¡Ahí viene la plaga!
Según el libro del Éxodo, cuando los israelitas se hallaban esclavos en Egipto, Dios encomendó a Moisés la misión de liberarlos. Pero como el faraón se negaba tenazmente a dejarlos partir, Moisés desencadenó una serie de diez plagas sobre el país. Éstas fueron: el agua del Nilo convertida en sangre, una invasión de ranas, el ataque de mosquitos a hombres y animales, los tábanos que hicieron estragos, la muerte del ganado, úlceras en hombres y animales, caída de granizo que destruyó los cultivos, una plaga de langostas que atacó la vegetación, las tinieblas que oscurecieron el sol, y finalmente la muerte del hijo mayor de cada familia egipcia (Ex 7-11). Semejantes calamidades terminaron doblegando al faraón, que finalmente dejó salir a los hebreos.
Hasta la primera mitad del siglo XX el episodio de las plagas, tal como figura en la Biblia, era considerado un hecho histórico. Algunos las explicaban diciendo que había sido una intervención milagrosa de Dios, otros que fueron cataclismos naturales frecuentes en Egipto. Pero sucesos históricos al fin.
Hoy, sin embargo, la lectura cuidadosa del texto nos ha mostrado una serie de incoherencias e inconexiones, que nos llevan a dudar de que los hechos hayan podido suceder tal como los cuenta la Biblia.
Cuando la sangre llega al río
Lo primero que llama la atención es la ampliación gradual que va sufriendo la narración bíblica.
Un ejemplo de ello lo tenemos en el número de las plagas. Cuando Dios llama a Moisés y lo envía a hablar con el faraón, le dice que las plagas serán sólo dos: el agua convertida en sangre y la muerte de los primogénitos (Ex 4,9.23). Pero en el Salmo 78 leemos que fueron siete (v.44-55). El Salmo 105 ya las eleva a ocho (v.28-36). Y en la narración final del Éxodo, las plagas terminan siendo diez (Ex 7-11). ¿Cuántas fueron entonces?
Otro ejemplo de esta exageración gradual lo hallamos en la primera plaga. Al comienzo del relato se dice que sólo el agua que Moisés saque del río y derrame en el suelo debe convertirse en sangre (Ex 4,9). Más adelante se dice que el Nilo entero se convirtió en sangre (Ex 7,17). Luego se afirma que «todas las aguas de Egipto, sus canales, sus ríos, sus lagunas, y todos sus depósitos de agua, hasta la de las vasijas de madera y de piedra» se convirtieron en sangre (Ex 7,19). Y para colmo los magos egipcios, para competir con Moisés, ¡convirtieron ellos también agua en sangre! (Ex 7,22). ¿De dónde sacaron más agua?
Un tercer ejemplo lo leemos en las exigencias de Yahvé al faraón. En la primera plaga le pide reconocer a Yahvé, el Dios de los hebreos (Ex 7,17). Pero en la segunda plaga la exigencia es mayor: que reconozca que Yahvé es más poderoso que todos los dioses de Egipto (Ex 8,6), lo cual es mucho pedir para un faraón egipcio. Al final, le termina pidiendo que reconozca que Yahvé es el Dios más poderoso de todos los dioses de toda la tierra (Ex 9,14). Entonces, ¿qué esperaba Dios del faraón?
Un piadoso faraón
Lo segundo que llama la atención del relato de las plagas son los datos históricamente imposibles de aceptar.
Por ejemplo, varias veces se cuenta que mientras el faraón pasea tranquilamente por la orilla del Nilo con sus guardias se le acerca Moisés, representante sindical de una raza detestable de trabajadores, para agraviarlo y amenazarlo con plagas (Ex 7,15; 8,16; 9,13). ¿Acaso el faraón no era el dios de Egipto, al que sólo se le podían acercar unos pocos funcionarios?
