Unamón es un entrañable personaje de la literatura egipcia que nos enamora por su resistencia a los embates de la adversidad. Procedente de Tebas, llega a la costa fenicia en busca de nobles maderas para la barca sagrada de Amón, pero ladrones y reyezuelos oportunistas se aprovechan de su aparente indefensión, robándole y manipulándole. El egipcio no se rinde y acude a la potencia divina para que venga en su auxilio, aunque también a la elocuencia y a la sagacidad.
Además del paisaje psicológico que nos ofrece, este cuento es importante por su fácil datación cronológica y por la gran cantidad de información que nos aporta. Basado seguramente en el informe oficial de una expedición comercial, el documento adquirió carácter literario al sobrepasar lo informativo con sus genuinas pinceladas poéticas y por el intenso dramatismo de algunas escenas.
I. Ubicación y datación del papiro conservado
El papiro que nos ha transmitido nuestra pequeña “novela” de aventuras fue descubierto en una ciudad del Egipto Medio llamada El-Hiba, el año 1891. Estaba en una jarra de barro y le acompañaban el onimasticon de Amenemope y una epístola. Junto a otros objetos, fue comprado por el egiptólogo ruso Vladímir Golésnicheff, uno de los grandes precursores de la egiptología en Rusia. Este es el motivo de que el único ejemplar que nos ha llegado se encuentre en el Museo Pushkin de Moscú, catalogado con el número 120. La redacción se extiende a lo largo de 142 líneas distribuidas en dos hojas, cortándose abruptamente cuando todavía quedaba espacio para escribir un poco más; es imposible saber por qué el escriba no terminó su trabajo. El tiempo ha hecho también de las suyas, dañando algunos puntos del delicado soporte y provocando lagunas en el hilo de la historia. A pesar de todo ello, el conjunto nos permite una lectura bastante detallada para entender el argumento y apreciar la calidad literaria del texto.
El estudio del papiro y el análisis de la narración dan como resultado dos fechas diferentes. El documento se ha datado en la Dinastía XXI, un siglo después de los hechos relatados. La expedición de Unamón comenzó, según señala el escriba, en el verano del año V de la Era del Renacimiento de Ramsés XI, último faraón de la Dinastía XX y del Reino Nuevo. Nuevas hipótesis apuntan a que se refiere al quinto año del reinado de Semendes, primer rey de la Dinastía XXI y del Tercer Periodo Intermedio (Lull, 2007) lo que explicaría la ausencia de referencias al último ramésida. Pese al atractivo de esta hipótesis, mantendremos como fecha la tradicionalmente aceptada, que se corresponde con el año 1075 a.C., sobre todo porque el texto nunca se refiere a Semendes como faraón, ni se citan las fórmulas de protocolo que solían acompañar a la mención del mismo.
II. Resumen del cuento de Unamón
Unamón es un alto cargo administrativo del gran templo de Amón en Karnak. Su título ha sido traducido de varias maneras, como por ejemplo: “decano de la puerta del dominio de Amón” (Lefebvre, 2003) o “veterano del portal del templo de Amón” (Galán, 2000). ha recibido el encargo de adquirir madera para rehacer o restaurar la gran barcaza de Amón, llamada Userhat. Para ello se traslada primero a Tanis, la nueva capital egipcia, y entrega a Semendes y a Tanetamón los decretos del dios, a fin de que dispongan todo lo necesario para su viaje al Líbano. Estos le entregan dinero y objetos para comerciar y pactan su traslado con un capitán fenicio, con el que hará su primera escala en Dor.
