Hori y la conjura del harén
Por Ildefonso Robledo
18 noviembre, 2008
Modificación: 3 junio, 2020
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Hori y la conjura del harén

Estas palabras, que yo, Hori, Portaestandarte de Infantería, escribí en los días que siguieron a la muerte del dios, no están destinadas a ser leídas por los hombres; solamente conoce su existencia Ankhiry, mi amada, a la que he pedido que cuando llegue el último día de mi existencia en la tierra deposite este papiro en mi tumba, en una hornacina que luego, ella misma, habrá de ocuparse de tapiar.

Si alguna vez, algún hombre o mujer, egipcio o extranjero, llegara a leerlas sería un signo de que ha sucedido algo que jamás debe suceder: mi cámara funeraria habrá sido profanada por los saqueadores y mi cuerpo divino habrá rodado por los terraplenes de algún escondido camino. ¡Qué no permitan Amón-Ra, el Gran Dios, ni la Pareja Misteriosa, Isis y Osiris, que ello suceda!

Yo, Hori, el más leal de los servidores del dios, cuando escribí estas palabras no buscaba la benevolencia de los dioses, tampoco pretendía satisfacer a los reyes o agradar a los hombres, solamente buscaba apaciguar mi corazón puesto mi pensamiento en el día en que mi espíritu haya de ser juzgado, en presencia del Señor de la Balanza. En ese momento, alzados los brazos al Cielo, habré de contemplar como mi corazón tiene que dar cuenta de mis actos en la tierra ante el Tribunal de la Doble Maat, en el Santuario de Osiris, una vez que mi espíritu haya sido purificado en las tenebrosas regiones de la Duat.

La muerte del dios

Todos los hombres del Alto y del Bajo Egipto lloraron aquel día. Todas las mujeres del Alto y del Bajo Egipto lloraron aquel día. Algunos hombres, Hori entre ellos, lloraron también aquella noche.

El Gran Sacerdote del templo de Amón, el Primer Profeta de Tebas, había pronunciado las palabras que nadie hubiera querido escuchar.

Había dicho:

“El dios Usermaatre III Meriamon V Ramsés III, en el trigésimo año de su reinado, cansado de dar la vida y la alegría a los hombres del Doble País, cansado de brindar a los egipcios el aire que respiran en la Tierra Negra, ha decidido ascender al Reino Celeste de Amón-Ra, como Horus divino e inmortal. Ahora, solamente el cuerpo del dios está en la tierra. Su alma, transformada en luz cegadora para los hombres, brilla en la noche junto a Orión, al lado de las Estrellas Imperecederas.

Al escuchar las palabras del Profeta de Amón, sentí que un miedo inmenso corría por mi cuerpo mezclado con la sangre de mis venas. Hori sabía que el dios Ramsés III había sido asesinado. Las palabras del Gran Sacerdote confirmaban lo que Hori había presentido la noche anterior.

Las intrigas de Teye

Teye, dama egipcia que ostentaba el título de Gran Esposa Real nunca había admitido que en las preferencias del dios Ramsés III fuese otra mujer la que ocupase el primer puesto en su corazón. Esa otra Gran Esposa, que era la primera en el protocolo, era Isis-Merenaset, una princesa que procedente de los países bárbaros había llegado a la Tierra Negra cautivando al rey con su belleza. Con Isis había tenido Ramsés dos hijos y con Teye otros ocho, pero las normas de sucesión eran claras al determinar que la función de Horus de los Vivientes, cuando muriese el faraón, habría de ser desempeñada por el primer Hijo del Cuerpo de Ramsés III y de su esposa principal, Isis. El hijo primogénito de Teye, llamado Pentaur, ocupaba un puesto secundario en el orden sucesorio.

Yo, Hori, sabía que Teye era una mujer de naturaleza intrigante, pero nunca habría pensado que sería capaz de maquinar la conjura en la que pronto yo mismo habría de verme envuelto. Todos en el Harén Real sabían que la segunda esposa del rey era una mujer dominada por la ambición, pero nadie sospechaba que habría de ser la instigadora de los Grandes Crímenes que en su nombre habrían de cometerse.