También leemos que luego de la segunda plaga el faraón pide a Aarón y a Moisés que «recen» por él a Yahvé (Ex 8,4), algo sin duda imposible de ser real (pues si el faraón hubiera renunciado a creer que él era Dios, se habría trastornado todo el sistema de gobierno egipcio, que se centraba en la divinidad del faraón). En la tercera plaga son los magos egipcios los que reconocen humildemente el poder de Yahvé (Ex 8,15). En la séptima plaga el pueblo entero se convierte a Yahvé (Ex 9,20). Y en la octava plaga hasta los funcionarios egipcios aceptan a Yahvé y piden al faraón que deje salir a los israelitas de una vez (Ex 10,7). ¡Y el faraón le pide humildemente perdón a Moisés! (Ex 10,16-17).
Las tres muertes del ganado
Lo tercero que llama la atención son las incoherencias internas del relato. Por ejemplo, en la quinta plaga se afirma que todo el ganado murió de peste (Ex 9,6). Pero en la sexta plaga el ganado vuelve a aparecer, para morir de úlcera (Ex 9,10). Y en la séptima revive otra vez, para morir por el granizo (Ex 9,19). ¿Qué ganado tan extraño es éste?
También en la quinta plaga mueren todos los caballos del faraón (Ex 9,3). Pero más tarde, cuando los hebreos huyen del país, el faraón y su ejército los persiguen… ¡a caballo! (Ex 14,9).
Lo mismo ocurre en la novena plaga, cuando el faraón harto de tantos desastres llama a Moisés y le dice: «Apártate de mi vista; nunca más vuelvas a verme, porque el día que te presentes otra vez ante mí morirás». Y Moisés le contesta: «No volveré a verte nunca más» (Ex 10,28-29). Pero a continuación Moisés vuelve a presentarse ante el faraón, y se da el lujo de amenazarlo con una nueva y terrible plaga: la muerte de los primogénitos (Ex 11,4-8).
El debut de Dios
¿Cómo explicar todas estas anomalías? Según los estudiosos, la solución está en el hecho de que el relato de las plagas es un combinado de tres narraciones distintas, de épocas diversas.
En efecto, todo empezó con las tradiciones que se contaban de la salida de Egipto de un grupo de hebreos, que se hallaban cautivos en el país del Nilo. Se decía que una gran epidemia, causada quizás por la contaminación de las aguas del río, se abatió sobre las familias egipcias y mató a sus niños, mientras que las familias hebreas se salvaron porque habitaban en una región diferente y alejada de la población local, llamada Goshén (Ex 8,18). La confusión y el pánico que la epidemia provocó habría sido lo que les permitió escapar hacia el desierto, guiados por Moisés, y alcanzar la ansiada liberación.
Con este recuerdo, surgió la primera tradición de dos «plagas»: la contaminación del agua y la muerte de los primogénitos (que es lo que leemos en Ex 4,9.23).
Cuando años más tarde los israelitas se encontraban viviendo en Canaán, la huida de Egipto se convirtió para ellos en el acontecimiento central de su historia. Primero, porque les permitió liberarse de la opresión extranjera. Segundo, porque a partir de ese momento ellos nacieron y se formaron como pueblo. Y tercero, porque fue la primera vez en la historia que Dios aparece actuando directamente sobre la tierra, mostrando así su capacidad de intervenir en el mundo. Nunca antes lo había hecho.
Con la memoria cargada
El acontecimiento del éxodo cobró tal importancia en el pueblo de Israel, que con el paso del tiempo la tradición oral lo fue cargando de detalles y ampliaciones, que servían sobre todo para la catequesis y la enseñanza de la fe de los israelitas.
Así, se añadieron al relato primitivo varias plagas más, que destacaban la fuerza y el poder de Dios. También se añadieron diálogos y conversaciones entre los distintos personajes, para crear suspenso y dramatismo, y para enseñar cómo tarde o temprano Dios termina doblegando hasta el corazón más endurecido y obstinado. De igual modo, se añadió en los personajes egipcios (el faraón, los magos, el pueblo, los funcionarios) un gradual cambio espiritual, a fin enseñar que Yahvé no rechaza a los extranjeros, y preparar así a los israelitas para una catequesis misionera abierta y madura.