Al llegar a Dor, un tripulante de su barco se fuga con una suma total de cinco deben de oro y treinta y uno de plata. Unamón reclama a Bidir, el gobernador de la ciudad, pero éste se desentiende de darle dinero en tanto en cuanto el ladrón venía en su barco y no era uno de sus ciudadanos. No obstante, sí accede a buscarlo y le dice a Unamón que aguarde en Dor, donde permanece hasta nueve días. Cansado, decide partir hacia su siguiente destino, pero durante el camino aplica el astuto consejo que Bidir le ha dado: roba el dinero a los capitanes de su flota y luego les amenaza con quedárselo si no se ocupan de encontrar al fugitivo. Así, al llegar a Biblos, sale del barco y monta una tienda en el puerto para instalar la estatua portátil de Amón del Camino, guardar el dinero del que se había apropiado y esperar el regreso de los capitanes que han salido en busca del ladrón. Por motivos que ignoramos, el gobernador de Biblos, Chekerbaal, le envía cada día un mensajero para ordenarle que se vaya, como si fuera un pordiosero. A pesar de las lagunas en el papiro, se entiende que Unamón acepta marcharse si se le facilita un transporte hasta Egipto, aunque eso implique renunciar a su misión. Sin embargo, un día, estando Chekerbaal haciendo una ofrenda a sus dioses, Amón toma posesión de un sacerdote de modo imprevisto y le hace hablar en trance, ordenándole que reciba a Unamón en su palacio y lo trate como se merece. El príncipe de Biblos obedece sólo de manera parcial, pues cuando Unamón se presenta le hace un interrogatorio capcioso, dudando de él por no llevar encima los papeles oficiales que recibió en Karnak ni una carta de Semendes y Tanetamón que demuestre que es un emisario oficial. Por otra parte, exige que se le pague por la madera y además que explique cómo se la va a llevar si no dispone de barcos. Es entonces cuando el egipcio realiza su bella alabanza a Amón, en la que declara que él no es el emisario, sino que Amón en persona ha venido a por su madera y él lo acompaña. Parece ser la idea central del relato: el gobierno de los hombres es efímero; su poder, limitado. Sólo Amón ejerce en realidad el poder, y no sólo en Egipto, sino que “a él pertenece el mar, a él pertenece el Líbano”. A efectos prácticos, Unamón solicita un escriba y redacta una carta para Semendes, quien enviará una flotilla para recoger la madera y una gran cantidad de productos para el intercambio, productos a los que Tanetamón añadirá un aporte personal, como veremos después. Estando todo listo, Chekerbaal mantiene su actitud hostil, instigando a Unamón a marcharse cuanto antes. Justo en ese momento llegan furiosos los capitanes a los que había retenido el dinero y le impiden zarpar. El egipcio se desmorona y el príncipe de Biblos se porta de forma hipócrita, pues a Unamón le da de cenar y hasta le envía una cantante egipcia para que alegre sus penas, pero a los marinos enfadados les dice que esperen a que se vaya de su ciudad para lanzarse sobre él. Así comienza una nueva aventura para el enviado de Amón, pues los vientos llevan su nave hasta Chipre, donde también se le recibe con agresividad hasta que consigue hablar con la princesa que rige la zona, convenciéndola de que le proteja. En este punto se interrumpe el relato. Dado que en los muros tebanos encontramos a Herihor con la nueva barca Userhat, podemos deducir, si el trasfondo histórico es verídico, que logró alcanzar Tebas con éxito y narrar su historia.
Ruinas de la ciudad de Tanis. Foto: Juan Friedrichs
III. Contexto histórico del relato
El contexto que nos ofrece el relato de Unamón resulta muy interesante. Sin duda, es una época difícil para Egipto. El panorama político es complejo y suscita mucha controversia, pues a pesar de contar con abundante documentación, ésta es fragmentaria, lo que da pie a conclusiones parciales. Además del documento literario que nos ocupa, existe un notable aporte informativo procedente del género epistolar, la epigrafía de los templos y otros textos administrativos. Trataremos a continuación de exponerlo con la mayor claridad posible.
