Tutankhamón y el loto
Por Susana Alegre García
1 mayo, 2007
Modificación: 6 abril, 2024
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Época: Dinastía XVIII, reinado del faraón Tutankhamón (1334-1325 a.C.)
Dimensiones: Altura: 30 cm.
Material: madera estucada y pintada.
Lugar de conservación: Museo de El Cairo
Lugar de localización: tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes (KV 62)[1]

Fig. 1. Vista frontal. Foto en Tesoros egipcios de la colección del Museo Egipcio de El Cairo (obra coordinada por F. TIRADRITTI), Barcelona, 2000, p. 239

Fig. 1. Vista frontal. Foto en Tesoros egipcios de la colección del Museo Egipcio de El Cairo (obra coordinada por F. TIRADRITTI), Barcelona, 2000, p. 239.

Los artistas egipcios tienen la merecida reputación de haber sido unos magníficos escultores, consiguiendo resultados extraordinarios con una variada gama de piedras. Pero también hay que tener en cuenta la habilidad que demostraron en la realización de tallas. El magnífico retrato de Tutankhamón sobre una flor de loto, conservado en el Museo de El Cairo[2], por su originalidad, su intensidad simbólica y su elegancia, es una elevada expresión de la maestría que también alcanzaron en el trabajo realizado con madera (Fig. 1).

La pieza, a pesar de su belleza y calidad, ha sido conocida especialmente por la controversia que en su día suscitó su localización aparentemente sospechosa en la tumba de Ramsés XI, lugar utilizado como espacio de trabajo y almacenaje durante el vaciado de la tumba de Tutankhamón[3]. Parece que allí  fue encontrada por miembros del Servicio de Antigüedades en un lugar inhabitual y metida en un embalaje poco corriente. El arqueólogo Howard Carter, para resolver la situación y acallar las sospechas de sus posibles pretensiones de “hacerla desaparecer”, declaró entonces que la singular figurilla había sido localizada en la zona del corredor y que aún no había sido inventariada complemente[4].

Se estable, por tanto, que la talla inventariada por Carter con el nº 8[5] fue localizada durante las excavaciones en el corredor de acceso a la tumba[6]. No obstante, se ha supuesto que este espacio no debía ser su emplazamiento original, es decir, el lugar en el que fue colocada por quienes enterraron a Tutankhamón. Dado que hay pruebas de que la tumba sufrió diversos robos en la antigüedad, se ha considerado que algunos elementos aparecidos en el corredor pudieron ser desechados por los ladrones, mezclándose luego con el material de relleno[7].

Fig. 2. Vista lateral. Foto gentileza de Carmen Bertrán

Fig. 2. Vista lateral. Foto gentileza de Carmen Bertrán.

El objeto que nos ocupa, en principio, tiene una función de carácter simbólico y propiciatorio, es decir, se trata de una especie de sofisticado talismán. Su diseño sencillo, pero altamente narrativo, está integrado por tres elementos: una base de color verde aturquesado sobre la que se encaja y sustenta un gran loto abierto; y sobre la flor, de forma austera, sin ningún elemento ornamental ni tocado, se alza el rostro de Tutankhamón.

La cara del monarca fue plasmada con rasgos aniñados, de labios carnosos, reflexiva sonrisa, nariz delicada y grandes ojos almendrados de pupila oscura. Por sus dimensiones y por el hecho de destacarlos con un intenso perfil negro, los ojos resultan muy llamativos, siendo además subrayados por las elegantes cejas. Y para dar aún mayor vivacidad a la mirada, el fondo blanco se matizó con leves toques rojizos, emulando las pequeñas venas del globo ocular (Fig. 2).

Sobre la piel, de color terroso, resaltan en el cuello de Tutankhamón los pliegues de una marcada papada. También se muestra con detalle las orejas del rey y las perforaciones que servían para que pudiera lucir pendientes que, a juzgar por la variedad localizada en su tumba, debían ser unas de sus joyas predilectas.

No obstante, posiblemente el detalle más magnífico y singular de esta obra sea el punteado realizado sobre el cráneo, representando el arranque leve del pelo afeitado que lucía el monarca. Resultando también muy llamativa la forma de la cabeza, alargada y deformada, evidenciando influencias del arte amarniano (Fig. 3).

Fig. 3. Detalle. Foto en T.G. HENRY JAMES, Tutanka-món, Barcelona, 2001, p. 133

Fig. 3. Detalle. Foto en T.G. HENRY JAMES, Tutankamón, Barcelona, 2001, p. 133.

Para poder interpretar esta obra, resulta fundamental adentrarse en las complejas implicaciones que en el antiguo Egipto tuvo una planta como el loto. En concreto, aunque también se representaron otros tipos en el arte egipcio, el loto más cargado de significados y el más recurrente en la iconografía es el azul o Nymphaea cerulea[8]. Es precisamente sobre esta flor sobre el que se alza en la figurilla la cabeza del joven monarca.
El loto fue considerado uno de los principales emblemas territoriales de Egipto, aludiendo al Alto Egipto. La simbólica planta se representó como ofrenda a los dioses, siendo además una alusión a la belleza, a la vida y a la regeneración. A ello hay que sumar connotaciones sensuales y eróticas, siendo además frecuente en el arte egipcio que se muestre a los comensales de banquetes deleitándose con el perfume de estas flores, como dejándose llevar o embriagándose por la magia de su fragancia[9].

