La vida de las mujeres egipcias durante la dinastía XVIII
Por Teresa Armijo Navarro-Reverter
4 julio, 2004
Modificación: 14 enero, 2017
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III.- Dependientes libres, siervas, esclavas y concubinas

En Egipto encontramos muchos grupos sociales nombrados con distintas palabras bȝk , mrw, ḥmw.. que, de manera poco clarificada, sufrían alguna restricción de su libertad individual. Algunas mujeres estaban consideradas como sirvientas «libres» de una casa, con los mismos derechos de cualquier otra ciudadana, pero las situaciones que traslucen los textos, demuestran que debían tener una vida bastante similar a las llamadas siervas y esclavas. Para confirmar esta falta de libertad, basta con leer la carta del escriba Ahmose, de tiempos de Hatshepsut, que dice: Ahmose, hombre de Peniaty, a su señor el jefe del tesoro Tey: ¿por qué la sirvienta (bȝkt) que estaba conmigo ha sido trasladada y entregada a otro? ¿No soy tu servidor y obedezco tus órdenes día y noche? Deja que sea aceptado su pago para que esté conmigo, porque ella es todavía una niña y no es capaz de trabajar. Que mi señor ordene que yo haga su trabajo, como una sirvienta más de mi señor, porque su madre me ha escrito diciendo: «Has sido tú quien ha permitido que mi hija fuera trasladada cuando estaba bajo tu cuidado. Sólo porque es como una hija para ti no me he quejado a mi señor’. Eso me ha dicho lamentándose» (Wente 1990, 92 carta n. 117). El término empleado, bȝkt, deriva de la palabra «trabajo» y Ahmose la considera demasiado pequeña para trabajar, por lo que parece más bien hija de una sirvienta que crecía en casa de los amos, estando separada de la madre y bajo el cuidado de Ahmose. La niña es libre pues ha sido «trasladada,» pero no vendida y la madre protesta por el cambio, impensable si fuera una esclava. Por otro lado, Ahmose deseaba «pagar» por ella haciendo su trabajo como una sirvienta. Comprobamos el intrincado entramado existente entre los dependientes de una casa. Da igual pensar que la niña no era una esclava ni una sierva, ya que había recibido un trato muy similar al de la esclavitud: Tey dispuso de ella como de un objeto, otorgándola a otro individuo. Lo mismo ocurre con el empleo de mrw que se traduce generalmente por sirvientes o dependientes. En la biografía de Minmose vemos que Thutmose III le concedió 150 mrw como premio por las numerosas construcciones templarias a todos los dioses: «Su Majestad me alabó por mi gran maestría y me promovió enfrente de otros funcionarios: se me concedieron 150 sirvientes (mrw), regalos y vestidos» (Urk 1444, 6-8). El rey donó o regaló ( rdi.n.i ) sirvientes a Minmose, luego sucede lo mismo que con la niña trabajadora bȝkt,  aunque tuvieran la clasificación de personas libres, se disponía de ellos como de los collares de oro, utilizándolos como recompensas. Es decir que se nos escapa el grado de libertad de varios colectivos.

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Tres mujeres atendidas por una adolescente. Tumba tebana de Najt. TT52