Estamos en las postrimerías del Reino Nuevo. En el trono de las Dos Tierras se sienta Ramsés XI (1098-1069 a. C.), nacido de Ramsés X y de la reina Tyti. Su actitud como gobernante es cuando menos ambigua, pues durante una fase actúa en primera línea y va poco a poco, en apariencia, cediendo ante la presión de hombres fuertes. Vayamos por partes. Sabemos que Ramsés XI hizo algo atípico en la organización temporal del reinado: establecer dos etapas. Él es coronado como cualquier otro e inicia la secuencia de años de la fecha egipcia. Sin embargo, al cumplirse diecinueve inundaciones de su investidura, Ramsés XI realiza un acto extravagante: proclama una Era del Renacimiento a partir de la cual se vuelve a iniciar la cuenta en las fechas oficiales, añadiendo siempre esta idea de etapa nueva, conocida en egipcio como wḥm mswt. Si este rey gobernó 29 años, los diez últimos se consideraron un periodo de renovación muy intenso, tanto como para romper las tradiciones seculares de datación. ¿A qué se debió este “renacimiento”? Todavía no se ha podido explicar. Nuestro relato sucede en el año 5 de la wḥm mswt, hacia 1075 a.C.
La situación anterior a la proclamación de la wḥm mswt es de una inestabilidad extrema en el Alto Egipto. Disponemos de cartas que lo muestran de modo indirecto, con gran dificultad para saber quién hizo qué: hay una controvertida destitución del primer sacerdote de Amón, Amenhotep; en la zona tebana se suceden pillajes, robos, asesinatos, y, como consecuencia de todo ello, hambrunas. Panehesy, virrey de Kush, está implicado, si bien cuesta mucho delimitar sus verdaderas responsabilidades. Movimientos militares sacuden Tebas, pero comienzan también a subir hacia el Norte, como mínimo hasta ciudades como Hardai; algunos autores han señalado la posibilidad, incluso, de que se intentase llegar hasta la capital. Una inscripción en bloques de caliza localizada en Karnak demuestra que un primer sacerdote de Amón, se supone que Amenhotep, había sido obligado a apartarse del cargo por una autoridad no oficial y que el faraón reparó esta injusticia. El texto no aclara quién tuvo la osadía de deponerlo ni cómo mantuvo esa situación durante ocho meses, pero sin duda tuvo que ejercerse una presión militar. Existe un relato literario que ilustra acontecimientos semejantes de un modo narrativo y curiosamente forma parte de la colección a la que pertenece el de Unamón: se trata del papiro de Moscú 127, comprado también por Golenischeff. Narra la historia de un sacerdote de Heliópolis que fue apartado de su cargo por una autoridad no reconocida y violenta. En él se especifica que los enemigos llegaron desde el sur. Teniendo esto en cuenta y otros muchos detalles dispersos, todas las miradas llevan a Panehesy, pero unos especialistas creen que él apoyaba a Amenhotep y otros lo consideran su enemigo, a tal punto llevan las lagunas en la información. La gravedad de este inestable escenario obligó al propio Ramsés XI a presentarse en Tebas para enfrentar en persona la crisis (Lull, 2004). Estuviese Panehesey ayudando o siendo el causante del conflicto, lo cierto es que a partir de la nueva era cae en desgracia y los textos, ahora sí, lo mencionan como enemigo del faraón. Para combatirlo se envía al general Herihor y otros miembros de su familia. En el año 19 del reinado de Ramsés XI se inviste a Herihor como primer sacerdote de Amón en Tebas.
TABLA ILUSTRATIVA DE LOS SUMOS SACERDOTES DE AMÓN EN TEBAS | ||||
FIN DE LA DINASTÍA XX | ||||
REY | ZONA | PERSONAJES | ESPOSA | IDEAS CLAVE DEL PERSONAJE |
Ramsés XI
1098-1069[1] a. C. |
Norte | Semendes | Tanetamón | Chaty del Bajo Egipto |
Sur | Amenhotep | Primer Sacerdote de Amón
¿Expulsado de Tebas por Panehesy por indicación de Ramsés XI o como víctima de un alzamiento contra el faraón? |
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Panehesy | Virrey de Kush enviado a controlar un ataque libio en el Egipto Medio. Se asienta en Tebas y es fuente disturbios.
