El cuento de Nefer-Re
Por Rosa Pujol
14 febrero, 2003
Modificación: 3 junio, 2020
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El grupo de mujeres casadas hablaba de sus cosas:

– Pues nosotros este verano lo pasaremos en la finca de Mar-nefer -decía una tebana no exactamente esbelta, ya que, contrariamente a lo que muestran los relieves, también las había orondas.

– ¡Huy, mucho calor! respondió una muy estilosa con túnica de diseño- nosotros tiraremos hacia el Norte. Tenemos una casa en Tinis. Allí se pasa el verano muy bien. Por las noches hay que dormir con manta.

En otro grupo se oía:

– Está muy estropeada. Claro que ya son 26 años los que tiene, y a esa edad…-comentaba una con expresión perversa.

– Si, todos envejecemos, pero esta pobre, desde que se supo lo de su marido con esa sacerdotisa babilonia, no ha levantado cabeza -decía otra que parecía estar muy enterada- Una cosa son las propias concubinas, pero una extraña a la casa….

– Además, me han dicho que han quedado fatal, que él no le pasa apenas nada, y que ella va a tener que vender las fincas que tiene en Coptos. Es lo de siempre: los hombres son todos iguales, se les cruza en el camino una lagartona y si te he visto no me acuerdo – concluyó la que parecía tener más edad.

– Y tú, que estás muy callada, ¿donde vas a mandar a los niños este verano? – preguntó una de las cotillas a Nefer-ré.

– A Asiria -repuso ella resuelta- Mi marido opina que es bueno que los niños vayan haciendo el oído a otras lenguas y que se manejen solos en países extranjeros.

– Yo los mando a Creta -dijo la anfitriona, que se llamaba Kar-men , pero a la que todos llamaban Carmela- Moncho opina que el griego es el idioma del futuro.

– Si, yo opino igual -intervino otra- Mi hijo mayor que ya es arquitecto, va a hacer un Master en Laberintos también en Creta. El pequeño también va a Creta, ya que tiene afición a los toros. Este verano tomará la alternativa de manos de Currito de Judea.

Mientras transcurrían estas conversaciones entre las mujeres, también los hombres hablaban de sus temas:

– Vaya, Moncho -dijo uno dándole unas palmaditas en la espalda al anfitrión- Menuda casa te has mercado, bribón.

– Chico, es que la casa de Tebas nos quedaba pequeña, y el garaje no digamos, con las tres literas, los carros de los chicos, el barco, etc., no nos podíamos mover -respondió el aludido, con la típica falsa modestia del triunfador que se sabe envidiado.

– Por cierto -preguntó Neb-ka-ré- ¿qué viene a ser esa extensión lisa con vallas alrededor y una red en el medio?

– La verdad -respondió Moncho- es que no sé muy bien para qué vale. El arquitecto que nos hizo la casa dijo que se llamaba «pista de tenis» y parece que es para algún deporte, que aún no conocemos.

Otro hombre se incorporó a la tertulia, diciendo:

– ¡Menudo golfo está hecho éste! ¿Sabéis que suena mucho su nombre en los corrillos de la corte como futuro visirable? Te habrás hecho ya con el carnet del partido ¿no?.

– De qué partido, porque yo siempre he sido de la UCF (Unión de Centro Faraónico), bueno lo que ahora se llama CFS (Centro Faraónico y Social) y ahora no se puede decir que tengamos porvenir.

– No te hagas el tonto. Me refiero al PFOE (Partido Faraónico Obrero Egipcio). Ya sabes que sin carnet no entras, y que el que se mueve no sale en el papiro, así que yo que tú, me lo planteaba -apremió.

Bueno -dijo Moncho cambiando de tema- no adelantemos acontecimientos. De momento no se sabe nada.

La noche transcurría tranquilamente, cuando salieron los actores a cumplir su cometido de entretener a los invitados. La película estuvo bien, pero como la habían contratado con Tele 5, cada diez minutos exactos salían los actores de la publicidad, y se hacía un poco pesado.

