Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel
Por Jorge Roberto Ogdon
22 mayo, 2006
Modificación: 27 abril, 2020
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Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

El laureado escritor egipcio cumple 95 años este 2006, y su extensa y prolífica obra ha sido ponderada por muchos especialistas de diversos ramos, pero no todos han subrayado el valor e importancia de sus primeras novelas, todas ellas ambientadas en los tiempos de los faraones.

Nacimiento y desarrollo de un premio Nobel

El 11 de diciembre de 1911 nació, en una modesta vivienda de la calle Darb el-Qirmiz, en el populoso distrito de el-Gamaliyya del Viejo Cairo, Naguib Mahfuz Abd el-Aziz, que debe el nombre por el que es mundialmente famoso, al médico Naguib Mahfuz Pashá, quien asistió a su madre en el trance de un difícil parto. Naguib era el menor de siete hermanos, un número al que siempre se ha adosado un tinte mágico en las tradiciones de la tierra del Nilo.

Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

Su padre, Mahfuz Abdul Aziz, era, por ese entonces, un funcionario del Ministerio de Educación, musulmán fervoroso y admirador del nacionalismo naciente. Al igual que muchos de sus contemporáneos, ensalzaba a hombres como Mustafá Kamil, Saad Zaglul o Mohamed Farid, quienes bregaban por liberar a Egipto del dominio británico. Su madre, Fátima Mustafá, era analfabeta, pero contribuyó mucho a la educación de su pequeño hijo: lo sacaba en largos paseos por las pirámides de Guiza y las grandes mezquitas de su barrio. A poco de nacer el niño, la familia se trasladó a otra zona más moderna, el-Abbasiyya, pero el párvulo denotó una fidelidad inquebrantable por el área de su nacimiento, a pesar de su inicial alegría por mudarse a una casa con jardín, que es el sueño de todo egipcio.

Naguib, como otros niños musulmanes, comenzó su formación en la escuela coránica (kuttab) dirigida por el sheij el-Buhayri, mas sufrió un cuadro epiléptico que le impidió concurrir a ella por un tiempo, durante el que tuvo que permanecer convaleciente en su casa. Siendo nueve años menor que el más próximo de sus hermanos, se transformó en el Benjamín de la familia. Según ha confesado él mismo, poco es lo que recuerda de aquellos días tempranos de su niñez, fuera de la impresión que le provocó la revolución de 1919 contra los ingleses.

Tenía siete años cuando recé una oración por la revolución. Una mañana me dirigía a la escuela primaria, acompañado por la criada. Andaba como si me llevaran a la cárcel. Llevaba en la mano un cuaderno, en los ojos una mirada de desánimo y en el corazón un ansia de anarquía. El aire frío me picaba en las piernas, descubiertas por debajo de los pantalones cortos. Encontramos la escuela cerrada, y al bedel diciendo en voz alta: “Debido a las manifestaciones, hoy tampoco habrá clase”. Una ola de alegría me invadió, trasladándome a las playas de la felicidad.  Desde lo más profundo de mi corazón le pedí a Allah que la revolución durara por siempre. *

(*) Ecos de Egipto. Pasajes de una vida, 19.

Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

Claro que las razones no fueron políticas, sino que su deseo se debía a que a causa de la revuelta las clases eran suspendidas y los estudiantes devueltos a sus hogares. Allí, su abuelo, cuya muerte le causaría una gran impresión, se solazaba en contarle cuentos tradicionales, relatos que encenderían desde temprano su imaginación, para no dejar de arder hasta hoy en día.

Pero la diferencia de edad con sus cuatro hermanas y dos hermanos mayores, sumado al hecho de que los viera más como padres que como hermanos, y a que mucho de su tiempo lo pasara solitariamente, llevó a Naguib a encontrar en sus amigos y compañeros del viejo barrio, a las personas que, después, le acompañarían hasta en sus relatos y, como ha dicho en reiteradas ocasiones, muchos de ellos han sido material de inspiración para tal o cual personaje en sus novelas y cuentos.

En 1925, terminando sus estudios primarios, ingresó a la Escuela Rey Fuad, en donde siguió los estudios, en los que sobresaldría en lengua árabe, historia y matemáticas, si bien era un ávido lector de la literatura clásica y moderna de su país. Fue en ese entonces que conoció la obra de el-Yahiz, el-Manfaluti y Taha Hussain, entre otros. Algunos amigos de esa época, como Adam Rayab, recuerdan su afición por el fútbol y la música, así como sus salidas de parranda con sus amistades, recorriendo los viejos barrios de El Cairo, sus gurás y qahwa (“cafés”), costumbre que conservó hasta que, en 1994, sufrió un desgraciado atentado a manos de un fundamentalista por su obra “Hijos de nuestro barrio” (Awlad harati-na), considerada herética por los fanáticos del Islam, del que se salvó por milagro y le recluyó hasta la actualidad en su hogar.

Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

Ya en su adolescencia se volvió un inveterado lector de novelas policiales occidentales vertidas al árabe, y se hizo un cinéfilo consuetudinario por las películas “de aventuras”, fascinándose especialmente por aquellas en las que los “héroes” y quienes luchan contra viento y marea por acceder a sus aspiraciones lo consiguen luego de denodadas vicisitudes. Paralelamente, comenzó a consumir el género sentimental – principalmente cultivado hasta ese entonces por Mustafá Lufti el-Manfaluti -, y también el histórico novelado de autores occidentales. Fue cuando se decidió a redactar sus primeros esbozos literarios, siendo el primero de ellos un intento de imitación de los populares cuentos policiales de su compatriota Hafiz Nayib; tan sólo contaba con 17 años. Igualmente, escribió otros escritos, en la vena de los de el-Manfaluti, varios poemas y una suerte de novelette autobiográfica: pero de toda esta obra ni una sola vería nunca la luz.

Para cuando terminaba el secundario, ya conocía de sobra la producción de sus contemporáneos como Taha Hussain, uno de los autores que más le impresionó, y, principalmente, los relatos Diario de un fiscal rural y El despertar de un pueblo de Tawfik el-Hakim. Como todo artista, Naguib era un apasionado de la música, e incluso por un lapso de tiempo tomó clases de qanún – suerte de cítara árabe – en el Instituto Árabe de Cultura, mostrándose como un auténtico fan de la famosa cantante egipcia Umm Kulzum y de Salih Abdul Hash, una de las voces masculinas más renombradas de la época. Pero estas veleidades musicales apenas duraron un año de su vida, ya que pronto desvió sus intereses hacia la Ciencia y la Literatura. En 1930 entró a la universidad Rey Fuad I – ahora llamada Universidad de El Cairo -, cursando la carrera de Filosofía, se afilió al Partido Wafd – socialista -, y publicó artículos políticos y literarios en varias revistas, pero su literatura más pretensiosa era rechazada por los editores en forma sistemática. Para él, en esos días, la filosofía era más importante que la literatura, considerando que tenía un mayor fundamento: la búsqueda de la Verdad. La obra literaria de ficción, según decía entonces, sólo era entretenimiento, no una herramienta adecuada a tal búsqueda.  Uno de los filósofos occidentales que más influyó en su conciencia fue Henri Bergson y su concepto de que el Universo y el ser humano están en movimiento perpetuo y cambio. Esto hizo que renaciera dentro de sí aquellas impresiones tempranas de un Egipto en lucha por la independencia, a la que identificó como la lucha interna del hombre por su propia liberación.

Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

Graduado en 1934, obtuvo un cargo en la universidad misma, luego de fracasar en un intento por obtener una beca en Francia para continuar estudiando. Al mismo tiempo, se decidió a preparar su tesis doctoral, a la que intituló Mafhum el-yamal fi l-fahsafa l-islamiyya (“El concepto de la Belleza en la filosofía islámica”), la cual no llegó a terminar por carecer de tiempo para ello. Ese mismo año, comenzaron a aparecer sus relatos en la revista el-Mayalla el-Yadida el-Usbuiyya, bajo la dirección de Salama Mussa.

Una vez despejado de mi dilema entre la filosofía y la literatura (…) el conocimiento de la literatura moderna me pareció prioritario, y decidí comenzar por ahí (…) Por eso tuve que leer las obras de literatura universal en traducción inglesa (…) Sucumbí al encanto de Shakespeare, su ironía, su énfasis (…) Admiré también a un O’Neill, Ibsen; descubrí con placer a Dos Passos. En cambio, Hemingway me dejó indiferente, a excepción de El viejo y el mar. Faulkner me pareció más complicado de lo razonable… *

(*) Citado por Gamal el-Gitani, Nayib Mahfuz yatadhakkar, 76.

Naguib Mahfuz y los faraones. El antiguo Egipto en la obra literaria de un Nobel

En 1939 pasó a ocupar un puesto en el Ministerio de Asuntos Religiosos, en el que permanecería por quince años, consiguiendo así un contacto fluído y directo con muchos aspectos de la vida religiosa islámica, y redactó algunos ensayos filosóficos, entre ellos uno dedicado a la filosofía de Bergson. Ese año tuvo una significativa importancia para Naguib  y para nuestro estudio, ya que señala el inicio de la impresión de su primera novela histórica propiamente dicha.

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