Historia de una Historia
Por Martina Morell 
Creación: 2 diciembre, 2004
Modificación: 3 junio, 2020
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“Cuando los festejos año décimo del reinado del Faraón concluyeron y volvió a su palacio en Tebas, la Gran Esposa Real, quiso que un pequeño grupo de bailarinas y cantantes, que se había ganado durante las fiestas la admiración de todos los presentes, le acompañáramos a palacio en calidad de sirvientes de la casa real. Así comenzó mi vida en la corte, los más brillantes de mi carrera.

“Vivíamos en el palacio de la reina Nefertari, cuyo nombre significa “la belleza ha llegado” que como primera consorte no habita con el rey y el resto de esposas y concubinas, sino que poseía un palacio propio, títulos, rentas y cargos que le eran exclusivos, además de ser la consejera particular del soberano y una paciente y hábil diplomática. Mucho amaba el faraón a su esposa preferida, como lo demuestran los numerosos templos y la fastuosa tumba que le hizo construir. Por el palacio de la soberana, pasaban los ministros y los nomarcas de las provincias, antes de ver al Faraón, para pedir su consejo. Frecuentemente veíamos los séquitos de los diplomáticos Nubios, adornados de plumas y pieles de leopardo que venían a rendir pleitesía y presentar tributos. Vi séquitos fastuosos de diplomáticos de lejanos países como Babilonia, y Creta, representando la riquezade sus respectivos países. Ví el fiero esplendor de la amenaza hitita antes de la victoria del Faraón en la batalla de Kadesh, que se cuenta en los relieves del templo de Amón y en los obeliscos y en todos los grandiosos templos con los que el faraón a embellecido las dos tierras del Alto y del Bajo Egipto”.

“De vez en cuando, el propio Faraón se desplazaba para visitar a la reina, como hace el dios Amón con su amada Mut. En esas ocasiones éramos mis compañeras y yo las encargadas de amenizar los banquetes de los soberanos, bailando para las mujeres, y a veces, también para los hombres. Tuve joyas de mi propiedad, y conos de perfume para las fiestas, y ropajes del más fino lino. La reina, cuando quería favorecer a algún escriba o intendente de la administración que se había destacado por sus servicios al Estado, nos enviaba a su casa, para actuar delante de sus invitados y que todo el mundo viera que gozaba de la consideración de la soberana. Era frecuente que volviésemos a palacio cargadas de regalos. Otras veces éramos enviadas a las casas de los nobles y ricos por la razón contraria, en esas ocasiones, era la reina quien nos colmaba de riquezas, pero en el inframundo deberé darcuenta de mis palabras a mis señora, por lo que de este tema, no hablaré más”.

“Nuestra juventud, nuestro candor natural y la camaradería, no exenta de pequeñas rivalidades, entre nosotras hacía que nos tomásemos la vida como un juego, ninguno de todos estos paseos nos parecía cosa seria, contábamos con la benevolencia de la reina que a ninguna favorecía más que a otra y con la sonrisa indulgente del mayordomo real”.

“Una tarde especialmente calurosa, justo antes de la crecida, el virrey, por medio de una muchacha, nos mandó llamar. El faraón estaba confuso y preocupado, Sekhmet, la diosa leona, se le había aparecido en sueños, la guerra era inevitable. El visir quería que con nuestros cantos y bailes alegráramos al Faraón”.

“No era la primera vez que actuábamos delante del Dios, pero sí la primera que bailábamos solo para él. El Faraón tenía una expresión extraña, nunca habíamos visto aquella expresión en los ojos del soberano, tan fuerte y orgulloso como el carnero sagrado de Amón. Nos miraba sin vernos mientras comía sin hambre. Entonces por primera vez, le vi como hombre y no como dios, magnífico en el esplendor de su virilidad, alto y dorado por el desierto, los músculos torneados por el ejercicio. Nunca bailé con tanto ardor y dejadez, nunca la música fue tan vibrante para mí como aquella tarde, bajo su mirada”.

“Por la noche, agotadas, el mayordomo real nos alojó en el ala de las concubinas, era ya tarde para cruzar las calles de Tebas. Mis compañeras celosas, comentaban entre cuchicheos que el Faraón me había mirado solo a mí. Yo no dormía cuando las sirvientas vinieron a buscarme, a prepararme a toda prisa, el Faraón me hacía llamar. Sentí el orgullo de ser deseada por un dios, pero sobre todo me sentí inmensamente afortunada, mis plegarias habían sido oídas”.