Supe después que Teye, amiga íntima de un siniestro personaje, Hui, Supervisor del Ganado Real, mantenía continuas conversaciones con él. Una y otra vez solicitaba su ayuda para lograr que a la muerte de su esposo su sucesor fuera –en contra de lo establecido por Maat, diosa de lo que es Justo- su hijo Pentaur. La intriga se fue urdiendo a lo largo de varios años y finalmente, un día aciago, decidieron iniciar la acción.

Fue así como trazaron su plan: Hui utilizaría los poderes de la magia para asesinar al faraón y a todos aquellos que se opusieran a sus pretensiones. Previamente, gracias a esa misma magia, habrían dominado las voluntades de todas aquellas personas cuya ayuda precisaran. Simultáneamente, se contrataría a un nutrido grupo de malvados que con falsas palabras causarían alborotos en las calles de las ciudades, predisponiendo a las gentes del Doble País contra su propio Señor.

Si sus planes triunfaban, muerto el rey y dominadas las calles por los alborotadores, sería fácil conseguir que Pentaur fuese nombrado su sucesor en el trono. Sería entonces el momento en que Hui y todos los conjurados habrían de ver recompensados los servicios prestados a la causa de Teye. Las mujeres del harén, que gozaban de gran libertad de movimientos, serían las que habrían de actuar como enlaces entre los diversos grupos de conspiradores.

Una vez que Teye hubo tomado la decisión de actuar, el harén se transformó en un centro criminal en el que la conjura fue tomando vida. Fue así como se pasó de lo que habían sido meras palabras a la más terrible de las realidades. Muy pronto, los hombres, desde Egipto hasta Etiopia, habrían de verse incitados a alzarse contra el dios que les daba la vida, y muchos personajes que ostentaban altos cargos en la administración y en el ejército real habrían de adherirse a las pretensiones de aquella mujer malvada.

Magia y muerte

Cuando el Gran Profeta de Amón había anunciado la muerte del rey no había hecho sino confirmar algo que Hori había presentido la noche anterior, y es que Hori, desde hacía tiempo, venía escuchando rumores que hablaban de que algo estaba sucediendo en el Harén Real. En honor a la verdad, Hori siempre pensó que esas palabras que llegaban a sus oídos no eran sino habladurías, pero aquella noche Hori había “sentido” que el rey había sido asesinado.

El incierto temor de Hori había crecido el día en que el Jefe de los Escribas de la Biblioteca Real, estremecido, le había hecho saber que Hui, el amigo de la reina Teye, había tomado uno de los más poderosos libros de fórmulas mágicas de la biblioteca. Estaba también en su poder otro libro secreto, que solamente los grandes sacerdotes podían consultar, que contenía diversas instrucciones que habrían de permitir que quien lo leyese pudiera realizar poderosos actos de magia. Había sido la propia reina la que había ordenado que esos escritos fueran facilitados a Hui, pero Antef, el Jefe de los Escribas sabía que esos libros no deberían haber salido de la Biblioteca Real.

Tiempo después habríamos de saber que tras el estudio de esas fórmulas mágicas, cuyo conocimiento estaba prohibido a los hombres no iniciados, Hui había podido acceder al inmenso poder de Heka, el gran mago de la creación del mundo. Con esos conocimientos pudo hechizar a sus enemigos y luego cometió las más terribles perversidades que su siniestro corazón fue capaz de concebir.

Usando esos conocimientos mágicos Hui creó filtros amorosos con los que las mujeres del harén se ganaron la amistad de todos aquellos que convenía atraerse a la causa de la conjura; usando figuras mágicas de cera y amuletos con inscripciones terribles, Hui consiguió aterrorizar primero y enloquecer después a todos aquellos que no aceptaban doblegarse a sus pretensiones; y fue así, usando una poderosísima fórmula mágica, como había de conseguir que aquella noche en que triunfo el Caos, el Cuerpo del Rey encontrase la muerte.

Yo, Hori, iniciado en los Grandes Misterios, conozco los rituales mágicos que Hui llevó a cabo, dirigidos a los démones, para lograr esa finalidad tan perversa:

“Toma un papiro hierático o una lámina de metal y un anillo de hierro; coloca el anillo sobre el papiro y con un cálamo dibuja el borde interior y exterior del anillo; después cubre con tinta la circunferencia; después escribe en la circunferencia del anillo, sobre el papiro, el nombre y en la parte externa los signos mágicos; después , en la parte interna, lo que quieras que ocurra: “que muera el rey, Ramsés III” y después escribe esto: “Que la mente del rey quede atada y no se pueda oponer a esta orden. Que muera”. Luego pon el anillo sobre su propio círculo que hiciste y, eliminando la parte externa, cose el anillo hasta que éste quede enteramente cubierto.

