Sobre el reinado de Merytneit, la primera Faraona de Egipto
Por Jorge Roberto Ogdon
15 abril, 2006
Modificación: 21 abril, 2020
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Sobre el reinado de Merytneit, la primera Faraona de Egipto

El Período Arcaico o Tinita es una de las épocas más espinosas y controvertidas de la historia del antiguo Egipto. El material es insuficiente como para obtener un cuadro acabado de los acontecimientos que se produjeron durante trescientos o cuatrocientos años, según la cronología preferida; el orden sucesorio de los gobernantes del país es, cuando menos, incierto y muy discutido aún hoy en día; la identificación y relaciones existentes (o no) entre sus nombres-de-Horus y aquellos registrados en las Listas Reales nativas y las distintas versiones sobrevivientes de la Aegyptiaca de Manetón, todavía resulta debatida.

En medio de todas estas dificultades se cuenta uno de los enigmas que más ha desconcertado a los especialistas desde el tiempo de su hallazgo, en 1900, por el arqueólogo inglés Sir W. M. Flinders Petrie en Umm el Gaab (Abidos), en el cementerio real de la Primera Dinastía: un sepulcro con todas las características de un entierro soberano que, posteriormente, se demostró que pertenecía a una mujer, cuando, cincuenta años más tarde, el británico W. B. Emery, trabajando en el cementerio arcaico de Saqqara Norte, encontró otra sepultura que, a todas luces, pertenecía a la misma persona.

El descubrimiento de Merytneit

La identidad de la propietaria de la tumba de Abidos se reveló con prontitud mediante dos magníficas estelas en granito rojo, que superaban el metro y medio de altura, y tenían el cuerpo rectangular y el tope redondeado (figura 1). Ambas lucían los logosílabos m(e)r(y)t y el emblema de la diosa Neit de Sais del nomo VI del Bajo Egipto. Al principio, Sir Petrie pensó que el nombre Meryt + Neit debía leerse, en realidad, como Mery + Neit, i.e., “Amado de Neit”, y lo consideró, por mucho tiempo, como uno de los muchos reyes sin identificar, hasta que, luego, el error de lectura fue subsanado por Emery, lo que planteó un grave dilema; porque, si era una mujer, como se confirmaba entonces, ¿qué hacía enterrada en un camposanto real en el cual su presencia era totalmente excepcional, ya que, como ocupantes de las tumbas principales, sólo figuraban reyes y ninguna otra reina?.

A esta desconcertante situación hubo de sumarse otra evidencia insólita, pues las dimensiones, superficie cubierta y cantidad de sepulturas subsidiarias de servidores de ultratumba que tenían los monumentos hasta entonces atribuíbles a ella, tanto en Abidos como en Saqqara Norte, eran apenas menores a la de sus inmediatos antecesores. ¿Quién era esta misteriosa reina, que desplegaba semejante muestras de poder político? Con prontitud, los investigadores concibieron, cada quien por su lado, varias teorías para explicar el nuevo cuadro que presentaba la historia de la Primera Dinastía.

Estas hipótesis alcanzaron su cenit cuando Emery, a mediados de 1950, exhumó la tumba S 3504 de Saqqara Norte, que, sin duda alguna, perteneció a Merytneit, o, al menos, a sus tiempos. Tal como ocurría en Abidos, su mastaba igualaba tranquilamente a los de sus antepasados, tanto en tamaño como en riqueza. Numerosas teorías tomaron forma, sin lograrse un concenso común entre los egiptólogos. En el interín entre ambos hallazgos, la identificación de uno de los llamados “recintos funerarios” en Abidos – antiguamente conocidos con el nombre de “tumbas de los cortesanos” – como propiedad de Merytneit, terminaba por confirmar irrebatiblemente la gran importancia que había tenido esta mujer en el alba de la historia faraónica.

Los trabajos llevados a cabo por las misiones alemanas a cargo de los Dres. W. Kaiser y G. Dreyer en Umm el Gaab, durante la década de 1980, arrojaron datos insospechados, que cambiaron totalmente el panorama reconstruído sobre Merytneit y su gobierno, desatando nuevamente la polémica sobre su fantasmal figura. Sin embargo, la cuestión no ha sido enteramente resuelta hasta la fecha, y, por lo tanto, una revisión del asunto no estará de más, sino que, por el contrario, se impone ante la generalizada circulación de afirmaciones taxativas que se dan por sentado sin mayor sustento argumental.

