Las creencias de Petosiris, sacerdote de Thot, según los textos de su tumba
Por Ildefonso Robledo Casanova
8 febrero, 2004
Modificación: 16 mayo, 2020
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Tumba de Petosiris en Tuna el-Gebel. Foto: Archivo documenal AE

 

“¡Oh, vosotros que vivís sobre la tierra y vosotros que vais a nacer,
que vendréis a este desierto, que veréis esta tumba y pasaréis ante ella: venid.
Yo os conduciré al camino de la vida….”

Inscripción de Sishu, padre de Petosiris

La tumba de Petosiris, situada en la necrópolis de Tuna el-Gebel, en las inmediaciones de la antigua Khmun (Hermópolis), fue considerada en los momentos tardíos de la historia de Egipto como un lugar especialmente santo al que acudían peregrinos que conservaban la memoria de un antiguo sacerdote de Thot cuyos restos, junto a los de otros familiares, allí se conservaban. La tumba está decorada enteramente con bajorrelieves que acusan la influencia del arte griego. Contiene diversas inscripciones en cuyos textos se ha transmitido buena parte del profundo halo de misticismo que envolvía a la figura de Petosiris. Gracias a estos textos podemos conocer en buena medida las creencias religiosas que existían en el momento final de la historia de Egipto, cuando tras la derrota de los invasores persas acuden al país los hombres de Alejandro Magno.

Los vestigios de la tumba fueron descubiertos en 1919, una vez que el Servicio de Antigüedades egipcio tuvo conocimiento del interés de un individuo que habitaba en la cercana población de el-Ashmunein por realizar excavaciones en el paraje donde se enclavaba, en el desierto de Tuna. Tras varias investigaciones se pudieron localizar los vestigios del monumento, cuyo estudio y excavación se inició a finales de ese mismo año, siendo dirigidos los trabajos por Gustave Lefebvre, que en esos tiempos era conservador del Museo de El Cairo. En los años siguientes el edificio sería restaurado por Barsanti, que se ocupó de reintegrar la parte superior de los muros y de las columnas, así como de reconstruir el techo, que se había perdido en su totalidad.

La estructura de la tumba reposa en cuatro elementos diferenciados. De un lado, la fachada, que recuerda la de los templos de época tardía como Dendera o Edfú. Consta de cuatro columnas, unidas entre sí por muros, cuyos capiteles contienen motivos vegetales (loto, papiro y hojas de palma). Desde ella se accede al pronaos, que comunica con la propia capilla interna, de planta cuadrada y cuyo techo es sostenido por cuatro pilastras. En el centro de la capilla se abre un pozo que alcanza ocho metros de profundidad y que conduce a los espacios donde se encontraban las sepulturas de Petosiris y algunos de sus familiares.

Los persas en Egipto

La tumba de Petosiris, fechada por los investigadores entre finales del siglo IV a.C. y los primeros momentos del III, fue levantada por un hombre que vivió en los años en que Egipto estaba sometido al poder de los persas. Este personaje, Petosiris, habría de contemplar como aquellos eran expulsados por los ejércitos de Alejandro Magno y se piensa que es posible que llegara a conocer, incluso, los primeros momentos de la dinastía ptolemaica.

Petosiris, del que conocemos que era sumo sacerdote de Thot en Hermópolis Magna hizo levantar la tumba para que en ella reposaran los restos de su familia (su padre y un hermano mayor) y de él mismo. Las inscripciones que cubren las paredes de la construcción revisten un gran interés ya que nos han transmitido noticias que nos hablan de los tiempos de la segunda dominación persa de Egipto, momentos de nefasto recuerdo para los hombres del país del Nilo. Sobresale también en ellas el intenso contenido ético-religioso de los textos, en los que se nos sugiere un modelo de vida marcado por el misticismo y se nos brinda una elevada noción de Dios.

Esta segunda etapa de dominio persa se había iniciado en el año 341 a.C., cuando una nueva oleada invasora inundó Egipto, que quedó reducido a la condición de mera satrapía del imperio oriental. Por otro documento que se ha conservado, la denominada “Crónica demótica”, tenemos conocimiento de las desgracias que produjo al pueblo egipcio, que hubo de contemplar como todo era devastado, produciéndose asesinatos en masa y saqueos de los templos sagrados. Muchas de las imágenes de los dioses fueron robadas por los persas, que no dudaron en llevárselas a su país. Las sublevaciones y esfuerzos de liberación que se produjeron fueron estériles y el mal, instalado en el poder, gobernó Egipto.

Este duro sometimiento se prolongó hasta el año 333, en que Dario II fue derrotado en la batalla de Iso por los hombres de Alejandro Magno, que habría de ser recibido en Egipto como un liberador triunfal en medio de grandes manifestaciones de entusiasmo, sobre todo cuando el macedonio decidió honrar a los dioses egipcios y buscando legitimidad se hizo reconocer como rey del país por Amón, a quien no dudó en rendir culto en el santuario del dios en Siwa. El alivio con que Egipto acogió a los nuevos invasores griegos nos ofrece una prueba del estado de decadencia que imperaba por doquier. Egipto, en estos tiempos, era ya solamente una pálida sombra de lo que había sido en sus momentos de esplendor.

Las inscripciones de la tumba de Petosiris reflejan el estado de ánimo de los egipcios en esos momentos en que los persas habían vuelto a someter el país. Como trasfondo religioso se ofrece la idea de que la impiedad era la causa de la desgracia que se había abatido sobre esta tierra sagrada. Petosiris nos dice que había sido abandonado, incluso, el propio lago del templo, espacio santo que reproducía el lugar donde habría nacido el propio Ra, es decir, las denominadas aguas primordiales o germen de la creación. La maldad gobernaba en Egipto y esa era la causa de la sucesiva acumulación de desgracias que padecía su pueblo.

