Las Dagas de Seth
Por Paneb
26 marzo, 2003
Modificación: 3 junio, 2020
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Capitulo 1º

Sonreía, con la confianza puesta en la persona que tenia enfrente, vio una daga con incrustaciones de oro y plata en sus manos, alzó la vista, cuando la volvió a ver, la tenía clavada en el pecho. El anciano intentó pedir auxilio, pero a su garganta sólo afluía ya su propia sangre.

El asesino cogió en sus manos la espada del que en vida había sido Denés, general del Faraón. Se acercó a los frascos de cosméticos y de un espadazo los tiró al suelo con estruendo. Rápidamente, se escondió en la cámara contigua. Casi inmediatamente, se oyeron los pasos del ayuda personal del general, quien al ver a su señor tumbado en el suelo en medio de un charco de sangre, exclamó:

-¡¡¡Señor!!!

se arrodilló ante el que había sido su amo hasta ese momento, manchando de sangre su shendit, oyó unos pasos tras él y el asesino pronunció su nombre:

-Fenti, ¡levántate!

Fenti se levantó y apenas se había girado, una afilada daga se clavó en sus entrañas. Con los ojos desorbitados cayó fulminado. El asesino puso en la mano de Fenti la daga con la que había dado muerte al general y en la de éste, una daga idéntica. Salió de la estancia y se dirigió al jardín en busca de Mehetwesket, la esposa de Denés, para así terminar con la totalidad de la familia.

Mehe, como así la llamaba Denés, descansaba con los pies dentro de un estanque de lotos y de anémonas, combatiendo el caluroso día, llenando su vejez del fragante olor de los accionas. Estirado su cuerpo, con los brazos echados hacia atrás, degustaba con fruición una cerveza dulce a la sombra de un granado. El asesino se acercó sin ruido y con un rápido movimiento, degolló a la anciana. El asesino tiró el cuerpo de Mehe al estanque tiñendo de rojo la armonía vivida momentos antes. Clavó una tercera daga junto al granado y cubriendo los escasos cincuenta codos hasta la entrada de la finca y con el corazón henchido por «el ánimo de Seth», desapareció.

Capitulo2º

Los asesinatos cometidos en la morada del general Denés, hombre muy apreciado por la población, conmocionaron a la ciudad, ya que en muchas ocasiones había dirigido incursiones contra libios y beduinos con éxito, protegiendo, no sólo la ciudad, sino también las rutas de las caravanas de comerciantes que llegaban a ella.

A sus ritos funerarios fueron llegando los notables de Tebas, así como los mandos del ejercito tebano, especialmente apreciado en todo el imperio por la experiencia y profesionalidad de sus tropas. El capitán de arqueros Kemi abrazó a Paneb y a su esposa Merit. Venía acompañado de su esposa Nenufer, pequeña mujer de estruendosa risa, siempre alegre, salvo en esta ocasión en que la tristeza enturbiaba su rostro.

-¿Han llegado todos?- preguntó Kemi.
-De momento sólo nosotros, el comandante Kysen ya tendría que estar aquí- respondió Paneb.
-¿Qué se sabe del asesino? -volvió a preguntar Kemi.
-Aún nada.
-¿Y de las dagas?
-La investigación no ha conseguido aclarar nada todavía.

Algo extraño pasaba. El comandante Kysen no era de los que se atrasaban en estos casos, menos teniendo en cuenta que el general Denes era un padre para él.

Kemi se volvió hacia uno de sus oficiales:

-¡¡Manda un soldado a la finca del comandante Kysen y que vuelva con noticias lo más rápido posible!!.
-Y Metmose y Sabef? -preguntó Paneb.
-Estarán al llegar, Sabef lo tendrá mas complicado para venir con sus dos jóvenes hijas- respondió Kemi.

El calor se apoderaba poco a poco de los asistentes haciendo valer el poder de Ra.

Paneb se acordó de la familia de Sabef, un hombre de cara angulosa, de anchos hombros y corta estatura, su esposa Ubastet, gran aficionada a los cosméticos, y de sus dos hijas, Tefenet, jovencita de aguda inteligencia y Nebefer de gran belleza a la que cortejaban varios jóvenes oficiales, a los que su padre mantenía a raya. Los Metmose son una recién creada familia, aun sin hijos, son nobles tebanos y esperan su primer hijo para el Peret.

El soldado llegó jadeando de la finca de Kysen, su desencajado rostro anunció una nueva tragedia.

-Señor, el comandante Kysen ha sido asesinado.
-¿Cómo ha sido?- preguntó rápidamente Paneb.
-Otra daga Señor.
-Que Ammut devore su alma¡

Abandonaron rápidamente el lugar para dirigirse al escenario del crimen

Capitulo 3º

El asesino había clavado esta vez su daga en la espalda de Kysen, su inerte cuerpo se encontró en las escaleras de la bodega de su casa. La daga era idéntica a las tres utilizadas en los asesinatos de Denes, su esposa Mehe y su ayudante Fenti.

