Entrevista a Jean Leclant: Fui mordido por la oca de la Egiptología
Por Hala Fares - Traducción por Montse Borrás
Creación: 14 julio, 2004
Modificación: 15 junio, 2020
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Jean Leclant, nacido el 8 de agosto de 1920, es profesor honorario del Colegio de Francia y secretario perpetuo de la Academia de inscripciones y Bellas Letras. Célebre egiptólogo, está jubilado desde hace cuatro años pero un hombre de esta envergadura no se retira jamás. Acaba de asistir a la presentación de los trabajos del equipo franco-egipcio en Karnak y ha explicado al “Hebdo” su impresionante trayectoria.

 ¿Cómo fue su vocación por la egiptología?

J.L.: Nací en París y tuve la suerte de tener un acceso directo a las antigüedades egipcias y ver algunas de las piezas más interesantes de esa civilización. A los 11 años, yo ya empezaba a ir solo. Fue mi abuela quien me llevó por primera vez al Louvre. Allí miraba las escenas de la vida agrícola, llenas de colores y de magia. En mi resucitaban milenios.. Poco a poco nació en mí el gusto por las antigüedades; iba al Museo Guimet y miraba las antigüedades indús y tibetanas. Estaba fascinado por los misterios de todas estas grandes civilizaciones. Es así como quise consagrarme absolutamente a la arqueología. Fui tentado por Egipto y por el Tibet, culturas antiguas que, para mi, son el acceso a lo sagrado y a lo divino. No queriendo entrar en los Politécnicos, entré en la Escuela Normal Superior de Letras; en seguida empecé un curso durante todo un año de dos horas semanales los miércoles. El profesor me explicaba como funcionaba la lengua faraónica. La arqueología ha sido mi vida, mi pasión, he consagrado toda mi existencia al conocimiento de esa civilización, al conocimiento de este país, sus reyes, su naturaleza, su río, sus oasis… Mi pasión era conocer el mensaje faraónico. Cada lugar es diferente del otro. Cada sitio tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Hay que tomar las cosas como el buen Dios nos las da y hacer lo mejor con aquello que nos ha otorgado. Yo fui mordido por la oca de la egiptología.

 ¿Cuál fue su trayectoria a continuación?

J.L.: Llegó la guerra y estuve haciendo diferentes cosas en la zona sur para escapar de los alemanes, después me enrolé en la Marina. Fui a Viena lo que me permitió aprender alemán. Seguí cursos de nubio antiguo en el Instituto de Egiptología Africana y es allí que me ocurrió la idea de trabajar sobre la dinastía XXV ya que no existían trabajos en este campo. Cuando volví, ingresé en el CNRS. Seguí los cursos de Pierre Lacau y de Pierre Montet. Me pidieron ir a trabajar al Louvre de 1946 al 48 donde conocí a Jacques Vandier y a la Sra. Desroches-Noblecourt. En 1948 entré en el IFAO (Instituto Francés de Arqueología oriental de El Cairo) y fue, de hecho, mi primera visita a Egipto. Aunque ya había visitado varios países del entorno mediterráneo: Italia, Grecia, Turquía, la llegada a Alejandría para mi fue maravillosa, era el Oriente, la fascinación.

 ¿Cuáles eran sus orientaciones en ese tiempo?

J.L.:Estaba orientado ya hacia el Sudán. Fui enviado inmediatamente a las excavaciones de Karnak donde fui a parar al lado de un hombre extraordinariamente brillante como era Clèment Robichon, era genial y de él aprendí mucho. Trabajé, entonces, sobre la dinastía XXV e hice mi tesis de doctorado y mis investigaciones sobre los monumentos etíopes y sobre la región tebana. Cuando empecé no conocía más que cinco monumentos de ese periodo; cuando me marché, tenía 45 capítulos de mi tesis. Viví en el templo de Karnak cuatro años y medio y terminé mi tesis en 1955. Tuve varios puestos: estuve nombrado en 1953 por la Universidad de Estrasburgo, de 1955 al 63 fui profesor y de 1963 fui elegido por la Sorbona donde permanecí 16 años para, a continuación, ser profesor del Colegio de Francia del 79 al 90. A continuación me jubilé. Aún hasta hace 4 años dirigía mi excavación en Saqqara.

