Maat: El hombre y el orden del mundo en el Antiguo Egipto
Por Ildefonso Robledo Casanova
2 noviembre, 2004
Modificación: 16 mayo, 2020
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Ofrenda de Maat

Maat, hija de Re, era la divinidad que personificaba las ideas de armonía y equilibrio que los antiguos egipcios pensaban que debían presidir la vida en el universo creado. Si Maat llegaba a ser vencida por el Caos, lo que aconteció en Egipto en momentos de revoluciones y desórdenes, la sociedad se tornaba injusta, la mentira imperaba por doquier y el hombre, infeliz, era presa de la angustia. Afortunadamente, las virtudes de Maat imperaban en el país y gracias a esta divinidad el Orden, la Estabilidad y la Armonía hacían que el acto de la creación del mundo se renovase día tras día. Gracias a Maat los egipcios vivían en la felicidad. Gracias a ella y a la armonía del cosmos los fenómenos celestes se repetían de manera periódica en el firmamento estrellado.

La serpiente Apofis, sin embargo, en cuanto elemento de discordia que amenazaba el equilibrio y la armonía de la creación suponía una dura prueba que debía ser superada día tras día. Cada noche Re, auxiliado por Maat y por las fuerzas de la Luz, debía vencer a las Tinieblas.

Maat constituía en las creencias egipcias el alimento diario del que debían nutrirse los dioses que habitaban en los templos. Para conseguir que la creación del mundo se repitiese de manera incesante hasta el infinito los sacerdotes llevaban a cabo todos los días actos de magia cuya finalidad era la de ofrendar las virtudes de Maat al dios respectivo. Se han conservado los textos de esas invocaciones (Papiro de Berlín 3055, citado por Martín Valentín, 2002, pág. 140):

Yo he venido hacia ti; yo soy Thot con las dos manos juntas para llevar la Maat. Maat ha venido para estar contigo. Maat está en todos tus lugares para que te poses en ella. Ella es tu hija. Vives de su perfume y se coloca como un amuleto en tu cuello. Tu ojo derecho es Maat; tu ojo izquierdo es Maat, tus carnes y tus miembros son Maat…”

En palabras de Martín Valentín “para asegurar la regeneración diaria de la obra de la creación, consistente en fenómenos tan aparentemente sencillos como el nacimiento del nuevo día, los egipcios acudían a la magia en la creencia de que, gracias a ella, se garantizaba que todo seguiría estando en un orden adecuado”.

Maat: El hombre y el orden del mundo

Maat: El hombre y el orden del mundo

Era frecuente que fuese el propio faraón el que hiciera la diaria ofrenda de Maat a los dioses. Ese es el motivo de que en muchas ocasiones la figura de Maat se represente en las manos de uno de los reyes, que la está ofreciendo a alguna divinidad. De algún modo, como luego veremos, el faraón era el símbolo de Maat en la tierra.

Hubo momentos, según antes comentamos, en que los hombres llegaron a pensar que Maat, vencida por las fuerzas del Caos, había abandonado Egipto. Algunos textos que conocemos como “Lamentaciones” ofrecen noticias de esos tiempos en que ausente Maat de la tierra reina en Egipto la injusticia y la vida se ha hecho tremendamente dura para el hombre. Así sucede en el conocido “Diálogo del Desesperado”, en el que el personaje que se lamenta ansía la llegada de la muerte para poder alejarse de la maldad que impera en este mundo. El texto alcanza momentos de gran intensidad y dramatismo. Veamos la versión de Serrano (1993, pág. 274):

“¿A quién hablaré hoy?
No hay nadie justo.
El país ha sido abandonado a los malhechores.
¿A quién hablaré hoy?
Se carece de un amigo íntimo,
y se recurre a un desconocido para quejarse.
¿A quién hablaré hoy?
No hay nadie contento.
Aquél con quien uno solía pasear ya no existe.
¿A quién hablaré hoy?
Estoy agobiado por las aflicciones
a causa de la carencia de un amigo íntimo.
¿A quién hablaré hoy?
La maldad ronda por la tierra,
y no tiene fin.