El desconcierto se apoderó de Kemi y Paneb, cuando un oficial de la policía se acerco a ellos para comunicarles que un medjai había descubierto un horroroso y escalofriante crimen:

-¡Señor, el capitán Sabef y toda su familia ha sido asesinada!
-¡Esta vez el asesino ha dejado cuatro dagas!

No hubo preguntas esta vez, el impacto de esta noticia les dejo sin habla. Se miraron a los ojos y al unísono exclamaron:

-¡¡Metmose!!

Dieron instrucciones al oficial para que mandara a sus casas policías para proteger a sus respectivas familias y montando en el carro de Kemi se dirigieron a la finca-palacio en la que Metmose y su joven esposa Neskhons vivían a las afueras de Tebas, en dirección a Denderah.

Cuando llegaron allí, sólo podían oír la agitada respiración de los caballos de Kemi. Todo era un caos. Un fuerte hedor a muerte invadía la casa, los sirvientes se encontraban apilados en la cocina, degollados como corderos, sus miradas buscaron instintivamente nuevas dagas, sin encontrarlas. Siguieron recorriendo las estancias deseando no encontrar a la joven pareja, pero al llegar a la habitación de los esposos descubrieron el cuerpo de Neskhons, la joven esposa de Metmose había sido literalmente destripada, el mango de una daga asomaba de su vientre. Muy afectado por aquella visión y el olor dulzón del cadáver hizo vomitar a Paneb. Kemi encontró a Metmose en las escaleras que conducían a la terraza, varias puñaladas en la espalda y entre sus omóplatos…..otra daga.

Capitulo 4º

Las investigaciones no conseguían aclarar nada, sólo que las dagas tenían el nombre del Dios Seth escrito en medu-neter. El asesino no dejaba testigos que pudiesen aportar algún dato esclarecedor, lo único que estaba claro es que estaba eliminando a los mandos del ejército tebano, pero… ¿por qué?

Había pasado una semana desde el último asesinato, Kemi volvía a su casa intentando recordar algún suceso que pudiera dar algún sentido a aquellos crímenes. Cuando entró en el jardín de su casa, vio a su mujer en el suelo, tendida en un charco de sangre junto al cenador. Kemi corrió hacia su esposa para encontrarla muerta y con una daga clavada en el corazón. Un desgarrador grito se abrió paso en sus labios saliendo desde lo mas profundo de sus entrañas. En ese momento, vio una delgada figura que con una gran agilidad saltaba el muro opuesto del jardín. Kemi echó a correr tras ella pero cuando saltó el muro ya no estaba al alcance de su vista, dirigió su mirada hacia el sur, intentando que sus llorosos ojos le permitieran ver al asesino. No oyó el silbido que se iba aproximando, se giró al otro lado de la calle, sus manos intentaron limpiar sus ojos del dolor que le atenazaba, el silbido seguía acercándose, cuando sus ojos volvieron a ver con claridad ya era demasiado tarde, la daga, lanzada con increíble precisión, se hundió en su pecho. Cayó al suelo de rodillas llevando sus manos a la empuñadura del arma, en ese momento el asesino levantó la capucha que ocultaba su rostro.

-¡Tú…! exclamó Kemi y cayó de bruces, muerto.

Cuando Paneb llegó al lugar del crimen, once dagas habían acabado con sus amigos, once dagas pero una sola mano.

-¿Quién eres maldito…quién eres?
-¡Que el Dios que adoras te fulmine!

Sólo quedaban su esposa Merit y él. Muy afectado por la muerte de su capitán, el comandante Paneb, no sólo perdía un excelente oficial, sino además un amigo de la infancia. Bajó su mirada y apretando los puños exclamó:

-Amón, ¿por qué nos has abandonado?

Levantó la vista y entonces vio a lo lejos la necrópolis de Tebas, aquello le hizo recordar hechos sucedidos en su juventud:

-Cuando los hicsos invadieron su tierra, el ejército egipcio, mal armado y entrenado tuvo numerosísimas pérdidas, pese a lo cual consiguieron derrotar a los invasores. Ellos eran unos jovencísimos soldados mandados por un también joven oficial Denés y llevados por el fragor del combate, se adentraron en la necrópolis tras un gigantesco hicso que llevaba como rehén a una niña. El hicso se defendía con fiereza pero al final fue muerto en el interior de una tumba. Tras liberar a la muchacha, vieron que durante la lucha, varias estatuillas de los «Ushabti», estaban rotas. Antes de salir, Denés leyó los medu-neter que allí se hallaban representados:

«El que profane mi tumba será muerto por la daga de Seth, será un hombre odiado por Ra, no podrá recibir agua del altar de Osiris, morirá de sed en el otro mundo y no podrá transmitir sus bienes a sus hijos.»