Robos en el Valle de los Reyes. Vencido por Herihor y Pianj, queda relegado a Nubia, donde se asienta. |
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Herihor
Rey en Tebas |
Comandante en jefe del ejército
Chaty del Alto Egipto Primer Sacerdote de Amón Virrey de Kush ¿Se autotitula rey a la par que Ramsés XI? |
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Pianj | General del ejército
Primer Sacerdote de Amón Se dirige a Nubia para enfrentarse a Panehesy en el año 10 de la uhm nesut |
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DINASTÍA XXI | ||||
Semendes I
1069-1043 Tanis |
Sur | Pianj | Hijo de Herihor
Sumo sacerdote de Amón Virrey de Kush |
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Neferkara Amenemnesu
1043-1039 Tanis |
Sur | Pinedyem I
Rey en Tebas |
Henuttauy
Isetemheb I |
Hijo de Pianj
Sumo Sacerdote de Amón Virrey de Kush Se autotitula rey Su hija Maatkara es Divina Adoratriz Su hijo Masaharta Sumo Sacerdote de Amón Su hijo Dyedjonsuefanj Sumo Sacerdote de Amón Su hijo Psusenes se convierte en rey del Alto y el Bajo Egipto. |
Psusenes I
1039-993 Tanis |
Menjeperra | Isetemheb III | Hijo de Pinedyem
Sumo Sacerdote de Amón |
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Amenemope
993-978 Tanis |
Semendes II
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Hijo de Menjeperra
Sumo Sacerdote de Amón |
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Siamón
978-959 Tanis |
Pinedyem II | Isetemheb IV | Hijo de Menjeperra
Sumo Sacerdote de Amón Padre del faraón Psusenes II |
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Psusenes II
959-945 Egipto |
Psusenes III | Hijo de Pinedyem II y hermano del faraón reinante en el norte
Sumo Sacerdote de Amón |
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Con PsusenesI y II la línea de Sumos Sacerdotes de Amón pasa a ocupar el trono del norte, cerrando así el círculo que mantuvo a las dos ramas de esta familia en un poder paralelo norte-sur | ||||
La hija de Psusenes II, Maatkara, se casó con Sheshonq I, iniciando la dinastía XXII |
[1] Cronología tomada de (ASSMANN, 1995)
En medio de estos altercados acontece un sacrilegio que en circunstancias normales sería impensable: el saqueo de las tumbas del Valle de los Reyes. Un acto de tal gravedad para la mentalidad egipcia sólo podría explicarse por una verdadera y profunda crisis económica, capaz de situarse por encima de los tabúes vigentes sobre tal allanamiento. Disponemos de las actas de los juicios emprendidos contra numerosos acusados y otros muchos testimonios. Esta serie de desastres culminará en la creación, al final de la Dinastía XXI, del famoso escondrijo real de Deir el-Bahari, tarea que asumió por varias generaciones la familia de Herihor.
Barcar de Amón representada en el templo de Karnak. Foto: Juan Friedrichs
III.1. Herihor y su familia
En el relato de Unamón, Herihor es quien le envía al Líbano en busca de madera para la barca. En ese momento ocupaba el máximo grado entre los servidores de Amón y estaba al frente de distintos trabajos de restauración en Karnak, pero especialmente en el templo de Jonsu, cuyos relieves nos aportan la información más destacada que tenemos sobre este personaje. En dicho santuario aparece una inscripción donde Herihor afirma haber enviado a alguien en busca de madera para reconstruir la gran barcaza de Amón, allí representada una vez fue construida. Este dato arqueológico es una de las bases más sólidas para confirmar el carácter histórico del cuento literario. Si tenemos presentes todas las revueltas ya comentadas, no sería extraño que la barca hubiera sufrido daños o quizás un simple abandono que había acelerado su deterioro. Para la nueva era, la gran Userhat debía ser renovada. En el templo de Jonsu, Herihor aparece realizando ofrendas a las tres barcas portátiles de la triada tebana y en otra escena la gran embarcación Userhat navegando por el Nilo durante un festival.