“Aquellas escasas horas entre la media noche y el alba, cuando Khepri, el dios escarabajo arrastra la barca del sol, fueron las más hermosas de mi vida, el consuelo de mi vejez. Me abrazó con la dulzura del viento entre los papiros cuando me estrechaba entre sus brazos poderosos, curtidos por la caza y el adiestramiento militar, me llamó hermana y yo le llamé hermano, a pesar de su doble corona. Sus dedos fueron flores de loto sobre mi piel. En la pasión se desbordó como el agua de la crecida de cuya corriente irresistible no se puede contener. Me embistió con la fuerza del toro Apis, y con la precisión y el arte del cincel que taladra la piedra. Yo le entregué lo mejor de mi misma, la sabiduría milenaria de las sacerdotisas del templo y la pasión de los pechos erguidos por la juventud y el ansia de amor”.

“Aquella noche descubrí el más aterrador de los secretos: el dios viviente de Egipto; el Escogido de Ra, Preferido de Maat, Hijo de Thot, Señor de las dos Tierras, Toro poderoso; el más fuerte y valiente que habia visto la Tierra, se sentía solo entre sus mujeres, sus escribas y su ejército, sin nadie a quien querer a pesar de sus 100 hijos, sus cien esposas y del amor de la mujer más hermosa del Nilo”.

“Conocí al hombre y me olvidé del dios, supe de la avaricia de los ministros, de las intrigas de las esposas y de la estupidez de los soldados. Amé y fui amada en el olvido del mundo y de nosotros mismos. Fue un pequeño milagro que nos regaló mi señora Isis-Hathor. ¿Por qué confió en mí, que le hizo llamarme?. El Faraón vió en mi la magia de Isis como un pequeño milagro. Si al alba, me hubiese exigido la vida como pago por su confianza yo habría viajado feliz en la barca real hacia el reino de Osiris.

El Faraón quiso que viviera con esta pesada carga y supe que no volveríamos a estar juntos pues los milagros solo ocurren una vez. Él pagó mi comprensión, pues era orgulloso y no quería deber nada ni siquiera a una diosa, no con honores ni joyas, solo me entregó una cajita de madera toscamente tallada, con un extraño jeroglífico que yo no conocía por único adorno, que contenía, según sus palabras, el mayor de los tesoros del Imperio, el ojo de Horus en la tierra, para no olvidar que yo había hecho reír al mismo sol”.

“Sin mediar palabra, nos despedimos. Ninguna alondra puede subir hasta el sol sin quemarse las alas. Ya no volví a bailar en palacio, pedí el permiso de mi señora Nefertari para volver a mi pueblo, pretextando el que un mercader me contó que mi padre estaba enfermo. Algo debió ver en mi, pues me despidió sin preguntas con ricos regalos que llevar a mi casa y yo los tomé y me fui sin mirar atrás”.

“Confusa, no quise conformarme con la superficie de las cosas y peregriné al templo de Thot, en Hermópolis, a buscar a los hombres sabios, conocedores de los misterios del universo. Allí no encontré más que desdén y palabras vacías y no revelé a nadie los secretos del Faraón. Me interesé por las escrituras antiguas y busqué toda clase de papiros raros donde pudiese aparecer una huella que el tiempo no hubiese borrado, pero en ninguno de ellos aparecía el significado de la inscripción de la caja.

Vagando de un lugar a otro por las tierras negras de la vida y las tierras rojas de la muerte, visitando las ciudades de los vivos y de los muertos y menguando mi discreta fortuna, aumenté mi sabiduría. Ví con mis propios ojos la inmensidad de las milenarias pirámides de Menfis y sufrí visiones confusas soñando entre las patas de la Esfinge, como el propio faraón Tutmosis antes que yo. Vi bárbaros conquistadores, disputarse como buitres las riquezas de Egipto y de entre todos ellos, uno más grande que los demás fundaba una ciudad majestuosa con un gran obelisco en llamas que eran alimentadas día y noche para llamar a los marineros y una biblioteca tan inmensa que contenía todo el conocimiento de los dioses y de los hombres. Vi los frondosos cañaverales del Delta y enmudecí de asombro ante el mar. Muchos hombres me adularon, a todos los rechacé, con nadie quise compartir el peso de mi corazón. Cansada busqué la paz en un pequeño templo dedicado a Isis en el Egipto Medio. Mi llegada levantó mucha expectación, pero yo regalé a la diosa el resto de mis joyas y la Divina Adoratriz me dio la bienvenida como piadosa oferente, protegida de Isis, madre del Faraón, y puso a mi servicio algunas criadas”.