No sin cierto temor, abandonaron aquel lugar.

Capitulo 5º

Paneb paseaba entre los puestos del mercado, aparentemente distraído, con su esposa a su lado. La algarabía que se vivía en las calles adyacentes al mercado de Tebas era ensordecedora. Al griterío de los vendedores se añadía el de los niños que corrían entre los puestos.

De vez en cuando, se volvían al puesto que acababan de pasar, con rapidez, intentando descubrir si alguien les seguía.

Un poco mas tranquilos, disfrutaron entonces de los olores de las especias que allí vendían, aromas de todo tipo que aliviaron momentáneamente la tensión de su caminar.

Paneb, era de mediana edad, entre treinta y cinco y cuarenta años, egipcio de clase acomodada. Su mujer, Merit, era la tercera hija de un noble menfíta, también de mediana edad, de una belleza estimable. Unos niños al pasar corriendo resbalaron, yendo a dar con sus delgados miembros contra uno de los puestos, derramando el pescado que allí se vendía. En un segundo, el gentío se arremolinó alrededor del puesto. La pareja se miró directamente a los ojos y de repente se los tragó la tierra, desaparecieron. El soldado que les hacía de escolta estaba atónito, los tenía al lado y de pronto y sin que él se diera cuenta…habían desaparecido. Maldiciendo para sus adentros, volvió sobre sus pasos, buscándolos, aún sin saber que iba a decirle al oficial que había encargado su salvaguardia.

Merit y Paneb se dirigieron rápidamente por una calleja paralela, que les llevaría cuarenta codos mas adelante pero a la misma callejuela que acababan de abandonar. Sin que ellos lo supieran, el asesino se encontraba frente al lugar donde desembocaba su rápido caminar, oculto entre unas grandes ánforas y fardos de telas, a la sombra de los toldos que protegían a las callejuelas del potente sol del mediodía. El Med-jai recorría las callejas adyacentes a toda velocidad, esperando encontrar a la pareja lo antes posible. Sin darse cuenta, se situó tras el asesíno, a escasos ocho codos. Vio que una mano se alzaba entre los fardos con una daga dispuesta para ser lanzada. Intentó recorrer la escasa distancia que les separaba para detener su lanzamiento, pero cuando llegó, la daga se hallaba volando hacia su objetivo. Su corazón se encogió cuando al final de la callejuela vio aparecer a Paneb y a su esposa. El sol penetraba entre los toldos, cuando la daga pasó entre dos de ellos, un destello de Ra en su metálico volar, hizo que Paneb se pusiera instintivamente delante de su esposa. La daga se clavó en su hombro, atravesándolo. El asesino se giró, presto a huir de allí, encontrándose cara a cara con el med-jai, éste asestó un potente golpe en su cabeza con un garrote y las tinieblas se apoderaron de él.

Un médico llegó corriendo hasta Paneb, examinó su herida y comunicó a Merit:
«Es una enfermedad que conozco y trataré». Más tranquila, Merit se aproximó al med-jai.

-¡Descubre su cara!- ordenó Merit.

El med-jai levantó la capucha del asesino, dejando a descubierto el rostro de una joven.
El asesino había sido detenido, ahora sólo había que descubrir el motivo de sus crímenes. A pesar de su dolorido hombro, Paneb se acercó con un aparatoso vendaje al puesto de la policía, ya que Merit no conocía al asesino y después de negarse a hablar, comunicó al juez que sólo hablaría con él.

Estando frente a ella, la reconoció, era la niña que habian salvado años atrás de las garras de aquel hicso. Entendió todo lo ocurrido hasta entonces. Ella le dijo:

-¿Te acuerdas de mí, Señor?
-Sí, eres Iset.
-Sólo soy la mano que el dios Seth ha elegido para vengarse, profanasteis la tumba y todos debéis pagar por aquello. Aunque me matéis, otro terminará lo que yo empecé.

Paneb vio la locura en los ojos de aquella muchacha y dando media vuelta se dirigió a la puerta. La muchacha llevó la mano a su pelo y sacó un larguísimo alfiler, se lanzó tras Paneb con inusitada furia. Paneb dio media vuelta, en su mano llevaba una de las dagas Iset se ensartó en ella. Sus ojos reflejaron sorpresa, su mano se abrió lentamente dejando escapar el alfiler, éste cayó al suelo con un pequeño tintineo. Prácticamente abrazada a Paneb, su boca dejó escapar un largo estertor, fue resbalando hasta el suelo, muriendo casi instantáneamente.

Paneb salió de aquella estancia, una inmensa tristeza embargaba su vida. Se dirigió hacia su casa, sin entender aún la locura de la condición humana……

FIN

Esta pequeña Historia está escrita sin pretensiones, aceptando su crítica aunque sea tan destructiva como el «ánimo de Seth».

 

Autor: Paneb

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