¿Quién fue Herihor? En realidad, pese a la información disponible, no lo sabemos con certeza. La primera fase de su carrera es militar y al final de su vida, sin dejar las armas, asume también el pontificado de Amón. Dada la inestabilidad de la zona es una decisión muy lógica por parte de Ramsés XI. Los cargos sacerdotales egipcios nunca estuvieron reñidos con la vida civil y hacía falta un hombre fuerte capaz de controlar a los soldados nubios de Panehesy y a los rapaces que asolaban el Valle de los Reyes. No eran tiempos para un misticismo ermitaño, sino para una política de acción. Cuando eso sucede, sin embargo, Herihor es un hombre bastante mayor, pues rondaba los sesenta y tres años. Murió antes que Ramsés XI, cumplidos los setenta, en el séptimo año de la Era del Renacimiento (c. 1073), dos años después de haber enviado a Unamón al Líbano. Sus ambiciones, por tanto, tuvieron siempre a la muerte presente. Los relieves del templo de Jonsu en Karnak lo presentan con su nombre inscrito en cartucho, generando la gran interrogante en torno a él: ¿se hizo coronar faraón despreciando la autoridad de Ramsés XI?, ¿fue parte de una estrategia concertada por el propio rey para fortalecer la Tebaida?, ¿enfermó Ramsés XI y provocó que Semendes y Herihor acecharan entre sí para conseguir el trono? En repuesta, decir que lo que pasó al final fue lo siguiente: Herihor falleció antes que Ramsés XI y su yerno le sucedió como primer sacerdote de Amón sin ninguna titulatura regia, quedando el cargo en manos de la familia toda la Dinastía XXI. Al morir el faraón se coronó a Semendes, quien gobernó en status quo con el sur. Sus herederos toleraron la coronación del sumo sacerdote de Amón, Pinedyem I, manteniendo vínculos familiares, hasta que con Psusenes II las dos ramas de la familia se volvieron a unir en un solo monarca para Egipto que cerró la Dinastía XXI (ver tabla cronológica adjunta).
Quiero plantear una reflexión para romper con la tradicional interpretación de que el clero de Amón buscaba desplazar a los monarcas legítimos para crear una especie de poder oligárquico sacerdotal. Si la familia de Herihor estaba tan en contra del poder faraónico, ¿cómo es que justo a ellos les debemos haber custodiado piadosamente las momias de los más grandes reyes del Reino Nuevo? Son los creadores del escondrijo real de Deir el Bahari (DB320), colofón de un largo combate contra el saqueo. Este acto permaneció oculto al pueblo, no lo hicieron por darse propaganda, pues su estrategia de salvaguardar los cuerpos sagrados se habría visto expuesta. ¿Podría ser que lo hicieran por verdadero respeto a los Señores de las Dos Tierras? Sé que es poco probable, pero me pregunto si además de la ambición existen otras motivaciones en los seres humanos. Quizás los sacerdotes de Amón eran hombres pensantes que, cuando se daban cuenta de que un soberano no estaba a la altura, se resistían a ser gobernados como borregos. Tal vez también tenían criterio y le recordaban al Señor de Egipto los límites de un supuesto poder absoluto que, si bien es de origen divino, es juzgado por sus contemporáneos y por la historia. Otra especulación podría ser que Ramsés XI, a fin de proteger Tebas, equiparó a su sumo sacerdote en los relieves para señalar su deseo de que fuese obedecido como si fuera él mismo. Y una última posibilidad es que después Ramsés XI se despreocupó tanto de Tebas que Herihor se vio obligado a tomar la titulatura para garantizar la protección mágica de la capital religiosa, pues lo cierto es que nunca tuvo aspiraciones más allá. Sabemos que Herihor en persona rescató la momia de reyes tan importantes como Ramsés II y la escondió en la tumba de Seti I, dejando una inscripción informativa al respecto en el sarcófago (que luego pasaría con los demás a DB320). Herihor respetaba a la realeza, quizás no tanto a los hombres que pudieran no estar a la altura de la misma.