“A menudo me vieron vagabundear meditabunda sin rumbo entre los pilonos del templo y mis superiores me regañaron por ello, pues no es bienvenida la curiosidad donde debe reinar la tradición. Muchos me oían hablar sola, pues no me satisfacía la charla hueca de las demás muchachas y me fui ganando la fama de huraña, pero también me rodeé de una especie de aura de santidad y me otorgaron el honor de alimentar a la diosa, aunque yo ya estaba convencida de la vacuidad de los ritos, necesarios, tan solo, para mantener el orden de las cosas entre los campesinos incultos, y me preocupé mucho más de la pequeña biblioteca de la Casa de la Vida en los anexos del templo”

“Solo cuando me sentí protegida por la densidad de los gruesos muros del templo al amparo de la Diosa, y sujetando con una mano el anj de la vida, que es su símbolo, me atreví a abrir, por primera vez, en la soledad de mis aposentos, el regalo del dios Ramose. Dentro no había más que una piedra sin pulir del color de los ojos de los cocodrilos en la oscuridad de la noche. Brillaba con una luz tenue, pero suficiente para iluminar mi rostro en la intimidad de mi cuarto. Asustada volví a cerrar el cofrecillo decidida a no abrirlo nunca más”.

“Ahora soy ya vieja, y me apresuro en mi camino hacia las tierras rojas del desierto, nada temo salvo los dientes de Ammit, devoradora de almas, y por ello quiero relatar algunos hechos extraños que ocurrieron después”.

“Dicen las malas lenguas de las comadres que para poder pagar los gastos de la Gran Pirámide, Keops vendía el cuerpo de su hija al mejor postor. En varios documentos archivados dan cuenta de aquellos tiempos. Uno de ellos, una copia del original, cuenta los hechos con mayor minuciosidad. No es fácil averiguar la época exacta en que fue escrito, pero claramente se trata de un libelo de los sacerdotes del templo de Ra, enfurecidos por la pérdida de poder político frente al poderoso monarca. El autor, el mismo dios Thot de la escritura, si hay que creer a la firma, describe con pulcritud todos los tesoros que la momia del Faraón se llevó consigo a la tumba, para que quedase patente la iniquidad y la soberbia de aquel mal gobernante. Tanto oro había en la cámara mortuoria, que debía resplandecer la cripta a la luz de las antorchas del cortejo fúnebre, como las arenas del desierto. En último lugar se menciona una cajita de madera, sellada con el nombre secreto de Ra, el mismo que otorga a Isis el poder sobre todo lo oculto. En su interior se guardaba un tesoro más valioso que cuantas joyas contiene la pirámide, pues allí duerme un pedacito de Osiris que Isis no pudo encontrar cuando reconstruyó el cuerpo de su hermano y esposo despedazado por el envidioso Seth”.

“Hay misterios que es mejor no resolver y preguntas que no deben hacerse. De dar crédito a lo que estaba escrito habría que pensar que mi regalo era un don peligroso, ¿cómo pudo llegar a mis manos?. Si tras los errores y las guerras provocadas por el faraón maldito, Egipto se empobreció, ¿de arcas vacías salió el sueldo de los mercenarios, el alimento de los soldados egipcios que conquistaron Siria y sometieron, de nuevo, la Nubia.? Son secretos de los dioses inmortales; yo solo sé que el Faraón es mi señor y procuro alejar de mi mente pensamientos indignos de mi espíritu”.