Los monumentos de Merytneit

La primera noticia de su existencia vino a presentarse cuando, en 1900, en el cementerio regio abidiense del Período Tinita, Sir Petrie excavó una fosa (“Y”, según su notación), que tenía casi 45 metros cuadrados y cuya superestructura debió cubrir unos 320 metros cuadrados, la cual estaba rodeada por 41 enterramientos subsidiarios, y cuya locación estaba marcada por dos estelas de granito rojo, originalmente emplazadas a la entrada de dicha estructura. Era uno de los sepulcros más grandes que había exhumado en Umm el Gaab, y, ochenta años después, el Dr. Kaiser diría que es la mejor diseñada y construida de todo el camposanto.

La primera impresión de Sir Petrie de que se trataba de un monarca se vio refutada recién cincuenta años después, cuando Emery desenterró la tumba de Saqqara Norte, en el que halló vasos de piedra y cilindro-sellos que ostentaban su nombre encerrado dentro de un diseño parecido al serej de los reyes, pero que, en lugar del halcón de Horus encima, llevaba el emblema de la diosa Neit. Ese era el modo arcaico de escribir los nombres de las reinas consortes, tal como quedaba claro a partir de los descubrimientos efectuados por Jacques De Morgan en la Tumba Real de Nagada, que era atribuible a la reina Neithotep, esposa de Narmer, y que se conocían hacía tiempo. La presencia de numerosas improntas de sello a nombre de Hor-Dyer en el mastaba S 3504, por otra parte, condujo a Emery a concluir que Merytneit había sido una sucesora inmediata de este monarca y, por ende, a desmentir a Sir Petrie y las anteriores presunciones.

La tumba abidiense está construida por un simple foso sin entrada; las paredes del pozo están revestidas con un doble muro de ladrillos, el cual, a su vez, está separado del revestimiento de madera de la cámara funeraria por un pasadizo estrecho de un y medio metros de ancho, en el cual, a intervalos regulares, hay contrafuertes destinados a sostener las paredes ligneas del recinto mortuorio. Entre el doble muro de ladrillos se distribuyen ocho recintos elongados, que fungen de almacenes, dispuestos en pares; en ellos se encontraron vasijas de cerámica taponadas con barro y selladas a nombre de Merytneit y Hor-Udimu, lo que llevó a algunos a creer que ambos eran esposos. El suelo de la cámara sepulcral está ligeramente sobreelevado con respecto al piso del resto de los cuartos. Una de las estelas conmemorativas fue hallada en este lugar, apoyada contra la pared este. Tanto el piso como el techo de este recinto estaban hechos con planchas de madera, de las que sólo subsisten restos ínfimos.

Planos de Umm el Gaab y Kom ez-Sultan, Abidos. Según B. Trigger y B. Kemp, 1983

Planos de Umm el Gaab y Kom ez-Sultan, Abidos. Según B. Trigger y B. Kemp, 1983.

Por el contrario, cuando en 1954 Emery exhumó el mastaba S 3504 de Saqqara Norte, sin dudas contemporáneo de la reina y atribuible a ella misma, el mismo conservaba un buen tanto de su superestructura por sobre el nivel del piso, cubriendo aproximadamente 675 metros cuadrados y superando ampliamente su construcción abidiense. La fosa sepulcral, solamente, tiene 42,50 x 16 metros. Al igual que el resto de los mastabas que lo rodean, presenta el diseño exterior de “fachada de palacio” constituido por batientes entrantes y salientes, que se piensa representan el acceso al palacio real o la tumba soberana misma. El mismo utilizado en la sepultura de la reina Neithotep en Nagada y en la tumba Giza V, también excavada por Sir Petrie y atribuida por él a la época de la Primera Dinastía.

Como otros sepulcros del mismo cementerio, empezando con Hor-Aha, cuenta sobre el lado norte con una “fosa de barca”, embarcación ceremonial que debió haber tenido, por lo menos, 17,70 metros de eslora (largo). Sin embargo, cuenta con sólo 20 entierros subsidiarios, contra más del doble en Abidos; y eso, a pesar de que todo aquí está magnificado en comparación con la Tumba “Y”; e.g., duplica la cantidad de cuartos destinados al almacenaje del ajuar funerario. Eso sí, las tumbas subsidiarias son las primeras en aparecer compartimentadas, iniciando una costumbre continuada por sus sucesores.