III. 2. Semendes y Tanetamón
Unamón llega al delta con las cartas de Herihor y se las entrega a Semendes, no a Ramsés XI. ¿Dónde está el rey? Es el gran ausente y no parece extrañar a nadie. De hecho, cuando Unamón esté en medio de su primera reclamación al príncipe de Dor menciona a Amón, a Semendes y a Herihor, pero ni una palabra del rey. ¿Hay que contemplar la posibilidad de que estuviera tan enfermo que ya sólo pudiese ocupar el trono de modo nominal? ¿A qué se debe esta total omisión de su persona por parte de Unamón… y más en el extranjero? ¿Es posible que estemos interpretando mal la fecha y en realidad es el año cinco del reinado de Semendes? El texto habla de un Jaemuaset, aunque siempre en pasado: ¿se refiere a Ramsés XI con otra parte de su nombre Sa-Ra?, ¿o es el nombre de Horus de Ramsés IX? Si Ramsés había muerto… ¿por qué nunca se habla de Semendes como rey y se exclaman las frases tradicionales? En el relato, tanto Semendes como Herihor están subordinados a Amón, verdadero rey de Egipto y quien ha delegado en ellos su poder. Llama la atención que el nombre del sucesor inmediato de Semendes se llame Amenemnesu, que significa “Amón es el rey”. En cualquier caso, una vez más, la figura de Ramsés XI se hace invisible.
En la capital, Unamón entrega a Semendes el “decreto” de Amón para su barca Userhat. Es significativo que no es Herihor quien lo pide, sino el propio dios, a quien Semendes obedece sin objeciones. Durante su conversación con Chekerbaal también se dice explícitamente que Semendes y Tanetamón “son los administradores que Amón ha dado al norte del país”. En las propias palabras del príncipe de Biblos se afirma con claridad que el que toma las decisiones en Egipto es Semendes, regulador del comercio con los fenicios.
Los orígenes del chaty del Bajo Egipto son tan desconocidos como los de Herihor. Algunos han llegado a afirmar que era hijo del primer sacerdote de Amón, pero no hay pruebas que lo sustenten. En realidad, parece ser que nuestro relato es el único documento donde se les nombra juntos (Lull, 2007). La importancia de Semendes radica en que será el sucesor legítimo de Ramsés XI y el fundador de la Dinastía XXI, primera del Tercer Periodo Intermedio. Según Manetón, gobernó veintiséis largos años sobre todo Egipto, aunque en la práctica la familia de Herihor quedó al frente de la Tebaida, y algunos, como él, usaron los títulos de la realeza, especialmente Pinedyem I, aunque sin sobrepasar nunca la zona sureña. A pesar del dilatado reinado de Semendes apenas contamos con registro arqueológico sobre él y no se ha localizado todavía su tumba, lo que dificulta más la comprensión de este personaje.
La ambigua procedencia de Semendes ha hecho que los egiptólogos consideren que alcanzó el poder por su matrimonio con Tanetamón, hija quizás de Ramsés XI. Ella aparece como su esposa y señora en las primeras líneas del relato, pero no se nos informa de otros datos específicos. Una vez más se abre la labor detectivesca de los egiptólogos. Hay muchas posibilidades: nos quedamos con la propuesta de que según las fuentes hubo dos mujeres con este nombre: una fue esposa de Ramsés XI y la otra, hija de ambos, se casó con Semendes y es, por tanto, la que menciona Unamón. Aparece igualada a su marido en todo momento, no sólo al principio, cuando se presenta en su corte. Por ejemplo, si nos fijamos bien, cuando se le pregunta dónde están sus documentos, Unamón afirma que los entregó a “Semendes y Tanetamón”, equiparando a las dos figuras, e inmediatamente el fenicio le dice: “¿Dónde está el navío de madera de pino que te ha dado Semendes?”, ignorando al personaje femenino, cosa que vuelve a hacer más adelante. Este contraste sutil entre los interlocutores nos permite entender que, para Unamón, Semendes y Tanetamón eran iguales. Además, cuando llegan los bienes enviados desde Egipto para pagar la madera, se aclara que Tanetamón añadió al aporte oficial una serie de productos de manera unilateral. Es decir, actuó por sí sola económica y administrativamente en esa transacción, al margen de su cónyuge.