“Hace un par de años, han pasado ya los días de mi belleza, el templo adquirió a un mercader del desierto unos papiros de extraña antigüedad. Cómo un beduino inculto y extranjero pudo conseguirlos, es cosa que yo ignoro, pero sí sé de su gran valor. En aquel texto medio borroso escrito con los antiquísimos jeroglíficos de la escritura sagrada, se explicaban grandes misterios relacionados con las pirámides, tan increíbles que no les hubiese concedido ningún crédito de no ser por que tras las palabras del pergamino, brillaba, con verdosa luz, el cartucho que encerraba el nombre Imhotep, el Gran Arquitecto. No quise saber más, antes de terminar de descifrarlo lo destruí”.

“Pocos días después, en las horas de calor me desperté sobresaltada de la siesta sin saber porqué y sentí el impulso irresistible de ver de nuevo la piedra. No solo la miré, sino que me atreví a cogerla entre mis manos. Sentí que era fría y caliente al tiempo y una serie de escalofríos recorrieron mi ser. Cerré los ojos y dejé la mente en blanco, me sentí ligera, libre de las ataduras de la tierra y tuve la sensación de flotar por encima del suelo, como en los sueños, solo que todo era mucho más real. Quise tener la certeza de estar despierta y abrí los ojos. Vi la habitación desde arriba, podía tocar con la mano los frescos del techo y ni siquiera me sorprendí o me asusté. Luego me invadió el vértigo, cerré los párpados y cuando los volví a abrir estaba en mi lecho tumbada y una novicia velaba mi sueño. Muchos días permanecí acostada, con la piedra entre las manos, enferma de nauseas y diarrea, hasta que pude levantarme para volverla a guardar. El pelo se me cayó y desde entonces ya no tuve que afeitármelo aunque ya no use las pelucas a la moda, y mi cuerpo se vio invadido de rojas quemaduras en la piel, más ardientes que la mordedura de la cobra, que tardaron muchos días en curar. Aún no estoy segura de si aquello fue cierto o lo soñé”.

“Desde entonces no he vuelto a ser la misma, mi salud no se ha recuperado y sé que unos bultos malignos en los pechos me acercan a la muerte. En el templo me acogen por caridad y por hacer perdurar la discreta fama que me he ganado entre los crédulos como elegida de la diosa. Me dedico a mis libros, intento olvidar las respuestas a las preguntas que no me atrevo a formular, tal vez hay cosas en este mundo que deben permanecer ocultas a los mortales y que ni siquiera los faraones se atreven a poseer.

-“Alejad vuestro corazón de los secretos de las sombras y regocijaos con las cosas de este mundo, pues nadie puede saber que nos deparará el mañana”.

“Bien sé que mi hora está cercana hace pocos días llegó un emisario de la corte, no fue poco el revuelo que se armó el templo. Saboreé un resto de mi antiguo orgullo mundano, cuando el mensajero, inclinándose ante mí delante de mis superiores, me entregó un papiro con el sello real, escrito de puño y letra del Faraón. Mi señor Ramose, fuerte y sano aún en su vejez, me asegura que sobre mi cuerpo se llevarán a cabo todos los procedimientos necesarios para que mi momia sea eterna, aún aquellos reservados a la familia real y que mi tumba tendrá un hueco en el Valle de las Reinas, aunque yo no fuera de sangre noble. Así supe que el hombre no me había olvidado y que el dios me anunciaba que me dispusiese a partir del valle del Nilo pues Anubis ronda mi lecho con su aullido de chacal y es un dulce canto para mis huesos cansados. A mí alrededor cuchichean las envidiosas del favor del rey: que murmuren puesto que no comprenden y que luego se olviden de mí”.

“Soy la guardiana de un poder que no comprendo y que ha de venirse conmigo a mi tumba para que mi Ka lo custodie. Aunque bien sé que mi vigilancia no será eterna, pues ni siquiera la Gran Pirámide bastó para retener la Piedra en contra de su voluntad, tengo la esperanza de que el modesto retiro que tendré no atraerá la codicia de los hombres, pues en mi tumba no habrá más tesoros que el Libro de los Muertos que yo misma escribí”.

“Termino así el relato de mi vida destinado a los dioses. Mi protectora Isis, yo te conjuro; esposa de Osiris, que reina sobre los muertos, madre de Horus, el halcón, que reina sobre los vivos y protectora de nuestro faraón, dios viviente de Egipto. Señora de los Misterios, la que conoce el nombre secreto de Ra, dueña de la magia y de lo oculto. Tu que reinas sobre todas las diosas con el nombre de Hathor, y de ti procede la felicidad y la desgracia y todo lo creaste. A ti te invoco, protégelo en su largo camino hacia la eternidad y no permitas que nunca sea abierto por los hombres mi sarcófago; no quede sin castigo quien pronuncie las palabras escritas, ni escape a tu justa ira el vil profanador”.