Los esclavos existían, pero parece que gozaban de derechos legales (Bakir 1959, 84-90, Hayes 1978, 376), llegando a diluirse entre la población egipcia; en ningún momento sus amos disponían de sus vidas, como ocurrió en Grecia o Roma clásicas. Las esclavas, en esta dinastía, provenían normalmente de botines de guerra o impuestos de los países subyugados. En los textos, hombres y mujeres se mezclan con los demás bienes traídos de Asia y del país Kush y en las representaciones de las tumbas vemos a madres portando sus hijos en el desfile organizado para entregar los tributos extranjeros al Señor de las Dos Tierras. Generalmente se destinaban al servicio en los palacios, los templos o los talleres de acuerdo con sus habilidades y las necesidades del momento; otras se adjudicaban a una casa particular, donde se las trataba con familiaridad. Los amos procuraban casarlas con esclavos de su propiedad, de forma que sus hijos seguían siendo esclavos de la familia. Tenemos un ejemplo muy singular en los archivos de Nuzi. Así como en Egipto, cualquier persona podía renunciar a su libertad y a la de su familia, en momentos de gran penuria económica, entregándose como siervos a una gran casa, en Nuzi un deudor no podía venderse a sí mismo como esclavo para pagar su deuda, pero sí dar a su hija a alguna familia, la cual la casaría con un esclavo de la casa, obteniendo de forma gratuita los servicios de una esclava y compensando al padre con el precio de una esposa (Speiser 1928-29, 21; Drower 1978, 504). Para asegurarse de que la nueva esclava quedaría en la familia para siempre, se estipulaba otra complicada cláusula en el contrato, atando a la chica a sucesivos maridos, esclavos de la familia, en caso de muerte de los anteriores. Una dama de negocios, llamada Tulpunnaya, repitió once veces los posibles matrimonios de una muchacha dada en estas condiciones: » hasta si el décimo de sus maridos muere, en ese caso será dada como esposa a un décimo primer marido » (Pfeiffer y Speiser 1936, 84; Drower 1978, 504). En Egipto no eran tan extravagantes y parece ser que lo que vendía la familia al entregarse a un amo eran sus servicios en perpetuidad.

Las esclavas y sus hijos acababan por incorporarse a la gran familia, algunas veces, por medio del concubinato, otras, por el cariño engendrado por la íntima convivencia[7]. En contrapartida, también podía sufrir los avatares económicos de sus dueños que las utilizaban a su antojo, pudiendo ser vendidas y alquiladas. Así, por uno de los papiros hallados en el Kahun, (P. Berlín 9784, 1-10), nos enteramos que en época de Amenhotep III, Nebmehy, un pastor de la casa de Amenhotep, se presentó ante el pastor Mesia diciendo: «Yo estoy sin vestidos: dame el equivalente a dos días de trabajo de mi esclava Jarit.» Entonces el pastor Mesia le dio un vestido dAiw por valor de 3 ½ shati y un vestido sDw por valor de ½ shati. Luego vino de nuevo ante mí y me dijo: «Dame el equivalente a cuatro días de trabajo de la esclava Henut.» Entonces el pastor Mesia le dio trigo […] por valor de 4 shati, seis cabras por valor de 3 shati y plata por valor de 1 shati, en total 12 shati (Murnane 1995, 43). No especifica cuál era el trabajo de las esclavas, pero el valor del alquiler parece alto y así debía ser, puesto que los tratos de menor cuantía no se ratificaban en contratos firmados como éstos que han llegado hasta nosotros. En uno de ellos, hasta se añadió una cláusula compensatoria en caso de no quedar satisfecho con los servicios de la esclava: «Estoy completamente satisfecho por el precio de mi sirvienta. !Tan verdad como que vive Amón! Si hay algún inconveniente durante los dos días de servicio que te doy de la sirvienta Henut , esto será contado, shati por shati, en presencia de testimonios numerosos» (Menu 1998, 40; Murnane 1995,44). Es decir le sería devuelto el valor de lo que pagó. Y comprobamos que así sucedió: «Pero los dos días de trabajo de la esclava Henut fueron especialmente calurosos; por eso él me dio también dos días de trabajo de Meryrametshef y dos días de trabajo del esclavo Nehsethi en presencia de muchos testigos» (Murnane 1995, 43). Nos preguntamos qué tendría la esclava Henut para ser tan cotizada, ya que dos días de su «trabajo» valían por cuatro de otros dos esclavos. Esta narración demuestra hasta qué punto se sacaba fruto a las esclavas en momentos de premura y que poseerlas no implicaba un alto nivel económico. Nebmehy era un simple pastor y, según el relato, tenía por lo menos tres esclavas Herit, Henut y Meryrametshef y un esclavo Nehsethi.

