La vida de las mujeres egipcias durante la dinastía XVIII
Por Teresa Armijo Navarro-Reverter
4 julio, 2004
Modificación: 14 enero, 2017
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I.- Matrimonio, linaje y bienes patrimoniales

El núcleo fundamental de todas estas sociedades fue la familia, en un amplio sentido patriarcal, como gran agrupación de parientes y subordinados, aglutinados en un ambiente más o menos fraternal. En ella convivían individuos de diferentes clases sociales los cuales mantenían unos lazos de unión tan estrechos que provocaban una dependencia casi absoluta del clan familiar. Las excavaciones de Amarna parecen demostrar que los asentamientos se hicieron por grupos de personas relacionadas entre sí, que llegaban juntos a la ciudad y formaban un conglomerado de viviendas. Unas veces, concretamente en la cuadricula N 49, hay una serie de casas contiguas, separadas por espacios abiertos, lo que hace pensar en grupos de personas de un mismo nivel social con lazos familiares o intereses comunes tan fuertes que forzaron su traslado conjunto a la nueva ciudad. En otras ocasiones, se aglomeran una serie de viviendas pobres cerca de una mansión importante, por ejemplo, alrededor de la casa de Panehesi, Primer Servidor de Atón (R 44.2); esto puede significar que las familias principales movían a una serie de gentes menos afortunadas, unidas a ellos con estrechos vínculos sanguíneos y económicos, las cuales sólo sabían vivir bajo su sombra (Kemp-Garfi 1995, 73).

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Dos princesas hijas de Amenhotep IV. Tell el Amarna. Museo Ashmolean. Oxford

El elemento central de esta gran familia estaba constituido por el matrimonio: marido y esposa principal, distinguida en Egipto con el preciado título de «Señora de la Casa» ( nbt pr ), y los hijos de ambos. Los esponsales no se correspondían con ninguna ceremonia civil o religiosa, sino que se limitaban a un acuerdo económico entre las familias sobre la «dote» de la novia y el precio de una esposa, que pagaba el novio. Este simple compromiso se plasmaba por escrito, por medio de un contrato, cuando mediaban bienes económicos de alguna importancia, aunque es curioso advertir que no se redactaba necesariamente en el momento de la unión matrimonial, sino cuando se consideraba necesario, a veces tras varios años de convivencia. En él se reseñaba lo aportado por ambas partes al hogar común, se establecía el reparto de los bienes gananciales, normalmente 1/3 para la esposa y 2/3 para el marido, y se estipulaban las responsabilidades con los hijos y su derecho a la herencia (P.Turín 2021, Johnson 1996, n 31; Valbelle 1998, 142-143). Por desgracia no nos ha llegado ningún contrato matrimonial egipcio de la dinastía XVIII , pero la ciudad de Nuzi nos ha revelado algunos de este periodo. Dada su coincidencia, en lo esencial, con los hallados en Egipto de época tardía, pensamos que los redactados en el País del Nilo serían muy similares[1].

Por una tablilla de Kirkuk conocemos que el precio de una esposa era, normalmente, 40 shekel de plata ( Speiser, 1928, 31, Drower 1978, 504), cantidad respetable, ya que en algunas ocasiones se estipulan cómodos plazos para su pago. Por otra parte, cuando Amenhotep III escribió una carta al príncipe de Gezer (EA 369) , solicitándole 40 mujeres bellas y sin defectos, también ofrecía por cada una de ellas 40 shekel . Comprobamos que las alegres mujeres demandadas por el rey, suponemos que para amenizar sus veladas, costaban lo mismo que una esposa. Pero, es mayor nuestro asombro al verificar que por los caballos criados en los establos reales de Karkemish llegaban a pagar 200 shekel de plata (Drower 1978, 494; Schaeffer, 1957-1965, vol III, 41). Una esposa y una bailarina podían tener el mismo valor, pero el caballo era, para el hombre de entonces, un ser más preciado.

El motivo principal de los contratos matrimoniales era asegurar el bienestar de la «Señora de la Casa». La novia conservaba siempre la propiedad de la dote y jurídicamente podía disponer con entera libertad de sus bienes, aunque por lo general eran administrados por el esposo junto con el patrimonio conyugal. En caso de divorcio, bien a petición del hombre o de la mujer, el marido se comprometía a devolver una cantidad equivalente a todo lo que ella había aportado más aquello regalado por él; si por razones económicas no podía afrontar ese gasto, debía seguir manteniéndola y vistiéndola mientras no cumpliera lo acordado.