El cuento de Nefer-Re

Un invitado susurró a otro:

– Este, con tanto pisto como se da, ya podría abonarse al C+.
– Desde luego -asintió el otro.

La fiesta fue decayendo a medida que se iban marchando los invitados a sus casas.

Neb-ka-ré y Nefer-ré se fueron en la segunda tanda, tras dar las gracias a los anfitriones y elogiar la magnífica velada que les habían ofrecido.

En el camino hacia su casa, Neb-ka-ré se durmió como un bebé. Ella mientras tanto, repasaba mentalmente los modelos de las demás invitadas, tratando de tomar ideas.

Al día siguiente era domingo y toda la familia fue al templo a la celebración de las doce y media. Allí estaba el «todo Tebas» con sus mejores galas. Las señoras se miraban unas a otras comparando modeletes. Los niños iban con las trenzas repeinadas, todos hechos un brazo de mar.

A la salida, se formaron los corrillos de siempre para ir a tomar el aperitivo. Neb-ka-ré y Nefer-ré se unieron a Sara y Nesut-biti charlando animadamente. Los niños tiraban a su padre de la túnica preguntando:

– Papá, ¿podremos pedir gambas del Mar Rojo?
– Si hijo.
– ¿Y Coca-Cola? (La chispa de la vida ya era conocida entonces)
– También.
– Bieen -dijeron los tres gritando.

Se encaminaron hacia el sur, y se sentaron a tomar el aperitivo. Las señoras tomaban bitter Kas por aquello del engorde, pero se ponían tontas de gambas y panchitos (que no eran panchitos, sino garbanzos, los panchitos aún habían de descubrirse). Se estaba muy bien en la terraza del Winter Palace (que entonces no se llamaba así) mirando hacia la Corniche (que tampoco se llamaba así).

De repente, el marido de Sara dijo:

– Oye, ¿qué plan de comida tenéis?

– Nada en especial -dijo Nefer-ré- He dejado encargado a las esclavas hacer una pasta, que a los niños les gusta mucho.

– Sara -dijo él de nuevo- ¿Crees que habrá suficiente carne para todos?

– Pues claro -dijo Sara- y aún sobrará.

– Bien, pues entonces vamos a casa y hacemos allí una barbacoa, y luego Neb-ka-ré y yo nos vamos juntos al partido. ¿Qué os parece?
– Buena idea, así Nefer-ré y yo charlamos tranquilas un ratito. ¿Qué partido es ése tan importante que no os queréis perder?

– Los de siempre -aclaró Sara – Los eternos rivales Menfis-Tebas.

– Acabáramos -exclamó Nefer-ré- Entonces vais al partido. Os llevaréis a los niños ¿no?
– Claro, claro -dijeron ellos a un tiempo, viendo que no había más remedio.

Los dos equipos rivales siempre despertaban gran expectación, tanto por la rivalidad deportiva, como por la cuestión de la capitalidad. Se tenían envidia mutuamente, y siempre iban de chulos unos y otros, mostrando sus símbolos: papiros los menfitas, lotos los tebanos. Además el equipo tebano pasaba por un mal momento, ya que el grupo llamado » La quinta del Nekhbet[12]» parecía estar un poco floja. Los menfitas se habían crecido ante este hecho y el ambiente estaba al rojo vivo. Se disputaban el primer puesto del campeonato de nomos[13].

Todos juntos, pues, se fueron al palacete adosado de Sara y Nesut-biti en el extrarradio de Tebas, en una urbanización llamada Horus Crest.

El palacete era una microcasa, con microporche, microjardín, microhuerta con microsurcos muy bien cuidados, microgaraje, microestanque, cuya superficie movida por el viento producía microondas (que por aquel entonces no tenían utilidad), microbarbacoa, etc.