Al sumarle la existencia de un “recinto funerario” en Kom ez-Sultan (Abidos), que con toda probabilidad también le perteneció, Emery no dudó que se encontraba ante una verdadera reina reinante, y no meramente una consorte de rey, y, a causa de las improntas de cilindro-sellos a nombre de Hor-Dyer, la hizo su sucesora y la ubicó como cuarto soberano de la Primera Dinastía, aunque hizo la salvedad de que pudiera también haber sido anterior a él y haya sucedido directamente a Hor-Aha. Ya volveremos oportunamente sobre la posición dinástica probable de la reina en la sucesión de monarcas. El “recinto funerario” era un edificio originado en la realización de la apoteosis del soberano difunto; una especie de “escenario” de los Misterios de la Muerte y Renacimiento del rey, consustanciado con Jentyamentiu, “Quien Preside sobre los Occidentales”, el dios cánido originario del lugar, quien posteriormente se asimilaría con Osiris, el juez de los muertos. Esta idea, emitida por vez primera por Sir Petrie, en 1925, y seguida a pies juntillas por G. A. Reisner, fue desechada por Emery, en 1939, y, luego, terminada de rematar por H. Ricke. Estos últimos pensaban que se trataba de cenotafios, i.e., monumentos conmemorativos construidos para la residencia de las “almas” regias durante sus visitas al lugar en determinadas ocasiones festivas. Sea como fuera, el carácter áulico y funerario de las mismas están fuera de discusión.

Un detalle importante sobre el que J.-Ph. Lauer llamó la atención, en 1969, es que el edificio atribuible a Merytneit no presenta el diseño en “fachada de palacio”, que sí existió en sus vecinos regios (Hor-Dyer, Hor-Dyet y Hor-Udimu), mas adopta una silueta similar al vasto espacio llamado “el Mastaba Oeste”, perteneciente a Peribsen, un rey de la Segunda Dinastía. Por si fuera poco, las tumbas subsidiarias que lo rodean alcanzan al enorme número de ochenta, el doble que en Abidos y el cuádruple que en Saqqara Norte.

El nombre de la reina está consignado sobre una treintena de objetos y más de sesenta improntas de cilindro-sellos, entre los testimonios recogidos en Abidos y Saqqara. La ahora solitaria estela abidiense – cuyo pendant se ha perdido para siempre -, se encuentra en el Museo Egipcio de El Cairo, y es el monumento de mayor tamaño que se le adscribe. En la misma institución se encuentran guardadas las pocas muestras artísticas de su época, que son genuinas exquisiteses, i.a., la vajilla de piedra y los elementos de tocador, en donde se nota una preferencia por el esquisto sobre otras piedras.  Entre la cerámica destacan dos vasijas de “estilo sirio”, que bien pudieran haber sido importadas de esa región o confeccionadas por artesanos egipcios en dicho estilo. Volveremos sobre estas vasijas, aparentemente anodinas.

Entre las piezas destacables notamos una estatua en granito de Asuán, conservada en la Colección Michailidis, que tiene 19 centímetros de altura y representa a un babuino en actitud de vigilia. Sobre su pecho, ostenta esculpido el nombre de Merytneit. La pieza es interesante, ya que la otra única escultura similar pertenece al rey Narmer, fundador de la Primera Dinastía, confeccionada en alabastro y actualmente en el Museo Estatal de Berlín. Esta excepcional muestra de arte sacro habla favorablemente de la posición de la reina en una época tan compleja, como parece haber sido la que le habría tocado vivir, tal como veremos inmediatamente.

La cronología de Merytneit

Llegado a este punto, el lector habrá notado que los excavadores y estudiosos discreparon  abismalmente en cuanto a su posición en la sucesión monárquica y a sus relaciones con el resto de los personajes regios conocidos. Sir Petrie primero la tomó como un varón relacionado con Hor-Udimu, pero de ubicación desconocida. Emery demostró definitivamente que “él” era “ella”, y sugirió que habría sucedido a Hor-Dyer o quizás también antecederle, continuando a Hor-Aha, ya fuera como cuarto o tercer soberano, pues la consideraba una reina reinante. Otros, como É. Drioton y J. Vandier (reed. 1977 [ed. or., 1952³]), ya habían emitido su opinión de que Merytneit y Hor-Udimu eran consortes, pero ellos desconocían todavía los descubrimientos futuros de Emery en Saqqara Norte. Debemos notar que Emery en ningún momento se expresó sobre su estátus civil ni la relacionó como esposa de ningún rey.