 ¿Cuál fue su especialización exacta?

J.L.: Lo que yo quería era estudiar el estado de Egipto fuera de Egipto. Todo el mundo en este momento relacionaba Egipto con la Biblia y el mundo semítico y yo no quería trabajar el Imperio Egipcio a través de Siria y el Líbano, eso no me interesaba. Así que probé una aproximación por otro lado, intente ubicar la situación egipcia en su contexto africano. Fui en verano a Etiopia para crear un servicio arqueológico: era en 1953 cuando estaba todavía en la Universidad de Estrasburgo. Durante 17 años fui anualmente al Sudán para trabajar en el templo de Soleb que es tan grande como la parte de Amenofis III en Luxor.

 ¿Qué relaciones había entre Egipto y África?

J.L.: Sudan era una colonia de Egipto, es decir, una extensión del país. Abu Simbel y los grandes templos marcaban una dominación sobre el país más allá de la 3ª catarata. Soleb, en el Sudan, donde yo trabajé durante 17 años fue frontera durante un tiempo antes de que la frontera se situara e la 2ª catarata, en Nabata. Había el gran templo del rey y al lado de este, el de la reina, exactamente como en el templo de Abu Simbel.

¿El Nilo le permitió trazar la política extranjera de Egipto?

J.L.: La política de Egipto es la política del Nilo; si se construye una presa en la 4ª catarata del Nilo, esto cambia el curso del río. Egipto debe, pues, tener una política del Nilo basada en su política africana. El Nilo es un río sin equivalente en el mundo; atraviesa el desierto en un centenar de miles de kilómetros, es el eje sur-norte de Egipto. Hay el eje este-oeste: es el que sigue el sol que se despierta a las 5 de la mañana sobre la ciudad tebana y por la tarde en un cuatro de hora, la muerte. Pasa bajo tierra, hay los textos de las Pirámides que permiten con palabras de paso y por medio de la barca solar atravesar la noche para una nueva cita al día siguiente. El Nilo, el sol son cosas verdaderamente particulares en este país de los faraones.

¿En qué lugar está actualmente la arqueología francesa?

J.L.: Está el aspecto institucional y el aspecto metodológico. Desde el punto de vista institucional es objeto de mucha preocupación en Francia; hay arqueología nacional en las regiones, esto es la arqueología metropolitana y después está la arqueología exterior que está regida por el Ministerio de Asuntos Extranjeros, además de las instituciones científicas. Desde el lado metodológico, existe la experiencia de que tenemos un cierto número de personas que han fundado la prehistoria mundial. Tenemos la escuela francesa de Atenas, de Roma y la de Madrid, y poco a poco se ha desarrollado la escuela francesa del Extremo Oriente. Existe la tradición confirmada de grandes establecimientos en el extranjero. Formamos arqueólogos que reflexionan sobre la evolución de sus métodos. Se ha pensado que debería conjugarse la arqueología de los objetos del terreno y la arqueología de los textos. En un instituto como el IFAO hay lingüistas en un tema como el de Karnak. Hay quienes estudian el terreno con precisión y Francois Larché puede tener bajo su dirección algunos colaboradores. Los dos se equilibran. Insistimos mucho sobre eso. En egiptología deben existir los dos. En la escuela americana se interesan más por la arqueología material, las excavaciones y las técnicas de excavación.

 ¿Qué piensa por el esfuerzo llevado a cabo por el Consejo Supremo de antigüedades para la recuperación de piezas egipcias en el extranjero?

J.L.: Las piezas egipcias que se encuentran en el extranjero son un triunfo extraordinario de Egipto. Por ejemplo el busto de Nefertiti que se encuentra en el Museo de Berlín. Es una embajadora encantadora, una de las mejores mujeres del mundo. El mundo entero va a admirarla. Aquí tenéis miles y miles de estatuas. ¿Quiere que el obelisco de la plaza de la Concordia venga a Karnak? ¿Por qué? ¿Qué es lo que va a añadir si se pone en su lugar original en el templo de Karnak?

Fuente: Al-Ahram Hebdo

Reseña: Montse Borrás

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