Cuando Unamón alcanza el delta, Semendes se encuentra en Tanis, la nueva capital. Atrás han quedado los gloriosos años de Pi-Ramsés, abandonada por motivos todavía poco claros. El nuevo enclave parece ya bastante estable y nada en el relato revela un supuesto proceso de traslado, pues Unamón se dirige con decisión a la “residencia de Semendes y de Tanetamón”. El cambio de capitalidad puede estar relacionado con la inestabilidad sociopolítica de la zona sirio-palestina, en la práctica independizada de Egipto, como ilustra con claridad la desventura de Unamón.
IV. Unamón como ejemplo de la religiosidad egipcia
Aunque su presencia se remonta a los Textos de las Pirámides, el dios Amón desarrolló su cuerpo sacerdotal y su importancia estatal a partir del Reino Medio, cuando los príncipes de la Tebaida reunificaron Egipto en la fase final del Primer Periodo Intermedio. Durante la crisis de la invasión hicsa, en el Segundo Periodo Intermedio, Amón adquiere un sentido de legitimidad y protección respecto al trono egipcio, que alcanza su cénit con la victoria de Ahmose y la aparición de la Dinastía XVIII, que hizo de Tebas el centro de Egipto. Aunque las Dinastías XIX y XX se mueven por el norte, Tebas sigue siendo el símbolo de la “ciudad” por excelencia, la Heliópolis del Sur, la sede de Amón. Es imposible entrar ahora en las causas de este maravilloso esplendor tebano vinculado, sin duda, al culto a este dios, cuya naturaleza misteriosa lo hace muy esquivo a la indagación moderna. Su nombre, de hecho, significa el “oculto”, tanto que ni siquiera su hijo Jonsu pudo verlo nunca más que escondido tras una cabeza de carnero. Sus epítetos, sin embargo, expresan su omnipresencia: “señor de los tronos de las Dos Tierras”, “rey del Alto y el Bajo Egipto”, “el que preside Tebas”, “rey de los dioses”, “señor del Todo”… En el bello himno de Amón-Ra recogido en el Papiro Boulaq 17 (Museo de El Cairo) aparece como creador de todas las cosas, su benefactor y su protector. De hecho, es especialmente significativo el papel de esta divinidad en la defensa del que está desvalido o del que es injustamente tratado, como es el caso de su emisario Unamón. Concluyendo, pese a la secular institución faraónica, los egipcios percibían la voluntad divina como rectora del mundo; los hombres sentados en el trono eran, “al fin y al cabo hombres”, y cuando no estaban a la altura, según se deduce del texto, el egipcio era capaz de ignorarlos y mirar más arriba. No en vano afirmó François Daumas: “Para el egipcio, lo divino constituye la medida de todas las cosas”.