No bien hubieron llegado a su casa, Sara y Nesut-biti subieron a su habitación para ponerse más cómodos. Al momento bajaron con unas nuevas prendas consistentes en fundas amplias para las piernas sujetas a la cintura y una túnica corta también muy amplia. Llevaban una extraña flor de loto bordada, donde ponía «adidas», y le llamaban chandal. Estas prendas hacían furor entre los habitantes de palacetes adosados, que necesitaban de estas vestiduras amplias para poder hacer una especie de fiestas «sed[14]» particulares que se montaban corriendo por la calle por las mañanas con sus perros.

Los habitantes de estas urbanizaciones eran conocidos como YUPPIES (Yo, Un Palacete Para Impresionar en Sociedad). Solían ser matrimonios jóvenes con hijos pequeños. Tenían perro, dos o tres literas, carros ligeros para los hijos adolescentes, barco para paseos nilóticos. El cabeza de familia solía ser escriba, superintendente, arquitecto, etc., pero siempre agresivo.

Las esposas solían tomar clases de «tebillanas», que era un baile típico que hacía furor en las fiestas, popularizado por un grupo llamado «Los del Nilo».

Solían ser votantes del PFOE, aunque arrepentidos, porque estaban fritos a impuestos: entre el IVA (Impuesto de Vivienda Adosada), el IRPF (Ingresos Religiosamente Para el Faraón), y con el IPC (Índice de Pueblos Conquistados) a la baja, el país estaba entrando en una época de crisis, de la cual sólo algunas conquistas lo podrían sacar. La inflación se hacía notar, y a algunos ya se les habían inflado tanto que pensaban votar en las próximas elecciones al P.C.E. (Partido Conquistador Egipcio).

Comieron en el microjardín, y con el carcadé, Nesut-biti les ofreció tomar licor de manzana verde, muy de moda también entre los sectores de la clase media alta, moradores de palacetes adosados.

Como los niños durante la comida se habían despeinado y ensuciado, las esclavas se ocuparon de volverles a peinar y recomponerlos para ir al partido con sus papás. Mientras tanto, éstos dormitaban en las tumbonas del jardín, haciendo tiempo. Los dos eran profesionales agresivos y por tanto siempre tenían falta de sueño.

Al cabo de un rato, con los niños ya arreglados, se fueron al partido portando estandartes blancos con flores de loto y trompetas para animar a su equipo. Fueron en la litera pequeña, ya que en los alrededores del terreno de juego no era fácil encontrar sitio.

Segunda parte

Cuando se hubieron ido todos, ellas se quedaron tomando sorbos de carcadé y charlando.

– Te tengo que contar un sueño muy extraño que tuve el otro día -dijo Nefer-ré en tono confidencial a su amiga.

– Cuenta, que a mí esas cosas me encantan -dijo Sara entusiasmada.

Nefer-ré comenzó su relato:

«Iba yo paseando por el Nilo en mi barco, y debí quedarme dormida, porque me desperté sobresaltada por un ruido muy fuerte. Me pareció que venía del cielo. Miré y vi un enorme y terrorífico pájaro brillante volando muy alto sobre mí. Aunque no movía las alas hacía un ruido infernal al volar. Estaba tan sobrecogida que dije a mis esclavos que acercasen el barco al embarcadero del templo para bajar a orar al dios.

Cuando subía los peldaños del embarcadero, me volví para decirles a mis esclavos que se fueran y que mandaran una litera para recogerme. Pero al mirar atrás mi barco ya no estaba allí. En su lugar había un barco gigantesco, como un palacio muy blanco, del que desembarcaba una multitud de personas a cuál más rara. Gritaban mucho y parecían no verme. Había muchos que eran viejos y tenían el pelo blanco.

Les seguí. Iban en dirección al templo. Al llegar a la parte alta de la orilla vi que era el mismo lugar que es ahora, pero todo era distinto. El suelo de la calle no era de tierra rojiza, sino duro y negro. De repente una especie de aullido de animal desconocido me hizo girar la cabeza a la izquierda. No era un animal, sino una horrible cosa metálica que avanzaba a gran velocidad rodando sobre cuatro ruedas negras, mientras rugía. Dentro iba sentada una persona aparentemente normal y tranquila. La multitud del barco tampoco parecía extrañarse de ver esas cosas rodando por la calle, porque vi que había muchísimas.