La sesión fue un éxito rotundo con la satisfacción de todas las partes implicadas. El Actor terminó su alocución con una ovación cerrada de la sala puesta en pie. Todos los presentes se sintieron contagiados por la atmósfera de misterio que flotaba en el aire, la buena sociedad tuvo algo que comentar durante las siguientes semanas y los estudiosos se precipitaron en acalorados debates sobre el contenido del texto. Los espectadores pudieron escandalizarse con el absurdo precio de la venta y la posible identidad del multimillonario comprador. Los accionistas de la Casa ganaron millones y los chicos de marketing disfrutaron de un ascenso.

Lord Wrinkle-Gallore pudo al fin pagar sus deudas, y casarse con la rubia modelo de moda, en un acontecimiento que levantó ríos de tinta en las páginas de las revistas del corazón, gracias a lo cual las cuentas del banco del conde engrosaron por primera vez en su vida, en lugar de disminuir, en la forma de donativos con los cuales los periodistas colaboraron a que el evento fuese magnífico. La novia, que no era ingrata, lucía en la ceremonia un modelito de Yves St. Croissant, con motivos directamente inspirados en el Antiguo Egipto, que, por supuesto, el famoso diseñador denominó “Modelo Isis”, copiado hasta en las más disparatadas grecas por todas las modositas niñas de la clase media.

Lo egipcio, volvió a ponerse de moda y entidades gubernamentales muy serias, iniciaron la caza y captura del objeto que se menciona en el Papiro. Mientras afamados y concienzudos arqueólogos se afanaban en vano en su busca; en Internet se aseguraba que tal tesoro obraba ya en posesión de la CIA, o cuando menos de algún integrista islámico, según los días. Los turistas se multiplicaron por cien, para regocijo del gobierno egipcio y diversión de los nativos, que convirtieron los chistes del excursionista que, más o menos disimuladamente, se dedica a escarbar en la arena, en deporte nacional. Isis pasó a ser el nombre en boga, produciendo esperpentos tan notables como las tres párvulas de un colegio que coincidieron en llamarse Isis Mª González Retuerto, Mª Isis Jiménez Lozano e Isis Pascual Martín. Por primera vez, un nombre egipcio era más popular que Cleopatra. Aprovechando el tirón, se rodaron varias películas, una de gran presupuesto, vilipendiada por la crítica pero de enorme recaudación en taquilla y la otra, de autor, alabada por la crítica pero de nulo éxito comercial.

Vivieron momentos de gloria los amantes de lo paranormal, cuando la prensa amarilla difundió, con grandes titulares, el misterioso y súbito fallecimiento del solitario magnate japonés que, supuestamente, adquirió el documento. Se habló de la venganza de la diosa, del poder oculto de las pirámides, y de paso, de la astrología, las apariciones marianas y hasta de los ovnis. Las especulaciones se reavivaron cuando dos días más tarde el Actor sufrió un ataque cardiaco en medio de un debate televisivo sobre la autenticidad de la maldiciones egipcias, teniendo en cuenta el precedente de Tutankamon y no quedó ya ninguna duda del prestigio de la magia antigua cuando, un mes más tarde, el único heredero del industrial se hizo el harakiri, motivado por la vergüenza de haber provocado la bancarrota de una importantísima firma tecnológica con una serie de inversiones desafortunadas. Al noexistir testamento ni herederos, comenzó una larga batalla familiar de primos y segundas esposas por la inmensa fortuna personal del finado y la pista del papiro se perdió.

Poco a poco cesaron los rumores, se extinguió la fiebre egipcia en los medios de comunicación y la América precolombina se convirtió en el nuevo tema de moda tras el hallazgo de un sistema de escritura totalmente ignorado, pero sospechosamente parecido al chino mandarín, en la tumba de un sacerdote de Teotihuacan. Del Papiro y su paradero no se volvió a saber más, aunque coleccionistas y nostálgicos lo sigan buscando todavía.

 

Autora: Martina Morell

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