El cuento de Unamón nos permite acercarnos a un límite difuminado entre lo que podríamos llamar la “religión de Estado” y la “piedad personal”. En Egipto, religión y faraón son una misma cosa. El papel del rey es, ante todo, servir a los dioses; el cargo mismo es, por su naturaleza, simbólico y, en consecuencia, divino. Estamos acostumbrados a entender al monarca egipcio como alguien cuyo poder no se ponía jamás en tela de juicio y como “dueño” de todas las cosas. Sin embargo, parece que los habitantes del valle del Nilo eran muy capaces de distinguir entre el hombre y la entidad simbólica de la realeza. En el cuento de Unamón, el faraón brilla por su ausencia y como mucho se habla de reinados pasados. El verdadero señor de Egipto es Amón, cuya justicia es infalible. A las personas se las puede engañar, manipular, obnubilar e incluso comprar, pero el dios es ajeno a todo eso. Además, su gobierno no se limita a las riberas nilóticas, sino que domina toda la Creación, por ende también Biblos y cualquier otro punto de la tierra, el cielo o el mar. Él ha ordenado a Herihor que se trajese madera para la barca; él ha colocado como administradores del Norte a Semendes y Tanetamón; él sostiene el timón de Egipto. Ni siquiera Unamón es el verdadero emisario, pues dicha función corresponde a la pequeña imagen de “Amón del Camino” que el egipcio guarda con celo de las miradas prosaicas; ella ha venido a reclamar la madera, Unamón es sólo su voz y su ayudante. Esta idea de una estatua portátil que representa al dios como emisaria la tenemos también en la historia de la princesa de Bakhtan, aunque en ese caso es de Jonsu.
Amón representado en el templo de Karnak. Foto: Juan Friedrichs
Por si alguien duda, el dios mismo toma posesión de un sacerdote de Biblos y lo convierte en lo que solemos llamar un médium, “utilizándolo” para comunicarse a través de ese estado de trance y ordenar a Chekerbaal que reciba a “Amón del Camino y a su emisario”. Este aspecto de la religión egipcia está todavía por estudiar en profundidad, pero no cabe duda que ellos consideraban como real esta posibilidad de que las fuerzas divinas entren en contacto con los hombres. No sólo sucede en casos como éste, sino que disponemos de ejemplos numerosos en los capítulos de carácter oracular. Los oráculos fueron de vital importancia en el antiguo Egipto, como queda atestiguado en su literatura, donde en varias ocasiones hubo reyes cuyo poder se anunció o se confirmó por la palabra de un dios. En la época de Unamón, contamos con importantes testimonios sobre el tema en el ya citado templo de Jonsu, donde quedaron inscritas distintas intervenciones divinas a través de sus estatuas. Lo peculiar de este relato es que el dios utilice a un ser humano para pronunciarse, uno que ni siquiera es egipcio, lo cual podría haber sido sospechoso. No, es un miembro del culto local y es poseído en el marco de un rito donde el mismo Chekerbaal oficiaba y estaba presente. A pesar de lo contundente del episodio, el príncipe sigue mostrándose quisquilloso, obligando a Unamón a realizar un elocuente discurso sobre la grandeza de Amón.
Quería terminar este artículo precisamente con esas bellas palabras. Chekerbaal se burla de Unamón, alegando que sus gobernantes le han enviado a por madera sin dinero, sin papeles y sin recursos, en una especie de misión absurda. La convicción del decano de la puerta de Amón revela una dimensión cósmica de lo divino que sobrepasa las fronteras de Egipto, aunque tenga en él su centro:
<<¡Falso! No es un viaje descabellado el mío. No hay ningún barco sobre el río que no pertenezca a Amón. Suyo es el mar y suyo es el Líbano, del que tú dices “es mío” (…) ¿Vas a empezar tú una disputa por el Líbano cuando Amón es su señor? En cuanto a lo que has dicho, que los reyes anteriores hicieron traer plata y oro, si ellos hubieran tenido vida y salud no hubieran hecho traer esas cosas. Fue en vez de vida y salud que ellos hicieron traer esas cosas a tus antecesores. Amón, rey de los dioses, él sí es el señor de la vida y la salud. Ellos pasaron sus vidas ofreciendo a Amón; tú también eres siervo de Amón.>>
Bibliografía
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Artículo de Naty Sánchez Ortega para el Boletín Informativo de Amigos de la Egiptología – BIAE:
Los viajes de Unamón, BIAE 78, Shemu (Julio 2015), páginas de 9 a la 15: https://www.egiptologia.com/boletin-informativo-biae/147-2015-04-17-16-58-43/3839-2015-07-31-12-51-06.html
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