La muerte está hoy ante mí
(como cuando) un hombre enfermo sana,
como salir afuera tras estar confinado.
La muerte está hoy ante mí
como la fragancia de la mirra,
como sentarse bajo un toldo un día de brisa.
La muerte está hoy ante mí
como el perfume del loto,
como estar sentado al borde de la ebriedad.
La muerte está hoy ante mí
como un camino trillado,
como cuando un hombre regresa de la guerra al hogar…”

El faraón: “Justo de Voz”

El faraón, auténtico dios viviente, era un elemento imprescindible para el mantenimiento del orden del mundo. Existen diversas historias que nos hablan del origen divino de los reyes; en el Papiro Westcar, por ejemplo, se afirma que Re y la hija de un sacerdote engendraron tres hijos que con el paso del tiempo, allá por el año 2500 a.C., habrían de reinar con los nombres de Userka, Sahuré y Neferirkaré. La propia Hatshepsut, cuando murió Tutmosis II, no tuvo reparos en justificar su usurpación del trono alegando que el propio Amón era su padre.

El faraón era el intermediario entre Dios y los hombres y debía ocuparse tanto de proteger al pueblo egipcio como de ayudar a Maat en su labor de mantenimiento de la creación. Gracias a sus desvelos los enemigos que amenazaban al país se mantenían alejados y reinaba en Egipto el Orden, la Verdad y la Justicia. Cuando el faraón era un hombre justo la felicidad imperaba y el pueblo egipcio vivía en la alegría.

El poder inmenso de que estaba investida la figura del faraón precisaba que las decisiones que pudiera tomar estuvieran conformadas a Maat ya que en otro caso la injusticia imperaría por doquier. El proceso de dictado de órdenes por parte del faraón constaba de dos momentos; en el primero, su corazón concebía un pensamiento, en tanto que en el segundo era su palabra la que daba la orden de que ese pensamiento se materializase. El poder de la palabra del faraón, casi tan inmenso como el de los dioses, creaba la realidad. Sus deseos, expresados con su voz, eran ejecutados por los hombres.

El faraón, y el hombre justo en general, debían ser lo que se denominaba “Justos de Voz”, es decir, su palabra debía de estar conformada a Maat, de modo que esa palabra justa era creadora y daba la vida. Los textos que conocemos como “Instrucciones Reales” nos muestran que el faraón debía de estar dotado de especiales cualidades morales. Tenía que desvivirse por la justicia y la sabiduría y actuar con bondad hacia el pueblo egipcio. En las denominadas “Instrucciones de Lealtad”, que se datan en la dinastía XII, se nos habla de la consolidación del poder del faraón, tras una anterior etapa de anarquía; en el texto se nos ofrece la visión de un rey de origen divino, poderoso y señor de la Justicia (Serrano, 1993, pág. 149):

“Adorad al soberano Ny-Maat-Re, que vive para siempre, dentro de vuestro ser. Fraternizad con su majestad en vuestros corazones. Propagad su temor cotidianamente. Hacedle alabanzas en todo momento. Él es el Conocimiento, que está en los corazones, sus ojos escrutando a todos los seres. Él es Re, bajo cuya dirección se vive. El que está bajo su protección tendrá grandes posesiones. Él es Re, por medio de cuyos rayos se puede ver. Él ilumina el Doble País más que el disco solar…”

Maat: El hombre y el orden del mundo

Maat: El hombre y el orden del mundo

Nuevamente a modo de ejemplo, en las “Instrucciones a Merikaré” (Serrano, 1993, pág. 90) encontramos diversos consejos que deben permitir que Merikaré sea un “Justo de Voz”: “Haz –se le dice- que seas amado por todos los hombres”, o “Que seas llamado aquel que acabó con el tiempo del sufrimiento”, o “Se recto, practicando la justicia, en la que confían los corazones”. Es en este texto sapiencial en el que se nos dice que Dios prefiere las cualidades de un hombre que sea recto de corazón, es decir, que actúe en su vida conforme a Maat, antes que recibir las valiosas ofrendas que pueda aportarle un pecador.

El corazón ante Maat

Los egipcios pensaban, cuando llegaba el momento de la muerte, que si un hombre había vivido y actuado de acuerdo con Maat, es decir, había ajustado su existencia a la Verdad y la Justicia, cuando fallecía su vida estaba asegurada en el más allá para siempre. El hombre justo, conformado a Maat, tenía la esperanza de ajustar su destino, tras la muerte, al de Osiris. Los elementos espirituales que se integraban en el hombre eran de naturaleza divina y por tanto eran eternos del mismo modo que lo son los dioses. Ahora bien, si el hombre no había sido justo, es decir si no había obrado en su vida conforme a Maat, tras la muerte le esperaba la aniquilación y el olvido. El capítulo 18 del “Libro de los Muertos” nos dice:

“¡Salve, Señor del Occidente, Unnefer que resides en Abidos! Llego ante ti con el corazón pleno de rectitud, en mí no existe pecado, no he mentido a sabiendas, no he cometido mal. (Por tanto), concédeme ofrendas que provengan de los altares de los Señores de la Verdad y (haz) que pueda ir y venir por la necrópolis sin que mi alma sea estorbada y que pueda contemplar eternamente el disco solar y también la luna.”