El cuento de Nefer-Re

Miré al frente, donde debían estar las casas de los sacerdotes y los graneros del dios, y en su lugar había un gran palacio con dos enormes escaleras que se unían en el centro en una terraza. Esta casa era de un bonito color rosado y tenía unos signos escritos en la parte alta que yo no comprendí.

Eché a andar hacia la izquierda de la enorme casa, buscando el templo, y temiendo al mismo tiempo que no estuviera allí. Pero, afortunadamente, allí estaba. Pero estaba más hundido que el resto de la calle y al acercarme, vi que estaba en ruinas, sin techo y con las columnas descoloridas. Me sentí tan confundida de ver todas estas extrañas gentes deambulando por el interior del templo, que no me atreví a entrar.

Seguí andando hacia el norte, totalmente perpleja: «Iré al Gran Templo de Amón -pensé- con ése no se habrán atrevido»

Por el camino vi a mucha gente andando por la calle, y otros que iban ¡sentados! en unos carros tirados por caballos, pero no vi ni una litera. Casi todas las casas eran muy grandes.

En el jardín de una de estas casas, vi unas estatuas de faraón, y pensé que debía ser el templo actual, ya que el otro estaba en ruinas. Entré. Si, éste debía ser el templo actual. Estaba oscuro y recogido y, aunque también había gente, no gritaban. Me puse al lado de un grupo no muy numeroso para unirme a sus oraciones.

Pero pronto me di cuenta de que no rezaban. Sólo miraban. Había uno que hablaba mucho y los demás atendían muy interesados. Pude entender algunas palabras: Ma’at-ka-ré, Men-kheper-ré, Senenmut, así como nombres de dioses. Podían leer las escrituras sagradas. Había trozos de paredes descoloridos que ellos parecían apreciar mucho. Comprendí que estaba en el futuro y me interesó. Me quedé con ellos.

Cuando algo les gustaba mucho sacaban un instrumento negro duro que sonaba cuando miraban a través de él.

Estuvieron mucho rato hasta que se cansaron de ver cascotes de nuestros templos y subieron ¡todos! a un carro grande y llegaron a una de esas casas grandes como palacios. Debían vivir todos juntos, aunque cada uno tenía una habitación con su llave (no debían fiarse unos de otros). Las llaves las guardaba todas un hombre que había en la entrada de la casa.

La casa tenía un jardín posterior con dos estanques muy grandes, pero sin lotos ni peces, y allí se bañaban las personas en un agua muy azul. Para bañarse no se desnudaban como sería lo lógico, sino que llevaban unas ropillas muy pequeñas.

Más tarde se reunieron todos de nuevo y pude entender que de nuevo en el carro grande. Iban al Harén Meridional de Amón[15]. Era de noche y estaría cerrado, pero ni yo podía hablar ni ellos me oían ni veían. Así que fuimos.

Debían poseer alguna magia, porque efectivamente el templo estaba iluminado con luz del sol, a pesar de que también la luna estaba en el cielo.

Pasamos por un patio que no me era familiar. Era un patio cuadrado con doble hilera de columnas muy bonito, pero también en ruinas.

Mis nuevos amigos estaban extasiados mirando una representación de nuestra fiesta Opet, cuando se produjo algo espectacular: de repente entendí todo lo que decían. No eran egipcios, sino visitantes de tierras muy lejanas, por eso eran tan raros y había algunas mujeres con el pelo amarillo. Decían que era el año 1992, pero no sé desde qué año contaban.

Incomprensiblemente todos admiraban mucho nuestros templos. ¡Si los vieran como son en realidad! Pero parecían conocernos muy bien y sabían muchas cosas de nosotros. Por la expresión de algunos de ellos, vi que nos amaban.