Mientras pinchas signos mágicos con el cálamo y realizas la atadura, di: “Yo ordeno que muera el rey, Ramsés III: que no hable, que no se oponga, que no diga nada en contra, que no pueda mirarme de frente ni hablar contra mí, sino que me esté sometido”.

Después llevas el papiro o la lámina de metal, y el anillo a la tumba de uno que haya muerto prematuramente, haces un hoyo de cuatro dedos, lo pones dentro y dices: “Demon de muerto, quienquiera que seas, entrégame al rey, entrégame a Ramsés III, para que muera”. Después de enterrarlo, márchate. Esto lo harás mejor si la luna está menguante…”

Ante Isis-Merenaset

Yo, Hori, que conocía los rumores que hablaban de la existencia de la conjura y que conocía estas fórmulas mágicas por haber sido iniciado en los Misterios, no pude sino llorar aquella noche en que estando la luna menguante presentí en mis sueños que el Cuerpo del Dios había dejado de respirar y que su espíritu, alejándose de los hombres, se estaba elevando a los Cielos.

Esa noche, Hori –entre lágrimas- en la penumbra, pudo hablar con el espíritu del que había sido su Señor. Le prometí ante Amón-Ra, nuestro Dios Primigenio, y ante Osiris, el Señor de la Balanza, que Hori, que sabía que había sido asesinado, haría todo lo que estuviera en su mano para conseguir que la conjura de Teye y Pentaur fuese descubierta. Hori no ayudaría a que el Caos reinara en Egipto sino que se esforzaría para que cayese sobre los conjurados el peso de la Regla Divina que rige en el cosmos desde el Momento Primero de la Creación.

Fue así como Hori, presa de temor decidió, puesto a los pies de Isis-Merenaset, la Gran Esposa Real, informarle de todo lo que sabía. Hablé con la diosa y le hice saber de las ambiciones de Teye, que conjurada con Hui, Supervisor del Ganado Real, pretendía que el caos triunfara en la Tierra Negra. Aprovechando los conocimientos mágicos de Hui, aquellos Grandes Criminales pretendían imponer como Señor de los egipcios a Pentaur, el hijo de Teye. La diosa, que me escuchaba con gesto impasible, me pidió alguna prueba de mi acusación. Hice pasar a Antef, el Escriba Jefe de la Biblioteca Real, que esperaba en la antesala y este confirmó ante la reina que era cierto que Hui tenía en su poder diversos libros secretos de magia a los que nunca debería haber podido acceder. Teye, con su gran influencia, había conseguido que los libros le fueran entregados. Nada ni nadie se podía entonces oponer a las pretensiones de la Segunda Esposa del Dios.

Isis nos hizo despedir. Antes había expresado su agradecimiento a Hori por su lealtad. Le hizo saber, también, que pronto tendría noticias de ella. Era consciente de que debía actuar con celeridad ya que grupos de alborotadores habían comenzado a producir disturbios en Tebas.

El dios se manifiesta

La reina, conocedora de los Misterios de la Vida y de la Muerte, sabía lo que tenía que hacer. Hizo llamar a todos los profetas de los templos de la ciudad y a los más poderosos magos de la corte. Todos ellos, siguiendo lo que ella les había ordenado, procedieron a invocar al espíritu del rey fallecido, y este, atraído por la fuerza inmensa de esa petición, decidió bajar del Reino Celeste y manifestarse en majestad a los hombres. La luz que radiaba del dios era tan inmensa que ningún hombre podía soportar su visión. Tendidos todos en el suelo, con los ojos cerrados, escucharon sus palabras.