El loto azul tiene la peculiaridad de que su flor se abre a la luz del alba, para luego cerrarse en la oscuridad y volverse a abrir en el próximo amanecer. Ello inspiró una intensa asociación con el sol, y, por extensión, con los relatos cosmogónicos. En algunas versiones de esta mitología se narra que en las aguas primigenias, donde nada había sido aún diferenciado, emergió un loto que sirvió de punto de apoyo al sol[10]. Desde esta flor, primera manifestación de la existencia, un astro solar recién nacido consigue tomar impulso y elevarse en el firmamento; así se inicia el principio de los tiempos, así se pone en marcha la vida y el cosmos.

La mitología egipcia adoró al joven dios nacido del loto con el nombre de Nefertum, que fue una divinidad relevante en Menfis donde era considerado hijo de Ptah y Sekhmet; y en localidades como Buto se adoró como hijo de la diosa cobra Wadjet. En ocasiones, Nefertum llegó a identificarse con Harpócrates, Horus  Niño, y algunos documentos ya desde los Textos de las Pirámides aluden a su identificación con el faraón. Ello también se plasma en la iconografía del dios, siendo habitual que se le represente portando insignias y elementos de atuendo alusivos a la monarquía (Fig. 4).

Fig. 4. Rey-sol emergiendo del loto. Dibujo en R.H. WILKINSON, Todos los dioses del Antiguo Egipto, Madrid, 2003, p. 132

Fig. 4. Rey-sol emergiendo del loto. Dibujo en R.H. WILKINSON, Todos los dioses del Antiguo Egipto, Madrid, 2003, p. 132.

En cuanto a la iconografía, Nefertum se representó ocasionalmente con forma de felino. No obstante,  lo más habitual es que se le muestre luciendo una corona integrada por un gran loto ornamentado con dos plumas, o presentado sobre un loto del que emerge como un joven sol (Fig. 5). La imagen que plasma a Tutankhamón sobre el loto, por tanto, debe vincularse a este tipo de narrativa, enmarcándose a su vez en el contexto de las estrategias tradicionales de divinización solar del rey.

El hecho de que el loto emerja de las aguas abriéndose al sol, para volver a esconderse con la llegada de la oscuridad,  también tuvo una lectura funeraria en el imaginario egipcio, viendo en el comportamiento del loto una metáfora del renacimiento vinculado con la luz: la oscuridad o mundo de la muerte es superada por el loto que consigue renacer y emerger a una nueva vida. La apertura del loto, su intenso perfume y la espectacularidad de su flor, era una especie de celebración de la llegada de un nuevo día, pero también contenía un significado de exaltación del proceso de resurgimiento a una renovada existencia. La planta, incluso, se presenta en alguno de los más relevantes textos religiosos del antiguo Egipto como una entidad en las que puede metamorfosearse el difunto. En el loto, por tanto, lo solar y lo funerario, como tantas otras veces, entran en estrecha confluencia.

En la talla localizada por Howard Carter en la tumba de Tutankhamón se representó un loto abierto al sol y además flotante, siendo el agua representada de forma esquemática por la sencilla base de color aturquesado. Sobre esa superficie líquida, la flor despliega sus pétalos y acoge en ellos al joven sol, identificado con el monarca, emulando así la imagen plasmada en los relatos cosmogónicos e identificando al monarca con la capacidad generatriz del cosmos. Es como si la talla mostrara una sucesión de «emergencias»: la del loto surgido de las aguas y la de Tutankhamón surgiendo del loto como el propio sol, emulando a Nefertum en el primer amanecer. La edad de Tutankhamón, que era un niño cuando subió al trono y un muchacho cuando murió, posiblemente propició que fuera retratado en esta simbiosis.

Fig. 5. Nilo sol emergiendo del loto. Dibujo en Mitología y religión del Oriente Antiguo I, Sabadell, 1993, p. 61

Fig. 5. Nilo sol emergiendo del loto. Dibujo en Mitología y religión del Oriente Antiguo I, Sabadell, 1993, p. 61.

No obstante, lo cierto es que iconográficamente es en el Libro de los Muertos donde parece que podemos establecer el paralelo más directo a la representación mostrada por la talla. Es en este ámbito donde se plasma la imagen que muestra a un personaje humano como sacando la cabeza de los pétalos de un loto. Lo cierto es que en la pieza conservada en el Museo de El Cairo, Tutankhamón no está representado sobre el loto en la típica postura casi fetal con la que se muestra al astro solar en las escenas cosmogónicas. La talla muestra únicamente la cabeza del rey sobre los pétalos de la flor. Y, para esa narrativa resulta crucial remitirse a diversas viñetas del Libro de los Muertos, siendo fundamentales los Capítulo 81 A y B (Fig. 6). En el texto de estos capítulos, el difunto se metamorfosea en flor de loto para alcanzar la eternidad[11]. Es decir, la talla plasma en tres dimensiones la transformación de Tutankhamón en flor de loto, para así poder emerger de la oscuridad de la muerte a la luz de la existencia.

