Nono de Panópolis. Sociedad, religión y literatura en el Egipto tardoantiguo
Por David Hernández de la Fuente
1 enero, 2012
Modificación: 25 abril, 2020
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La pugna entre paganismo y cristianismo en Egipto

En este panorama histórico y cultural se desarrolla la coexistencia y progresiva confrontación entre cristianismo y paganismo (Fig. 4)[6]. Del lado del cristianismo, los siglos IV y V suponen una época de consolidación, pero también de grandes controversias en el seno de la iglesia. Hay que decir, por un lado, que esta fue una época marcada por el prestigio social del hombre santo, con un desplazamiento evidente de los modelos de ejemplaridad pública desde el mundo político, artístico o militar hasta el religioso: las masas de desfavorecidos ponían su mirada en un mundo prometido, divino, más allá de sus sufrimientos en este “valle de lágrimas”. Las clases altas y las que querían medrar veían, por su parte, en el creciente influjo del cristianismo un elemento fundamental para procurar éxitos sociales y riquezas.

No está de más recordar que el siglo III y sobre todo el IV es la época de los movimientos espirituales de huída del mundo y contacto privilegiado con lo divino: el monacato y la religiosidad personal. Los ideales de ascesis y pobreza promueven el surgimiento de figuras clave de la espiritualidad tardoantigua como los santos Antonio Abad, Atanasio de Alejandría, Pacomio o Shenoute de Atripe. Ellos representan las tendencias que aspiran a aislarse de la sociedad general mediante el eremitismo, a fundar comunidades en el páramo y cenobios entendidos como ciudades divinas, movimientos en torno a líderes carismáticos seguidos por multitudes que, según las célebres palabras de Atanasio, convirtieron “el desierto en una ciudad”.

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Fig. 3. Este obelisco, levantado por Tutmosis III en Karnak, actualmente es conocido como el obelisco de Teodosio I. El obelisco fue transportado hasta Alejandría y allí permaneció hasta que en el año 390, cuando Teodosio I hizo que lo transportaran a Constantinopla y fuera levantado en la spina del Hipódromo. es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Hippodrome_Constantinople_2007_007.jpg

Por otra parte, la iglesia tardoantigua será un hervidero de discusiones teológicas en un ambiente de sutiles disquisiciones en torno a la naturaleza del Dios cristiano –como Dios-hombre u hombre-Dios–, que originaron propuestas desviadas de la ortodoxia, afrontadas en distintos concilios convocados por los emperadores. Lo más curioso y lo que más fuerte influencia tuvo en la posterior edad bizantina es que tales disputas llegaron a impregnar la discusión pública y casi cotidiana en el Imperio de Oriente, que sería célebre por sus controversias teológicas, en las que un gran número de personas estaban versadas. Quizá las más importantes controversias fueron el arrianismo, que propugnó la idea de que Jesucristo, como Hijo de Dios, había sido creado y no engendrado y que fue condenado por la ortodoxia en el concilio de Nicea (325), el nestorianismo, que afirmaba que las naturalezas humana y divina de Cristo están separadas (condenado en Éfeso en 431) y, su contrario, el miafisismo, que sostiene que en Cristo sólo está presente la naturaleza divina, pero no la humana, y que fue rechazado en el Concilio de Calcedonia (451). Frente a la ortodoxia post-calcedonia, el miafisismo será imperante en la iglesia siria y egipcia a partir de entonces, diferenciado del condenado monofisismo de Eutiques, que sostiene que la naturaleza humana y divina de Cristo se funden en una sola (mono-) y nueva naturaleza.

Egipto destacará por mantener el miafisismo de forma resistente frente a las autoridades imperiales ortodoxas, lo que se constituirá en vehículo de afirmación nacional. La cuestión religiosa fue, poco a poco, superponiéndose con la política imperial e incluso condicionándola. Y para el cristianismo egipcio será también relevante el bilingüismo griego-copto: la lengua y escritura coptas acabarán por imponerse con el lento declive del griego hasta su extinción ya bajo dominio árabe. A esto se añade la cultura romana y el latín, a partir de la conquista romana, cuya presencia en Egipto ha sido discutida a menudo por los estudiosos[7]. Aunque desde la conquista de Egipto por Alejandro la lengua y la cultura griega se habían convertido en las predominantes en los estratos más elevados de la sociedad (siempre en su uso público), comienza a ser frecuente la aparición de personajes ricos e influyentes, por lo general grandes terratenientes rurales, pero también nuevos intelectuales, que por lengua y costumbres son plenamente egipcios y desarrollan una curiosa cultura mestiza, a veces también en cuanto a la lengua (copta). La particularidad de los egipcios se tradujo así en un doble impulso localista, favoreciendo a la vez la heterodoxia cristiana local, es decir, la corriente miafisita, frente a la ortodoxia nicena de la capital y la persistencia del múltiple fenómeno del paganismo frente al cristianismo oficial del imperio.