El dios les hizo saber que había sido asesinado, pero que él, Glorificado ahora en el Cielo de Amón-Ra nunca hubiera podido entrometerse en la vida de Egipto de no haber sido expresamente invocado por los hombres de la Tierra Negra. Solo en casos excepcionales en que la maldad y el caos estuvieran a punto de triunfar podía admitir el Dios Primigenio que los dioses ayudasen a los hombres. En circunstancias normales los egipcios cuentan con la ayuda de su rey, el dios viviente, que vela por su cuidado. En estos momentos, sin embargo, estando el país sin su Señor y amenazado por el caos, Amón-Ra había accedido a que Ramsés III, invocado por sus sirvientes, se manifestara a los hombres.

Y en su revelación ordenó el espiritu Glorificado del rey que se constituyese un tribunal que habría de juzgar a los Grandes Criminales que estaban involucrados en la sedición. Antes todos ellos habrían de ser detenidos, lo que se haría de inmediato por los oficiales del ejército. Hory, al que la reina Isis se lo había pedido, fue uno de los responsables de la captura de todos los criminales que en aquellos momentos estaban en Tebas. Incluso Pentaur, el hijo del Cuerpo del Dios fue también arrestado.

Desde el más allá, Ramsés III, en su revelación ordenó que el tribunal estuviese integrado por doce hombres buenos. Entre ellos fue designado Hory junto a dos supervisores del Tesoro, cinco mayordomos del Palacio, dos escribas, un mando militar y un adjunto al Rey. Todos ellos, todos los jueces que habríamos de juzgar a los Grandes Criminales, éramos hombres que habíamos sido considerados amigos por el rey asesinado.

Y dijo el espíritu del dios:

“Decid a esos doce hombre buenos que he elegido que deben juzgar a esos criminales que son la abominación de la tierra. Decidles que deben prestar atención y deben cuidar de no permitir que nadie inocente sea castigado erróneamente.”

Y el espíritu del que había sido nuestro Señor en la Tierra Negra nos hizo saber que toda la responsabilidad del juicio habría de recaer sobre nosotros, sobre los jueces, ya que él, Ramsés, había sido ya Glorificado ante el Gran Dios y declarado exento de falta alguna durante toda la eternidad. Ramsés deseaba que la justicia se hiciera triunfar en Egipto pero había indicado que la responsabilidad de cualquier posible acto de injusticia que pudiéramos cometer los jueces sería algo de lo que solo nosotros seríamos responsables. Nada de lo que nosotros –hombres buenos- pudiéramos hacer que resultase indigno a los ojos de Maat podría serle imputado a él.

Juicio y castigo

Fue entonces, cuando Pentaur, Hui y tantos otros intrigantes habían sido detenidos, cuando un grupo de mujeres del harén que habían estado relacionadas con algunos de ellos urdieron la intriga horrible que habría de causar gran dolor a algunos de esos hombres buenos, Hori entre ellos, que Ramsés había designado como jueces.

Esas mujeres solicitaron entrevistarse con algunos de los jueces y con algunos oficiales del ejército. Acudimos a esa entrevista Pai-Bes, Mayordomo del Palacio; Mai, Escriba de los Archivos; Tai-Nakhet, Oficial de Infantería; Nanai, Oficial de Policía, y Hori, Portaestandarte de Infantería.

No sabíamos entonces que las mujeres lo único que pretendían era utilizar los poderes de la magia sobre nosotros para lograr que nuestros corazones, en lugar de buscar la verdad en el juicio, actuaran en complicidad con los Grandes Criminales que habían intentado alterar el orden del mundo.

Y las mujeres, malvadas, consiguieron con su magia alterar la conciencia de los cuatro hombres buenos que junto a Hori habían acudido a la entrevista. Los cuatro habrían de sufrir luego las consecuencias de ese acto de indignidad. Solamente Hori habría de poder escapar de la intriga.

Todos los Grandes Criminales fueron juzgados por los hombres buenos, por los amigos del rey asesinado. Solamente Teye, la esposa del dios, quedó al margen de las decisiones de los hombres. Habría de ser juzgada por el propio Ramsés. Nada podemos decir de lo que a ella le sucedió. Solo los dioses lo saben. Nunca más se la vio en la tierra.

Fueron juzgados un total de quince criminales. En los archivos se encuentran los nombres de los declarados culpables, que Hori no puede reproducir. Baste decir que Pentaur, el Gran Usurpador, y Hui, el Gran Mago del Mal, entre otros, fueron condenados a muerte, de modo que se les dejó solos en la sala y se les conminó a que ellos mismos acabaran con su vida. Ningún hombre quiso manchar sus manos matando a esos Grandes Criminales sino que se les forzó a que ellos mismos dispusieran de su vida. Muchos otros condenados, que habían actuado como cómplices en la intriga, fueron castigados con la ablación de sus narices y orejas. Desde entonces, poseídos por la vergüenza, jamás se les habría de ver fuera de sus casas.