Mirando fijamente sus caras, sucedió otro hecho insólito: allí estaba yo, pero irreconocible, sin peluca y sin maquillaje, y vestida de un modo totalmente absurdo. Pero no cabía duda, era yo. Me quedé mirando fijamente la cara de la mujer que era igual que yo, tenía mi misma voz y se reía como yo. Por un momento pareció como que ella me veía, porque parecía como si no estuviera allí, con la mirada perdida, pero sacudió la cabeza, echando atrás el pelo, y ya no me miró más.

El que parecía tener el mando era un hombre joven al que llamaban Jorge (vaya nombre ridículo) Estuvieron mucho rato mirando todo, y llegaron hasta el mismísimo santuario del dios.

Cuando salieron, vi que había una avenida de esfinges que yo tampoco había visto anteriormente. Pasearon entre ellas con devoción, al tiempo que miraban a través de sus objetos negros, que por la noche además de sonar, brillaban con una luz cegadora.

Tebas estaba muy rara. Había unas torres circulares altísimas con unas hileras de luces alrededor, de las cuales salían unos cánticos monótonos. La gente que vivía en las casas de la ciudad no era como nosotros. Eran de otra raza. Solo la raza nubia parecía seguir igual. Pero sólo los visitantes eran ricos. Los habitantes de Tebas eran muy pobres y no parecían muy limpios. La ciudad olía a estiércol. Las mujeres iban completamente cubiertas, y los niños muy desaseados.

Volví con mi grupo de nuevos conocidos a la casa grande, que ellos llamaban Hotel y cenaron todos juntos un gran banquete. Había muchísima comida y ellos la comían con unos artilugios metálicos. Empleaban unos puñales pequeños para cortar la carne. Reconocí algunas comidas: dátiles, pan, vino frutas. Otras, en cambio, no se lo que eran, pero tenían buen aspecto.

Fueron luego a sus habitaciones a dormir. Entré en una habitación con dos mujeres. Había dos aposentos. En uno estaban las camas, el otro era el lugar de lavarse. Este lugar era muy cómodo, ya que no necesitaban esclavos que les trajeran el agua. Esta brotaba de unas palancas metálicas. Se lavaban con una espuma blanca que olía muy bien. Luego se barrían los dientes con una especie de escoba pequeñita. Lo más impresionante de todo era que se sacaban los ojos para dormir. Pero, a pesar de que se los sacaban y los metían en un frasquito, no les quedaba el ojo vacío, sino que seguían teniendo ojos.

Al amanecer, miré por una ventana muy alta, y vi que la Guardiana de Tebas estaba allí como siempre. Y vi también que ese extraño edificio que nuestra reina ha encargado a ese chiflado de Senenmut ya estaba acabado. La bruma no me lo dejaba ver bien, pero no parecía gran cosa. Me da la sensación de que es mejor amante que arquitecto.

El cuento de Nefer-Re

Mis amigos comieron y luego en el carro grande fueron al Gran Templo de Amón. Al llegar allí, se me saltaron las lágrimas. Ya no era un templo. Era una ruina, sin colores en las columnas, ni sacerdotes, ni ofrendas, ni nada. Además, estaba atestado de gente absurda profanando hasta el último rincón de nuestro lugar sagrado.

Todos ellos llevaban unos extraños tocados en la cabeza y nadie llevaba túnica, sino que hombres y mujeres llevaban las piernas en unas fundas de tela que llegaban a la rodilla. Y no llevaban sandalias, sino unos envoltorios blancos atados con cordones, donde se metían los pies. Llevaban también unas vestiduras de colorines para cubrirse la parte superior del cuerpo. Y -Nefer-ré se estremeció al relatar ésto- en algunas de estas vestiduras había bordado un Sobek….como en la túnica que le compré ayer a Neb-ka-ré.

Algunos chupaban unos pequeños cilindros que estaban incandescentes en un extremo, luego ¡echaban humo por la nariz y la boca! Los demás no se extrañaban de ésto.

Caminaban por el templo muy despacio, fijándose en todo y mirando por el agujerito de sus utensilios negros que ellos llamaban cámaras.

