La vida de las mujeres egipcias durante la dinastía XVIII
Por Teresa Armijo Navarro-Reverter
4 julio, 2004
Modificación: 14 enero, 2017
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II.- «La Señora de la Casa» y las esposas secundarias

Los egipcios de aquellos tiempos eran una sociedad muy definida en la que el hombre y la mujer tenían sus propios privilegios y obligaciones, los cuales, al menos aparentemente, aceptaban como ley natural; indudablemente la misión fundamental de toda fémina era la procreación. No debemos comprender el sistema patriarcal y la obligación de ser madre en un sentido peyorativo para la mujer. Estamos en un momento en el que las damas gozaron de una independencia envidiable: la mujer era igual al hombre ante la ley, podían emprender negocios y transacciones comerciales, iniciar una demanda, ser testigos de los juicios, testar libremente y desempeñar importantes cargos sacerdotales. Sin embargo, en la práctica, era e l hombre quien figuraba y ocupaba cargos públicos, marcando el rango social de la pareja. El sabio Any, único en utilizar el viejo método de las enseñanzas morales en el Reino Nuevo, dice «Se nombra a la mujer por su marido, se nombra al hombre por su rango» (Lichtheim 1984, 140). Pero dentro del hogar, la esposa principal, era ama y señora y ella sola lo dirigía y gobernaba. Any aconsejaba a los maridos: «No controles a tu esposa en su casa, cuando sabes que es eficaz… Que tu ojo observe en silencio, entonces reconocerás su habilidad» (Lichtheim 1984, 143).

El adulterio no estaba admitido, como lo demuestra la confesión negativa del difunto ante el tribunal de Osiris: «No he copulado con una mujer casada» (LM cap CXXI), es decir con la esposa de otro. Su infracción podía llevar consigo la disolución conyugal, manera bastante civilizada de afrontar el problema, ya que en otras civilizaciones, como la hitita, era castigado con la pena capital para los dos participantes del deshonor. Sin embargo, d os relatos, redactados en el Reino Medio pero muy leídos en la dinastía XVIII , nos hablan de terribles castigos a los pecadores. Uno de ellos se halla en el Papiro de Westcar; el rey ordenó a un cocodrilo encantado que tragase al amante y lo depositase en el fondo de un estanque, mientras que la esposa infiel fue quemada y sus cenizas esparcidas por el Nilo. En el cuento de los Dos Hermanos, vemos como el marido intenta matar a su hermano pequeño, pensando que había intentado seducir a su esposa; cuando se entera de que ocurrió lo contrario, mata a su mujer y perdona al hermano. Estas feroces condenas pueden ser una manera de moralizar a la sociedad, sin que tengamos constancia de ningún juicio real parecido. Es edificante que también en las enseñanzas morales se aleccionara al hombre para que no cometiera adulterio. Any dice: «Ten cuidado con la mujer que es extranjera, aquella que no es conocida en tu ciudad. No te acerques a ella cuando pase a tu lado, no tengas relaciones carnales con ella. Un agua profundo cuyo curso es desconocido, eso es una mujer alejada de su marido» (Lichtheim 1984, 137).

Como ya hemos indicado, el principal cometido de la mujer era la procreación, hasta el punto que, en algunos contratos matrimoniales encontrados en Nuzi, se advertía la invalidez de las estipulaciones económicas pactadas hasta que la esposa hubiera concebido (Lesko 1989, 183). Se entiende, por tanto, que la esterilidad sería un motivo suficiente para el repudio o divorcio. Por el contrario, la madre era tratada con gran veneración y respeto en todas las civilizaciones. El sabio Any recomendaba a los hijos: «Dobla a tu madre la comida que ella te dio. Cuídala como ella te cuido. Ella tuvo contigo una pesada carga, pero nunca te abandonó. Ten cuidado con tus hijos y edúcalos como tu madre hizo. No le des causa alguna por la que regañarte» (Lichtheim 1984, 141).

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Tejepu. Madre de Nebamon. Tumba tebana 181. Reinado Amenhotep III. Museo Brooklyn