Religión y misticismo

Sin embargo, en estos momentos en que los malvados se habían apoderado de todo y Egipto sufría continuos padecimientos se produjo un florecimiento del misticismo en la vida íntima de templos y santuarios, que habría que relacionar con la situación de crisis que embargaba todo. El gran dios de Egipto, Amón, señor de Tebas, había sido desde siempre el dios de la victoria. Bajo sus estandartes los ejércitos egipcios habían conocido continuos triunfos que hacían que el templo del dios en Tebas hubiese acumulado inmensas riquezas en otros tiempos. Ahora, sin embargo, Amón había sido derrotado y Tebas, en el año 663, había sido destruida por los hombres de Asurbanipal.

Las sucesivas derrotas e invasiones de Egipto habían desviado a los hombres del culto de Amón. En su lugar, el pueblo se había volcado en los ritos vinculados con los animales sagrados, a fin de cuentas dioses de carne y hueso que no habían abandonado al país en medio de tantas desgracias, y se había refugiado en los misterios de la pasión y resurrección de Osiris, dios de los muertos, que de algún modo explicaba las desgracias que sacudían a los egipcios y les ofrecía esperanzas para el más allá. El auge de los cultos a Osiris en estos momentos de desgracias sucesivas hizo que cuando los griegos arribaron a Egipto pensasen que la religión egipcia estaba encerrada, esencialmente, en esa intensa devoción al dios de los muertos. Lo cierto es que esos momentos se había producido un tremendo debilitamiento de los tradicionales dogmas solares y el culto a Amón estaba en entredicho, del mismo modo que estaba igualmente cuestionada la propia figura del faraón, que, en suma, representaba en la tierra a un dios que había sido vencido una y otra vez en el transcurso de los últimos siglos.

Consecuencia de este proceso fue que la religión consiguió una autonomia que no había tenido antes. En estos tiempos el sacerdocio lleva a cabo una reforma que hace que se gane el respeto de los fieles, tanto por la dignidad que de él emana como por su pureza de costumbres. Perdido el carácter oficial de la religión, en la medida en que se ha quebrado el vínculo con los reyes debido a las invasiones, esta ha pasado a ser, sobre todo, una guía de conciencias, reglamentando aspectos morales y ofreciendo misticismo antes que oficialidad.

En este contexto es donde hemos de situar a Petosiris, sumo sacerdote de Thot, buen representante de esa irradiación de misticismo que se detecta en Egipto en los momentos que anteceden a la llegada al poder de la nueva dinastía de los Ptolomeos. Destaca en la vida de este hombre, según nos dicen las inscripciones de su tumba, que intentó vivir siempre agradando a Dios y que ansiaba, sobre todo, poder conseguir la más estrecha comunión con él. Desde su infancia hasta el momento de su muerte, se nos dice, Petosiris puso siempre su confianza en Dios. Durante la noche pensaba cúal era la voluntad divina, y por la mañana intentaba cumplir aquello que agradaba a Dios. Jamás frecuentó a los que ignoraban a Dios, sino que por el contrario siempre se apoyó en los que le eran fieles, pues en su interior abrigaba el pensamiento de que algún día, después de su muerte, tendría que presentarse ante Dios y sería juzgado por los dueños de la verdad.

Inscripciones funerarias

En las creencias egipcias para asegurar la existencia de la personalidad del difunto en el más allá era necesario que sus restos materiales fuesen objeto de cuidados especiales por parte de sacerdotes funerarios, los denominados servidores del Ka, que debían desarrollar diversos rituales a lo largo del tiempo así como asegurar el mantenimiento de un adecuado servicio de ofrendas.

Los egipcios, sin embargo, eran conscientes de que en la realidad no resultaba posible asegurar ese servicio a la tumba a lo largo del tiempo. Era notorio que pasado un tiempo más o menos largo los restos del fallecido habrían de caer en el olvido; incluso las tumbas de los más ricos, pasadas varias generaciones, serían olvidadas cuando no saqueadas y destruidas con motivo de revueltas o desordenes que en diversos momentos sumieron al país en el caos. Debido a esas circunstancias, que de manera inexorable habrían de conducir al olvido del difunto, los egipcios optaron por grabar en las paredes de las tumbas las fórmulas que debían recitarse y representar las ofrendas que el Ka precisaba. Pensaban que gracias al poder de la magia el mundo real, incapaz de mantenerse en el tiempo, sería sustituido por un mundo ideal que se sustantaría en esas representaciones. De ese modo, si con el paso del tiempo ya nadie se ocupaba del servicio de la tumba, entraría en juego el propio poder mágico de las inscripciones y de los bajorrelieves, que conseguiría evitar que el difunto callese en el olvido. En suma, la magia daría vida al contenido de las inscripciones, en el deseo de mantener y proteger la vida inmortal del fallecido.

Con esa misma finalidad, las inscripciones funerarias de las tumbas contienen peticiones que se dirigen a las personas que las habrán de visitar en el futuro, a las que se pide que intercedan por el difunto leyendo en voz alta esas fórmulas, pronuncien el nombre de la persona fallecida y pidan ofrendas para su Ka. Es también usual, por contra, que incluyan maldiciones dirigidas contra los individuos que puedan dañar la santidad del lugar, bien sean saqueadores u otros sujetos que podrían acceder a la tumba buscando el conocimiento de los secretos mágicos que sus inscripciones contenían.

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