Dentro del grupo, había un grupito que siempre estaba riendo, y yo iba casi siempre con ellos. ¡Eran tan divertidos!

Pasé varios días con ellos, y parecían pasarlo estupendamente. Visité las tumbas de los faraones que aún no han reinado, y las de sus nobles, pero no parecía que profanábamos nada, ya que en las tumbas no quedaban sino las paredes.

El Djeser-Djeseru[16] construido por Senenmut no está mal del todo, visto de cerca. Lo más impresionante es el fondo rocoso que ha escogido para santuario de su amada.

En la entrada de una tumba de una esposa real que parece que se llamará Nefertari-Mery-en-Mut, vi una gran cantidad de instrumentos raros. Parece ser que para arreglar las pinturas que se estaban cayendo. Ten en cuenta que ellos hablaban de nuestra época como «hace 2.300 años». Pero Jorge pudo bajar a verla, y yo con él: es la tumba más maravillosa de todas cuantas vi con mis amigos.

Por cierto, que en una de las tumbas, en una de un noble llamado Ramose, hablaron muchísimo de una revolución religiosa que ha de venir, y de la destrucción de los símbolos del dios Amón. ¡Qué horror! ¿verdad?.

Luego fueron a ver la tumba de Senenmut, que está al nordeste de la explanada de Dejser-Djeseru, y bajaron en pequeños grupos. Es una tumba muy pequeña, y toda decorada de manera muy íntima. Discurre en diagonal hacia el centro de la explanada.

Otro día fueron a un templo muy lejano al N de Tebas, construido por un faraón que reinará y se llamará Sethi I. Allí hay una lista completa de los faraones desde la época de las pirámides.

Todos compraron sus nombres en escritura sagrada de oro para colgarse al cuello, como los faraones. La verdad, me pareció una falta de respeto.

Por fin un día subieron todos en el carro con expresión grave. Al pasar por el Harén Meridional de Amón, cantaron algo que sonaba a despedida. Subieron todos a un pájaro como el que me despertó en el barco y salieron volando.

Al poco tiempo desperté, pero recordaba cada pequeño detalle de lo que viví con ellos.»

– ¿Tu crees que los sueños se hacen realidad? -preguntó Nefer-ré a su amiga.

– Pues no -dijo Sara categóricamente- Es un sueño precioso, pero no creo que tenga ningún fundamento. Aunque quien sabe….

Epilogo

A los pocos años murió Senenmut. Los dos matrimonios, como elementos de la nobleza, fueron invitados al banquete funerario y a la conducción del cadáver a la tumba. La tumba estaba exactamente donde dijo Nefer-ré que estaba en su sueño. Sara y ella se miraron, al tiempo que un escalofrío recorría sus espaldas.

Título Original: The Tale of Nefer-ré
Traducción: No ha hecho falta. Estaba en español.
ISBN: No tiene
1ª y última edición: 1 ejemplar perfectamente fotocopiable. No hay ninguna maldición prevista.
Bibliografía: Tampoco tiene, pero es interesante leer:
«Lo que el viento se llevó» – Margaret Mitchell
«B.O.E.» del 15.07.45
«Otelo» – William Shakespeare
«Cumbres Borrascosas» – Emily Brönte
«La cocina de Karlos Arguiñano» – Ídem

Todos estos títulos no tienen nada que ver, pero dan una gran cultura

Copyright: Rosa Pujol


[1] Artístico trapito-dodotis que llevaban los faraones para taparse las vergüenzas.
[2] Efectivamente, primavera.
[3] Princesa.
[4] Sol.
[5] Piezas de oro
[6] Diosa-vaca
[7] Dios-cocodrilo
[8] Guay
[9] Faraón omnipresente, como Emilio Aragón
[10] Justo
[11] Dios itifálico de la fertilidad
[12] Dios-Buitre
[13] Provincias
[14] Fiesta en la que el faraón corría por el templo para demostrar que estaba aún joven
[15] Templo de Luxor
[16] Templo de Deir-el-Bahar

 

 

Autora: Rosa Pujol

Páginas: 1 2

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