La momia que se negó a morir
Por Coordinadores de AE
Creación: 16 noviembre, 2000
Modificación: 16 noviembre, 2000
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El pasado 4 de noviembre se cumplieron 78 años del hallazgo de la tumba del faraón Tutankhamon. El hecho causó revuelo en todo el mundo, impuso la moda de lo egipcio en la sociedad de la época y ayudó a esparcir la leyenda de que una maldición cayó sobre quienes profanaron su tumba. No menos de 23 personas relacionadas con las excavaciones fallecieron en los meses siguientes al descubrimiento.

Una escalera amplia y oscura era cuanto se interponía entre Howard Carter y la fama. Entonces, el arqueólogo inglés lo ignoraba, pero esa tarde del 4 de noviembre de 1922 habría de producirse el hallazgo arqueológico más memorable del siglo XX: Howard Carter se topó de narices con la única tumba sin profanar del Valle de los Reyes, en Egipto, repleta de tesoros que permanecían imperturbables bajo las arenas desde hacía 3.000 años.

La tumba pertenecía al joven y poco conocido faraón Tutankhamon, fallecido en 1352 aC a los 19 años de edad. Descubrir su tumba se había convertido en una obsesión para muchos arqueólogos que horadaban el Valle de los Reyes (Egipto) en busca de fortuna y gloria. Quizá el más aventajado de todos ellos era Howard Carter (Swaffam, Norfolk, 1874-1939), enemigo de los profanadores de tumbas que durante miles de años habían saqueado los recintos mortuorios de los faraones. Carter tenía razones para confiar en el éxito de sus excavaciones, ya que tenía el respaldo económico de George E.S.M. Herbert, el quinto conde de Carnarvon.

Al conocer la noticia de que contaba con el apoyo de lord Carnarvon,Carter se compró un canario, en señal de la buena suerte que acudía en su ayuda. Todo parecía indicar que los dioses veían con buenos ojos esta asociación, ya que el 4 de noviembre de 1922 el equipo de Carter halló la escalera con 16 peldaños que conducía a la entrada sellada de la tumba de Tutankhamon. Notificado en Inglaterra del descubrimiento, lord Carnarvon hizo sus maletas y arribó a Luxor el 23 de noviembre. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las tragedias: una cobra devoró al canario del arqueólogo Carter. Y ya que la tradición postulaba que la diosa cobra Wadjet protegía a la realeza egipcia, el episodio fue interpretado por los excavadores como presagio de las muertes por venir. Se había puesto en marcha la leyenda de la maldición de Tutankhamon.

Pese al pavor que sobrecogía a los obreros, los trabajos continuaron a paso enfebrecido hasta que el sanctum fue alcanzado el 17 de febrero de 1923. Las fotos que se conservan de ese momento muestran un muro de objetos arrumados, colocados como si unos profanadores de tumbas hubiesen tenido que dejar su botín de improviso. Pero tras el desorden aparente se erguía uno de los tesoros más asombrosos que legaba el antiguo Egipto a los atónitos ojos del siglo XX. «Aquí hay objetos maravillosos, lord Carnarvon», fue lo primero que Carter atinó a decir cuando echó una mirada a través del minúsculo hueco que los obreros habían hecho en el muro. Fue en algún momento del día, mientras inspeccionaba la tumba, que un mosquito picó en la mejilla izquierda a lord Carnarvon. Quizá la euforia del momento le impidió percatarse de la picadura, pero lo cierto es que el mecenas de la expedición complicó su situación al raspar la herida con su navaja, al momento de afeitarse. El aire enrarecido del sanctum tampoco ayudó mucho.

Era inevitable -además de políticamente correcto- que las autoridades egipcias protestaran ante la insistencia de lord Carnarvon en decir que la excavación «era de su propiedad». La disputa ensombreció el fabuloso hallazgo y dio origen a toda suerte de artículos sobre el tema; el más notorio fue escrito por la novelista Marie Corelli, quien vaticinó la muerte de todos los involucrados en la apertura de la tumba, como resultado de las célebres maldiciones que tanto alarmaron a los árabes en el siglo VII y que advertían sobre los riesgos mortales de perturbar el descanso eterno de los faraones. Los escépticos aclaran siempre que la tumba de Tutankhamon no ostenta jeroglíficos con advertencias mortales y que tales maldiciones nunca deben interpretarse al pie de la letra. No obstante, la picada de mosquito que recibió lord Carnarvon se infectó y dio origen a una neumonía que lo mató en su habitación de hotel en El Cairo, el 5 de abril de 1923. Sólo había pasado un mes desde que el sepulcro fue profanado. Por si fuera poco, un apagón eléctrico ensombreció la ciudad en el mismo momento de su muerte. A esa fatídica hora, en Inglaterra, el Fox Terrier de lord Carnarvon dio un espeluznante aullido antes de caer muerto sobre el tapete rojo de la biblioteca de Highclere Castle, residencia habitual del conde. La prensa se cebó sobre la pista de una posible maldición, lo que refrendó el descubrimiento de una mancha sobre la mejilla izquierda de la momia de Tutankhamon.

A continuación se produjeron otras muertes relacionadas con la excavación. Los profesores Breasted y La Fleur fallecieron al poco tiempo de visitar la tumba, al igual que el millonario estadounidense George Jay Gould. El asistente de Carter, A. C. Mace, fue atacado por la fiebre y eventualmente murió. Otro ayudante, Richard Bethell, pasó a mejor vida a la edad de 45 años. La enfermera de lord Carnarvon expiró a una edad menor, a los 28. En total, la muerte reclamó la vida de 23 personas relacionadas con el hallazgo, mientras a varios les sucedieron desgracias de otro tipo. La publicidad generada por estos episodios acicateó el boom de lo egipcio, que dominó la cultura popular del mundo (desde el arte hasta la arquitectura) durante los años 20 y 30. Los científicos esgrimieron la teoría del «aire malo» para justificar las muertes. Bacterias milenarias y hongos existentes en la tumba pudieron infectar a los profanadores. Esta tesis fue descalificada por el director de Antigüedades egipcio, Gamal Eldin Mehrez, quien declaró en 1972 que él era la mejor prueba de que las muertes no eran más que coincidencia. «He pasado mi vida entera rodeado de ataúdes y momias». Un mes después, mientras los tesoros del rey Tut se dirigían a Inglaterra para conmemorar medio siglo del hallazgo, Mehrez cayó al piso del Museo de El Cairo, fulminado por un infarto.

El avión que transportaba las reliquias a Londres también encontró mala suerte: dos miembros de la tripulación sufrieron infartos y un tercero, Ian Lansdown, pateó una de las cajas en desafío al maleficio para ver como poco después se fracturaba la misma pierna en un aparatoso accidente. No obstante, los creyentes en la maldición nunca han podido aclarar por qué el artífice del hallazgo, el arqueólogo Howard Carter, llegó a vivir una larga y pacífica existencia hasta los 65 años de edad. Si acaso esto fue un enigma, con seguridad permanece oculto todavía entre las arenas del desierto.

Fuente: El Nacional

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