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Najt acompañado de su mujer y sus hijas en una escena de caza en los pantanos. TT52

En muchos casos la dote era la parte correspondiente a la herencia de la hija, por lo que la novia quedaba ya desligada económicamente de la familia paterna, integrándose en el linaje del esposo. Esto debía ocurrir en las clases acomodadas con bienes suficientes para independizar a uno o varios miembros de la familia en el momento del matrimonio, hecho que podemos deducir de las representaciones de las tumbas, donde las damas nunca acompañan a su padre o hermano en la supervisión de las cosechas de una finca, pero con frecuencia aparecen junto a sus esposos recibiendo los productos de sus propiedades privadas (Ineni, TT 81; Puimra, TT 39; Intef, TT 155). La dote, g eneralmente no incluía la tierra, ya que los bienes raíces pasaban a un solo hijo varón, continuador del clan familiar. Si las mujeres heredasen parte de este patrimonio, inmediatamente pasaría a manos del marido y de los hijos, desgajándose del linaje paterno, para entroncar con la línea patriarcal del esposo. La continuidad de la estirpe no era sólo norma y deseo de los egipcios, sino de todas las sociedades del momento. En Mitanni, la mujer se consideraba también un miembro más del núcleo familiar del esposo, pero cuando no había hijos varones que continuaran la estirpe, en Nuzi se adoptaba al yerno, con la prohibición de enajenar los bienes de la familia, desheredar a los hijos o venderlos como esclavos. Es decir, el esposo pasaba a formar parte del linaje de la esposa pero con unas condiciones muy restrictivas, tanto que le podemos considerar un «semental» para producir herederos (Lesko 1989, 174).

Los pequeños propietarios, generalmente de una parcela, perpetuaban la propiedad de la tierra común e indivisible, nombrando a un administrador único, aunque los demás herederos participaran tanto en el labrantío como en el reparto de beneficios. Tenemos un ejemplo muy clarificador en el famoso juicio de Mose iniciado en la dinastía XVIII , en el que se planteó la división de un terreno: Tajaru solicitó la división de la hacienda entre los herederos de Neshy, que entonces ascendían a seis, cuatro mujeres y dos hombres; y en el primer pleito se autorizó el reparto. Sin embargo, cincuenta años después se demostró la falsedad de los documentos presentados en el juicio y, esta vez, el fallo del tribunal fue favorable a la indivisibilidad del lote. Mose consiguió para sí el cargo de administrador único, haciendo grabar las desavenencias familiares en su tumba (Gardiner 1905; Gaballa 1977). Este proceder demuestra que la propiedad agraria, podía tener un estatuto de herencia íntegra condicionada al reparto de beneficios entre la comunidad familiar; e l requisito no debía ser difícil de cumplir, ya que en este caso el terreno disputado era un lote de tierra donado por Ahmose, primer rey de la dinastía XVIII , a un capitán de barco llamado Neshy, y seguía en manos de la misma familia en el reino de Ramsés II, cuando terminó el pleito, es decir unos trescientos años después de la cesión. Respecto al tema que nos ocupa, es conveniente destacar que en el momento de iniciarse el litigio la administradora era una mujer, Uenero. Es decir, que el hecho de excluir las tierras de las dotes de las hijas, no significaba que la mujer no pudiera heredar una parcela del marido o regentar los bienes comunes durante la infancia de su hijo; lo que se desestimaba era desmembrar los bienes raíces del grupo familiar. La familia de estos pequeños terratenientes se articulaba en un sistema claramente patriarcal, que unía a todo el clan alrededor del jefe de la estirpe, no necesariamente el hijo primogénito, quien podía emanciparse por tener un puesto importante y formar su propia célula doméstica. Este método implicaba un crecimiento estable de los miembros de la comunidad, pues si existía una amplia multiplicación de hijos, las necesidades se desbordarían, haciendo insostenible el régimen comunitario.

