dicho, ¿donde estaba la tierra a la que amé?
Ya no había orden ninguno, a las mujeres se les trataba de inferiores, la agricultura no era tan importante como lo había sido en mi época…era como si en vez de avanzar hubiese decaído todo cuanto nuestra cultura había forjado costosamente.
Pero había un par de cosas que no habían cambiado. El poder y la ambición. La gente quería más y más poder, sólo les importaba eso. Seguía habiendo gente muy pobre y gente muy rica. Parece ser que eso también entra en el orden cósmico ya que sigue sin cambiar por los tiempos de los tiempos.
No estaba segura de si quería seguir viendo más, pero no podía evitar sentir curiosidad. Entré a la tumba del que fue mi faraón y lo máximo que temía era que hubiese sido saqueada, ¿pero esto? El nudo en la garganta cada vez apretaba con más fuerza, como si un espíritu maligno estuviese presionando un poco más con cada barbarie que veía.

El sarcófago no estaba, los tesoros tampoco… NADA. Estaba vacía.
Entonces me pregunté dónde podría estar todo aquello, y en forma de respuesta me trasladé volando a velocidades increíbles hasta un lugar.
Tenía columnas blancas y era amplio, el interior estaba lleno de cajas transparentes con objetos antiguos. Vi al fondo del pasillo, una puerta en la que había una imagen de un faraón y símbolos extraños, serían los nuevos jeroglíficos de esta generación, pero no eran dibujos lo que había representado. Eran como una especie de garabatos.
Entré, y vi que allí se encontraba todo lo que aquel faraón deseó guardar para utilizarlo en la otra vida. Seguí avanzando, y pude ver el sarcófago del faraón, con los colores de antaño. La gente entraba, le apuntaba con esos aparatos que creaban una instantánea luz, algunos jóvenes se reían al verle y hacían comentarios hirientes.
La momia lloraba, pero ellos no podían verlo, sólo yo lo veía.
Me contó que ahora mismo no nos encontrábamos en Kemet. Estábamos más allá del Gran verde. Me dijo lo que yo también sentía, ese profundo sentimiento de anhelar algo y ver que ya no está, que se ha perdido, olvidado.
Me dijo que daría lo que fuese solamente, por poder descansar tranquilo en su tierra. Él cuando murió lo único que quería era poder descansar en el lugar donde siempre había vivido. Nunca se pudo imaginar que acabaría tan lejos de allí. A la vista de todos, con un leve descanso de un par de horas, porque en seguida entraba el siguiente grupo de visitas.
Pero me aseguró que en el fondo no lo tenía tan mal, que podía ser peor. Yo incrédula no pude imaginar descanso peor. Pero me contó que había habido otros que fueron arrebatados de su tumba y ahora descansaban en lo más profundo del mar.

