Tausert, la reina-faraona del Período Ramésida
Por Jorge Roberto Ogdon
20 febrero, 2004
Modificación: 21 abril, 2020
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La figura de Siptah es una de las que mayores dificultades presenta para ser interpretada en esta época crítica y terminal de la Decimonovena Dinastía. El nuevo soberano parece haber contado con pocos años de edad y Tausert, ya fuera su madre o su madrastra, se constituyó en regente para, luego de seis años, convertirse en la verdadera persona que controlaba y detentaba el poder.

Es aparente que la burocracia estatal reconoció la autoridad ejercida conjuntamente por Siptah y Tausert, como lo certifican los graffiti dejados por funcionarios egipcios en Nubia. Uno de estos grabados es de sumo interés para conocer al tercer personaje relevante de su reinado; fue registrado por K.R. Lepsius y en él puede verse a Siptah siendo homenajeado por Seti, el Virrey de Nubia, y, detrás del rey, al Canciller Bay, de quien se dice, en otra parte, que fue “aquel que estableció al Rey sobre el trono de su padre”, una afirmación notable que demuestra la importancia del papel que desempeñó en aquellas circunstancias.

Estela rupestre de Siptah, a quien se le muestra junto a Bay recibiendo un homenaje de Seti, el Virrey de Nubia. Asuán. Según K.R. Lepsius, 1845

Estela rupestre de Siptah, a quien se le muestra junto a Bay recibiendo un homenaje de Seti, el Virrey de Nubia. Asuán. Según K.R. Lepsius, 1845.

El por qué de esta situación de corregencia entre Siptah y Tausert, así como de la presencia de una “mente gris” detrás del trono, puede explicarse por las condiciones de salud del rey-niño: según los estudios realizados en su momia padeció de poliomielitis y tuvo siempre un porte enfermizo. Es seguro que vivió por escasos años y que, al morir, fue reemplazado en el ejercicio efectivo de la realeza por Tausert quien, de esa manera, al final gobernó como “faraona” por tan sólo un par de años más.

Los textos inmediatamente posteriores a su reinado, que refieren a su persona y a la de Bay, no hacen de ellos un dechado de virtudes ni mucho menos; bien por el contrario, a ambos se les impuso una “leyenda negra” e incluso se condenó a sus personas al olvido, como parecería probarlo – en caso de comprobarse la relación en forma incontrovertible – el hecho de que, en el Papiro Harris I (75: 2-6), a Bay se le da el nombre de Iarsu y se le atribuye un origen foráneo:

La tierra de Egipto estaba en manos de cabecillas y alcaldes de pueblo; uno mataba a su vecino, grande o pequeño. Y después de esto vinieron otros tiempos de años vacíos; Iarsu, un sirio que estaba con ellos como jefe, impuso tributo a toda la tierra entera, ante él, toda junta; unió a sus compañeros y tomaron sus posesiones. Hicieron que los dioses fueran como los hombres y ninguna ofrenda fue presentada en los templos. (en J.H. Breasted, Ancient Records of Egypt IV, pp. 198-9. Chicago,1906).

El redactor del papiro ha empleado aquí el giro “años vacíos”, que era una manera de significar un período durante el cual el trono era ocupado por un usurpador. Si, como piensan algunos, Bay era la persona detrás del nombre ficticio de Iarsu, probablemente el uso del giro sea correcto. Ahora bien, no tenemos noticias de que Bay se haya atribuido el trono o se haya hecho coronar faraón en ningún momento.

Es bien cierto, sin embargo, que su influencia debió ser enorme si juzgamos que obtuvo el derecho de hacerse enterrar en un sepulcro en el Valle de los Reyes (VR 13). El fenómeno de personas de gran influencia o cercanía con el soberano, a las que les fue concedida una gracia similar, arranca con Hatshepsut y el arquitecto Senmut, y tiene otro paralelo con Amenofis II y el soldado Mahirpra, así que no nos puede sorprender el hecho en sí; el cual, por otro lado, no prueba que Bay reinara por sí mismo.

La “leyenda negra” sobre Tausert y Bay fue creada para desprestigiar sus personalidades: se decía que el último, quien había sido un mero escriba real bajo Seti II, había seducido a la reina viuda y se había ganado la frágil voluntad del niño enfermo. Tausert le habría dado el control de la tesorería real y, de ese modo, este extranjero se hizo con el verdadero poder detrás de las bambalinas.

Estatua en granito negro de Seti II sosteniendo un estandarte que originalmente lucía una representación del dios Set, la cual fue destruida en épocas posteriores junto con su nombre escrito dentro de la cartela del faraón. Procedencia desconocida (¿templete de Seti II en Karnak, Tebas Este?). Museo Egipcio de Turín

Estatua en granito negro de Seti II sosteniendo un estandarte que originalmente lucía una representación del dios Set, la cual fue destruida en épocas posteriores junto con su nombre escrito dentro de la cartela del faraón. Procedencia desconocida (¿templete de Seti II en Karnak, Tebas Este?). Museo Egipcio de Turín.