En 1979, H. R. Kaplan retomó el problema de la ubicación cronológica de la reina, y, recurriendo a las vasijas de “estilo sirio” – ahora catalogadas como el diseño de cuadrículas pintadas de origen palestino -, realizó mayores precisiones, que le permitieron proponer que “sin duda” Merytneit fue anterior o contemporánea a Hor-Dyer, avalando de este modo la postura de Emery.  Un testimonio que en apariencia sustenta este punto de vista está representado por una copa de esquisto azulado, encontrada en las galerías subterráneas de la Pirámide Escalonada de Necheryjet/Dyoser en Saqqara, en donde figura la siguiente inscripción, consignando el orden sucesorio real: Hor-Udimu / Hor-Andyib / Hor-Semerjet / Hor-Qaa, lo que prueba que Merytneit no ocupó el trono después de Hor-Udimu, y, por lo tanto, lo hizo antes que este soberano. Según P. Kaplony (1963: I, 495), en la Piedra de Palermo, Merytneit es mencionada como la madre de Hor-Udimu, lo que, por lo menos, la hace contemporánea con él.

De esta manera, nos encontramos con que la reina ha sido ubicada, en la literatura especializada, entre los tiempos de Hor-Aha y Hor-Udimu. Ahora bien, esta datación puede afinarse aún más cuando se revisan sus relaciones familiares.

Las relaciones familiares de Merytneit

Debido a los rasgos inusuales de sus monumentos, Emery adoptó la postura de considerar a Merytneit como una reina reinante de hecho, y no sólo como la consorte de algún rey en particular, como algunos la consideraron luego de aclarar el error de Sir Petrie.

Las distintas corrientes de opinión más influyentes hasta el momento la hicieron: esposa de Hor-Udimu y madre de Hor-Andyib (Drioton-Vandier, 1977: 119); esposa de Hor-Dyet y madre de Hor-Udimu (J. Padró, 1997: 59; F. Rafaelle, 2001: on-line); o hija de Hor-Dyer, esposa de Hor-Dyet y madre de Hor-Udimu (P. Kaplony, 1963: I, 494ss; N. Grimal, 1996: 50). Por otra parte, ni Sir Alan Gardiner (1994 [ed. or., 1961]: 410 y 412), ni J. Vercoutter (1982: 207), la consideraron como una reina reinante, y el primero de ellos hasta dudó entre si fue “una reina o una princesa”.

El hallazgo de las improntas de cilindro-sellos, realizado en Abidos en los ’80 del siglo XX, por Kaiser y Dreyer, a esta altura, debieron zanjar definitivamente la cuestión, pero tan recientemente como en 2001, Rafaelle dudaba de ello. Considerándola correctamente como una reina reinante, sin embargo, dijo que otro cilindro-sello que lleva la sucesión de nombres áulicos hasta Hor-Qaa no la menciona en absoluto, y, por lo tanto, expresó sus dudas en cuanto a si gobernó sola.  Pero un estudio atento de los dos cilindro-sellos que sí portan su nombre, conducirá al observador a notar de inmediato que no son exactamente iguales; el nombre de la reina aparece detrás del de Hor-Dyet junto con el título de las reinas consortes: mwt ny-sw(.w)t, “madre de rey(es)”, pero en el otro, su nombre y protocolo materno aparecen siguiendo a los nombres de Hor-Dyet y Hor-Udimu. Este parece ser un dato muy significativo: primero, Merytneit fue madre de varios reyes y no de uno solo; segundo, a todas luces, lo fue de Hor-Dyet y Hor-Udimu, lo cual, a su vez, justificaría la presencia de sus nombres en los monumentos funerarios de su progenitora y en los suyos propios, así como la estrecha proximidad de todas sus construcciones en Abidos y Saqqara Norte.

Improntas de cilindro-sellos descubiertas por Kaiser y Dreyer

Improntas de cilindro-sellos descubiertas por Kaiser y Dreyer.

Esto plantea una situación que, nuevamente, rebatirá antiguas ideas, como la de Kaplony que hacía de Merytneit una “hija” de Hor-Dyer a partir de la aparición de sus nombres en forma conjunta en cilindro-sellos de Saqqara Norte. Muy por el contrario, esta evidencia está señalando que ambos efectivamente eran esposos, tal como ocurre en el caso más temprano de Hor-Aha y su reina Imaib. A partir de este cuadro, puede conjeturarse con mucha certidumbre que Hor-Dyet y Hor-Udimu eran hijos de Hor-Dyer y Merytneit, y que se sucedieron en el trono cuando todavía su madre estaba viva: su deceso ocurrió recién bajo el reinado de Hor-Udimu, lo que está denotado por los sellos que llevan su nombre en la tumba de la reina en Abidos.