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Fig. 4. Vista del templo de File, situado en una isla en el Nilo, en la frontera sur, considerado el último reducto de la cultura del antiguo Egipto ya que allí se siguieron celebrado cultos paganos en honor de la diosa Isis cuando en el resto del país se había impuesto el cristianismo. El templo fue cerrado definitivamente, para transformarlo en iglesia, por orden del emperador bizantino Justiniano I (c. 535-537 d. C. ). Foto Susana Alegre.

Del lado pagano, sin embargo, la vigencia en Egipto del entramado de religiones tradicionales grecolatinas u orientales –que los cristianos etiquetaban en general como paganismo– es también muy llamativa: los edictos de Teodosio, impulsados por Ambrosio de Milán, muestran preocupación especial por el país del Nilo. Egipto vive la paradoja de una eclosión sin precedentes del cristianismo, pero también de la resistencia acérrima de las tradiciones paganas: el padre del neoplatonismo, verdadero catalizador del último paganismo, Plotino, era de origen presumiblemente egipcio y las variadas manifestaciones religiosas que los cristianos englobaban bajo la etiqueta de paganismo o hellenismós encontraban su medio natural en el medio rural y en las ciudades egipcias. Las estimaciones y cifras apuntan a que durante el siglo V, los paganos eran casi la mitad de la población frente a otra mitad cristiana[8], mientras hay autores que gradúan las fuerzas en una escala que va de la igualdad en torno al año 400, a la victoria cristiana tras el 450, aún con una fuerte minoría pagana[9]. El Egipto bajoimperial continúa la situación cultural de siglos anteriores, pero con ciertos matices que dan a este periodo unos caracteres propios que continuarán en cierto modo hasta la conquista árabe del siglo VII. Desde una base milenaria común egipcia, consciente y orgullosa de sus tradiciones, se va configurando una cultura híbrida, de lengua griega, copta y, en menor medida, latina. A ello hay que añadir, por supuesto, la grande e influyente comunidad judía de lengua griega que vivía en Alejandría desde época helenística. Un crisol abigarrado marcado por la impronta del primer cristianismo y las controversias en su seno, mientras, por otro lado, pervive el paganismo heredero de las nuevas formas tendentes al henoteísmo –a la noción de que solo hay una divinidad suprema y única, lo que es compatible con una pluralidad de religiones,  frente al monoteísmo– y fuertemente arraigado tanto en las clases populares como entre la intelectualidad de Alejandría y las ciudades provinciales. Por ello no hay que sorprenderse de la abundancia de intelectuales paganos en estas ciudades. De Panópolis (Fig. 5, 6, 7, 8), la ciudad faraónica de Iput y capital del nomo IX (actual Akhmin), proceden, por ejemplo, Pamprepio, Nono, Ciro, los Horapolos, etc. Esta ciudad del Alto Egipto, en la actual provincia de Sohag, fue conocida como Khemmis o Chemmis también, y está situada en la ribera oriental del Nilo, a poca distancia de la capital de la provincia y a 469 Km de El Cairo. De Licópolis (actual Assiut, 359 km al sur de El Cairo, actualmente es la capital de la provincia homónima), que fue la capital del XIII nomo del Alto Egipto viene, por ejemplo, el poeta Coluto y, supuestamente, el filósofo Plotino. En el marco de esta brillante cultura literaria de raíces clásicas, que alternaba y en cierto modo combinaba paganismo y cristianismo sobre una antiquísima base cultural, se entiende que Eunapio definiera a los egipcios como un pueblo «loco por la poesía»[10]. En estas y otras ciudades (como Tebas, Coptos, Hermópolis) se propicia un asiento para una clase alta educada en griego, en un ambiente nativo copto, que se aferra al paganismo con vehemencia[11]. El mestizo contexto cultural lo ejemplifica bien la ciudad de Panópolis, cuna del mayor poeta de la antigüedad tardía. Esta ciudad ya fue celebrada, en el siglo V a. C.,  por Heródoto de Halicarnaso, como la única ciudad que creía preparada para recibir plenamente la cultura griega[12]. Y durante esta época fue un foco de creación literaria y artística pagana[13], pero también, por otro lado, patria del monacato: no en vano, en sus inmediaciones se estableció el Monasterio Blanco del mencionado Shenute, acérrimo enemigo del paganismo en la ciudad de Pan[14], y donde nació su propio fundador[15].

