Mirando al Nilo
Por Yolanda Tundaca
12 enero, 2011
Modificación: 3 junio, 2020
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“Ya llegan las aguas de la vida que están en el cielo.
Ya llegan las aguas de la Vida que están en la Tierra”
Textos de las Pirámides

Dejamos atrás Karnak cuando ya había amanecido y apenas acabamos de desayunar, subimos a cubierta, para no perdernos la sensación de navegar a tan temprana hora. Más que navegar, nos deslizábamos sobre el padre Nilo, un suave acariciar el agua, al tiempo que el espectáculo de las riberas nos acaricia a nosotros.

Las montañas romas, grises y lilas, limitan el no muy lejano horizonte y entre él y nosotros, como una puesta en escena insuperable, la Vida. Aquí es donde el tiempo, que nunca se detiene, parece discurrir tan manso como el cauce del Río: se siente latir el corazón, pero no se precipita, no empuja, no abruma, y es que es un tiempo diferente: el de las galabeyas y los pozos, las flores que flotan y las piedras con mensaje.

Las gentes que existen aquí y ahora, son otra humanidad, existen… ¿ o algo más?, a pesar de su sencillez, a mi no me cabe la menor duda de que ¡Viven!

Las mujeres lavan al borde del agua, los niños y también los mayores nos dicen Adiós, agitando los brazos; las pequeñas construcciones de adobes, asoman entre las palmeras, detrás del talud que el limo ha depositado durante milenios, y que cae casi en vertical sobre la corriente. Un poco más adentro, algunas casas pintadas de blanco, como los minaretes que afilan sus torres, irrumpiendo en el azul pálido aún, de un firmamento que promete un luminoso día. Es el entorno de los Hijos del Gran Río, el regalo del dios Hapi, que no sabe de razas ni fronteras, y ha dado la bienvenida a todos los viajeros, que durante milenios han venido a aprender de su sabiduría.

Por el caminito que baja hasta la orilla, van tres muchachas, sus vestidos son de colores brillantes, suben con sus cántaros en la cabeza, erguidas, seguras. ¿Cuántos miles de años llevan haciéndolo? Esbeltas como en los bajorrelieves de los templos, sugerentes como las estampas bíblicas. Un poco más arriba, juegan a completar la escena unos borriquillos casi blancos, “como de algodón”, que pastan en los pequeños campos y se nos antojan hermanos de “Platero”. El cuadro al completo, es una invitación a la sonrisa.

De pronto, el barco sufre una violenta sacudida, nos dicen que ha encallado. Casi instantáneamente, las gentes de la aldea cercana, surgen tras las palmeras para asomarse al Río, precedidos por la algarabía de los niños descalzos, bulliciosamente sorprendidos, que saltan y ríen a la orilla del cañaveral que tenemos enfrente. Su alegría es contagiosa, devolvemos el saludo, felices por haberles regalado un espectáculo inusual, que llenará su día de comentarios y buen humor.

La tripulación no parece preocuparse, no sucede a menudo, pero tampoco es la primera vez. El milenario Nilo soporta mejor las velas que las hélices, pero no hay duda de que el viejo Hapi, nos echará una mano.

Esto no estaba en el programa de la Agencia de Viajes, es un regalo para el corazón, esa víscera que late dentro de todos nosotros y que, según los sabios egipcios escribieron hace cinco mil años -o tal vez más-, era el que “pensaba” y no el cerebro.

Mientras RA se elevaba lentamente a nuestra espalda, yo llegué a la conclusión de que tenían razón.

 

Autora: Yolanda Tundaca

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