La posible historia de Merytneit

Habiendo acomodado los tiempos y relaciones de la reina, queda por reconstruir, aunque más no sea como una hipótesis de trabajo sustentable, el cuadro histórico en el que se produjo el insólito hecho de que una reina tuviera que ocupar el trono del Horus de los Vivientes.

Si Merytneit era la esposa de Hor-Dyer, esto explicaría la presencia del nombre del último en la tumba de su viuda superviviente. Es posible que, para ese momento, la reina consorte ya hubiera tenido a su primogénito, Hor-Dyet, y, también, que estuviera embarazada de Hor-Udimu. Lo primero es ahora algo aceptado; lo segundo, una mera especulación nuestra, sugerida por la mención de la Piedra de Palermo ya citada, que refiere a Merytneit como “madre” del monarca.

Si Merytneit vivió bajo el reinado de Hor-Dyet – como lo sugieren los sellos de ella en la tumba norteña del último -, sólo se puede elegir entre dos opciones: o fue la esposa de Hor-Dyet al morir Hor-Dyer y madre de Hor-Udimu, habido con aquél; o ya había concebido al primero con Hor-Dyer antes de que éste falleciera, y, en el interín, esperaba dar a luz a Hor-Udimu. Esta última posibilidad, en vista de los nuevos sellos de Abidos, es la más potable de ambas.

De esta manera, la situación debió ser la siguiente: al fallecer Hor-Dyer, deja a su viuda Merytneit con un pequeño vástago y con otro en camino; realmente, una circunstancia difícil para ella, en especial porque como representante de un linaje asociado a, pero no original de, los verdaderos “conquistadores” y artífices políticos de la realeza faraónica: el poder obtenido por el linaje sureño en su camino de conquista del país, ahora quedaba en las manos de un “socio menor”, norteño. Si nos detenemos a retrazar el árbol genealógico del Período Tinita, notaremos que la mayoría de las reinas consortes, desde Narmer en más, llevan nombres teóforos que conjugan con el de la diosa Neit de Sais (Bajo Egipto): Neithotep (Narmer), Herneit (Hor-Dyer, ¿una reina secundaria?) y Merytneit (Hor-Dyer). Durante los años en que todavía tenía plena vigencia el concepto de la “Unificación de las Dos Tierras” como un hecho histórico, se opinó que eso se debía a que las princesas del “Reino del Delta” (Bajo Egipto), como compromiso político-diplomático, se veían forzadas a casarse con los representantes del “Reino del Valle” (Alto Egipto), a fin de consolidar la alianza de ambas zonas del país. En la actualidad, la propia existencia de la “Unificación” tan mentada está en tela de juicio, y, por ende, ese punto de vista es cada vez más cuestionado.

Sin  embargo, y sin entrar a discutir el proceso y el hito histórico en sí mismo, nos parece razonable pensar que la familia regia estaba integrada por dos líneas de diferente procedencia: una femenina y otra masculina. Nada impide pensar que, aunque en el Delta egipcio no existiera una cultura comparable a la que había en el Valle, sí hubieran grupos humanos asentados en las marismas, algunos de ellos lo suficientemente poderoso y organizado como para desearlos como “aliados”, más que como “enemigos”. Sea como fuera que se hubiera producido este evento, el hecho de que una reina viuda de origen norteño quedara sola junto con el heredero al trono, debió haber perturbado a más de uno en la “facción sureña”. El evidente hecho de que la reina sorteara este punto de fricción es indicativo de que ella y sus hijos contaban con la protección y apoyo de una gran parte de los factores de poder y de la propia familia soberana.

Es importante subrayar que su hijo primogénito, Hor-Dyet, lleva por nombre el de la diosa Uadyit (o Edyo), patrona de la Corona Roja del Bajo Egipto. A causa de su minoría de edad, que no debió ser mucha, Merytneit se hizo con las riendas del poder monárquico hasta que fuera lo suficientemente adulto como para tomarlas por sí mismo. Entretanto, su hermano debe haber nacido, y vivió lo suficiente como para sucederle y encargarse de enterrar a su madre a su debido tiempo.

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