Jueces negligentes

Isis-Merenaset, la Gran Esposa Real, cuando tuvo conocimiento de la intriga que habían tramado algunas de las mujeres del harén, que con sus actos mágicos habían embaucado a los hombres buenos que antes mencionamos ordenó que el tribunal actuara con justicia contra ellos, de modo que Hori y los otros cuatro hombres pasaron a ser ahora Grandes Criminales.

De los cinco hombres, cuatro fueron encontrados culpables y habrían de ser castigados también con la ablación de sus narices y orejas. Pai-Bes, Mayordomo del Palacio, no pudo soportar el cruel castigo y decidió tomar su vida con sus propias manos. Se nos había acusado, a los cinco, de haber actuado con negligencia con respecto a las buenas instrucciones que el espíritu de Ramsés III nos había dado cuando se constituyó el tribunal. Se pudo demostrar que los otros cuatro hombres, incluso, habían gozado sexualmente con las mujeres, y su crimen les alcanzó.

A mí, Hori, Portaestandarte de Infantería y tenido hasta entonces por hombre bueno, también se me acuso. Se dijo que estaba en conexión con aquellos que habían sido la abominación de la tierra. Nada sin embargo se pudo encontrar en mi actuación que pudiese probar esa temible acusación. La reina Isis, que no olvidaba que gracias a Hori se había descubierto el complot, me apoyo con todo su poder en aquel aciago momento.

Es por eso por lo que deseo insistir en que gracias a la justicia de Maat, Hori fue encontrado inocente de las acusaciones. En los archivos judiciales que se custodian en el Palacio Real quedó escrito lo siguiente:
“Hori, Portaestandarte de Infantería, uno de los jueces buenos nombrados por el rey, fue acusado falsamente de actuar en complicidad con algunas de las mujeres involucradas en el gran crimen. Por haber accedido a entrevistarse con esas mujeres recibió una reprimenda con duras palabras, pero luego se le dejó marchar solo. No se le hizo daño alguno.”

Esperando

Hori ha querido dejar escrito en este papiro, que mi amada Ankhiry habrá de ocultar algún día en mi tumba, todo lo que sucedió en aquellos tiempos que rodearon los momentos finales de la existencia de nuestro Señor Ramsés III, para que cuando llegue el día en que su corazón tenga que dar cuenta de su existencia en la tierra ante el Tribunal de los Dioses, presidido por Osiris, el Señor de la Balanza, todo lo que Hori hizo pueda ser alegado ante los irascibles jueces en el caso de que algún espíritu malvado pretenda oponerse a sus deseos de acceder al Reino Celeste. Los que hemos sido iniciado en los Grandes Misterios sabemos que es un momento en que el peligro nos amenaza y que debemos estar vigilantes para evitar las insidias de nuestros oponentes. Temen los hombres que entonces su corazón no sea capaz de oponer, frente a lo que esos perturbadores digan, todo lo que de justo y de verdadero hicimos en nuestra existencia. Quiere por eso Hori mantener siempre viva la memoria de lo que sucedió entonces. Que nada sea olvidado.

Mientras eso sucede, Hori, Portaestandarte de Infantería del nuevo Horus de los Vivientes, Ramsés IV, Vida, Prosperidad y Salud para Él, se siente feliz. Amado por su rey, el hijo de Isis-Merenaset, y amado también por Ankhyri, Hori contempla como las estaciones se van sucediendo y su espíritu se encuentra en paz. Hori está viviendo una vejez hermosa y siente que su reputación entre los hombres crece a causa del favor de su Señor. Todos, los dioses y los hombres, le consideran un hombre bueno.