Plenamente seguro de sus creencias, el sacerdote Petosiris nos dejó escrito en su tumba: “El Occidente es la morada de aquel que no tiene faltas. Rogad a dios por el hombre que lo ha alcanzado. Ningún hombre lo alcanzará, a menos que su corazón sea recto practicando la justicia. Allí el pobre no se distingue del rico, sólo el que es encontrado libre de falta por la balanza y el peso ante el señor de la Eternidad. Ahí nadie está exento de ser calibrado: Thot, como un babuino a cargo de la balanza, sopesará a cada hombre por sus actos en la tierra.”

El difunto es conducido por Maat ante la balanza donde su corazón será pesado por Anubis y Horus (papiro del Museo del Louvre)

El difunto es conducido por Maat ante la balanza donde su corazón será pesado por Anubis y Horus (papiro del Museo del Louvre)

En efecto, los egipcios pensaban que tras la muerte física el difunto había de ser sometido a un duro juicio en el que se trataba de contrastar que su corazón había actuado con justicia. Según el capítulo 125 del “Libro de los Muertos” el individuo, en presencia de Osiris, Señor de las Dos Maat, y de otros 42 dioses debía prestar una solemne declaración de inocencia e inmediatamente después su corazón era pesado ante Maat. En uno de los platillos de la balanza se colocaba el corazón, en tanto que en el otro se colocaba una pluma de avestruz, símbolo de Maat. El corazón, si era justo, debía pesar menos que la pluma. Thot registraba el resultado sobre una tablilla y declaraba en su caso al difunto “Justo de Voz”. En otro caso, un ser monstruoso, Ammit, aniquilaba al fallecido.

El “Libro de los Muertos”, en diversos momentos, hace alusión a la Doble Maat. Así, en el pesaje del corazón está presente la Doble Maat, en tanto que a Osiris se le denomina como Señor de las Dos Maat. Esta doble alusión a Maat es objeto de discusión por los estudiosos. Para algunos (ver la versión del “Libro de los Muertos” de Lara Peinado, nota 1 al capítulo 125), quizás Maat era una entidad doble. La divinidad de la Justicia se asimilaba, quizás, con dos entidades, que serían Isis y Neftis, que se sitúan tradicionalmente a ambos lados de Osiris. En todo caso, es conocido que los egipcios solían concebir el mundo como una dualidad: Sol y Luna en el cielo; Alto y Bajo Egipto, etc.

Dos figuras femeninas, coronadas por la pluma de Maat (posible alusión a la Doble Maat que cita el “Libro de los Muertos”, presiden el pesaje del corazón del difunto (papiro del Museo del Louvre)

Dos figuras femeninas, coronadas por la pluma de Maat (posible alusión a la Doble Maat que cita el “Libro de los Muertos”, presiden el pesaje del corazón del difunto (papiro del Museo del Louvre)

Dada la relevancia del acto de pesar el corazón, el egipcio temía realmente que en ese momento trascendental su corazón pudiese prestar falso testimonio en el juicio. El hombre justo, para serlo declarado, precisaba que su corazón actuase en ese momento con lealtad. Ese es el motivo de que el capítulo 30 B del “Libro de los Muertos” contenga un conjuro que intenta evitar que el corazón del difunto se oponga a él mismo en el Más Allá: “¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi corazón de mis diferentes edades! ¡No levantéis falsos testimonios contra mí en el juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no demostréis hostilidad contra mí en presencia del guardián de la balanza!.”

En las “Instrucciones a Merikaré” se expresa con claridad la esperanza de vida en el más allá que debe tener el hombre que es justo en su existencia: “El hombre puede permanecer tras la muerte, pues sus acciones se colocan junto a él como un tesoro, y la existencia allí es eterna. Estúpido es quien hace que ellos (los jueces) se irriten. Y respecto al que llega a ellos sin haber cometido faltas, quedará allí como un dios, yendo libremente, como los señores, eternamente.” O como afirma el “Diálogo del Desesperado”: “Verdaderamente, aquel que está más allá (es decir, actuó en su vida conforme a los preceptos de Maat) será un dios viviente.”

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