El bastón milagroso
Siglos más tarde se escribió en Jerusalén un primer relato del éxodo, llamado «Yahvista» por los estudiosos. Éste contaba ya siete plagas: la primera (el agua en sangre), la segunda (las ranas), la cuarta (los tábanos), la quinta (la muerte del ganado), la séptima (el granizo), la octava (las langostas) y la décima (la muerte de los primogénitos). Posiblemente contaba siete plagas, porque siete era el número que simbolizaba la perfección.
El relato Yahvista se caracterizaba sobre todo por destacar la figura de Moisés. Él era quien aparecía provocando las plagas.
Esta narración de siete plagas debió de volverse sumamente popular, y seguramente circuló durante mucho tiempo entre los israelitas, porque el Salmo 78 al hablar del Éxodo sólo menciona esas mismas siete plagas.
Tiempo después, y basándose en otras tradiciones, surgió en el Reino del Norte (cuya capital era Samaria) un segundo relato del éxodo (que algunos estudiosos llaman «Elohista»). Éste mencionaba sólo cinco plagas: la primera (el agua en sangre), la séptima (el granizo), la octava (las langostas), la novena (las tinieblas) y la décima (la muerte de los primogénitos).
Ahora bien, en el Reino del Norte los profetas gozaban de enorme prestigio y de gran autoridad moral. Más que al rey o al sacerdote, era al profeta a quien la gente veía como representante de Dios. Uno de ellos, llamado Eliseo, era famoso porque tenía un bastón capaz de obrar milagros (2 Re 4,29-31). Esto influyó en la tradición norteña de las cinco plagas. Por eso en ella Moisés no aparece provocándolas directamente como en la Yahvista, sino mediante su bastón. Y por eso, en la actual narración bíblica aparece el bastón de Moisés justamente en esas plagas: la primera (Ex 7,17), séptima (Ex 9,22-23), octava (Ex 10,12-13) y novena (Ex 10,21-22). En la décima no, porque a esta plaga la causará Yahvé en persona.
Luchando contra los magos
Hacia el siglo VI a.C, en los círculos sacerdotales judíos surgió un tercer relato del éxodo, llamado relato «Sacerdotal». Describía también cinco plagas, como el Elohista, pero eran diferentes a las de éste. Son la plaga primera (el agua en sangre), la segunda (las ranas), la tercera (los mosquitos), la sexta (las úlceras) y la décima (la muerte de los primogénitos).
Como en los ambientes sacerdotales se tenía preferencia por la figura de Aarón (por ser el hermano sacerdote de Moisés) y no por Moisés, en la tradición Sacerdotal era Aarón el que provocaba las plagas, en vez de Moisés (por eso, en el relato actual, vemos a Aarón causándolas en Ex 7,19-20; 8,1-2; 8,12-13). Además, Aarón no se enfrentaba al faraón, como en las otras versiones, sino con los magos egipcios, porque éstos eran los sacerdotes de la época; es decir, la tradición Sacerdotal presentaba el suceso como un enfrentamiento entre sacerdotes (por eso, en el relato actual, vemos el enfrentamiento con los magos y no con el faraón en Ex 7,22; 8,3; 8,14; 9,11).
Hacia el año 400 a.C, un redactor decidió reunir las tres antiguas tradiciones en una sola. Y tratando de conservar la mayor cantidad de datos posibles de cada una compuso un nuevo relato. Así, la narración del éxodo quedó considerablemente ampliada. Y las plagas, que en los primitivos relatos eran entre cinco y siete, ahora pasaron a ser diez.
Este redactor, a pesar del esfuerzo que puso, no pudo evitar que en su escrito final se le filtraran algunas contradicciones e incoherencias, como vimos sobre el número de las plagas (primero dos y después diez), sobre el agua convertida en sangre, o sobre las exigencias que Dios le impone al faraón.
Por cambiar el orden
Pero además el redactor final, al reunir los tres relatos en uno, cambió el orden primitivo que las plagas tenían en sus respectivas versiones, lo cual produjo las incoherencias que antes señalamos.