Nuestro rey, el dios que nos concede la vida a los hombres, el dios gracias al cual el aire divino llega a nuestra nariz, reconociendo los desvelos de Hori en aquellos momentos aciagos en que el mal se había abatido sobre el Doble País, ordenó que una tumba labrada en la piedra fuese construida para mí en la necrópolis tebana. El director del equipo de los canteros de la tumba ordenó alzar su suelo, el jefe de los dibujantes ordenó los dibujos, el jefe de los escultores ordenó que se esculpiesen los grabados y los directores de los trabajos que estaban a cargo de la necrópolis se ocuparon de la tumba. Todos los ajuares que se deben colocar en una cámara funeraria han sido ya colocados.

Ordenó, también, el Horus de los Vivientes que me fueran asignados los sacerdotes que habrán de encargarse cuando llegue el momento de los cultos funerarios necesarios para atender a las necesidades de mi ka y ordenó, igualmente, que se constituyera en beneficio de mi tumba un dominio funerario en el que habría huertos y tierras cultivadas. Todo ello lo ordenó nuestro rey como hace habitualmente para aquel hombre al que considera su Amigo de rango superior. Se esculpió, también, una estatua que me representa, recubierta de oro y con su falda de electro. Fue Su Majestad quién ordenó que todo ello fuese hecho para mí. No hubo otro hombre humilde por quien se hiciera lo mismo. Y fue así como Hori, el más leal servidor del Horus de los Vivientes, pudo gozar del favor de su Señor todos los días de su vida, hasta que llegue ese momento en que tendrá que echar las amarras a su existencia en la tierra.

Algunas aclaraciones

El cuento que hemos presentado se fundamenta históricamente en lo que se ha llamado “Conspiración del harén”, que tuvo lugar en los momentos finales del reinado de Ramsés III. Conscientemente, a lo largo de la narración hemos hablado unas veces en primera persona y otras en tercera, algo frecuente en los viejos textos.

Los aspectos puramente históricos del cuento están basados en la información que acerca del proceso se nos ha transmitido en el “Papiro Jurídico de Turín” y en los papiros “Lee” y Rollin”.

Debemos dejar constancia de que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si Ramsés III murió asesinado, como nosotros hemos elegido en el cuento, o falleció de muerte natural en los meses que siguieron a la conjura. En todo caso, cuando se inició el juicio, el rey ya no vivía. En el “Papiro Jurídico de Turín” se puede apreciar, en ese sentido, que cuando Ramsés ordena que se cree el tribunal que debe juzgar a los criminales, está hablando desde el Más Allá, con las fórmulas utilizadas usualmente por los reyes que han alcanzado la Glorificación tras la muerte.

Para los detalles del cuento que profundizan en los aspectos de tipo mágico hemos manejado, sobre todo para lo que se refiere al ritual y al conjuro dirigido a los demones, la obra “Textos de magia en papiros griegos”, publicada por la Biblioteca Clásica Gredos.

Todos los nombres que hemos utilizado en el cuento son los que están registrados en el “Papiro Jurídico de Turín”. Sin embargo, se sabe que en ese papiro los nombres de los conspiradores están falseados. Con ello se pretendía evitar que gracias a la magia de la palabra escrita aquellos “Grandes Criminales” pudieran disfrutar de algún tipo de vida inmortal.

Para la parte final de la narración hemos utilizado, con diversos retoques, algunos textos que se incluyen en el cuento que hoy conocemos como “Las aventuras de Sinuhé”, lo que debe interpretarse como un pequeño homenaje a “una de las obras maestras de la literatura egipcia y la más perfecta de sus obras narrativas”.

Nota bibliográfica

Para elaborar el cuento hemos utilizado como principales fuentes de información las siguientes obras:
Calvo, José Luis y Sánchez, M. Dolores (1987): “Textos de magia en papiros griegos”. Madrid.
Castel, Elisa: “El último gran faraón: Ramsés III”. (Historia Nacional Geographic, número 28).
Drioton y Vandier (1973): “Historia de Egipto”. Buenos Aires.
López, Jesús (2005): “Cuentos y fábulas del Antiguo Egipto”. Madrid.
Martín Valentín, F.J. (2002): “Los magos del antiguo Egipto”. Madrid.
Pirenne, J. (1971): “Historia de la civilización del antiguo Egipto”. Barcelona.
Serrano, J.M. (1993): “Textos para la historia antigua de Egipto”. Madrid.
Wallis Budge, E.A. (2005): “La magia egipcia”. Palma de Mallorca.

 

Autor: Ildefonso Robledo

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