Entre la irrupción masiva de la nueva religión y el apego extremo al modo de vida “heleno”[16] oscilan varias generaciones de intelectuales egipcios entre los siglos IV y V que guardan esa fidelidad a la vieja cultura[17]. Se pueden ejemplificar con miembros de una misma familia: la primera generación es la de Horapolo el Viejo, profesor de letras nacido en el nomo de Panópolis. Refiere el léxico Suda que escribió, entre otras cosas, unos Comentarios a las tragedias de Sófocles, seguramente para su uso en las escuelas superiores y vivió a finales del s. IV o principios del V: se trata de la generación de Nono de Panópolis. La tercera generación es la de su nieto Flavio Horapolo, célebre filósofo y profesor que vivió en tiempos del emperador Anastasio[18]. Entremedias, entre nieto y abuelo, hay una segunda generación en esta misma familia, acomodada y gran defensora del paganismo. Se trata de los hermanos Heraisco y Asclepíades, padre del joven Horapolo, activos en Alejandría, la segunda gran urbe del paganismo tardío junto con Atenas, donde Proclo es la figura señera en esta época (450-485). Aún entonces, bajo Zenón, existe una fuerte facción pagana que llegará a intentar derrocar al emperador[19].

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Fig. 5. Vistas de las ruinas faraónicas de la ciudad Akhmin (Panópolis), en el que destaca el magnífico coloso de Meritamón, esposa de Ramsés II. Foto Elisa Castel.

Entre los conspiradores se encuentra un seguidor de la escuela poética de Nono, Pamprepio de Panópolis (fl. AD 470-486, nació en 440), que fue ejecutado[20]. Egipto aparece así como una verdadera reserva intelectual del último paganismo, más vehemente incluso que la vieja Atenas[21]. Poetas, filósofos y profesores que defendieron el paganismo y viajaron por el Imperio de Oriente, la familia de los Horapolos, oriunda de Panópolis y trasladada a Alejandría, Pamprepio de Panópolis en Constantinopla conspirando con Illo el isaurio, Ciro de Panópolis como cónsul en la capital[22], Hefestión de Tebas[23], el oscuro historiador o poeta Olimpiodoro de Tebas, que habitó entre los bárbaros y paganos blemios[24], un tal Juan de Tebas, implicado en un escándalo de magia y sacrificio humano en Bérito (actual Beirut)[25], etc., dan ejemplo de estas generaciones a caballo entre los siglos IV y VI, entre paganismo y cristianismo.

Durante la época bajoimperial se sucedieron en el Imperio Romano grandes cambios en la religión tradicional. El viejo paganismo se renueva, se subjetiviza y se interioriza mientras el pensamiento filosófico también sufre una deriva mística, y el pragmático estoicismo romano es gradualmente sustituido por el más especulativo neoplatonismo[26], sin duda la escuela más influyente en la Antigüedad Tardía. La coincidencia entre la religión pagana y el pensamiento tradicional es altamente significativa: ambos ámbitos tienden al henoteísmo. Los dioses paganos se unifican en un ser superior, del que dependen los demás, y la cúspide del mundo de las ideas corresponde a lo que el egipcio Plotino denominó to hen. El neoplatonismo servirá de base teórica también al cristianismo, en una característica ambivalencia de la gran doctrina filosófica de la antigüedad tardía, que sirvió tanto al irreductible pagano Proclo como a los obispos Agustín de Hipona o Sinesio de Cirene[27]. En el campo de la religión, hay un sincretismo en torno tendente a aunar figuras divinas o identificar a un dios principal que, aunque atestiguado ya desde el siglo II a. C. y asociado al monoteísmo hebreo y más tarde cristiano, encuentra su máximo desarrollo en los siglos IV y V[28]. Los paganos, tanto en Oriente como en Occidente, especulan en torno a la unicidad de los dioses y elaboran sistemas que combinan diversos cultos y destacan especialmente la idea del dios Sol como divinidad suprema. Figuras como Proclo en Oriente, cuyos himnos paganos serán adoptados por poetas cristianos[29], o Pretextato y su círculo en Occidente son buena prueba de esta teología de honda base filosófica e intensos reflejos literarios. Macrobio, aproximadamente en la misma época que Nono (hacia el 430)[30], expone en sus Saturnalia un abigarrado compendio de esta idea de la divinidad[31]. Y el africano Marciano Capela compone en su De nuptiis Philologiae et Mercurii[32], hacia la misma época, un himno al Sol que refleja este tardío paganismo filosófico e integrador. Macrobio o Pseudo-Justino asimilan al dios único, al sol, con Dioniso[33].

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