La paz familiar podía verse turbada cuando al núcleo familiar primitivo se añadían esposas secundarias y sus respectivos hijos, formando un grupo jerarquizado, puesto que no todas las mujeres ni todos los hijos tendrían los mismos derechos. Como hemos visto, la esposa principal ataba muy bien sus prerrogativas, por lo que tanto las esposas secundarias como sus hijos salían muy perjudicados y podrían enturbiar la convivencia de la casa. Hay tendencia a pensar que la sociedad egipcia era monógama, exceptuando la realeza, alegando razones económicas (Allam 1981, 116-135). Sin embargo, tanto en Egipto como en los países de su entorno encontramos casos claros de poligamia. En las tumbas tebanas de esta época aparecen vestigios de que el propietario tuvo más de una esposa, sin quedar aclarado si fueron o no sucesivos enlaces, tras la muerte o el divorcio de la primera mujer. Suponemos que son matrimonios consecutivos si todas las damas llevan el título de «Señora de la Casa». Cuando no es así, cabe la posibilidad de que algunas sean esposas secundarias, contemporáneas de la esposa principal. El ejemplo más significativo de poligamia en esta dinastía lo encontramos en la tumba de Renini (tiempos de Amenhotep I; el Kab n.7). Allí aparece su hermano Sobekhotep[3] con cuatro esposas: junto a él hay una dama llamada «su esposa, la Señora de la Casa Idy» (ḥmt.f nbt-pr Ỉdy ) y las otras tres se hallan en fila debajo de la pareja con el simple título de «sus mujeres» (ḥmt.f) . Al ostentar la primera el título de «Señora de la Casa» y ser designada por su nombre, deducimos que ella era la esposa principal, mientras que las otras tres serían esposas secundarias que Sobekhotep tomó para tener hijos (Tylor, Clarke y Griffith 1900, pl. VIII y XV). Fue en vano pues murió dejando diez hijas y ningún varón (Whale 1989,248)[4]. Otro caso de posible poligamia lo hallamos en la tumba de los padres de Senenmut, Ramose y Hatnefert, enterrados debajo de la terraza de la tumba TT 71 de su ilustre hijo. En ella, junto con el matrimonio, reposaban tres mujeres, sin nombre, y tres niños, en pobres envoltorios que señalaría su menor importancia, por lo que, probablemente, fueran esposas secundarias o concubinas de Ramose y sus hijos pequeños (Whale 1989, 248) . Es muy sospechoso que Puimra, también del tiempo de Hatshepsut, aparezca en su tumba (TT39) en una doble escena, mirando a la izquierda con su esposa Senseneb y enfrente mirando a la derecha con su esposa Tanefert (PM I, 1:73 escena 16). Resumiendo, estas hipótesis parecen confirmar la poligamia en Egipto, cosa nada extraña pues existía libremente en su entorno. En un palacio de Nuzi, propiedad de un rico terrateniente, han aparecido las listas de las raciones repartidas entre sus mujeres. Apreciamos que tenía una esposa principal, 7 u 8 esposas secundarias y 2 ó 4 concubinas (Lesko 1989, 183).

La poligamia surge como consecuencia de la muerte frecuente de las mujeres en el parto y del alto índice de mortandad infantil. Los egipcios tenían la exigencia imperante de tener descendencia, si querían lograr una eternidad gozosa. Para alcanzarla, el difunto necesitaba un buen entierro, una tumba adecuada y perpetuar la estirpe para que los descendientes vivos cuidasen el panteón y ofreciesen dádivas alimentarias para el mantenimiento de su Ka[5]. De aquí que los matrimonios egipcios quisieran disponer de un «retén» de herederos disponibles, caso de morir aquellos nacidos de la esposa principal, aunque esto supusiera tensiones internas, peleas entre las diferentes esposas y conflictos familiares propios de una intimidad compartida. Los textos nos hablan de las dificultades de aceptar nuevas esposas y de la ardua convivencia entre las mujeres de distintas categorías, ya que las sirvientas debían entrometerse con frecuencia, quizá para alcanzar algún puesto elevado en el harén familiar[6]. Pero quizá, como en otras materias, sólo nos hayan llegado las quejas referentes a las dificultades en momentos puntuales y anormales, únicos que merecían una amonestación, ya que los periodos de convivencia armoniosa, en los que reinaba la paz en la familia, no tenían por qué causar un escrito.


[3] Whale (1989, 18-19) considera a este personaje hermano de Renini apuntando razones convincentes; sin embargo, Tylor (1900, 3) cree que pudiera ser su abuelo.
[4] Ramose parece que tuvo otras esposas además de Hatnefer: la Señora de la Casa. Bakt aparece en un trozo de jarra encontrado en la tumba 71 (Whale 1989,248); y Ahhotep y Neferhor son mencionadas en las tumbas de Senenmut TT 71 y TT 353 (Dorman 1988, 169).
[5] La palabra Ka es difícil de traducción. Significa la fuerza de la vida, o una parte espiritual del ser humano responsable de la vitalidad del difunto.
[6] Heqanajt fue un oficial de la dinastía XI que nos ha dejado su correspondencia familiar. En una de sus cartas parece que la segunda esposa ha sido mal recibida y pregunta a sus hijos: ¿¿Qué os ha hecho ella a vosotros cinco?… ¿Por qué tenéis la idea de maltratar a mi nueva esposa? ¡Sois demasiado egoístas! (Wente 1990, 60). En otra dice «El día que Sihathor te lleve esta carta, debes echar a la sirvienta Senen fuera de mi casa, !Ten mucho cuidado, si se queda un día más actuaré! Eres tú el responsable por dejarla molestar a mi nueva esposa (o mi concubina: hebesu) …» (Wente 1990, 60). La intromisión de las siervas debía ser frecuente; tenemos otro ejemplo en un hombre que vivió en el Primer Periodo Intermedio y escribió a su padre difunto para que solucionase su problema familiar: «Respecto a las dos sirvientas Nefertjentet y Itjay que han afligido a Seny, confúndelas y elimina todas las aflicciones dirigidas contra mi esposa, a quien, tu sabes, necesito» (Wente 1990, 213).

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