Tanto esclavos como esclavas podían conseguir la libertad, por matrimonios con personas libres o por la adopción o concesión de la emancipación dada por sus dueños. Los matrimonios mixtos implicaban primeramente la libertad del esclavo y aseguraban la independencia de toda la descendencia. Tenemos un caso en la estatua del barbero de Thutmose III, Sabastet, en la que nos cuenta como liberó a su esclavo casándolo con su propia sobrina: «Mi esclavo, un hombre de mi propiedad, Amenuy es su nombre… él no ha sido golpeado, ni detenido en ninguna puerta del palacio real. Yo le he dado a la hija de mi hermana Nebetta como mujer; su nombre es Ta-Kemnet. Ella va a repartir (la herencia) con mi mujer así como con mi hermana. Ahora él sale de casa sin estar privado de nada…» (Urk 1369, 6-14). La bondad del comportamiento queda oscurecida por el nombre de la sobrina, pues Ta-Kemnet significa «la ciega.» Esto nos hace pensar que la joven hubiera sido «incasable» y su querido tío solucionó ese problema dando libertad a Amenuy, buena acción que beneficiaba a todos. Sin embargo, no conocemos ninguna emancipación femenina para desposar a un ser libre y la causa de esta discriminación puede hallarse en el admitido concubinato.

Antes hemos hablado de los problemas familiares que acarreaba tomar esposas secundarias. Esto unido a la necesidad obsesiva de la procreación fue la causa de idear un cómodo sistema que consistía en el disfrute de relaciones sexuales, por parte de los amos, con las siervas y esclavas con el fin de tener hijos. Una prueba de la admisión de este tipo de cohabitación, la encontramos en el texto autobiográfico de Amenemhat, Primer Sacerdote de Amón en el reinado de Amenhotep II, que se encuentra en una estela de su tumba (TT 97). El escrito tiene como fin enseñar a sus hijos a través de su propia vida y empieza exponiendo el respeto y obediencia que profesó a su padre. Entre otras cosas dice: «No tuve relaciones sexuales con las siervas de su casa (de la casa del padre), no me acosté con sus sirvientas» (n rḫ.ỉ ḥmt nt pr.f n sḏȝm.ỉ m -ʿ wbȝyt.f ) (Urk 1409, 11-12). Vemos que utiliza dos palabras, ḥmt, que comprendería las esclavas o siervas dependientes y wbȝyt , las sirvientas libres, pero comprobamos que el padre de Amenemhat debía tener los mismos derechos sobre los dos colectivos femeninos residentes en su casa, y su hijo los respeta. Otra carta de la dinastía XVIII de un sacerdote wab Userhat a su «hermana» Resti, es un tanto ambigua pero da a entender que el dueño de la casa quiere modificar la conducta de una sirvienta y pide ayuda a su «hermana»: He advertido que la mujer Iupy es indiferente hacia mí en medio de mis partidarios. ….. Debes ser tú quien la aconsejes debidamente para que te ayude en cuanto hagas, ya que la he cuidado bien, pero no la reprendas, no dejes que sea indiferente… (Wente 1990, 93). Si el término «hermana» lo traducimos por esposa, podemos interpretar que Userhat quería ganarse los favores de la sirvienta, mientras que a la esposa no le agradaba el afecto de su marido por Ipuy y la trataba de forma displicente; el hombre, con mucha diplomacia quiere que no la regañe para que la mujer se encuentre a gusto en su casa. Pero si al término «hermana» le damos otro significado, como hermana, prima o sobrina, podemos deducir que Userhat pretendía que la sirvienta no hablara mal del trato recibido en su casa, lo que podría perjudicar su reputación entre los sacerdotes compañeros (Bryan 1996, 41). En este caso comprobaríamos que los egipcios tenían a gala ser magnánimos con sus subordinados.