En efecto, según el Salmo 78 (v.47-48) el antiguo orden de las plagas era: primero el granizo (séptima plaga) y después la peste (quinta plaga). Así el relato tenía sentido, porque el granizo, al no matar todo el ganado (Ex 9,20), dejaba un resto para morir con la peste. Pero al invertir el orden y contar primero la peste (donde muere todo el ganado), y luego el granizo, ya no se entiende cómo aquí puede volver a morir el ganado. Y como, además, entre una y otra agregó la plaga de la úlcera (procedente de otra tradición), en la que también vuelve a morir el ganado, el resultado final fue la narración incoherente que vimos.
Pero al redactor final no le importó el desfase. El colocó las plagas en ese orden porque seguía otro plan. Primero quería ubicar las cuatro más leves, que sólo causaban molestia (agua, ranas, mosquitos y tábanos). Luego las cuatro más graves, con resultados destructores (peste, úlcera, granizo y langostas). Luego la novena, con efectos terroríficos (tinieblas). Y finalmente la décima (muerte de los primogénitos) tan espantosa que permitió la salida de los hebreos. Así, el redactor quiso destacar la gradual pedagogía divina, que poco a poco va mostrando las consecuencias negativas que puede traer el rechazo a Dios.
Gracias a Dios, no era Dios
¿En qué se basaban estas tradiciones de la salida de Israel de Egipto? No lo sabemos a ciencia cierta. Quizás se referían a sucesos que ocurrieron cuando un grupo de israelitas intentó escapar de alguna opresión, y que los ayudaron a sentirse libres.
¿Fueron éstos de origen milagroso, en el sentido de que fueron más allá de las causas naturales? No es necesario suponerlo, porque en el libro del Éxodo estas plagas siempre son llamadas con la palabra hebrea mofet, que significa «prodigio» (Ex 7,9; 11,9). Y un prodigio significa algo anormal, extraordinario, pero no sobrenatural. Y no tenemos la obligación de afirmar más de lo que dice el texto. Pudo muy bien tratarse de hechos naturales, que a los israelitas les resultaron extraordinarios, y por lo tanto les sirvieron de señales, lecciones o mensajes divinos.
El relato de las plagas, pues, así como está, no es un texto histórico en el sentido moderno de la palabra, ni es el recuerdo de un acontecimiento real. Lo cual nos tranquiliza enormemente, ya que uno puede preguntarse si se justificaba, de parte de Dios, tal derroche de castigos, de horror y muerte para con los habitantes de Egipto que, al fin y al cabo, eran tan hijos de Dios y objetos de su amor como lo eran los israelitas. El relato de las diez plagas no es la crónica histórica de un furioso castigo divino. Es una confesión de fe, en la cual el autor sagrado proclama la superioridad de Yahvé, Dios de Israel, por encima de los dioses de los demás pueblos.
Por supuesto que actúa
Para los israelitas, uno de los episodios más importantes de su historia fue el éxodo, junto con el de las plagas de Egipto. Y para los cristianos también. Porque nos enseña, de modo incuestionable, que Dios intervino y sigue interviniendo en la historia de los hombres y en sus anhelos. No ciertamente de manera directa, como si Él tuviera que solucionar todos los errores que cometen los hombres en el mundo. Pero sí interviene de modo indirecto, cada vez que uno escucha su palabra y se decide a llevarla a la práctica.
Muchos hoy, frente a las injusticias y el dolor que oprimen a media humanidad, se preguntan si Dios puede todavía actuar entre nosotros, si tiene poder para terciar en nuestros conflictos y ayudar a los que sufren. Sólo puede actuar si encuentra gente decidida, como Moisés y los israelitas, a cambiar ellos mismos la historia.
Es que Dios tiene un proyecto para toda la humanidad. Éste consiste en que haya libertad, paz, justicia, bienestar e igualdad de oportunidades para todos los hombres. Y la oposición a este proyecto acarrea inevitablemente calamidades. Quizás por eso hoy nos azotan tantas plagas. Porque como el faraón de Egipto, seguimos empecinados en oprimir y abusar, cada uno a su manera, de nuestros hermanos más débiles. El día en que todos juntos busquemos una salida a tanta opresión, como lo hizo Moisés, ese día las plagas cesarán.
Autor Prof. Ariel Álvarez Valdés
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