Me dijo que él tenía miedo al agua y que era un hombre que no podía olvidar el desierto.
No podía soportar la sola idea de descansar en su temido mar, sin la luz de Ra, con el sarcófago decolorándose y con esa sensación de abandono y olvido.
Muchos otros, faraones, mujeres, niños, tesoros… todo lo que la tierra negra había sido, estaba esparcido por el mundo entero. En casas de egoístas ladrones, que tenían ocultos los tesoros a modo de decoración o en otros recónditos lugares del planeta. En sitios que los exhibían a la vista de todo el mundo, aun sabiendo que habían sido robados. Y en miles de situaciones más.
Tenía muchas ganas de llorar, pero ni aunque llorase toda el agua del océano, conseguiría desahogarme. Me sentía tan sumamente triste y olvidada, un abandono total. Habíamos desaparecido. ¿Cómo había podido ocurrir? Los dioses deberían ser eternos, no pueden desaparecer. Y sin embargo, lo habían hecho.
Ya no se escuchaba nuestra mágica música, ni siquiera había nadie que tuviese una idea de cómo era. La gente no tenía el nivel de felicidad que nosotros teníamos. Ni nuestras costumbres, ni siquiera nuestro idioma seguía en nuestra tierra.
En cambio, en la medicina se habían logrado grandes avances pero, aún así, no alcanzaban el nivel de constancia, esfuerzo, dedicación y trabajo que nosotros teníamos para todas las cosas. Nosotros nos tomábamos más en serio el saber, el trabajo, el llegar más allá de lo que parecen ser las cosas.
¿Por qué tuvo que desaparecer una cultura tan perfecta?, deberían haberla PROTEGIDO, CUIDADO, CONSERVADO. Eran todos los pilares de todas las culturas, todos copiaron o aprendieron algo de nosotros y lo incorporaron en sus vidas.
Por lo que he podido descubrir en Roma y en muchos otros lugares pueden contemplarse monumentos ambientados en Egipto. Incluso un músico muy importante llamado Mozart se inspiró en los misterios egipcios de iniciación, para su obra “La flauta mágica”. Pitágoras estudió astronomía y geometría en Egipto y podría seguir nombrando muchas más cosas.
Pero ya no hay vuelta atrás, ya no se puede hacer nada. Se ha ido. Kemet no está, no volverá, nadie verá a la Tierra negra como todos mis antepasados, mis familiares, mis amigos…la veían. Nadie rezará a los dioses que formaron el panteón egipcio. Nadie respetará a las momias, con el debido respetoque merecen. Nadie amará a Kemet por encima de todas las cosas existentes.
Entonces cerré los ojos, me dejé caer apoyada en una columna del templo de Philae. Las lágrimas empezaron a brotar. Me sentía tan rota y destrozada, quizás sea así como se siente ahora Kemet.
Ya no quería ver más, quería irme al Ialú y olvidar esta pesadilla, olvidar estas imágenes que tenía clavadas en la mente. Recordar a Kemet tal y como yo la viví.
Pero entonces volví a moverme sin que yo lo mandase, y me fui a rincones de todas las partes del mundo, y pude ver con gran sorpresa que hay gente que ama y siente a Kemet, la estudia y se alimenta de su magia. Siente como yo esa manera de echar de menos algo que no está ni existe, y tiene que conformarse con esos despojos de la civilización. Gente que se preocupa del deterioro de los monumentos, que siente rabia como yo, porque ya no está Kemet ni lo estará. Pero aún sienten otro sentimiento nuevo para mí, y que sin duda es el más horrible, sienten rabia por no poder ver, sentir ni vivir en el antiguo Egipto. Yo al menos pude saber qué es, y qué se siente, cómo era todo allí.  Y siento mucha lástima por los que tienen que vivir en este caótico mundo, que nada tiene que ver con el que yo tuve que vivir.

Algo más aliviada por ver que hay gente que ama con todas sus fuerzas a mi tierra sagrada, volví al Ialú. Esperanzada con que ellos podrán salvar lo que queda de mi tierra, con que sabrán cuidarla y respetarla.
Cuando llegué todos me esperaban. Lloré esta vez, pero no de tristeza.
Fue como si me hubiesen salvado de algo horrible, y ahora contenta de estar entre los míos, de ver lino blanco en las prendas, de ver a todos los que hicieron posible una civilización única e inigualable, no podía dejar de llorar. Me pidieron que les contase todo lo que había visto. Pero no quería que ellos pasasen por aquello, fue peor que pasar el juicio de Osiris y las demás pruebas sin ningún conjuro de ayuda.
Así que decidí contarles que las pirámides y la mayoría de monumentos seguían en pie, altivos. Que por un leve tiempo nadie pudo saber nada de nosotros pero un tal J.F.Champollion hizo posible que nuestra voz silenciosa hablara con toda su fuerza, cautivando corazones que se enamoraron de nuestro país, y que cada vez hay más personas que desean estudiar y llenarse de nuestro saber.

Lo perfecto, único e inigualable NUNCA podrá ser olvidado.

 

Autora: Diana Navarro López

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