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Dos mujeres en la tumba tebana de Userhat. TT51

Este sistema de concubinato no suponía ningún desajuste para la familia, ya que el amo o la esposa podían adoptar a los hijos habidos con las esclavas en cualquier momento[8]y, de no necesitarlo, acrecentaban el plantel de siervos o esclavos, aumentando de forma gratuita la mano de obra de la gran casa[9]. A nosotros nos parece un sistema denigrante para la mujer a quien se tomaba exclusivamente como una máquina procreadora. Quizá en aquellos momentos, las siervas y esclavas no pensaran así, ya que las elegidas gozaban de privilegios y tenían la posibilidad de que su hijo llegase a ser rico e importante. En la casa del terrateniente de Nuzi, ya mencionado, l as concubinas que habían tenido hijos recibían un trato especial por su maternidad, como raciones extra, sirvientes y vestidos. Parece que la jerarquía de este harén estaba basada en la maternidad (Lesko 1989, 183). En todo caso, esta forma de cohabitación ataba a esas mujeres de manera determinante a la unidad familiar. Puede que de las diferentes uniones del señor principal surgiese esa serie de parientes pobres, quizá también ligados por algún bien económico donado, que vivían a expensas de la casa grande, trabajando en pequeñas industrias domésticas: telares, panificación, cervecería, mantenimiento del ganado y caballos, cuidado de jardines, o siguiendo siendo siervos, como su madre, pero con vínculos sanguíneos con las personas dominantes difíciles de romper. Estas gentes dependían tanto de la familia rica que la seguían en sus traslados domiciliarios, como hemos comprobado en los asentamientos de Amarna.

Vamos a terminar la triste vida de estos seres humanos tratados como mercancía, con una bonita y tierna historia de amor. En los archivos de Nuzi comprobamos que los esclavos podían defenderse contra el atropello de sus dueños y los jueces intervenían hasta en disputas amorosas. La dama Tulpunnaya , ya conocida, quiso forzar a una de sus esclavas llamada Kisaya a casarse con un esclavo de la casa, de forma que sus hijos pasasen a engrosar la mano de obra de su posesión. Pero Kisaya estaba enamorada de Artaya, un muchacho que nada tenía que ver con la familia de Tulpunnaya, y, ante la insistencia de su ama, denunció el caso a los tribunales. El juez se debió enternecer por la osadía de la muchacha y le dio la razón, llevando la contraria a la omnipotente señora. Kisaya se caso con su amante y suponemos que fueron felices contrariando a la autoritaria Tulpunnaya (Pfeiffer y Speiser 1936, 2 Drower 1978,505).


[7] Del Reino Medio nos ha llegado la siguiente carta que una dama escribe a su difunto esposo pidiendo la curación de una sirvienta como si se tratara de un miembro de la familia: Acerca de la sirvienta Imiu , que está enferma, ¿no puedes luchar día y noche con cualquier hombre o mujer que le estén haciendo daño?…..!Lucha por ella, cuídala, sálvala de aquellos que la hacen daño! ( Parkinson, 1991 160; Bryam 1996, 40). Pide que el marido aniquile a «cualquier hombre o mujer», pensando que la enfermedad provenía de algún espíritu que poseía la sirvienta.
[8] De la época ramésida es un famoso papiro llamado de «Adopción» en el que una dama adopta como hijos y herederos a los hijos de su marido con una esclava comprada como un objeto reproductor. «Yo los tomé, los alimenté y los eduqué, habiendo llegado hasta hoy con ellos sin que me hayan hecho ningún daño, sino tratándome bien. No tengo hijos ni hijas excepto estos tres… Yo he hecho de ella una mujer libre en la tierra del faraón y si ella tiene hijos o hijas serán hombres libres en la tierra del faraón.» ( Johnson, 1996, 183).
[9] La procreación de las concubinas podía facilitar, en algunos casos, el bienestar del matrimonio principal. Q uizá ésta sea la razón del caprichoso nombre que se les daba en Ugarit: «Aquella que completa la familia.» (Rainey 1965,10; Drower 1978,504).

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