Si, como dicen algunos autores, Iarsu era Bay mismo, el apelativo ficticio podría entenderse como i(a)r-su, “aquel que se ha hecho a sí mismo”, i.e., un self-made man, como dirían los ingleses, y le cabría el sayo perfectamente a quien se había encargado de hacer prevalecer en la puja por el trono al hijo de Tausert. ¿Se repitió con ellos la historia de Hatshepsut y Senmut? No lo sabemos.

Luego del Año III de su reinado, Siptah modificó su nombre protocolar pasando de Ramsés Siptah a Merenptah Siptah (Drenkhahn, 1980: p. 15) por razones desconocidas, pero sobrevivió apenas tres años más con ese nuevo apelativo y fue inhumado en su siringa del Valle de los Reyes (VR 47). Al igual que Seti II, la misma fue construida en las cercanías del hipogeo (VR 38) de Tutmosis I, el iniciador del cementerio regio tebano. Curiosamente, allí su nombre fue primero destruido y luego restaurado en circunstancias muy poco claras.

Así que a los seis años de ostentar el cetro y la corona, Siptah pasó a integrar la cohorte de Osiris y Tausert tomó las riendas del trono abiertamente, llegando a reinar sola por dos años: fue la reina-faraón más fugaz en la historia del antiguo Egipto.

Sin embargo, su reinado parece haber sido muy activo, ya que dejó huellas suyas en las minas del Sinaí – lo que habla de la continuidad de su explotación desde los tiempos de su esposo Seti II – y hasta en la propia región de Palestina.

Se conocen también restos de construcciones a su nombre en Heliópolis y Tebas, en donde edificó su templo funerario, al sur del Ramesseum, y su sepulcro en el Uadi Biban el-Moluk (VR 14), el cual no llegó a terminar.

Su tumba, al morir la reina por causas ignotas, fue inmediatamente usurpada y concluida por Setnâjt, el fundador de la Veinteava Dinastía y padre de Ramsés III, quien tan mal hablaba de Tausert y sus antecesores según el Papiro Harris I.

Decoración parcialmente conservada en la pared sur de la tumba (VR 14) de Tausert, representando a -Maât, Hija de Ra, Señora del Cielo, Dama de los Dioses-, arrodillada sobre una canasta y extendiendo sus alas para recibir a la reina-faraón en el -abrazo de la eternidad-. El conjunto está sostenido por una mata de papiros en flor, y todo ello simboliza la vida eterna en armonía y rejuvenecimiento perpetuos. Según © H. Altenmüller, 1989

Decoración parcialmente conservada en la pared sur de la tumba (VR 14) de Tausert, representando a -Maât, Hija de Ra, Señora del Cielo, Dama de los Dioses-, arrodillada sobre una canasta y extendiendo sus alas para recibir a la reina-faraón en el -abrazo de la eternidad-. El conjunto está sostenido por una mata de papiros en flor, y todo ello simboliza la vida eterna en armonía y rejuvenecimiento perpetuos. Según © H. Altenmüller, 1989.

La usurpación sepulcral se produjo cuando se estaba construyendo la tumba genuina de Setnâjt (VR 11) y, por accidente, los obreros invadieron la del conocido usurpador Amenmose (VR 10), al que aquel se vanagloriaba de “haber expulsado” (Kitchen, 1978-81: V, 671-2).

De esta manera, se produjo el final de la gloriosa Decimonovena Dinastía con el advenimiento de un nuevo rey que, por su nombre teóforo construido con el nombre de Set, posiblemente haya pertenecido a alguna otra de las ramas de la extensa familia ramésida que pujaba por obtener la corona.

A pesar de que se dice que la transición entre aquella y la nueva Veinteava Dinastía se produjo pacíficamente, gracias a la mano firme de Setnâjt, sin embargo la evidencia demuestra que el nuevo linaje no estuvo seguro ni en el trono – recordemos los exitosos atentados contra la vida de Ramsés III –, ni en las fronteras – rememoremos las renovadas embestidas de los “Pueblos del Mar” que tuvo que detener este último monarca -.

El ocaso de la gloria de la primera dinastía ramésida no fue, por cierto, como contemplar una apacible puesta de sol en un atardecer dorado, sino un verdadero torbellino tormentoso que nubló el horizonte de la monarquía egipcia y dio paso a una época de grandes tribulaciones de la que Egipto no volvería a recuperarse plenamente.

Bibliografía Selecta

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Notas

Jorge R. Ogdon, Director del Centro de Estudios del Antiguo Egipto (CEAE), Buenos Aires, República Argentina. © 2004, Jorge R. Ogdon. Queda hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723 de Registro de la Propiedad Intelectual de la República Argentina. Es propiedad. Derechos reservados. Especial para “Amigos de la Egiptología”.

 

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