Otro sistema para mantener intacto el patrimonio familiar practicado por los egipcios fue las uniones entre parientes. Encontramos varios ejemplos en las tumbas tebanas, uno de ellos es Amenemhat (TT 82), un pequeño escriba, administrador del Visir en tiempos de Thutmose III, que casó con su sobrina Beketamón (Whale 1989, 62). Quizá, el matrimonio familiar más lógico por la edad de los posibles contrayentes, fuera el de primos, pero la falta de filiación de las esposas y el amplio significado de la terminología familiar, dificultan una comprobación fehaciente. En todo caso los matrimonios se solían realizar entre gente del entorno familiar. Corrobora esta hipótesis el hecho de encontrar, con frecuencia, que el esposo de una dama profesaba el mismo oficio que su padre y sus hermanos (Johnson, 1996, 179). También es corriente que, en el caso de varios matrimonios, todos los maridos tuvieran la misma profesión. Un ejemplo curioso es la dama Henutnefer que vivió entre los reinados de Amenhotep III y Ajenatón. Parece ser, que casó con dos escultores, Nebamón e Ipuky, a quienes enterró en una preciosa tumba (TT 181) y en ella aparece llorando delante de los dos ataúdes (fig.1). Henutnefer quiso estar acompañada durante la eternidad de sus padres, pero no se olvidó de sus suegros, los padres de Nebamón y los padres de Ipuky. Todos ellos están representados en las paredes de la tumba y gracias a este amor familiar podemos comprobar que Nebamón e Ipuki no eran hermanos entre sí, ni tampoco, ninguno de los dos, hermano de Henutnefer, por lo que es posible deducir el único parentesco entre ellos: Henutnefer era la esposa de ambos artistas.

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Mujer mostrando dolor a los pies de la momia. Tumba tebana de Nebamon e Ipuly. TT181

Durante la dinastía XVIII , concretamente a partir de Thutmose III se generalizó el uso del término «hermana» para designar a la esposa, oscureciendo aún más la terminología familiar. Es probable que esta identificación provenga de la costumbre de casar en segundas nupcias con la hermana de la primera esposa difunta, cosa normal dada la gran tasa de mortandad de las mujeres al dar a luz (Cerny 1954, 23-29; Whale1989, 253). La muestra de esta hipótesis la encontramos en la tumba de Semianj (TT 127), de la época de Hatshepsut. En ella aparecen dos esposas, una llamada Senseneb con el título de Esposa y Señora de la Casa (ḥmt.f nbt pr  ) y otra llamada Tetiseneb que lleva los títulos de Esposa, Hermana y Señora de la Casa (ḥmt.f snt.f nbt pr ). Como vemos el nombre de las dos mujeres incorpora la partícula “seneb” que pudiera ser un distintivo familiar. La primera esposa sería Senseneb a cuya muerte, Semianj desposaría a su hermana Tetiseneb, dándola los dos apelativos, hermana, significando cuñada, y esposa (Whale 1989, 46-47). Un ejemplo de esponsales con dos hermanas sería el de Itirri, padre de Paheri, que debió vivir en tiempos de Amenhotep I. Itirri aparece en la tumba de Ahmose hijo de Abana (El-Kab 5) con una esposa llamada Sitamón, hija del propio Ahmose, y en la tumba de Paheri (El-Kab 3) se le representa con otra esposa llamada Kem, madre de Paheri y también hija de Ahmose[2].

Aunque la mujer gozaba de grandes libertades, en la práctica estaba casi siempre sometida, o al menos bajo la protección de un hombre, bien fuera el padre, el esposo o el hijo. Esto último sucedía al quedar viuda la madre, momento en el solía trasladarse a la casa del hijo jefe de la familia. Si enviudaba con hijos pequeños, lo normal era desposar en segundas nupcias. Pero, jurídicamente gozaban de total independencia para controlar su familia y tomar decisiones sobre los niños y, si la posición social era elevada, tenía autonomía absoluta para disponer de los bienes patrimoniales y cederlos libremente a quien desease. Esto queda demostrado en el primer testamento documentado de la dinastía XVIII , el de Senimose, del reinado de Thutmose III, quien deja sus bienes a su mujer para que los administre durante su tiempo de vida y después de su vejez sean repartidos entre sus cuatro hijos (Johnson 1996 215, n.22).


[1] Meier (2000, 165) observa diferentes formas de contratos en Asiria y en Babilonia y en la parte semítica Oeste. Sin embargo, en Nuzi se observan afinidades con Egipto en otros temas, aunque cada cual tuviera sus peculiaridades.
[2] Paheri se identifica en la tumba de Ahmose hijo de Abana como el «hijo de la hija» de Ahmose, luego su madre, Kem, tenía que ser hija de Ahmose y hermana de Sitamón.

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