Fig. 6. Difunto metamorfoseado en loto. Capítulo 81 del Libro de los Muertos. Foto en E. ROSSITER, Le Livre des Morts. Papyrus d'Ani, Hunefer, Anhaï, Londres, 1984, p. 60

Fig. 6. Difunto metamorfoseado en loto. Capítulo 81 del Libro de los Muertos. Foto en E. ROSSITER, Le Livre des Morts. Papyrus d’Ani, Hunefer, Anhaï, Londres, 1984, p. 60.

En definitiva, la figurilla tiene diversas vías de aproximación interpretativa. Se puede hacer primar una visión de carácter cosmogónico teniendo en cuenta especialmente la idea del sol niño emergido del loto en las aguas primigenias; o, sin olvidar las implicaciones solares del loto, hacer primar la idea de metamorfosearse en esta flor como medio de elevación y recurso para conseguir acceder a una nueva vida. Con una sencillez asombrosa y con la utilización de muy escasos elementos, la imagen de Tutankhamón sobre una flor de loto nos remite y aúna las tradiciones más puramente cosmogónicas y las más profundamente funerarias, consiguiendo una integración y una condensación narrativa extraordinarias.  Así, Tutankhamón es el sol niño que nació de un loto en lo indiferenciado para dar orden al cosmos; pero es también el difunto que se trasforma en loto para elevarse hacia el alba de una renovada existencia.


Notas:
[1] J. CARTER (y A.C. MACE), The Tomb of Tut.ankh.amen, 3 vols., Londres, 1923-1933.
[2] JE 60723.
[3] También se usaron para diversos menesteres la tumba de Seti II y la KV55, muy próxima a la de Tutankhamón, que fue utilizada por Harry Burton, el fotógrafo del equipo, como cámara oscura.
[4] Sobre este episodio, otras polémicas y aspectos poco conocidos de descubrimiento de la tumba y de los artífices del descubrimiento T. HOWING, Tutankhamun: the Unlotd Story, Nueva York, 1978. También en N. REEVES, Todo Tutankhamón. El rey. La tumba. El tesoro real, Barcelona, 1991, p. 66.
[5] http://www.ashmolean.org/gri/carter/008.html.
[6] Ver emplazamiento concreto en el plano presentado en el artículo de A. WIESE, Toutankhamon. Un «trésor funéraire» tout à fait habituel pour la XVIII dynastie (Fig. 2, p. 85) en el catálogo de la exposición Toutankhamon. L’or de l’au-delà. Trésors funéraires de la Vallée des Rois, París 2004, pp. 83-127.
[7] Sobre estos robos y el impacto que causaron en la tumba ver por ejemplo N. REVEES, Op. Cit., pp. 95-97.
[8] Sobre la simbología y diversos usos de esta planta en el antiguo Egipto ver L. MANNICHE, An Ancient Egyptian Herbal, 1989, pp. 126-127. También R. H. WILKINSON, Cómo leer el arte egipcio. Guía de jeroglíficos del antiguo Egipto, Barcelona, 1995, pp. 122-123; E. CASTEL, Egipto. Signos y símbolos de lo sagrado, Madrid, 1999, pp. 231-233; B. J. KEMP, 100 jeroglíficos. Introducción al mundo del Antiguo Egipto, Barcelona, 2006, pp. 41-42.
[9] Incluso se ha especulado con la posibilidad de que los egipcios pudieran conocer las facultades calmantes y narcóticas que contienen las flores y las raíces de estas plantas. Ver en. W. B. HAPER, Pharmatological and biological properties of the Egyptian lotus, JARCE 22, 1985, pp. 49-54. L. MANNICHE, Sacred Luxuries. Fragrance, Aromatherapy and Cosmetics in Ancient Egypt, Londres, 1999, pp. 99.
[10] El loto ocuparía el mismo papel mitológico que en otras versiones tiene la «colina primigenia», el «benben»….
[11] Capítulo 81 A <<Fórmula para tomar el aspecto de un loto. Palabras dichas por N.: Soy un loto puro que sale llevando al Luminoso, el que está unido a la nariz de Ra; he bajado a buscarlo para Horus. Soy puro, que dale de la pradera pantanosa>> en Capítulo 81 B <<Fórmula para tomar el aspecto de un loto. Palabras dichas por el Osiris, N.: ¡Oh loto, imagen de Nefertum, soy alguien que conoce tu nombre; y conozco vuestros nombres, dioses de todos del imperio de los muertos, porque soy uno de vosotros! Haced que vea a los dioses, las guías del Duat, y dadme un lugar, que está en el imperio de los muertos, al lado de los señores del Occidente; que yo ocupe mi lugar en el país sagrado, y que reciba las ofrendas ante los señores de la eternidad. Que mi alma salga por todos los lugares que elija, sin ser rechazada de la presencia de la gran Enéada>>. P. BARGUET, El libro de los Muertos de los antiguos Egipcios, Bilbao, 2000, pp. 119-120.

 

Autora Susana Alegre García

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